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Filosofía
Pánico por sistema: el gobierno de la retroalimentación social del miedo
El futuro de la política no es el estado soberano y/o de excepción, sino la gestión en tiempo real de sistemas sociales basados en el pánico. El carácter libertario o autoritario de dicha gestión dependerá del modo en que articulemos la movilidad de personas, capitales, mercancías e información.
Tradicionalmente, las ciencias humanas y sociales entendieron el pánico como una situación en la que desaparecen los vínculos sociales que estructuran y ordenan la sociedad civil, de modo que el comportamiento de los individuos se vuelve completamente egoísta e irracional. Se entiende entonces que la población en su conjunto es incapaz de actuar de forma racional y ordenada por sí misma, y es el Estado quien debe re-instaurar el orden y/o “la normalidad” mediante un férreo control de la movilidad de los individuos. Es precisamente en este sentido que el art. 1 de la Ley Orgánica 4/1981 afirma que “procederá la declaración de los estados de alarma, excepción o sitio cuando circunstancias extraordinarias hiciesen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios de las Autoridades competentes”.
Esta concepción del pánico, propia de la psicología de masas del siglo XIX (Le Bon, McDougall, Tarde), continúa vigente en el imaginario colectivo, y es empleada por las instituciones estatales como forma de legitimar la implantación de medidas autoritarias relativas al control de la movilidad de los ciudadanos. Más allá de esta instrumentalización político-estatal del pánico, los modelos económicos, cibernéticos y de psicología social desarrollados durante los últimos 70 años han insistido en la plena racionalidad de los procesos de pánico social, así como en la capacidad de los mismos para generar nuevos vínculos sociales. Desde su punto de vista, el pánico no implica ni una anomia social (nomos = ley) ni un proceso de “desocialización” y/o “des-coordinación”, sino todo lo contrario.
Los modelos [...] desarrollados durante los últimos 70 años han insistido en la plena racionalidad de los procesos de pánico social, así como en la capacidad de los mismos para generar nuevos vínculos sociales.
LA RACIONALIDAD DEL PÁNICO
La racionalidad del pánico social radica en entenderlo como una respuesta dada a un fenómeno ―real, imaginado o anticipado― que es percibido como una amenaza efectiva. En todos los casos, dicha respuesta puede ser formalizada mediante modelos matemáticos basados en la distribución de probabilidades de Pareto. En economía, este modelo es utilizado para medir la relación coste/beneficio de aquellas decisiones tomadas en sistemas en los que la misma relación coste/beneficio depende del número de personas que toman la misma decisión. A nivel psicológico, el argumento queda reducido al mayor efecto de verdad ―y con él del poder de atracción― que desarrolla una simple opinión en función del número de individuos que la comparten. Cuanta más gente cree en ella, más efecto de verdad desarrolla. Del mismo modo, este modelo puede aplicarse (y de hecho se aplica) al análisis y prevención de las revueltas por parte de los servicios de inteligencia y contrainsurgencia de los Estados.
En este último caso, tal y como afirmaba Jean Pierre Dupuy en su libro El Pánico, la clave consiste en considerar que “un individuo no se unirá a un motín más que si la proporción de los que ya se han unido es igual o superior al umbral que caracteriza” su potencial revolucionario. Una característica propia de este tipo de sistemas consiste en que presentan un comportamiento asintótico hacia determinados estados estacionarios o de equilibrio, pero cuya tendencia inicial está marcada por la existencia de grandes inestabilidades estructurales, de modo que una variación muy débil en la distribución de los umbrales de adhesión de los individuos puede acarrear un cambio “catastrófico” en el comportamiento de dichos sistemas.
Lo que el pánico reduce no es la racionalidad, sino el individualismo entendido como capacidad de resistencia a la socialización.
Lo explicaremos con el ejemplo más sencillo posible. Supongamos una población de 100 individuos, en la que la distribución de los umbrales de adhesión a una revuelta es uniforme, de modo que un individuo tiene un umbral de 0 (el que inicia la revuelta sin necesidad de que haya otra persona en la misma), otro de 1 (le basta con que haya una persona para apuntarse), otro de 2, etc., teniendo el último individuo un umbral de 99 (el que no se apunta a la revuelta hasta que no se hayan apuntado todos). En t = 1, el individuo con umbral 0 inicia la revuelta y se desencadena un proceso uniforme de adhesión a la misma hasta que se obtiene un estado estacionario en el que toda la población ha participado, instaurándose un nuevo régimen. La inestabilidad estructural de un sistema como este queda patente cuando variamos mínimamente la situación de partida, haciendo que el individuo que tenía el umbral de 1 pase a tenerlo igual a 2. En este caso, el individuo con umbral igual a 0 iniciará su intento de revuelta, pero nadie le seguirá. Esta misma inestabilidad es una de las características propias del pánico social.
LA RECURSIVIDAD SOCIAL DEL PÁNICO
En el caso de la economía, el modelo de Pareto es empleado para analizar la generación de precios en aquellos mercados basados en la ley de la oferta y la demanda. En ambos casos ―especulación del precio y pánico social― tiene un papel clave el fenómeno de la “recursividad social de las creencias”. El principal efecto que tiene dicha recursividad radica en que es capaz de generar la existencia real y efectiva de algo puramente imaginado o anticipado, esto es, un “futurible”, que puso en funcionamiento el proceso recursivo. Lo explicaremos con otro ejemplo.
Supongamos una situación de libre competencia por los recursos en el que se pone en circulación un rumor completamente inventado que dice que el agente socioeconómico B desea el objeto X. Si el agente socioeconómico A cree en el rumor, entonces supone que el objeto X es valioso, pues de otra forma un agente socioeconómico racional como B no lo desearía. Debido a ello, A desarrolla la certeza de que desear X es una acción racional que conlleva beneficio y pasa a desearlo tanto racional como emocionalmente, realizando las acciones pertinentes que muestran a B que el objeto X es valioso. Entonces B lo desea y comienza a realizar acciones que así lo demuestran. Cuando A observa dichas acciones encuentra en ellas la prueba de que su hipótesis de partida ―un rumor completamente inventado― era real.
Filosofía
Soberanía en tiempos de biopolítica: estado de alarma y derechos fundamentales
El problema con este tipo de planteamientos es que, tal y como supo ver John Maynard Keynes, desembocan en una radical incapacidad de decisión, debido a que en última instancia todos los agentes políticos y socioeconómicos son conscientes de que la supuesta racionalidad de sus decisiones está desprovista de cualquier referencia material mínimamente objetiva. Debido a ello, la recursividad inherente a este tipo de sistemas hace que su funcionamiento siempre sea “auto-reforzante” o “auto-poiético”. En este sentido, los sistemas recursivos no son tanto sistemas que parten de una racionalidad dada, como sistemas productores de una determinada racionalidad.
Dado que esta recursividad de las creencias es inherente tanto al fenómeno del pánico social como al modo en que funcionan los principales conceptos sociopolíticos, la conclusión que deberíamos extraer es que el funcionamiento que solemos calificar de “normal” y/o “racional” respecto a los fenómenos sociales, políticos y económicos es, y siempre ha sido, un funcionamiento basado en el pánico. Una vez que las micro-fluctuaciones y/o los acontecimientos aleatorios que afectan a los comienzos de la historia del sistema generan una tendencia “viral” suficiente, el rumor produce la verdad objetiva de su propia existencia.
LA TRIPLE DIVISIÓN DEL SUJETO SOBERANO
Según Carl Schmitt, soberano es aquel capaz de declarar el Estado de excepción. Siguiendo esta afirmación de forma literal, filósofos como Giorgio Agamben han mantenido que la actual gestión del coronavirus por parte de los Estados es la mejor prueba de que continúan siendo los principales sujetos de la soberanía. Desde nuestro punto de vista, la postura de Agamben, además de errónea, malinterpreta la noción de soberanía dada por el jurista alemán. Para Schmitt, soberano no es aquel que ocupa la posición jurídica legítima para declarar nominalmente el Estado de excepción ―que en nuestro caso, según el art. 116.3 CE, corresponde al Gobierno, previamente autorizado por el Congreso de los Diputados―, sino aquel capaz de re-establecer el orden o estado de “normalidad” social que, no lo olvidemos, es la finalidad última que se persigue con ―y justifica― la declaración de un Estado de excepción. En lo que se refiere a nuestro artículo, soberano es aquella persona o institución capaz de controlar de forma efectiva los fenómenos recursivos de pánico social, ya sea reprimiendo su propagación o dirigiéndola hacia estados estacionarios que refuercen el sistema que desea establecer. Precisamente por esta razón, una de las principales herramientas de todo Estado de alarma o de excepción radica en controlar la movilidad y la circulación de las personas. No en vano, el modelo de propagación del pánico mantiene la misma lógica matemática que el modelo de contagio viral.
Filosofía
Estado de excepción: el pacto del miedo como reconfiguración de lo político
En la actualidad, el principal problema con el que se encuentran los Estados es que de la cuádruple circulación de personas, mercancías, capitales e información que constituyen los principales ejes de articulación de la movilidad social (del pánico), únicamente son capaces de controlar los dos primeras. Cuestión esta que no ocurría cuando Carl Schmitt desarrolló su teoría jurídica de la soberanía política, pues entonces la jurisdicción territorial de los Estados permitía un control absoluto de la circulación. En el momento en que el jurista alemán empezó a intuir las consecuencias que tendría el desarrollo de la tecnología aérea y de telecomunicaciones, no dudó en afirmar que la era de soberanía de los Estados territoriales ―El nomos de la tierra (1950)― había llegado a su fin.
El paradigma de acción política soberana, propia de los Estados con un control absoluto de la movilidad, era la declaración del enemigo “público” o exterior a su sistema territorial. En cambio, el paradigma de acción política soberana en la actualidad radica en las acciones de contra-insurgencia y control de los fenómenos “virales” de pánico social. Unas acciones que la gran mayoría de los Estados no son capaces de llevar a cabo por sí solos porque, en última instancia, ya no son soberanos. Prueba de ello radica en que mientras la circulación de personas y mercancías se ha visto drásticamente limitada por la declaración de los actuales estados de alarma, la circulación de capitales e información se ha incrementado exponencialmente.
La circulación de capitales es algo que únicamente controlan las principales empresas e instituciones financieras internacionales. Por su parte, la circulación de la información se ha independizado completamente de la circulación de personas y mercancías debido al impacto de las tecnologías de la información, y su control lo han comenzado a ejercer las grandes empresas de plataforma de Silicon Valley como Google, Facebook o Twitter. En esta situación, el Estado ya no es soberano. Soberanas son las gobernanzas público-privadas que aúnan el control de los cuatro ejes de la movilidad social.
EL RUMOR DE LAS MULTITUDES
La gestión gubernamental del pánico no debe confundirse con la política del shock descrita por Naomi Klein. El shock paraliza y nos vuelve tontos ―literalmente―, pues tonto viene de attonitus (participio de attonare), y se refiere a aquellas personas que son incapaces de pensar adecuadamente porque se han quedado “atónitas”, debido a que estuvieron cerca (ad-) de algún ruido muy fuerte (-tonare). Por el contrario, el pánico remite a una libertad de movimiento no controlada. Pánico (Pan + oikos) era el miedo y estado de alerta provocados por los ruidos misteriosos causados por el dios Pan en su casa privada (oikos) del bosque, por contraposición a la claridad de la palabra (logos) pública emitida en la ciudad (polis). A este respecto, no olvidemos que la política jurídico-institucional de la ciudad griega únicamente era posible gracias a la delimitación y clara medición de una determinada porción de territorio como espacio público “racional”. Frente a ella, el pánico obedecía a una lógica fractal susceptible de reproducirse de forma ilimitada (des-medida) y descontrolada, como rumores de sujetos no identificados diseminados por el espacio “irracional” del bosque.
En el siglo XXI, la estrategia política antagonista no debería pasar por la mesura y el auto-control propio de la Ilustración, sino por el exceso y el delirio desmedido propios del pánico.
En la actualidad, los nuevos modelos cibernéticos, económicos y psicológicos de masas han permitido racionalizar la lógica del pánico hasta el punto de que empieza a ser posible manipular los rumores de las antiguas multitudes excluidas del espacio público de la ciudad mediante la generación de fake news virales y el control de la circulación de la información. En este sentido, el paradigma público de la política propia de la polis ha comenzado a desaparecer para dar lugar a la gestión del pánico que caracteriza los efectos de verdad-contagio propios de la multitud.
Lo crucial aquí es comprender que ni el miedo ni el pánico son fenómenos orientados a paralizar la acción de las personas, sino todo lo contrario. El miedo es una emoción que nos pone en estado de alerta y nos saca de una situación de “normalidad”, aceptación, tranquilidad y conformismo. Cuando tenemos miedo no somos más irracionales o individualistas, sino todo lo contrario. Estamos más atentos a las interacciones sociales y se promueven efectos de contagio y socialización. Tal y como ha puesto de relevancia Vicente Gutiérrez Escudero, el miedo que ha suscitado el coronavirus no nos ha llevado necesariamente a un individualismo egoísta, sino que también ha promovido procesos de profunda “solidaridad entre lxs de abajo” y el surgimiento de grupos “espontáneos” de apoyo mutuo.
La nueva política post-coronavirus que se avecina consiste en establecer los dispositivos de seguridad necesarios para poner a trabajar la movilización social del pánico a favor de la estabilidad del sistema capitalista. Frente a ella, la estrategia de las luchas y movimientos antisistema deberá orientarse hacia la creación y promoción de todos aquellos “rumores” que contribuyan a exceder y sobrepasar el ámbito de los dispositivos de control gubernamental del pánico. En este sentido, la noción gramsciana de hegemonía social ni siquiera podrá plantearse seriamente al margen de una lucha por el control de las tecnologías de movilidad y circulación que definen el cuádruple eje de la movilidad. En el mundo post-coronavirus, la política antagonista ya no tendrá que ver con una comunicación de valores e intereses orientada a la creación de una única voz que, supuestamente, representa a todos, sino con la necesidad de crear nuevos procesos virales de pánico social que tiendan hacia un estado estacionario anticapitalista y anti-disciplinario.
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Delirante. Esta gente entiende el cinismo como pura imposición totalitaria. Son devotos del Estado (capitalista).