Escocia
Escocia: ¿el primer Green New Deal de Europa?

El Green New Deal escocés está llamado a hacer estallar por los aires el privilegiado régimen de Westminster y su corrompida Corona. ¿Por qué no hacer lo mismo en España?
Parlamento escocés
Un gaitero ante el Parlamento escocés.

Al fulgor de las chispas que provoca la batalla por la regulación de la energía eléctrica con una amenaza de lockout por parte de las compañías eléctricas que tiene su respuesta en la movilización de las izquierdas soberanistas con un llamado a la huelga de consumidores para poner freno a la inflación y al chantaje, hay un acontecimiento que ha pasado desapercibido a lo largo de este verano.

Se trata del acuerdo al que los soberanistas escoceses han llegado, un acuerdo que puede ser la mecha de un Green New Deal (GND) hecho desde la periferia y con el claro objetivo de poner a coto compañías eléctricas, empresas inmobiliarias y, en definitiva, el neoliberalismo anglosajón. Un movimiento que sale de lo defensivo para pasar a la ofensiva y a la propuesta.

Por eso es tan llamativo el acuerdo que acaban de proclamar el Scottish National Party (SNP) y los Scottish Green. ¡Se trata ni más ni menos que del primer Green New Deal europeo! Y, sin embargo, poco o ningún interés parece que despierte entre las fuerzas soberanistas que siempre se han comparado con el SNP o entre aquellas formaciones ecologistas que han hecho bandera del GND. Es verdaderamente asombroso que un acuerdo político de este calado no anime ningún tipo de reflexión. Más cuando estamos ante la formulación del que probablemente vaya a ser el gobierno más de izquierdas de toda Europa, situado en el corazón de una de las potencias europeas más históricamente amenazadora para los pueblos de las periferias.

El centro de gravedad del acuerdo pivota pero sobre una agenda estratégica que vehicula la convocatoria de un segundo referéndum de independencia a una autodeterminación ecológica

Pasar revista a una estrategia integral que aunque no resuelva las catástrofes imperialistas causadas en países como Afganistán ofrece una promesa de cambio es el reto verdaderamente izquierdista. Porque nos señala un ejemplo concreto y tangible de cambio que supone además un desafío a los mal disimulados anhelos de Imperio por parte de la nueva derecha inglesa.

Flower of Scotland

El Green New Deal escocés se caracteriza por abordar de una forma integral los problemas económicos, sociales y políticos de la crisis ecológica. Si se echa un vistazo al compromiso se verá que aborda desde la desnuclearización del país, que hoy en día cuenta con dos plantas nucleares, hasta una política para abordar las causas de los problemas de salud mental y de la pobreza infantil.

El centro de gravedad del acuerdo pivota pero sobre una agenda estratégica que vehicula la convocatoria de un segundo referéndum de independencia a una autodeterminación ecológica. Esto significa que se prevé un conjunto de medidas para democratizar las instituciones escocesas, garantizar plenamente los derechos de ciudadanía a migrantes y refugiadas y, junto a ello, desmilitarizar completamente el país. No menos importante es la colocación de la reforma urbana de los alquileres como otra de las astas del acuerdo. Por ello, el sindicato de inquilinas escocés ha felicitado a los verdes escoceses y a los soberanistas progresistas por incluir el control de precios y la regulación de la propiedad inmobiliaria en los ventrículos de esta reforma.

El primer gobierno ecologista del conjunto de las islas británicas, puesto que dos miembros de los Verdes tomaran parte en el gobierno, tiene por meta una ambiciosa transición ecosocial que podría resumirse en una serie de puntos.

El primero es un referéndum de independencia por decisión del Parlamento escocés, una vez terminada la crisis de la Covid. Le sigue, un 'New deal for tenants', es decir, la reforma de los alquileres: regulación de los precios del sector privado, prohibición de los desahucios en invierno, persecución de los desahucios ilegales y, finalmente, una regulación nacional de los precios que otorgar la competencia a los municipios, así como un aumento del parque público de vivienda con 110.000 casas, en un 70% de alquiler social.

Una reforma del transporte, garantizando un transporte público y barato para que la reducción de un 20% del uso privado del coche no sea causa de nuevas desigualdades; una adecuación del salario de los trabajadores del sector público al salario real vital necesario; y poner fin a la pobreza infantil con fondos y becas que garanticen la escolarización así como una Renta Mínima Garantizada son tres de esas claves para la transición ecosocial.

Asimismo, tres reformas completarían el listado: reformas de derechos civiles en favor de la comunidad LGBTI y de las personas migrantes y refugiadas, con un reconocimiento legal de las personas trans y la firma de todos los tratados para garantizar los derechos de las personas LGBTI, de las personas migrantes y de las personas discapacitadas; una reforma sanitaria, con la construcción de un servicio nacional de salud escocés que además incluya la salud mental así como el derecho a una buena alimentación, «Good Food Nation Bill»; y una reforma agraria para redistribuir la gran propiedad, tanto rural como urbana.

Es un acuerdo bastante ambicioso que sitúa en Escocia una respuesta sustancialmente diferente a la que están labrando los tories ingleses. Y aunque tiene pendiente desarrollar una reforma fiscal para perseguir el fraude fiscal y garantizar una financiación redistributiva del GND —aunque los Verdes ya han presentado propuestas en este sentido— es sin lugar a dudas un compromiso histórico inédito: los Verdes llegan al poder en alianza con el nacionalismo progresista.

Seguramente tenga razón Nicola Sturgeon al definir una alianza de tal calibre como histórica, es decir, capaz de proponer un futuro, o como lo sintetizó la colíder verde Lorna Slater: “Un New Deal para los y las inquilinas, conseguir más derechos para las inquilinas e introducir la regulación de alquileres para abordar la crisis de vivienda de Escocia (…) y construir juntos una Escocia independiente, más justa y más verde”.

Un ejemplo político para repensar nuestros problemas

Los Verdes escoceses son un ejemplo político muy estimulante: independentistas, de izquierdas, abiertamente republicanos, comprometidos con las luchas feministas, lgbti y migrantes… Realmente son la contracara de un cierto centro izquierda independentista que al asumir ampliaciones de aeropuertos —hasta el último momento prácticamente— como proyecto económico nacional se alejan de un Green New Deal catalán para caer en el viejo desarrollismo extractivista de una economía dependiente y periférica de toda la vida. Pero también de formaciones que han hecho bandera del Green New Deal como si éste fuera posible en el actual régimen monárquico, centralista y neoliberal. Todo lo contrario de los Verdes escoceses que no solo defienden el derecho de autodeterminación desde una perspectiva ecologista sino que también defienden abiertamente la República verde para Escocia y la transformación democrática del Estado británico. En palabras del colíder Patrick Harvie: “La idea de que cualquier familia tiene el derecho a semejante estatus basado en los títulos hereditarios y en una desconocida riqueza que somete a Escocia, es algo que los Verdes Escoceses no apoyarán jamás”.

Es más, Harvie ha destacado más de una vez por llamar a abolir la monarquía británica y por la constitución de una República escocesa, frente a los extraños y ruidosos silencios del Labour Party en esta cuestión.

La verdad es que sorprende la actitud del Labour Party aunque incluso en los tiempos de Jeremy Corbyn, cuando formuló una estupenda versión del Green New Deal de Ocasio Cortez, nada se dijo acerca del Estado británico realmente existente, como si éste no fuera también un problema político con el cual un GND tuviera que lidiar. Incluso ahora, cuando el Labour Party se encuentra en pleno termidor interno, Jeremy Corbyn parece capaz de formular todas las alianzas posibles con todas las izquierdas del mundo excepto con las radicadas en Gales, Escocia e Irlanda, como sale a relucir en una entrevista reciente de Contra el Diluvio.

Decía Jordi Solé Tura a este respecto sobre las distancias geográficas y la lejanía que causan que estas “pueden esfumarse si la indiferencia no se queda en indiferencia ni la indignación en consuelo”. De eso se trata pues.

El legado ecologista de Murray Bookchin nos invita pues, en esta dirección, a considerar las causas sociales y políticas de todos los problemas ecológicos y en no dudar a proponer proyectos institucionales diferentes a los de los Estados-nación. Partiendo desde la base que los problemas ecológicos tienen una naturaleza intrínsecamente social un republicanismo verde se encuentra resumido en eslogan de Bookchin “¡Democraticemos la república! ¡Radicalicemos la democracia!”. Considerando lo radical como la participación local de la gente en todos los quehaceres necesarios para organizar una comunidad soberana, ahí tenemos el latido característico de su confederalismo.

Un impulso, por cierto, que alguna vez latió hasta en el mismo Labour Party de la mano de republicanos como Keir Hardie en los años veinte o de Tony Benn quién en los años noventa llegó a protagonizar un debate parlamentario sobre la monarquía británica y la necesidad de abolirla. Como propuso Benn en Common Sense: new constitution for Britain (Hutchinson, 1993) y resumió en un artículo en The Guardian que el problema reside en que “por encima de todo, la existencia de una monarquía hereditaria contribuye a apuntalar todos los privilegios y patronazgos que corrompen nuestra sociedad; este es el motivo por el cual la Corona goza de tanta importancia para los que dirigen el país o de aquellos que disfrutan de los privilegios que les garantiza”.

El primer gobierno ecologista del conjunto de las islas británicas, puesto que dos miembros de los Verdes tomaran parte en el gobierno, tiene por meta una ambiciosa transición ecosocial

Justamente el historiador Donald Sassoon apuntaba que la causa del fracaso parcial del histórico Espíritu del 45 residía en no mezclar las reformas sociales con los cambios en la organización política del Estado y concluía preguntándose si acaso “los fracasos del gobierno laborista entre 1945 y 1951 no pueden atribuirse al marco que heredó, aunque podría discutirse si su verdadero fracaso no consistió justamente en la preservación de tal marco”.

No es casual que Tom Nairn, uno de los intelectuales de izquierdas escocés de más renombre, “se preocupara no de sí los pueblos de la Gran Bretaña disponían de un potencial radical, sino de que les impedía llevarlo a cabo.”

El Brexit es una de las expresiones de la crisis del Estado Británico contemporáneo, el auge de los soberanismos de izquierdas en Irlanda, Escocia y Gales otra, y el Green New Deal escocés está llamado a hacer estallar por los aires el privilegiado régimen de Westminster y su corrompida Corona. ¿Por qué no hacer del Green New Deal una mecha verde que haga estallar también la monarquía española?

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