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Feminismos
Trans/formarlo todo (I). Notas degeneradas para la abolición del género
No hay bosón sin anti-bosón, no hay triunfo sin revolución.
Eddi Circa.
Al igual que los cuerpos, los corazones mueren de hambre.
James Oppenheim, The American Magazine, 1911.
Presentación. De/generando un debate indebidamente simplificado
El Estado español enfrenta a día de hoy uno de los debates más vampíricos de su historia en lo que respecta a la cuestión de género. Dicho debate plantea una serie de preguntas transformadoras en consideración a la autodeterminación de la corporalidad trans dentro del capitalismo. En ciernes de la aprobación de una ley trans estatal, nuestro escenario nacional conjura por un lado a un sector reaccionario del feminismo, conocido como feminismo radical transexcluyente (TERF), y por otro, a un activismo trans identitario que no opera sino como “una forma fetichizada de relaciones sociales antagónicas” (Cohen, Freedman, and Monk). El punto de partida de este texto es que sendas perspectivas en pugna, en lo que respecta a la exclusión de las camaradas mujeres trans, en el seno del movimiento feminista español, incurren en un error de calado político: la naturalización del género como una categoría desligada del modo productivo capitalista. Por tanto, el objetivo de mi reflexión es bipartito. Por un lado, el deseo de confrontar las dos expresiones de un mismo marco capitalista que denominaré “Abolicionismo de género burgués” y “liberalismo trans”; así como proponer otra vía para el debate, una vía revolucionaria en la que la autodeterminación trans articula la solidaridad dentro de la clase oprimida, y en la que las personas trans y las disidentes sexuales de la clase explotada se organizan tomando la palabra dentro de la vanguardia en la abolición de las condiciones materiales que han determinado su propia identidad, ordenándola socialmente en torno a la miseria. Las mismas condiciones materiales que han reproducido el género como una institución (Belinsky) de la economía política capitalista. Dicha abolición, por tanto, sólo puede llevarse a cabo en el proceso colectivo de romper con todas las cadenas de la sociedad de clases.
La autora de este texto tiene como un principio a defender que la emancipación de las personas trans, así como la emancipación de las mujeres y los sujetos feminizados, como no puede ser de otro modo, tiene un lugar en el movimiento revolucionario, y que combatir la ideología del sexismo oposicional ―la idea de que las cualidades femeninas se alojan en cuerpos femeninos y las conductas masculinas en cuerpos masculinos, tal y como lo define Holly Lewis―, y su consecuencia moral que es la transfobia, es una tarea necesaria en la construcción de una nueva sociedad. Asimismo, este texto bebe de distintas corrientes y escuelas de pensamiento transformador como son el materialismo histórico y dialéctico, el feminismo marxista, la teoría de la reproducción social, el transfeminismo y la floreciente disciplina de los marxismos transgénero y queer.
Son numerosas las compañeras de viaje en un proyecto político abolicionista que empodere a las personas trans, las mujeres y las personas feminizadas de la clase explotada, y con este humilde texto también pretendo recapitular las principales contribuciones teóricas que se han venido desarrollando en otros contextos territoriales, así como replantear las tesis tradicionales del transfeminismo español, de la mano de algunas consideraciones propias, que dan forma a un quinario de glosas como un punto de partida alternativo, y no como una teoría unitaria de la opresión trans en el capitalismo, la cual corresponderá al desarrollo del proyecto revolucionario.
Lejos de tratarse de un asunto marginal, la regulación del género y la sexualidad debe ser entendida como una parte integral del capitalismo y su supervivencia a lo largo del tiempo.
No obstante, las reflexiones presentadas a continuación no habrían sido posibles, en primer lugar, sin las propuestas valientes de autoras y militantes transgénero como Susan Stryker, Sandy Stone o Leslie Feinberg; sin el trabajo pionero materialista queer de la compañera Holly Lewis; sin el enfoque abolicionista del género del Endnotes Collective; las consideraciones de Jules Gleeson que barruntan una política trans en el seno de la abolición comunista de la familia; la propuesta de Kay Gabriel de comprender el género como una estrategia de acumulación capitalista, pero que puede devenir una fuente de placer no alienante; la teoría comunizadora de los cuidados de las camaradas Sophie lewis y Michelle O’ Brien; y, por supuesto, sin la labor intelectual de avanzada que propone la revista de pensamiento marxista contemporáneo Invert, centrada en la liberación de las sujetas feminizadas.
Asimismo, no es inocente la decisión de nombrarme como degenerada al escribir este texto. La doctrina de la degeneración fue producida por la ciencia burguesa, destacando el nombre del médico francés Benedict A. Morel, con la vista puesta en las metrópolis donde comenzaban a aparecer, a mediados del siglo XIX, varones afeminados y mujeres masculinas (Ugarte). El sexismo oposicional, la naturalización de lo que era ser un hombre y una mujer, llevaron a la sociedad burguesa europea a buscar la explicación de las disidencias de género en un proceso de involución biológica y cultural, causado por la decadencia de los nuevos tiempos. Hoy en día, resuenan los ecos de espectros que imprimen (de nuevo) la marca de la degeneración sobre las personas queer. Así, yo he decidido reapropiarme de dicho término de una forma similar a la que lo hace la revista Invert cuando expone que la Invertida indica una totalidad, una unidad de oposición dentro de la desviación sexogenérica; que permite acoger la solidaridad entre homosexuales, transexuales, travestis y cualquier desposeída del orden sexual y de género, así como pensarnos desde los verdaderos antagonismos que habitamos.
Finalmente, no quisiera quedarme sin decir que afronto con toda mi humildad, y totalmente abierta a venideras críticas, una empresa política compleja: la de abordar las posibilidades radicales que manan de abrazar la demanda de la abolición del género (espacio intelectual colonizado por el feminismo trans-excluyente) desde la liberación trans. Tal y como planteaba Leslie Feinberg en su dedicatoria inicial de Transgender Liberation: A Movement whose Time has Come , se trata de emplear una vieja llave ―marxista― para abrir nuevas puertas, se trata de devolver la historia de la sexualidad y el género a la historia de la propiedad (Chitty). Miquel Missé planteó dialécticamente, en las jornadas estatales feministas de 2009 celebradas en Granada, que lo Trans no debe ser únicamente sinónimo de reproducción, sino también de resistencia. Con este texto pretendo, y espero conseguir, que el que fuese nuestro legado de resistencia trans/feminista se totalice en revolución. Transdegeneradas proletarias del mundo, no nos conformemos con menos que con Trans/formarlo todo.
Nota I 〜 Sexo y género, del pensamiento queer al comunismo
La historia de la diferencia sexual es una historia de contratos. Nadie es libre de su crianza. Por tanto, comprender cómo el capitalismo desarrolla nuestras vidas pasa por comprender el oikos (hogar) en tanto que da forma a la historia (Gleeson, O’ Rourke). El capitalismo como modo productivo requiere circuitos de circulación y consumo, pero también de reproducción social. Así pues, lejos de tratarse de un asunto marginal, la regulación del género y la sexualidad debe ser entendida como una parte integral del capitalismo y su supervivencia a lo largo del tiempo (Gleeson and O’ Rourke). En esta misma línea, Christopher Chitty sostuvo que “la sexualidad sólo puede tornarse problemática para aquellas sociedades en las que las comunidades productoras han sido separadas de sus medios de producción, pues tal separación desacopla la reproducción biológica de la reproducción de la propiedad de dichos medios”. A partir de ese momento, será necesario institucionalizar la unión entre la reproducción biológica y la reproducción social del capitalismo.
Dicha institucionalización la encontramos en la familia monogámica capitalista, pero sigue siendo necesario un mecanismo que naturalice las relaciones sociales que se dan en el seno de la misma. Llegados a este punto, sostengo mi primera tesis: hablar del esquema sexo-género (como lo conocemos hoy) es, en verdad, hablar del fetichismo de la diferencia sexual, que inscribe en la “naturaleza” las mismas relaciones sociales de propiedad que la familia, en tanto institución garante de la reproducción social del sistema capitalista, custodia; siendo así indivisible de la misma. En otras palabras, la diferencia sexual opera para el capitalismo como una forma dialéctica ―entre lo biológicamente posible y lo socialmente necesario (Lewis, H)― que sitúa su economía política (históricamente específica) en la “naturaleza” de nuestro propio cuerpo como un atributo inmemorial ―a este respecto, cabe tener presente que lo eterno, así como lo ahistórico, se oponen a una visión dialéctica del mundo, y que, a menudo, “natural” viene a significar ahistórico (Lewis, H).
No obstante, para poder comprender cómo la diferencia sexual (1) tiene su origen en la familia capitalista, se hace necesario desarrollar el concepto de reproducción social. La reproducción social es la reproducción de las estructuras que determinan un modo de producción. Así, la reproducción de la familia implica la asignación al sexo femenino ―así como a quien ocupe una posición social feminizada― de un no-trabajo necesario para convertir el trabajo muerto en mano de obra dispuesta para la producción de plusvalía:
“El capital parte, aunque lo oculte en su sistema jurídico, no del individuo, sino de la familia como unidad celular básica de la sociedad; no sólo porque le interesa la reproducción biológica de la especie en general, y de la burguesía en particular, sino porque le interesa la reproducción física de la clase obrera como tal clase” (La Forja).
Del mismo modo en que Marx señaló que la esfera de la producción permanece oculta en el destello de la mercancía, lo que denominaría “la oculta sede”, Jordy Rosenberg señaló que el trabajo reproductivo en el capitalismo comportaba una “sede más oculta”, la del hogar, sobre la que reposa la producción misma. Así, la reciente teorización comunista, queer y feminista en torno al género busca, cada una a su modo, dar respuesta a los procesos sociales que perpetúan la “más oculta sede” de la producción capitalista. Poniéndolo en palabras de mi compañera Holly Lewis: “El género social y la gestión de la sexualidad bajo el capitalismo están determinados por la lucha sobre quién paga lo que es necesario para que la clase trabajadora se reproduzca socialmente”.
Estamos desafiando todo aquello que se nos dijo que era parte de la naturaleza.
Uno de los primeros trabajos comunistas prósperos en torno al concepto de género lo encontramos en el ensayo La lógica del género (The Logic of Gender: On the Separation of Spheres and the Process of Abjection), del colectivo Endnotes. Dicho texto define la generización como “el anclaje de cierto grupo de individuos a una esfera específica de actividades sociales” y agrega que el sexo no es sino “la naturalización de la proyección dual del género sobre los cuerpos, agregando así diferencias biológicas a diferentes apariencias que son naturalizadas.” La clave teórica de este ensayo fue la incorporación de dos categorías al análisis de la división social del trabajo, a saber, esfera directamente mediada por el mercado (DMM) y esfera indirectamente mediada por el mercado (IMM). Así, el género sería el mecanismo mediante el cual el grupo social a quien se le presupone una capacidad de reproducción biológica es asignado a la esfera indirectamente mediada por el mercado. Con sus limitaciones históricas, este texto supuso la piedra angular de los primeros diálogos entre el materialismo y el pensamiento queer.
La nefanda teoría queer comparte con el marxismo una mirada en la que tanto el cuerpo sexuado como su abstracción cultural forman parte de una misma relación social (más carente de historicidad en el caso de la primera). Para comprender lo que el género significa para el pensamiento queer, así como la importancia que esta perspectiva desnaturalizadora siempre ha tenido para el marxismo, resulta ilustrador reparar en el siguiente fragmento de Judith Butler en Bodies that Matter:
“El género no debe ser concebido como la mera inscripción cultural de significado sobre un sexo (concepto jurídico) preconcebido; el género tiene que designar el propio aparato de producción mediante el cual los sexos mismos quedan establecidos. Como resultado, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza. El género es el medio cultural/discursivo por el cual la ‘naturaleza sexada’ o el ‘sexo natural’ es producido y establecido como ‘prediscursivo’, anterior a la cultura, como una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura” (Butler).
Rosa Lee señala en Judith Butler’s Scientific Revolution: Foundations for a Transsexual Marxism que el gran punto en común entre la noción butleriana de género y la noción marxiana de capital es que ambos están sujetos a procesos de naturalización: los “regímenes de género” se presentan como un “siempre así”, del mismo modo en que la especificidad del capitalismo como sistema es oscurecida por historias del “sólo así” que extienden de forma anacrónica las prácticas e instituciones modernas a un pasado pre-capitalista. Esta naturalización burguesa es la que (re)produce el dimorfismo sexual, ocultando así que la forma en que se interpreta normativamente un cuerpo depende de la forma en que se organiza socialmente la vida material en un periodo histórico determinado:
“En las sociedades capitalistas desarrolladas, el dimorfismo sexual estricto es promovido como la base de todo lo que se considera natural, pero entre bastidores el dimorfismo sexual es producido y mantenido por medio de intervenciones quirúrgicas en las criaturas intersexuales, y por medio de la producción de mercancías destinadas a normalizar y dar forma a las características sexuales secundarias: la cera para las piernas, las pinzas para las cejas, los cosméticos, los suplementos para culturismo, etc” (Lewis).
Asimismo, la noción queer de performatividad ha sido empleada para describir la temporalidad de la categoría marxista del capital. En esta línea fue que Cinzia Arruzza enunciaría la siguiente tesis:
“Mientras que Butler habla del género como una 'temporalidad social constituida', Marx describe la mercancía y el capital constante como cristales de tiempo de trabajo abstracto objetivados: en ambos casos, tenemos una reificación del tiempo como relación social. En Butler, la espacialidad del género, a saber, su inscripción en el cuerpo, no es sino temporalidad social constituida, en otras palabras, actos sociales realizados en el pasado. Del mismo modo, para Marx el tiempo de trabajo objetivado y pasado se opone como espacio al tiempo presente del trabajo vivo. Mientras que Butler niega que el género es un hecho, insistiendo que el género está constituido constantemente mediante la repetición de actos performativos a lo largo del tiempo, Marx insiste en que el capital no es una cosa, sino un proceso de autovalorización del valor que implica la repetición de la apropiación de plusvalor tanto como la repetición de los circuitos del capital y su unidad. Uno podría decir que mediante estas repeticiones el capital se performa a sí mismo”.
Posteriormente, cabría destacar la producción de dos textos en lo que respecta a las alianzas teóricas de la mirada queer y el materialismo histórico y dialéctico: el editorial del volumen I de la revista Invert y El género como una estrategia de acumulación capitalista de Kay Gabriel. Así, Invert asevera que “las relaciones antagónicas de sexo y género que constituyen el mundo que habitamos se presentan ante nosotras como características naturales de los propios cuerpos. Mientras que en nuestra cultura queer liberal actual, la desnaturalización de presencia corporal es aplaudida como un proceso de agencia individual, las verdaderas relaciones sociales se mantienen intactas"; y añade: “que todas estas relaciones queden inscritas sobre el cuerpo no significa que nuestro análisis deba permanecer en el terreno de la corporalidad” (Cohen, Freedman, and Monk). De este modo, las autoras se desmarcan de los pasados marcos post-estructuralistas que capitanearon los estudios transgénero para resituar la liberación trans desde una mirada del mundo en que “el ser social determina la conciencia” (Marx). En el mismo número de la revista, Kay sitúa el género en la esfera de la ideología capitalista “no como un peyorativo de falsa conciencia, sino en el sentido descriptivo de la representación conceptual de relaciones sociales” (Gabriel), y como “la impronta subjetiva de la simbolización de la diferencia sexual” que “asume para el capital la forma de una estrategia de acumulación, un andamiaje ideológico que sostiene una división desigual del trabajo” (Gabriel).
Quisiera terminar esta nota recuperando el valor político de las palabras de Leslie Feinberg a la revista TransSisters en 1993, cuando declaró que “(las personas trans) estamos desafiando todo aquello que se nos dijo que era parte de la naturaleza”, pues en la desnaturalización de las relaciones sociales (de propiedad) naturalizadas por el capitalismo es donde echa raíces la violencia ―correctiva― contra quienes traspasamos los mandatos de género, que no son sino los mandatos de la reproducción social. Tal proposición será la llave con la que comenzar a desatrancar los cerrojos del liberalismo trans y del abolicionismo de género burgués, que han mantenido la emancipación de las personas trans cautiva tras una misma y vetusta puerta: la del estado burgués.
(1) Me encuentro frente a una contradicción, pues carezco de una palabra adecuada para nombrar material y dialécticamente la relación social que hoy el feminismo recoge bajo la abstracción del “género”, ya que la diferencia sexual como tal precede a las formas de masculinidad y feminidad naturalizadas en el capitalismo. Como una suerte de remiendo, propongo entender la diferencia sexual como la forma históricamente específica que el sexo (como relación social material) toma en el punto histórico concomitante a la revolución burguesa, tras la cual la reproducción biológica se pone al servicio de la reproducción de las clases sociales bajo el capitalismo.
- Las partes segunda y tercera del presente artículo serán publicadas los días 8 y 15 de junio.
- La versión en catalán del texto ha sido publicada por la revista Catarsi.
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Se ve que tanto a transfobas TEFF, como a truscum's neuro-sexistas, les escuece mucho que se empiece a reivindicar el Abolicionismo del Binarismo y del Sistema Sexo-Género (sistema acuñado por Gayle Rubin, 1984; Lesbiana y pionera Queer, muy influyente en el verdadero RadFem histórico). También se ha de destacar a Monique Wittig, también Lesbiana Queer y RadFem, que escribió "Las lesbianas no somos mujeres"
https://paroledequeer.blogspot.com/2012/03/monique-wittig-monique-wittig-en-sus.html
Menos lobos Caperucita, al capitalismo no se le combate con pajas mentales, , si realmente quien escribe es marxista lo debería tener muy claro, pero no lo es, la clase obrera hoy por hoy está complicado ser liberada, la revolución delas las masas no será posible cambiando de "sexo" se hará con organizacion programa y otras cuestinos que no voy a nombrar, y hoy por hoy está lejos, ósea, menos pajas y no te llames marxista
"...una vía revolucionaria en la que la autodeterminación trans articula la solidaridad dentro de la clase oprimida". Los hombres no son la clase sexual oprimida, son la clase sexual explotadora. La oprimida es la mujer.
Buenísimo texto, muchísimas gracias, ya era hora de que no permitiéramos que las transfobas se apropiaran del abolicionismo de género. Y si alguna TEFF (Trans-Excluyente Falsa Feminista), o algún TENF (Trans-Excluyente No-Feminista), se preguntan, entonces, ¿QUË ES SER MUJER?, la respuesta os la da el blog Rebelión Feminista: https://rebelionfeminista.org/2018/08/28/que-es-ser-mujer/ --> «Ser mujer es ocupar la posición política femenina en el sistema patriarcal de géneros, posición a la que se accede al socializar e interiorizar las relaciones de poder que “corresponden” a una mujer en la sociedad patriarcal. El proceso por el cual la persona absorbe la cultura, se integra en la sociedad y conquista su propia personalidad recibe el nombre de socialización».
¿Qué es ser mujer? Lo que los hombres dictaminen que es ser mujer. Erotizar e idealizar la opresión que sufre el sexo opuesto y adoptarla como identidad, blindando el sufrimiento infringido históricamente sobre las mujeres como intrínseco a su esencia. ¿Qué es ser mujer? Una costilla, un pensamiento, un objeto que moldear a vuestro antojo. Nada más.
Un hombre nunca podrá ocupar la posición política del ser mujer, porque es hombre. Un hombre que a los 50 se piensa mujer, no se ha socializado como mujer. Pero tampoco un niño. Nunca habrá tenido la experiencia de ser socializado como mujer sino como niño trans. Son categorías diferentes. Los hombres afeminados no son mujeres ni se han socializado como mujeres ni son oprimidos como mujeres. No niego que sufran opresión, pero no es opresión DE MUJER.
¿Abolición del género? ¿Propiedad...? Me parece que estamos hablando de un neo-maltusianismo genocida.
No voy a explicar lo que dice la neurociencia respecto al género pero voy a explicar lo que hace la abolición del género a las personas trans:
Como no puedo decir "c*ño" o "p*lla", voy a hablar de órganos reproductores y, si hablo de órganos reproductores hablaré de genitales.
Si aproximamos una lupa a los órganos reproductores masculino y femenino nos encontraremos una serie de hormonas que hacen que esos órganos se conviertan en genitales.
Cuando hay una disfunción en estas hormonas, nos encontramos que los geniales de esa o esas personas no corresponden con lo que llamamos su identidad.
La identidad está producida por un sin fin de hormonas, entre ellas las de los órganos reproductivos y esas hormonas de los órganos reproductivos, junto a otras, componen algo a lo que llamamos género.
El género se almacena en una parte del cerebro a la que llamamos "anteponente asparál" y en esa parte del cerebro se almacenan las hormonas.
Si no os lo creéis poned vuestra mano en la parte trasera inferior izquierda de vuestra cabeza, lindando con vuestra nuca, y descubriréis que vuestras hormonas se activan.
Si aun así no os lo creéis, miraros al espejo desnudez y decidme porqué tenéis genitales.
Y, si aun así no os lo creéis, asomaros por la ventana hacia algún lugar al aire libre y decidme porqué sentís un ligero cosquilleo cerca de la nuca donde os he indicado.
El exterminio que se quede para los nazionalitos.
Nadie pone en duda lo perjudicial del --falso-- abolicionismo (que más bien es negacionismo) de género, que ahora parece que es la moda entre transfobas, y que en realidad es biologicismo sexista. Nadie se va a creer nada de lo que pones, NO existe ni la palabra "anteponente", ni eso de "ASPARÁL", ni ambas juntas, deja de inventar, NO CUELA, eres claramente: TROLL TEFF -- TRANSFOBO/A -- o TRUSCUM (Endo-Transfóbic), que pretendes hacer creer que el NeuroSexismo sigue vigente en el colectivo Trans, y te equivocas.
Las tesis de Barón Cohen sobre los supuestos "dos cerebros", buena parte, sino toda, la psicología evolucionista, las tesis de Jordan Peterson, etc. En fin, tesis que ya han sido desmontadas por Catherine Vidal o Daphna Joel y colegas. Si quieres saber más te recomiendo la web "Cultura y evolución", así como su cuenta de Facebook, y la web Ciencias del Sur. Se desmontan muchas tesis del biologicismo cognitivo.
En primer lugar, el género no se deduce de las hormonas, porque el género es un sistema de producción, categorización y distribución de roles a nivel histórico y sociocultural, que se sirve de la biología, ordenándola biopolíticamente, pero que no tiene un ajuste exacto con ella. En segundo lugar, la biología sexual no se reduce a las hormonas, sino que comprende varios tipos de caracteres sexuales primarios y secundarios, que en algunos casos tienen una distribución más bimodal, y en otros más espectral. Básicamente tu tesis es que una mujer dejaría de tener un rol femenino por tener mucha testosterona, y eso es una estupidez. Saludos.
Y quizás usted no hablé de neurociencia, pero yo sí lo haré:
Tenemos el estudio de Daphna Joel, , experta neurocientífica y autora de una de las investigaciones más prestigiosas sobre la sexación del cerebro. Joel afirma que el cerebro no tiene sexo a nivel cognitivo y apoya su afirmación en los resultados de un estudio publicado en 2015 en la revista científica PNAS (órgano oficial de la National Academy of Sciences de EUA, pnas.org) que se basa en el análisis a través de imágenes por resonancia magnética de 1.400 cerebros humanos. La científica es contundente: “Apoyar esta dualidad ha sido hasta ahora un modo simple de explicar, y justificar, el mundo en que vivimos”.