Filosofía
Políticas de la imaginación
La imaginación es una facultad a la que se ha prestado poca atención en el discurso filosófico. Sin embargo, la lógica materialista exige de ella para pensar el futuro.

Marx. Miles y miles de páginas volcadas en el análisis del presente, un denodado esfuerzo por desentrañar los mecanismos que explican el funcionamiento de la sociedad de su tiempo. Haciendo pie en el pasado, donde pretende encontrar las claves explicativas del proceso de la historia, Marx y Engels entienden que su tarea fundamental pasa por la exhaustiva comprensión de las dinámicas del capital como hecho diferencial de su sociedad contemporánea. Comprender para transformar. Porque de lo que se trata, lo sabemos desde la archicitada tesis 11 sobre Feuerbach, es de transformar el mundo. Y sin embargo, apenas unas líneas sobre el resultado de esa transformación. Una obra que manifiesta abiertamente como empeño crear una nueva sociedad pero que, sin embargo, apenas dedica espacio a su descripción. Nada más allá de las vaguedades de un programa de transición, presentado en El manifiesto comunista, las interesantísimas, pero muy breves, referencias a una sociedad de la diferencia en la Crítica del programa de Gotha y las referencias, sembradas aquí y allá, sobre un periodo de transición al que, de manera harto desafortunada, se denomina dictadura del proletariado.
Resulta tremendamente significativo comparar el contenido de dos cartas salidas de la mano de Marx. Una, dirigida a Ruge en fecha muy temprana, mayo de 1843, en la que apunta lo siguiente: “Por nuestra parte, tenemos que sacar a la luz del día todo lo que es el viejo mundo y configurar positivamente el nuevo. Cuanto más tiempo dejen los acontecimientos a la humanidad pensante para reflexionar, y a la humanidad doliente para reunirse, tanto más perfecto saldrá a luz el proyecto que el presente lleva en su seno”. La segunda, de un Marx próximo ya a su último aliento, que escribe del siguiente tenor a Domela, líder de la Federación socialdemócrata holandesa, el 22 de febrero de 1881: “Las anticipaciones teóricas y necesariamente fantásticas del programa de acción de una revolución futura solo nos desvían de la lucha del presente”. En la primera, un Marx todavía no plenamente materialista, nos habla de la necesidad de un diseño teórico del futuro. La segunda, por el contrario, abomina de esta posibilidad y la remite al ámbito de las fantasías. Marx parece establecer una rigurosa lógica materialista, en la que lo teórico muestra su efectividad en la analítica del pasado y el presente, pero la pierde cuando se vuelca hacia el futuro. Si hablamos de lógica materialista es en la medida en que entendemos que el rigor analítico del materialismo no puede ser volcado hacia lo que todavía no es, hacia lo que, por utilizar la terminología de Castoriadis, podemos calificar como por-ser.
Ahora bien, ¿no nos habían dicho Marx y Engels, precisamente, en los primeros compases de El manifiesto comunista, que “un fantasma recorre Europa”? Evidentemente, la metáfora del fantasma pretende señalar el miedo que el comunismo suscita en las cancillerías del viejo continente. Pero también nos habla del carácter evanescente de esa nueva sociedad.
Pero hay otra cuestión fundamental a la hora de calibrar la actitud de Marx hacia las teorizaciones del futuro. Una de las novedades teóricas más relevantes que, a nuestro modo de ver, atraviesan la reflexión marxiana es aquella que tiene que ver con la importancia concedida a la práctica. Por decirlo de un modo un tanto paradójico, Marx teoriza la relativa irrelevancia de la teoría. O, dicho de otro modo, Marx concede a la práctica un papel de primer orden, un papel que nunca le había sido otorgado en la historia del pensamiento. La práctica, tal como podemos constatar en la segunda tesis sobre Feuerbach, es considerada como único criterio de verdad: “El problema de si a propósito del pensamiento humano puede o no hablarse de verdad objetiva no es un problema teórico, sino práctico. El hombre ha de acreditar la verdad, esto es, la potencia y realidad, la cismundaneidad de su pensamiento en la práctica misma. La disputa acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento –un pensamiento aislado de la práctica- es una disputa netamente escolástica”. Si la teoría pierde densidad a la hora de determinar la “realidad o irrealidad” de un pensamiento sobre el presente o el pasado, ¿cómo no advertir su escasa fiabilidad cuando pretenda, more materialista, volcarse sobre lo que todavía no es? Fantasías teóricas, por tanto.
Ahora bien, ¿no nos habían dicho Marx y Engels, precisamente, en los primeros compases de El manifiesto comunista, que “un fantasma recorre Europa”? ¿Acaso ambos teóricos no había definido la naturaleza fantasmal del comunismo? Evidentemente, la metáfora del fantasma pretende señalar el miedo que el comunismo suscita en las cancillerías del viejo continente. Pero también nos habla del carácter evanescente de esa nueva sociedad. ¿Qué es el comunismo? Un fantasma, una fantasía, una imagen que es preciso crear. Pues se trata de materializar el fantasma. Y de materializar el sujeto capaz de delinear ese fantasma.
Políticas de la imaginación
El Mayo del 68 nos colocaba ante una tarea imperiosa, llevar la imaginación al poder. Lo que podríamos traducir por imaginar otras formas de poder que sustituyan a las existentes. La desprestigiada experiencia soviética y la impotencia del subsumido proletariado occidental aconsejaban repensar modelos políticos obsoletos. La Historia comenzaba a apuntar la posibilidad de que el tren de la determinación que ciertos marxismos se habían encargado de alimentar no desembocara en las playas que se adivinaban bajo los adoquines.
A partir de estos momentos, ciertos pensadores que se movían en la órbita de Marx y cuyo perfil materialista difícilmente puede ser cuestionado, comienzan a repensar una facultad, la imaginación, a la que apenas se le había prestado atención en la tradición filosófica. Ya Bloch, en las décadas iniciales del siglo XX, había intentado rescatar al marxismo de las inercias deterministas de cuño hegeliano, para lo que se empeñó en la ponderación de la categoría de “posibilidad” frente a la de “necesidad”. La historia debe jugarse, entiende Bloch, en el campo de lo que todavía no es (Noch nicht), pero cuya posibilidad queda abierta a la práctica política.
El Mayo del 68 nos colocaba ante una tarea imperiosa, llevar la imaginación al poder. Lo que podríamos traducir por imaginar otras formas de poder que sustituyan a las existentes. La desprestigiada experiencia soviética y la impotencia del subsumido proletariado occidental aconsejaban repensar modelos políticos obsoletos.
Idea que, de uno u otro modo, comenzará a resonar en autores tan diferentes como Sartre, Castoriadis o Negri, quienes, a pesar de sus discrepancias, polémicas incluidas, parecen coincidir en la consideración de la política como un trabajo de la imaginación volcada hacia el futuro. En ellos late también la centralidad que Marx había concedido a la cuestión de la praxis, una praxis que se convierte en instrumento de producción de nuevas realidades. Como establece Sartre en sus inéditas Conferencias Cornell, de 1964, “la invención como momento fundamental de la praxis” produce una transformación de lo imposible en posible por la modificación del presente a partir del fin proyectado. “Toda acción práctica, añade, tiene un momento ético que es el de la invención”. Futuro abierto, por tanto, que incluso, en las páginas de Negri o Castoriadis, deja de ser futuro, para ser sustituido por el porvenir negriniano o el por-ser de Castoriadis, conceptos que buscan huir de la carga de determinación que el de futuro tiene para estos autores. Y así, en Negri, la imaginación se convierte en “el gesto de quien echa la red al porvenir, para conocerlo, para construirlo, para organizarlo, con potencia”. Por su parte, Castoriadis entiende que la historia está sometida al constante trabajo de la imaginación radical, ya que toda institución social es fruto de un previo trabajo de imaginación que transforma en ser su por-ser.
Quizá podamos encontrar un magnífico resumen de estas actitudes que ponderan la imaginación en la concepción que Jesús Ibáñez nos proporciona sobre la libertad y en la que distingue entre una libertad de elección y otra de producción. La primera de ellas se ocupa de elegir entre las posibilidades inscritas y visibles en un presente dado, con lo que se atiene a su lógica y lo reproduce. Por el contrario, la libertad de producción desborda esas opciones e imagina nuevas posibilidades, nuevas prácticas, que diseñan una realidad diferente a la presente. Una libertad, esta última, atravesada por la imaginación.
Mucho se ha de imaginar. La política, el modo hegemónico de entenderla en la actualidad, se halla obsoleto y es, sin lugar a dudas, ineficaz para una tarea de transformar el presente. Ni las formas de organización, ni las de representación, ni el sujeto, su concepción tradicional, nos son útiles. Imaginar sujetos, imaginar prácticas, imaginar horizontes, imaginar, incluso, lenguajes que nos alejen de las inercias e imposiciones del idealismo. Imaginar, en suma, ese fantasma al que Marx y Engels denominaron comunismo.
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