Feminismos
            
            
           
           
Mujeres Libres. Genealogía del feminismo anarquista
           
        
         
Nuestro  propósito en este texto es hablar de las activistas de Mujeres  Libres (revista y organización) y de su cometido. Conmueve conocer  cómo estas mujeres, mayoritariamente obreras, crearon espacios  feministas y anarquistas, cómo aprovecharon las circunstancias de la  Guerra Civil y cómo pusieron en marcha una «revolución de la  existencia» olvidada por todos y  todas.  Queremos visibilizarlas, mostrar cómo sufrieron el sexismo por parte  de sus propios compañeros y cómo la experiencia de revolución y  guerra les cambió la vida.
Las  activistas de Mujeres Libres entendieron el anarquismo desde una  vertiente personal (con un ardiente deseo de autonomía, de ser  agentes de sus propias vidas), pero  también   desde una vertiente social, obrera y feminista, basada en  la lucha contra la  dominación y la aspiración a una sociedad autónoma que crea  sus propias normas. Desde esta convicción, consideraron relevante la  creación de proyectos comunitarios autónomos, antiautoritarios y  participativos en ámbitos como la educación, la actividad cultural,  los medios de comunicación, la salud, la sexualidad, el bienestar  social y la producción. Es decir, pensaron la transformación desde  el bienestar y el malestar encarnados y no solo desde la producción.
Igualmente  consideraron relevante desarrollar contextos de ayuda mutua en los  que cultivar los valores anarquistas, fomentar la crítica a los  sistemas jerárquicos existentes para ampliar los espacios de  libertad en la vida cotidiana y, al mismo tiempo, desmitificar,  subvertir y oponerse a ellos si era preciso.
En la revista Mujeres Libres, de un equipo de cuarenta autoras, ocho mujeres fueron las que firmaron más artículos: las tres redactoras (Lucía Sánchez, Amparo Poch y Mercedes Comaposada), Carmen Conde, Lola Iturbe, Áurea Cuadrado, Pilar Grangel y Etta Federn. De estas mujeres más comprometidas con la revista había un aspecto digno de mención: la mitad no habían tenido acceso a educación superior (Iturbe, Cuadrado, Sánchez y Comaposada), la otra mitad tenían títulos universitarios, predominando el de magisterio. Esta situación plantea una interesante alianza entre mujeres capacitadas desde el punto de vista académico y otras que eran obreras con formación autodidacta, que hilvanaron desde muy pronto vínculos entre ellas haciendo crecer redes de apoyo mutuo, de solidaridad, de emancipación, que nunca olvidaron y siempre agradecieron. Esta red solidaria permitió a las mujeres obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión secular y emanciparse de la tutela masculina.
Las activistas de Mujeres Libres entendieron el anarquismo desde una vertiente personal (con un ardiente deseo de autonomía, de ser agentes de sus propias vidas), pero también desde una vertiente social, obrera y feminista
A  la presencia de mujeres obreras en el equipo de la revista hay que  añadir que quienes mayoritariamente apoyaron la propia publicación  e ingresaron en la organización eran de origen social humilde y sin  apenas formación académica. Como  señalaba Concha Liaño (Varias Autoras, Mujeres  Libres. Luchadoras Libertarias, pp.  58): «(…) éramos la mayoría mujeres de pueblo, obreras. Nuestro  nivel intelectual, exceptuando cuatro o cinco luchadoras, no era muy  elevado en cuanto a preparación académica propiamente dicha, pero  con respecto a nuestro sentido común, inteligencia innata, criterio  justo al juzgar, que se me perdone la inmodestia, en eso éramos  insuperables».
Tanto la revista como la organización Mujeres Libres rechazaron con claridad cualquier colaboración escrita de los hombres. En la exclusión de los hombres ejerció una gran influencia su concepción del feminismo basado en la diferencia de género y en la existencia de una naturaleza femenina, diferente a la masculina, que debía marcar las pautas en la revista y en la organización. Pensaban que si los hombres intervenían acabarían imponiendo su manera de entender la lucha de las mujeres. Este temor procedía de su experiencia personal y de las dificultades que encontraban para integrarse en las organizaciones del Movimiento Libertario (ML), no como meras comparsas pasivas, sino como personas con opiniones y criterio. Esta integración no era fácil, puesto que el ML consideraba que el lugar privilegiado desde el que crear conflicto y hacer la revolución era el ámbito mercantilizado y masculinizado de la producción: el trabajo asalariado era el que confería identidad de clase y articulaba el sujeto de lucha (Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía, p. 52). La presencia de las mujeres era dificultada en ocasiones, negada en otras; y sus reivindicaciones minusvaloradas o consideradas de mujeres.
Las  activistas afrontaron, por tanto, un auténtico desafío encarnado,  una contienda que estuvo inscrita en el cuerpo. Es difícil  comprender el alcance de las ofensas y vejaciones sufridas para tomar  esta decisión tan contundente y drástica de no  aceptar, pese a sus ofrecimientos, a los hombres.  Para acercarnos al sexismo que sufrieron tenemos que guiarnos por  intuiciones desde lo no verbalizado o por lo dicho, muchos años  después, en la correspondencia privada entre ellas.
En  1993, Sara Berenguer Laosa (1919-2010) y Concha Liaño Gil  (1916-2014), componentes de Mujeres Libres, entablaron  correspondencia para intentar reconstruir los recuerdos de los años  vividos durante la Guerra Civil y recogerlos en un libro. No se  habían visto desde 1939, cuando salieron por la frontera francesa  camino del exilio. Las  dos eran veinteañeras. Concha vivía en Paparo (Venezuela) y Sara en  Montady (Francia), las dos estaban en la setentena, había pasado  toda una vida desde que se separaron. Sus cartas muestran la alegría  por volverse a poner en contacto y enseguida fluyen los recuerdos y  sus problemas económicos y de salud que intercambian con confianza.
Es  en el contexto íntimo de confianza de estas cartas en el que Concha,  una de las fundadoras de la Agrupación de Barcelona en septiembre de  1936, le dice a Sara (1 de agosto de 1993):
«La  verdad Sara es que nosotras éramos quijotes por partida doble:  nuestros compañeros luchaban por la liberación del proletariado sin  darse, sin querer darse cuenta que nosotras, el género femenino,  estábamos como seres humanos en la misma situación de indefensión  con respecto al género masculino. Mis peroratas a los grupos de  Mujeres Libres que se organizaban estaban inspiradas en esta premisa:  nada de enfrentamiento con [el] sexo opuesto. Ayudarlos a comprender  la injusticia que se cometía con la mujer… a ellos que luchaban  por la emancipación del proletariado».
Es  decir, había que hacerles entender aquello que tenían delante de  las narices y no veían, eso sí, procurando evitar el enfrentamiento  abierto. Pero el problema no era solo social, era también personal  tal y como le vuelve a comentar en la misma carta Concha:
«Es  el eterno problema (…) somos buenas compañeras para la lucha. La  experiencia me ha demostrado que “en la casa”, como “esposa”,  los hombres aspiran, hasta el más liberal, [a] otra clase de mujer…  naturalmente, con las debidas excepciones. Ese problema lo he tenido  yo desde mi primer novio (…) yo recuerdo muy bien como los  “compañeros” antes de la guerra se conducían con “sus  esposas”».
Concha  explica con meridiana claridad cómo los «compañeros» no  consideraban que fuera relevante la lucha contra el sexismo y cómo  en casa se comportaban como vulgares maridos haciendo uso de sus  privilegios masculinos. Si las compañeras de lucha pretendían una  relación igualitaria en el ML y en casa, la mayoría de los hombres  no las consideraban idóneas como pareja.
Estas  mujeres callaron sistemáticamente en público, más allá de algunas  voces minoritarias, para evitar el enfrentamiento con los  «compañeros». Este silencio se mantuvo y resurgió en 1993, cuando  Sara Berenguer escribe un trabajo sobre Mujeres Libres y la  revolución y se lo envía a Soledad Estorach (otra integrante de  Mujeres Libres) para que le diera su opinión. Esto le escribe Sara a  Concha (27 de octubre de 1993):
«[Soledad  Estorach] lo cambió de tono. Sole no quería que se hablara o comentara ciertas acciones de los compañeros, “pobres chicos”.  Quería reivindicarlos, cuando, en suma, todos sabemos que, si bien  los ha habido nobles, otros han sido rudos con sus propias  compañeras».
Retazos, pedazos, fragmentos, retales de los que estirar para recomponer lo valiosa que fue una experiencia feminista sin igual como la de Mujeres Libres y los obstáculos con que se encontraron. La Guerra Civil constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres anarquistas y libertarias. Construyeron un feminismo de clase sustentado en la gran novedad de que las mujeres tenían que vivir solas, salir solas y asumir las responsabilidades familiares solas, algo que siempre se había considerado imposible y peligroso.
Recuperar esos hilos de memoria, esa genealogía de una revolución feminista, anarquista y proletaria, debería ser una tarea necesaria para las mujeres y para los movimientos feministas actuales
Las  mujeres anarquistas y libertarias fueron muy pronto expulsadas del  frente como milicianas y situadas en la retaguardia. No  desaprovecharon la oportunidad y fueron capaces de acometer una  revolución que transformó la vida, los cuerpos y las palabras, en  definitiva, que cambió la existencia. Esta «revolución de la vida»  fue posible porque la Guerra Civil propició un «momentum»  (así lo denomina J.  Rancière en Momentos  políticos, p.  141), es decir, una etapa de «desplazamiento de los equilibrios y la  instauración de otro curso del tiempo. (…) Una  reconfiguración del universo de los posibles». La  «revolución en femenino» la llevaron a cabo mujeres,  muy arraigadas a la realidad, desbordando el trabajo asalariado (en  la línea de centrarse en los procesos de aprovisionamiento social,  pasaran o no por los mercados) y el sujeto de la lucha, y todo ello  con poca presencia de la ideología.
Una  revolución la suya sin épica, sin heroicidad, silenciosa,  poco aparente, sin espectacularidad, que hizo posible que simples  obreras «medio analfabetas» (carta de Concha a Sara, 27 de  noviembre de 2007) demostraran su capacidad para gestionar  la vida y convertirse en  solucionadoras de problemas y preservadoras de la existencia en lo  cotidiano.  En esa gestión de la vida estuvo la enorme trascendencia subversiva  y revolucionaria de sus empeños en la retaguardia. Una  revolución en la que inventaron  su propia política encarnada tejiendo vínculos entre ellas,  generando amistades y proximidad física. Estos vínculos  constituyeron un bálsamo de cordialidad y concordia dentro del grupo  para afrontar la supervivencia mucho más difícil de lo habitual en  tiempos de guerra.
Las  protagonistas de Mujeres Libres vivieron con pasión un tiempo en el  que una parte de la sociedad se mantuvo unida por el cemento de la  solidaridad, sin el peso muerto del poder y la autoridad. No  resulta fácil acercarnos a esa atmósfera de energía mágica, de  alegría compartida, a esa sensación de que el mundo vivido hasta  entonces se convertía rápidamente en una reliquia histórica, en  una larga pesadilla dejada atrás. La promesa de un nuevo comienzo  que no tenía más límites que los de la imaginación resultó  difícil de olvidar para nuestras protagonistas, pese al contexto de  guerra y enfrentamientos en el propio bando. Así  lo reconocía Concha Liaño: «Mi  reloj “cronológico” se paró al salir para Francia. Si no fuera  por esos recuerdos que son el telón de fondo de mi vida, no sé qué  hubiera sido de mí». Y más sorprende si cabe: «Creo que fuimos  privilegiados, a pesar de la derrota: al menos tuvimos una etapa en  la cual, sabíamos para que vivíamos» (carta de Concha a Sara, 1 de  agosto de 1993).
Esa fue «su revolución de la vida», una transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los «cuidados» y un sinfín de aspectos poniendo atención en lo pequeño, en lo callado, en lo íntimo, en el aliento de cada cuerpo. Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles y, pese a la derrota, nunca lo olvidaron. Recuperar esos hilos de memoria, esa genealogía de una revolución feminista, anarquista y proletaria, debería ser una tarea necesaria para las mujeres y para los movimientos feministas actuales.
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