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Feminismos
Errores del feminismo trans-excluyente
El feminismo reciente
Hace tres décadas, el feminismo se fracturaba en torno a la cuestión de si las mujeres tenían virtudes propias o si las normas morales eran comunes a la especie, aunque variaran según las personas. Se trata de una polémica que caracterizó la segunda ola feminista en varios países, entre ellos España. Quienes respondían al dilema de manera afirmativa militaban en lo que entonces se calificaba como “Feminismo de la diferencia”, una de cuyas más destacadas representantes es la filósofa Victoria Camps. Quienes negaban que las características se repartieran según los sexos integraban lo que se denominaba “Feminismo de la igualdad”, a cuya cabeza se situaba en España otra filósofa, Celia Amorós, creadora del “Seminario Feminismo e Ilustración”, asentado en la Universidad Complutense de Madrid durante la década de 1990. A este Seminario asistí durante dos cursos con aplicación, como confío que muestren estas líneas. El feminismo me ayudó a fundamentar demandas que, como militante gay, luego me sirvieron para luchar por los derechos LGBT+, tanto en España como en países suramericanos (de manera destacada, Argentina y Uruguay), adonde viajé varias veces para apoyar las demandas de sus colectivos y, de manera destacada, para reivindicar el matrimonio igualitario.
Las feministas ilustradas citan el postulado de Simone de Beauvoir que sostiene que las mujeres no nacen, sino que la sociedad las hace. Hoy diríamos que la cultura o la sociedad las crea mediante la construcción del género, que es la manera en que cada periodo histórico caracteriza a los sexos. Las feministas diferenciales afirman que las mujeres son hermosas, entre otras razones, porque encarnan virtudes saludables y necesarias para la convivencia como el diálogo, la tolerancia y el pacifismo; ahora bien, para convencer de ello deben postular una esencia que sería compartida por todas o la mayor parte de las hembras humanas. Así, el feminismo diferenciador analiza la especie desde una metafísica que sostiene la existencia de dos universos distintos, uno masculino y otro femenino.
Por su evidente incapacidad para empoderar a las mujeres, los postulados del feminismo de la diferencia perdieron fuerza a medida que los años transcurrían
Resulta obvio que, en un entorno donde el individualismo y la competencia rigen las relaciones interpersonales, como sucede en nuestras sociedades ultra-liberales, el reclamo de características que se consideran femeninas, con el amor a los espacios íntimos y privados que se les supone, constituye una apuesta condenada al fracaso. No se trata únicamente de que el individualismo posesivo al que somos impelidos anule las mejores intenciones, sino que las virtudes del hogar no impulsan carreras profesionales de gran proyección, entre las que destaca la política. Traigo a colación un problema que se debatía entonces: ¿por qué una mujer no puede ser como Margaret Thatcher (aunque a pocas feministas les agradara la señora Thatcher)? Si cualquier mujer no puede actuar como la Primera Ministra británica entonces la igualdad entre los sexos queda lejos. Por su evidente incapacidad para empoderar a las mujeres, los postulados del feminismo de la diferencia perdieron fuerza a medida que los años transcurrían.
Pese a los evidentes fallos de tal postura, quienes actualmente se oponen a la extensión de derechos a las personas transexuales heredan supuestos diferenciales, aunque se declaren partidarias de la igualdad. Así, al sostener que un bebé es macho o hembra desde el útero materno (o, como muy tarde, en el momento de nacer), estas militantes perpetúan los postulados diferenciales del pasado. En otro ámbito se sitúan quienes afirman, como a menudo hace Clara Serra, que el objetivo del feminismo no radica en defender esencias femeninas, entre otros motivos porque no existen tales entidades, sino que la meta consiste en evitar que haya personas discriminadas por el hecho de ser mujeres; esta postura continúa la lucha por la igualdad. Si el feminismo de la diferencia cavaba su propia trampa al dificultar el desenvolvimiento de las mujeres en el espacio público, las actuales feministas trans-excluyentes levantan otros obstáculos que dificultan el progreso de las mujeres, como se verá a continuación.
Dos errores del feminismo trans-excluyente
La lógica lleva a pensar que, si se construye un sujeto político en torno a las mujeres, los migrantes o cualesquiera otras identidades, el aumento de quienes se incluyen en tal categoría consolidará al movimiento. En otras palabras: como feminista, me alegraré de que se amplíe el número de mujeres feministas, al igual que de varones igualitarios, puesto que de esa manera se incrementará la fuerza del movimiento. Esto sucedió al incluir a las personas del mismo sexo en el derecho matrimonial; la institución, en lugar de debilitarse (como vociferaban sus oponentes) se amplió y fortaleció, puesto que más personas contraían nupcias.
Sin embargo, las trans-excluyentes afirman que ampliar derechos transexuales conllevará un “borrado” de las mujeres. Ahora bien, quienes sostienen esto no se oponen a los derechos transexuales porque haya personas, designadas mujeres al nacer, que se consideren como varones; antes bien: protestan ante el hecho de que existen personas, designadas varones al nacer, que intentan ser reconocidas como mujeres. En ellas centran sus vituperios. Por ejemplo, las trans-excluyentes sostienen que, con la aprobación de derechos, un agresor sexual cambiará de sexo y género para incrementar sus canalladas en la confianza de que sus delitos sean menos castigados al ser reconocido mujer; tal argumento resulta extraño o especioso. Por añadidura, tal posición soslaya lo que sucede desde hace muchas décadas: las mujeres transexuales, cuando se les envía a cárceles de varones, a menudo sufren abusos y humillaciones. Estas mujeres quieren ir a prisiones femeninas, no con el fin de realizar fechorías, sino para evitar agresiones.
Una de las paradojas del ultra-liberalismo imperante es que defiende la ampliación de mercados, pero en ocasiones se opone al incremento de derechos personales. En tal sentido sucede que muchas mujeres trans-excluyentes también militan contra el reconocimiento de derechos a las trabajadoras sexuales. En conjunto, las trans-excluyentes reducen las formas de ser mujer o dificultan el empoderamiento del grupo que afirman defender, por lo que socavan su capacidad política. A veces, uno tiene la impresión de que se trata de un feminismo sostenido por y para señoras que comparten rasgos del personaje de Bernarda Alba, en la obra homónima de Federico García Lorca; mujeres de buena posición que critican y marginan a otras por lo que son (transexuales) o hacen (trabajos sexuales). Pese a ello, estas se consideran las auténticas feministas, quizás porque sus medios económicos y puestos de relieve les da confianza en que su mensaje repercutirá en la sociedad.
Las trans-excluyentes reducen las formas de ser mujer o dificultan el empoderamiento del grupo que afirman defender, por lo que socavan su capacidad política
El segundo error de rechazar a las mujeres transexuales dentro del feminismo consiste en que, para que la exclusión tenga alguna verosimilitud, se ha de reivindicar una fuerte base biológica de la feminidad. Ahora bien, en la actualidad las ciencias y tecnologías modifican, de manera creciente, el sustrato de la especie. En tal línea se pueden mencionar las vacunas, la ingeniería genética o las tecnologías de reproducción asistida, entre otros campos englobados en el término “biopoder”. Así, tras más de un siglo de vacunaciones masivas, cabe suponer que el sistema inmunológico de la especie se haya modificado. También conviene recordar que desde, al menos, la década de 1960, el cuerpo humano es motivo de crecientes intervenciones estéticas, a la vez que empresas y gobiernos intentan incrementar nuestra productividad y esperanza de vida. Por todo ello, quienes pretenden anclarlo en sus características primigenias realizan un esfuerzo tan abocado al fracaso como quienes intentaban promocionar a las mujeres en base a virtudes diferenciales.
A las trans-excluyentes habría que preguntarles si creen que los seres humanos tenemos instintos, por si reclaman alguno que sea específicamente femenino y, con tal fin, señalan una característica que impida integrar en el universo femenino a quienes al nacer son considerados machos. Si, en un biologicismo exasperado, su respuesta fuera afirmativa, sin duda mencionarían el instinto maternal. Ahora bien, con esa afirmación demostrarían poca lucidez puesto que, en ese caso, habría que preguntarles cómo consideran a las mujeres que no son madres: ¿serían mujeres a medias o, quizás, hembras malogradas? Aún peor: ¿cómo juzgan a aquellas que deciden abortar? Más vale no transitar por este camino si lo que se pretende es empoderar a las mujeres, en lugar de impulsar un retorno al hogar con un marido que gana el pan y varios hijos que reclamen cuidados. Desde luego, el autor de estas líneas niega rotundamente la existencia de instintos en los seres humanos, aunque no objeta el hecho de que los etólogos los atribuyan a otras especies animales; no los podemos tener desde que la especie dominó el fuego y comenzó a elaborar herramientas. Cortar con la idea de instinto cercena la base del determinismo biológico, sea trans-excluyente o de otro tipo.
El dilema político
El PSOE se equivoca al posponer la aprobación de la ley que reconoce a las personas transexuales los derechos que reclaman; en particular, la propuesta legislativa los reconoce a menores de edad, a la vez que despatologiza el cambio de identidad. La prórroga en la aprobación de la ley seguramente intenta diluir el conflicto entre detractores y defensores de la nueva legislación. Sin embargo, en lugar de solucionarse, el problema se enquista a medida que transcurren los meses. El retraso conlleva roces crecientes entre, por un lado, las feministas trans-excluyentes del PSOE (como la anterior vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo) y, por otro lado, la mayoría del movimiento feminista, junto a la militancia LGBT+ y varones igualitarios; en esta posición destaca el ex presidente del gobierno socialista, José L. Rodríguez Zapatero, quien declara en las entrevistas un apoyo incondicional a las demandas del colectivo transexual.
Ambas posturas sobre los derechos transexuales se encuentran enfrentadas dentro del PSOE por lo que, más pronto que tarde, sus responsables tendrán que inclinarse por una de ambas opciones. Si demoran la aprobación de los nuevos derechos, muchos transexuales afiliados al PSOE abandonarán el Partido, como ha hecho recientemente Carla Antonelli; a ella se sumarán una parte de las feministas igualitarias. Dada la raigambre del PSOE en el país, por sus múltiples años de gobierno, el debate en su seno trasciende a gran parte de la sociedad; en particular, a los medios de comunicación y foros de Internet. Ante un dilema parecido, la Asamblea Político Social de Izquierda Unida, en febrero de 2020, expulsó de la coalición de izquierdas al Partido Feminista de Lidia Falcón por sus posicionamientos contra las personas transexuales. Lo que ya ha decidido un partido progresista puede servir de orientación al PSOE.
Conviene recordar que el pasado 8 de marzo, por primera vez en décadas, hubo dos convocatorias feministas en ciudades como Madrid y la causa de la división fue el reconocimiento de los derechos transexuales. La asistencia a cada una de las manifestaciones permite calibrar la fuerza relativa de cada posición: como era de esperar, la manifestación igualitaria resultó mucho más concurrida que la trans-excluyente. Por el bien de toda la ciudadanía, cabe confiar en que los dirigentes del PSOE decidan la cuestión trans con una mirada en la ampliación de derechos y soslayen el prejuicio que sostiene que nuestra biología es destino. Tal convicción trans-excluyente forma parte de un pasado teológico o romántico; en cualquier caso, la postura resulta pre-ilustrada, como aprendí en un seminario feminista.
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Vaya montón de aporías, falacias y demagogias. Jugar con las palabras no cambia la realidad, salvo la idiotez propia que se camufla mejor. Deseos no son derechos.
Por la misma regla de tres los clubes femeninos deberían aceptar varones para aumentar sus opciones de victoria, hasta que la competencia las haga desaparecer y solo existir testimonialmente.
Gracias por defender el feminismo de la igualdad, para mí todo lo que sea así no es feminismo por definición.
Pero hay 3 ideas que no comparto. Primera, la especie humana tiene instintos. La especie Homo Sapiens tiene instintos, más o menos controlados por el raciocinio pero existen. Sin ellos no podríamos sobrevivir, te pongo varios ejemplos: el instinto de supervivencia, el instinto de reproducción ... El papel de dichos instintos en la construcción de nuestra sociedad es infinitamente menor que en cualquier otra especie, de ahí la diferencia con otros animales.
Segunda, yo me considero feminista de la igualdad y estoy absolutamente en contra de la prostitución. Blanquear la prostitución es aceptar que es un trabajo cualquiera. Un putero no busca placer sexual a secas, busca dominar y someter a la persona y así conseguir llegar al orgasmo. Pocos van a la prostitución para buscar cariño y dar respeto para llegar al orgasmo. Por tanto la prostitución es un trabajo donde se denigra y cosifica a la mujer por el hecho de ser mujer y no puede ser blanqueado. Con la prostitución entre hombres no puedo opinar.
Por último, por qué dices "varones igualitarios" . La expresión "hombres feministas" es correcta para lo que creo quieres transmitir y sugiere más que el anterior, que a mi se me queda corta.
Primero agradecer tus comentarios. Respondo a las cuestiones que planteas. El uso de la expresión "varones igualitarios" en lugar de "varones feministas" es para no repetir lo segundo; solo de trata de un sinónimo para no hacer pesada la lectura. Para mí, ambas expresiones son completamente equivalentes.
En relación con los instintos he escrito sobre el tema en mi último libro "Competencia o cooperación. Sobre la ideología que domina la biología", por lo que no voy a profundizar en ello. Solo te diré que, a cada ejemplo que pongas, le encontraré un contraejemplo: a la lucha por la vida contrapongo las tasas de suicidio, anorexia (que es una forma de suicidio) y, sobre todo, los millones de jóvenes que han ido a la guerra porque sus dirigentes se lo han ordenado. Si tuvieran ese instinto por la supervivencia se habrían negado a morir por su dios, rey o patria.
El tema de la prostitución es el asunto de mayor enfrentamiento entre feministas. Solo te diré que, para mí, lo más importante es el bienestar de quien ejerce los trabajos sexuales y no me pongo en la cabeza del putero (tampoco me pregunto si quien pide una copa en un bar: ¿depresión, placer, ansiedad, acopio de valor para hacer algo?). El bienestar requiere el reconocimiento de derechos: en la ilegalidad no se mejora la vida. Un saludo.
Un principio básico de todo razonamiento es hacerlo al mismo nivel. No tiene sentido contraponer al instinto de supervivencia las tasas de suicidio.
Gracias por tu comentario Agus, pero no veo porqué a la afirmación del instinto de supervivencia (que no está demostrado, ni es demostrable) no se le pueden oponer, como contrafáctico, los casos donde las personas ponen fin a su vida de manera voluntaria. Saludos.
Muy buen articulo, Javier. Permíteme que sugiera un añadido a lo que dices, añadido que sería válido para otras situaciones distintas a la que aquí planteas. Se trataría de incluir la variante del protagonismo, es decir, de que los razonamientos de quienes están en contra de la ley trans, no son a priori sino a posteriori. Perder el protagonismo político o intelectual no es fácil de asumir para quienes han disfrutado de él. Que unas jovenes recién llegadas les enmienden la plana a quienes se han considerado las adalides del movimiento feminista, no es algo que se acepte con facilidad, como vemos, y como demuestra que ese sea uno de los "argumentos" esgrimidos en algunas de sus intervenciones.
Tienes razón Julen: de eso también hay. Un abrazo.