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Sílvia Orriols y la etnia catalana: etnonacionalismo, globalización y seguridad
           
        
        
En el programa “Cafè d'Idees” de RTVE,  del pasado 9 de abril, la alcaldesa de la ciudad catalana de Ripoll se ganó  cierta notoriedad con unas declaraciones sorprendentes en un contexto  electoral. Entrevistada por la reconocida periodista Gemma Nierga, la señora  Orriols afirma que no colabora con las ONG porque dedica sus esfuerzos a la  labor “noble y justa” de preservar la identidad catalana, que, según  ella, está en riesgo de desaparición. Esperaba que la entrevistadora le preguntara  cuántas veces va al cine o al teatro al mes. También podría haberle preguntado  cuántas iniciativas de crowdfunding para la promoción de la cultura popular  catalana ha apoyado.
A medida que la entrevista aborda las cuestiones  de fondo, la falta de comprensión de los conceptos, combinada con el discurso  caótico de Sílvia Orriols, ha quedado magistralmente puesta en escena. La  formulación de las preguntas sobre su idea de identidad y pueblo catalán lleva  implícita una confusión que la alcaldesa no ha percibido.  Nierga: “Ya que habla de identidad  catalana, que está detrás de todos sus discursos, ¿qué son para usted los  catalanes?” Orriols: “Mi pueblo, básicamente.” Es fundamental distinguir los  matices entre identidad y pueblo para evitar caer en semejante trampa. Se  percibe que la alcaldesa de Ripoll ha construido su narrativa escuchando los  discursos de las élites nacionalistas e independistas de Cataluña, sin  realmente entender los matices. Uno tiene la sensación de que la visión Silvia  Orriols sobre los migrantes se basa principalmente en conversaciones de bar y  charlas entre ella y sus antiguas compañeras de trabajo en las cadenas de las  fábricas del Ripollès. Su concepción de identidad, nación y pueblo catalán es  una amalgama de ilusiones, especulaciones y palabras vacías para impresionar o  quizás engañar a sus seguidores.
Cuando Sílvia Orriols dice que quiere proteger a  su pueblo, no queda claro si se refiere a su localidad de residencia o al  pueblo catalán. Esto lleva a la periodista preguntar enfáticamente: “¿Te  refieres a Ripoll?”. Recordemos que la notoriedad de la señora Orriols tuvo  lugar después del atentado de Barcelona perpetrado por jóvenes de origen  migrante procedentes de la localidad de Ripoll. Aquel trágico suceso conmocionó  a España y al mundo en agosto de 2017. Estos jóvenes, integrantes de una célula  del islam que defiende una práctica extremista de la fe musulmana, sembraron el  terror en Las Ramblas de Barcelona, atropellando con una furgoneta a numerosos  peatones, causando la muerte de 16 personas y dejando a más de 100 heridos.
Ayudada por el sensacionalismo de los medios de  comunicación, Sílvia Orriols antigua integrante de las juventudes de Esquerra  Republicana de Catalunya (ERC) que se presentaba en la entrevista como una  militante y seguidora de Carles Puigdemont, crea su propio partido político en  2021. No ha dudado en explotar la tragedia de Barcelona en su beneficio.  Aliança Catalana arrasó en las elecciones locales con el 30,76% de los votos,  desbancando a Junts, el partido de Carles Puigdemont, que obtuvo el 16,68%.  Desde que asumió el cargo de alcaldesa, no ha dejado de ocupar los titulares de  los medios con sus acciones y decisiones en contra de las personas migrantes,  principalmente de los colectivos musulmanes, aunque ello suponga ir en contra  de la mayoría de sus vecinos. Algunas de sus decisiones rozan el absurdo, como  la censura, a mediados de abril, del cartel ganador de la votación popular para  la fiesta mayor de la ciudad porque incluía la imagen de una mujer con velo.
La paradoja de Sílvia es que su fragilidad  intelectual y la pobreza de su discurso son al mismo tiempo el combustible de  su creciente popularidad, fundamentada en la confusión de conceptos, eslóganes  cortos, afirmaciones sin fundamento y a menudo erróneas. En la entrevista, la  señora Orriols asocia la nación catalana con un grupo étnico y confunde  “etnia catalana” con “raza catalana”. Según ella, los  catalanes forman un grupo étnico y una raza desde el punto de vista lingüístico  y cultural. Afirma que los catalanes comparten una singularidad, una historia,  unos valores y una ética. ¡Una ética! Así es, los catalanes son un pueblo  diferente del resto de europeos con los que comparten valores. Lo que Sílvia  Orriols nos está diciendo es que los catalanes son una etnia en oposición a las  etnias española, gallega, andaluza o vasca.
Las declaraciones de Sílvia Orriols han  provocado diversas reacciones en España y Cataluña. En España, las palabras de  Sílvia han generado dos tipos de reacciones entre la izquierda y la derecha.  Mientras la izquierda establece un vínculo entre el discurso de Aliança Catalana y Vox en materia de migraciones, la derecha ve en las declaraciones de  la alcaldesa de Ripoll las consecuencias del nacionalismo catalán promovido por  las élites catalanas. En Cataluña, hemos tenido reacciones un tanto  contradictorias al intentar de descreditar a la señora Orriols a la vez que  apelan a un cierto esencialismo nacional. Por un lado, se ha rechazado el  esencialismo de Sílvia Orriols, que tildan de racista y xenófoba; por otro, se  ha intentado defender la singularidad catalana. Debido a la falta de espacio,  volveremos a ello en otro momento.
Aliança Catalana es para el independentismo catalán lo que Vox había significado para el Partido Popular en su momento. Recordemos que antes de la irrupción de Vox se esgrimían argumentos según los cuales no existía extrema derecha en España. Ahora toca que el independentismo catalán admita que hay gente en Cataluña cuyos ideales de nación difieren sustancialmente de los de la élite convencional. Cuanto antes admitan este hecho, antes podrán reorientar el proyecto de país que han vendido durante las últimas décadas y que muchos residentes de Cataluña no hemos comprado. Es decir, un nacionalismo esencialista, pero integrador y contrario al etnonacionalismo de la señora Orriols.
Etnonacionalismo o distopía colectiva
¿Por qué la inmigración es el foco de la  narrativa política? ¿En qué consiste esta noción según la cual se debe  priorizar los intereses de los nacionales sobre las personas migradas? ¿Por qué  molesta que los extranjeros reciban los mismos tratos que los nacionales? En  nombre de una identidad nacional o étnica, ¿se debería valorar más la humanidad  de una persona nacional, por encima de la de un migrante?
En un debate entre Souleymane Bachir Diagne y el  antropólogo francés Jean-Loup Amselle, publicado en formato de libro en 2018,  titulado En quête d’Afrique(s). Universalisme et pensée décoloniale, el filósofo senegalés define el  etnonacionalismo como una forma de nacionalismo estrechamente vinculada a la  identidad étnica. A diferencia del nacionalismo tradicional, que se centra en  el interés y la identidad nacional de un Estado o una nación (España, Cataluña,  Euskadi, etc.), el etnonacionalismo pone el foco en priorizar los intereses de  un grupo determinado en función de características ontológicas, raciales y/o  culturales. A partir de este momento, los fundamentos de la unidad nacional se  ven fragmentados y los propios integrantes de la nación se ven clasificados entre  superiores e inferiores. Para los movimientos etnonacionalistas, la identidad  del grupo (la etnia) a menudo se considera el elemento esencial de la  nacionalidad y confiere o niega de facto la legitimidad política.
El discurso del etnonacionalismo es una especie de reminiscencia del Far West a la europea. Es una evocación de mitos y leyendas acompañadas de imágenes de la antigua y vieja Europa. En este caso, el etnonacionalismo es una distopía que, ante el fracaso del europeo de comprender el mundo globalizado y la ansiedad provocada por este fracaso, recrea y apela constantemente al imaginario colectivo como en una película Western en la que la vida en la frontera, los vaqueros, los forajidos y los pueblos del salvaje oeste forman parte del imaginario colectivo americano.
El discurso del etnonacionalismo supone una evocación de mitos y leyendas acompañadas de imágenes de la antigua y vieja Europa
Debemos reconocer que el etnonacionalismo bebe  de las fuentes de las producciones universitarias y los discursos de los  intelectuales. No se han dedicado suficientes esfuerzos a explicar a los  españoles, franceses, italianos y alemanes que sus instituciones son  históricamente responsables de la desaparición de culturas, lenguas e  identidades en otros lugares del mundo en nombre del bienestar, la cultura, la  lengua y las identidades que hoy dicen defender. Desgraciadamente, “el  pasado siempre esconde el futuro que no imaginamos”, según el cineasta  haitiano Raoul Peck en su ensayo fílmico Exterminad  a todos los salvajes (2021).
En esta travesía etnonacionalista, Sílvia  Orriols y Santiago Abascal de Vox (Voces en latín) se dan la mano a la vez que  chocan. A diferencia de Vox, que estructura su discurso en torno a otras  cuestiones como el género, la ecología o la unidad de España, para defender los  intereses de una categoría de españoles, Silvia Orriols arremete contra las  creencias religiosas y los hábitos culturales de los migrantes musulmanes y  sudamericanos, convirtiendo la cuestión religiosa y lingüística en su caballo  de batalla. Pues tanto el islam como la lengua española representan una  verdadera amenaza a la identidad catalana.
Tanto Vox de Abascal como Aliança Catalana de Orriols centran su discurso esencialmente en la protección de la lengua, la cultura, la religión u otras características específicas de las etnias catalanas y españolas. La Cataluña de la Edad Media es para Silvia Orriols lo que es el Imperio español para Santiago Abascal. Por esto mismo no sorprende que las posturas de Orriols y Abascal entren en conflicto. Orriols reclama la autodeterminación o la independencia para su grupo étnico, en oposición a un Estado central percibido como opresor o como una amenaza para su identidad de la etnia catalana. Para Abascal, la grandeza de España consiste en preservar la memoria de la “época gloriosa” que vincula a los españoles con el imperialismo y la dominación española y, de paso, con la unidad y el centralismo del Estado.
Inmigración, globalización y seguridad humana
Hace más de treinta años, en 1992, el secretario  general de las Naciones Unidas, Boutros Ghali, publicó el texto de la ONU más  comprometido con los desafíos de la globalización. Agenda para la paz es más que un informe, es un grito y una  invitación a los líderes mundiales para que consideren las consecuencias de la  injusticia y la inseguridad social para la gobernanza global. El texto señalaba  que la desigualdad económica entre el Norte y el Sur global es el principal  problema de la globalización, advirtiendo que se convertiría en uno de los  factores de conflicto entre pueblos que siempre han vivido juntos.
No es necesario referirse a África o  Latinoamérica para entender los argumentos de Boutros Ghali. Desde el Peñón de  Gibraltar, el visitante solo tiene que girar la vista noventa grados para  contemplar las Sierras de Algeciras y el Monte Hacho de Ceuta (territorio  español en el continente africano). Con una población de unos 31.000 habitantes  y un PIB real per cápita alrededor de 70.000 euros, Gibraltar no tiene  prácticamente parados. Sin embargo, su papel de paraíso fiscal es también bien  conocido. En 2023, la Comisión Europea clasificó este territorio como uno de los  menos cooperativos en materia de lucha contra el fraude y la evasión fiscal. La  evasión fiscal es el principal motivo de la precariedad social que sufren  muchos seguidores de Sílvia Orriols y Santiago Abascal, pues esta se traduce en  menos médicos y profesores, y fomenta los trabajos precarios y la explotación  en el mercado laboral.
Al cruzar la frontera, nos encontramos en La  Línea de la Concepción, el municipio con la mayor tasa de desempleo en España:  29,3% en 2022, seguido de Ceuta (28%), que está al otro lado del charco. Se  estima que el 49% de los trabajadores de Gibraltar son transfronterizos. Lo que  represente más de 15.500 personas, el número de trabajadores de Gibraltar que  viven en territorio español. Una empleada doméstica gana una media de 1.200 a  1.500 euros en Gibraltar, mientras que la misma trabajadora ganaría apenas 700  euros al mes en La Línea de Concepción. Una mirada crítica al PIB nos  proporciona una clara perspectiva sobre la disparidad económica entre Gibraltar  y La Línea. Pero no pasa nada. Alguien les ha dicho a los frustrados habitantes  de La Línea que algún día España recuperará Gibraltar y todos sus problemas  quedarán resueltos. En las elecciones autonómicas de 2022, VOX se posicionó a  tan solo 700 votos del Partido Socialista y a casi la mitad de los votos que el  Partido Popular en la localidad de La Línea de la Concepción.
Las razones que impulsan a una señora española a  cruzar la frontera para trabajar todos los días en Gibraltar son las mismas que  mueven a cualquier señora marroquí, y se denominan “inseguridad humana”. En  2000, Amartya Sen articuló una brillante reflexión sobre en el congreso  internacional sobre seguridad humana. Según Sen, la inseguridad humana no se  limita a la falta de seguridad física, sino que abarca un conjunto más amplio  de privaciones y vulnerabilidades que repercuten en el bienestar de las  personas. En este caso, la disparidad económica entre regiones no solo se  traduce en diferencias de ingresos, sino que también puede incidir en las  oportunidades educativas, el acceso a los servicios de salud, la inseguridad  política y medioambiental, y la falta de estabilidad social y democrática.  Esto, a menudo, convierte la sociedad en un infierno y el vecino el  demonio. 
El infierno es el Otro: cuando el odio es la esperanza
Europa atraviesa un período convulso y una  crisis de existencia. Sartre creía que las personas no nacemos con un propósito  o naturaleza predeterminados (como la etnia catana de Sílvia Orriols), y que la  singularidad de la existencia humana se define por la relación que establecemos  con nuestro entorno y con nosotros mismos. En este punto, el filósofo francés  coincide con la fenomenología del alemán Martin Heidegger, para quien nuestra  relación en el mundo (nuestra existencia cotidiana) difiere de nuestra relación  con el mundo, entendida como nuestra conciencia de “nuestro ser en el  mundo“. Sartre confiere una importancia crucial a nuestra relación con el  mundo (nuestra relación consciente), porque está sujeta a nuestra experiencia,  visión y percepción del mundo.
Para el autor de El existencialismo es un humanismo, a través de nuestra interacción con los demás dejamos de ser una pura conciencia que observa el mundo para convertirnos en una que es observada por otras conciencias. Hoy en día, el europeo (ya sea de etnia catalana, española, o vasca) tiene como vecinos a personas que durante siglos han sido consideradas inferiores. Allá donde va, se encuentra con ellos. En su encuentro con estos “extraños”, la persona de etnia española, catalana, gallega, valenciana, andaluza o burgalesa se convierte en el objeto de la conciencia de los negros, moros y sudacas. Se convierte en el objeto del ”descentramiento“ del mundo, tomando prestadas las ideas de Sartre.
Hoy en día, el europeo tiene como vecinos a personas que durante siglos han sido consideradas inferiores
Allí fuera, en este lugar de encuentro llamado  “mundo globalizado”, la subjetividad del europeo se desvanece y, en su  conciencia, se enfrenta a un peligroso proceso de “cosificación”. No estaba  preparado para ello, no se le había enseñado ni se había imaginado un mundo  así. El europeo siente la angustia de ser visto, observado e incluso  antagonizado por los negros, moros y sudacas. Pero no puede reaccionar. El Otro  conoce su pasado y sabe lo que piensa. De modo que entra en un estado  esquizofrénico, de negación, inmovilismo y tal vez de autodestrucción. La mejor  analogía esta situación se encuentra en la obra de Sartre Huis Clos. Tres personas son encerradas en una habitación y se ven  obligadas a conocerse entre sí. Sometido al juicio de Inès y Estelle, Garcin se  siente angustiado y atormentado, pero no se atreve a salir de la habitación y  grita “L'enfer, c'est les autres” (el infierno son los otros). Sartre diría  luego en una entrevista: “Lo que quería señalar es precisamente que muchas  personas se atrincheran en un conjunto de hábitos y costumbres. Llevan dentro  de sí mismos algo que les hace sufrir, pero que ni siquiera intentan cambiar.  Estas personas están probablemente muertas”.
Ante las preocupaciones y las ansiedades  generadas por la inmigración, los movimientos etnonacionalistas no intentan entender  la complejidad del asunto. Solo se limitan a exigir su derecho exclusivo a la  seguridad humana. Claman alto y claro que la seguridad humana se restrinja a  una categoría de personas, las de su grupo étnico. Tras haber identificado, o  tal vez no, la gravedad del mal reparto de los recursos y a falta de coraje  para pedir un sistema de distribución más justo, que dignifique las vidas de  los más necesitados, ofrecen un sueño que ellos y sus seguidores saben  inalcanzable. Convierten los murmullos en los bares y las fábricas en canciones  de verano para llenar plazas y polideportivos y se posicionan como defensores  del pueblo cuyas condiciones de vida merecen ser la prioridad de los  gobernantes.
Las víctimas del etnonacionalismo no son las  personas migrantes, sino los frustrados del Estado de bienestar, los padres de  familia que no llegan a fin de mes y las madres de familias numerosas que  acumulan trabajos precarios para alimentar a sus hijos. Pues ni el objetivo es  conseguir que los pobres que defienden puedan subir al ascensor social en una  sociedad capitalista, ni lo es la defensa de la lengua y la cultura ni, mucho  menos, la reducción del tiempo de espera en el acceso a los servicios públicos.  Todo el sueño del etnonacionalismo es maximizar sus propios beneficios dando  voces a quienes no tienen. Si el etnonacionalismo triunfa no es por la  fortaleza de su discurso sino por la fragilidad social de sus seguidores,  producto también del progresivo desmantelamiento del Estado benefactor en todos  los países europeos.
Es hora de que los españoles sepan que no pasa nada si se cruzan con una persona de piel negra en el ascensor, que no deben alarmarse si ven a un grupo de personas con trajes tradicionales formando filas rectas detrás de un líder agachándose y tocando el suelo con la frente en un espacio público dos veces al año. Ya es hora de decirle a los españoles, a los catalanes, que es normal que tengan miedo de perder su identidad. Otros pueblos en América Latina, Asia y África han pasado por este miedo y sobrevivieron, a pesar de haber perdido gran parte de sus legados ancestrales. Mientras tanto, y pese a los esfuerzos muchas veces absurdos, como el hecho de levantar muros aquí y allá, a pesar de las campañas de antirracismo a través de los talleres de multiculturalidad o interculturalidad organizados por todas partes, las personas migrantes continuarán siendo estos eternos fantasmas saltando las vallas y zarpando por el mediterráneo. Seguirán siendo estos sujetos en eterno tránsito en las fronteras invisibles, apareciendo y desapareciendo en los medios de comunicación durante las campañas electorales.
Filosofía
        
            
        
        
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