Filosofía
Filosofía y polis: la Grecia de Antonio Capizzi
El empeño central de Capizzi, al tratar de entender la filosofía griega a la luz de su contexto político, supone poner patas arriba la interpretación tradicional de los textos de filósofos como Parménides o Heráclito.

No ocurre todos los días encontrarse con un autor que coloca patas arriba las interpretaciones tradicionales en un ámbito del conocimiento y que, de ese modo, es capaz de acabar con inercias seculares. Alguien que nos obliga a pensar y mirar de otro modo y que nos hace preguntarnos cómo es posible que nadie hubiera utilizado antes, al menos con tanta contundencia, argumentos que destilan rigor y plausibilidad. Y es que, lo sabemos pero en demasiadas ocasiones lo olvidamos, el saber y su historia están atravesados por luchas que poco tienen que ver con el rigor interpretativo.
La filosofía griega y la polis
El historiador de la filosofía antigua Antonio Capizzi (Génova 1926-Roma 2003), cuya obra está siendo traducida por las Prensas de la Universidad de Zaragoza, en un ejercicio de justicia con una obra casi desconocida en nuestro país, se dedicó a un concienzudo estudio de la filosofía de la antigua Grecia, leída a la luz de los acontecimientos políticos y sociales que tuvieron lugar en las polis de cada uno de los filósofos estudiados. Ese es, sin duda, el empeño central de Capizzi: entender al filósofo a la luz de su contexto ciudadano.
Capizzi argumenta que la interpretación de la filosofía presocrática está sobredeterminada por la lectura que de la misma realizó Aristóteles. Esta lectura, profundizada posteriormente por Teofrasto, se caracteriza por someter a los presocráticos a los intereses filosóficos aristotélicos, como si las preocupaciones de un Tales o un Heráclito no hubieran sido sino anticipaciones de los problemas abordados por el Estagirita. Capizzi denuncia esta operación, que hace a los filósofos habitantes del “País de la Conceptualidad Pura”, los extrae de su contexto histórico y político y los desvincula, por tanto, de las preocupaciones que pudieron ser origen de sus reflexiones. Muy al contrario, Capizzi entiende que nos encontramos ante “hombres hechos de carne y de sangre y vibrantes de pasiones ciudadanas”, en los que la política, la cotidianeidad de su polis, desempeña un papel fundamental a la hora de modelar su pensamiento. La tradición nos ha transmitido la labor política desarrollada por muchos de los presocráticos, como Tales o Anaximandro, pero no ha concedido excesivo papel a esa actividad política a la hora de interpretar sus textos.
Como decíamos, esa ubicación de la filosofía en pleno contacto con el contexto político, en el más estricto sentido etimológico del término, es la característica fundamental de Capizzi. Pero también es interesante observar el proceder metodológico de Capizzi, para quien la historia de la filosofía no debe acudir en exclusiva a los textos filosóficos, sino que puede, y debe, auxiliarse de otras disciplinas que ayudan a una mejor comprensión del contexto del autor. Capizzi es consciente de las múltiples caras con que se manifiesta una cultura, una concepción del mundo, y por ello entiende que la literatura, por ejemplo, es otro instrumento apropiado para detectar preocupaciones y problemas de una época. Pues, como dijo Sartre, la literatura de una época es la época deglutida por la literatura. La literatura, sí, pero también, de modo instrumental, la numismática, la arqueología, la filología aparecen en la obra de Capizzi como herramientas imprescindibles de la labor exegética del historiador de la filosofía.
Capizzi argumenta que la interpretación de la filosofía presocrática está sobredeterminada por la lectura que de la misma realizó Aristóteles: como si las preocupaciones de un Tales o un Heráclito no hubieran sido sino anticipaciones de los problemas abordados por el Estagirita.Con estos mimbres, Capizzi construye un cesto sorprendente, en el que los filósofos se muestran en facetas antes desconocidas y sus textos son leídos de manera muy diferente a la tradicional. Miles de páginas de interpretaciones metafísicas son puestas en cuestión como consecuencia de un simple ejercicio: colocar al filósofo en las calles de su ciudad.
Parménides y la política
Parménides es uno de los autores a los que Capizzi dedicó una mayor atención, hasta el punto de redactar dos monografías sobre él. Monografías que, puede parecer sorprendente al tratarse de textos de historia de la filosofía, tienen una profunda deuda con las excavaciones que por aquel entonces (nos referimos a los años 50-60 del siglo pasado) se llevaban a cabo en la antigua ciudad de Elea. Pero esas excavaciones permiten a Capizzi proponer como hipótesis de lectura del Proemio del Poema de Parménides la existencia de una viaje real que Parménides, el unificador, tal como reza la leyenda de una moneda allí encontrada, realiza entre diversos lugares de una ciudad atravesada por una crisis social. Capizzi desgrana los lugares que Parménides recorre y explica las imágenes metafóricas, como la de las doncellas helíades, tan utilizada por la literatura de la época para hacer referencia a los olmos, que atraviesan el texto. Olmos que, según han mostrado los estudios estratigráficos de polen y semillas, flanqueaban el camino recorrido por Parménides. El metafísico Parménides, tan metafísico como el Proemio, o al menos sus habituales interpretaciones, deja paso a un Parménides político, que, entre las vías del Ser (reconocer la realidad tal como es, con su diversidad, e intervenir políticamente sobre ella, máxima, por cierto, de toda posición materialista) y del no-Ser opta por la primera de ellas, de tal modo que se aplica a la redacción de un código legal que permita superar la crisis de Elea, tal como en la misma época realizan otros legisladores de su entorno. Magníficas son las precisiones filológicas que aporta Capizzi y que le llevan a proponer ciertos matices en las traducciones de los textos, con los que se resuelven algunos problemas que las versiones clásicas no eran capaces de solventar.
Heráclito: el logos como ley, no como razón
La imagen de Heráclito que nos proporciona Capizzi en su Heráclito y su leyenda también resulta extremadamente novedosa, pues, lejos de la habitual visión de filósofo de la naturaleza, nos presenta un filósofo político, siguiendo la tradición del gramático alejandrino Diódoto. Ambos defienden que el texto de Heráclito no es un Sobre la naturaleza, como nos ha transmitido la tradición dominante, sino Sobre la ley. Heráclito, el oscuro, no lo era para sus conciudadanos de Éfeso. De Sócrates a Teofrasto, pasando por Platón y Aristóteles, hubo un reconocimiento de la incapacidad de entender el texto heraclíteo, incomprensión que procede, entiende Capizzi, de una inadecuada comprensión naturalista del texto, sobre todo como consecuencia de una incorrecta interpretación del concepto logos. Frente a la interpretación de logos como razón, Capizzi lo traduce, en consonancia con los textos de Heródoto, como “texto” o “escrito”, pues en la época de Heráclito no se utiliza todavía logos en el sentido de razón y sí en el de texto. Y así Capizzi entiende que ese logos hace referencia a una ley promulgada por Hermodoro a principios del siglo V a. de E. en el contexto de la lucha contra los persas, cuyo objetivo era poner freno al lujo de la filopersa aristocracia efesia y preparar a la ciudad para la guerra. Los textos de Heráclito son, desde esta perspectiva, una explicación de esta ley, que es común y gobierna todas las cosas. La empresa heraclítea se manifiesta así en una dimensión fundamentalmente política, en la que las referencias naturales no son sino ejemplos en ayuda de argumentaciones políticas. De modo sorprendente, argumenta Capizzi, los ejemplos se han convertido en lo sustancial del texto, mientras el mensaje central ha desaparecido, hasta el punto de que Hegel llega a decir que Heráclito es el primero de los filósofos en “mantenerse lejano de los asuntos públicos y de los intereses de la patria”.
Con Capizzi los filósofos se muestran en facetas antes desconocidas. Miles de páginas de interpretaciones metafísicas son puestas en cuestión como consecuencia de un simple ejercicio: colocar al filósofo en las calles de su ciudad.
Platón contra la democracia
En esa línea de vincular propuesta teórica y contexto político, Capizzi profundiza también en una lectura situada de la polémica entre la sofística y Platón, un Platón que aparece como lo que es: la expresión más acabada del pensamiento aristocrático y de la crítica a la democracia. Los convulsos tiempos de las Guerras del Peloponeso son propicios para el desarrollo de una posición política filoespartana y antidemocrática en la propia Atenas, sostenida por una aristocracia que ve en la democracia una amenaza para sus privilegios seculares. Sócrates y Platón vienen a dar consistencia teórica a estas posiciones y se convierten en una máquina de guerra contra las posiciones democráticas y materialistas, como ocurre con el caso de Demócrito. Podremos comprobarlo en próximas entregas de la obra de Capizzi.
Capizzi cree imprescindible, a la hora de afrontar la historia de la filosofía antigua, huir de la aristotelitis y de la hegelitis que nos conducen a una lectura alejada de la polis, cuyo ejemplo más caricaturesco es el heideggeriano. Más allá de releer cien veces los textos, de colocarlos de perfil, de inventar traducciones ajustadas a los propios intereses, se trata de colocar al filósofo en su polis, rodeado de sus conciudadanos, de su literatura, de sus problemas políticos. En suma, Capizzi apuesta por realizar un ejercicio materialista de aproximación a la filosofía, restituirle su dimensión histórica, social y política.
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