El tamaño de lo que importa

¿Podemos hacernos cargo de la enormidad? ¿Podemos hacer que el Gran Relato en lugar de ser menospreciado, lo construyamos tan inclusivo, tan flexible, tan poroso, que tenga capacidad para abrazar y articular las múltiples diferencias, los variadísimos aspectos locales, etc.?

Peter Sloterdijk
Wikimedia Commons El filósofo alemán Peter Sloterdijk
Artista visual, profesor titular de la Universidad de Málaga
9 abr 2019 10:00

Nos dice Peter Sloterdijk en alguna página de En el mundo interior del capital. Para una filosofía de la globalización: “¿no ha significado desde siempre pensar aceptar el desafío de que lo desmesurado aparezca concreta y objetivamente ante nosotros? Y eso desmesurado, que incita al comportamiento conceptual, ¿no resulta incompatible, por sí mismo, con la naturaleza tranquilizante de lo mediocre? La miseria de los grandes relatos de factura convencional no reside en absoluto en el hecho de que fueran demasiado grandes, sino en que no lo fueron lo suficiente. Obviamente puede discutirse sobre el sentido de lo ‘grande’. Para nosotros ‘suficientemente grande’ significa: más cerca del polo de la desmesura. ‘...Y ¿qué significa pensar si no se midiera incesantemente con el caos?’”. Y más adelante, citando a Deleuze y Guattari en ¿Qué es la Filosofía?: “diríase que la lucha contra el caos no puede darse sin afinidad con el enemigo, porque hay otra lucha que se desarrolla y adquiere mayor importancia, contra la opinión que pretendía no obstante protegernos del propio caos. […]”. Sloterdijk nos recomienda ir más allá de las propias fuerzas y seguir a los autores de Mil mesetas saliendo a buscar nuevos impulsos en el caos; nos encontraríamos así con la más que desafiante provocación de narrar un nuevo cosmos a través de mega-relatos, trans-relatos, ultra-relatos… Veamos.

Lo “grande” y un nuevo cosmos

Lyotard en La condición Postmoderna nos hablaba del fin de los Grandes Relatos de la Modernidad y del recurso a los microrrelatos desde la aparición de la llamada Postmodernidad; en esta, los juegos locales de lenguaje señalan el camino de una rebaja en las pretensiones de universalidad. A partir de esa lectura, podemos formularnos unas preguntas que quedan más allá o más acá de las disquisiciones académicas sobre el Todo y las Partes: ¿hay alguien más ahí… o, quizás, algo más? ¿Existe aún la posibilidad de que alguien o algo esté en condiciones de tratarse con el Todo y que para ello intente recoger fuerzas del caos a fin de componer el mayor relato jamás contado? ¿Es algo necesario? ¿Son los científicos con sus aspiraciones a la Teoría del Todo los únicos que se abisman con sus habituales estrategias en semejantes aventuras? ¿Es esta una tarea que solamos encarar tal y como recomiendan en ocasiones filósofos e intelectuales de todo corte y pelaje? Y entonces surgen otras cuestiones que nos remiten a grandes áreas de dominio: ¿se tratan con el Todo, cada uno a su manera, los regímenes financieros globales, los fundamentalismos religiosos y los sistemas de partidos, los poderes mediáticos y las tecnologías más extensivas e infiltrantes? ¿Es, por ejemplo, el llamado solucionismo tecnológico un modo de enfrentarse al Todo? ¿Se trata de una especie de solución final, una Endlosung de apariencia más seductora que la atrocidad conocida por tal nombre, o es quizás la vulgar actualización del positivismo comtiano? ¿Se han olvidado el arte y el pensamiento de que este asunto de la totalidad también les concierne a ellos más allá de los continuos fracasos o de la segmentación promovida por los intereses académicos o los del mercado artístico o editorial? ¿Ha de importarnos el tamaño de lo que importa? Pero, no seamos estrechos, no se trata de meras dimensiones, sino de algo menos trivial, más intenso a la vez que más extenso.

Entonces, frente a la especialización más deprimente que nos “acorrala”, surge la labor titánica, el sobresfuerzo de salir de la disciplinada mediocridad rentable a corto plazo, de la palmadita en la espalda de nuestros cariñosos colegas que esperan con cierta ansiedad la devolución de semejantes ternuras. Esa tarea que se antoja inabordable, adquiere el cariz incómodo e incierto de un desafío de dimensiones siderales, espeluznantes; una apuesta que tiene que ver con el cuestionamiento de la parcelación de un saber que es poder. “Divide y vencerás” implica una estrategia bélica que los poderes más genuinamente explotadores conocen perfectamente. Contra esa división y especialización, y a favor de la complejidad y la totalidad, se han manifestado (siempre con matices diferentes pero en la misma sintonía) numerosos filósofos, sociólogos, artistas, intelectuales en general e incluso algunos tipos de científicos.

¿Se han olvidado el arte y el pensamiento de que este asunto de la totalidad también les concierne a ellos más allá de los continuos fracasos o de la segmentación promovida por los intereses académicos o los del mercado artístico o editorial?

Edgar Morin en su Introducción al Pensamiento Complejo recurre a Adorno, “la totalidad es la no-verdad”, para suspender nuestras aspiraciones más enfáticas y ambiciosas, pero inmediatamente, y después de explicarse y ampliarse, pasa a expresar sarcásticamente: “mientras que los medios producen la cretinización vulgar, la Universidad [por su hiperespecialización] produce la cretinización de alto nivel”. Wittgenstein, antes de entrar en su particular giro hacia los juegos de lenguaje, nos encomendaba en los primeros apartados de su Tractatus al reconocimiento de la conexión entre las cosas y los fenómenos. Sería bastante larga la lista de invectivas contra el saber parcelado y la de declaraciones a favor de la totalidad.

Solo pondré un ejemplo sociológico y de distinto linaje: Ulrich Beck. En su Modernización reflexiva nos alienta a posicionarnos en contra de la autonomización y la autorreferencialidad: “¿y por qué no habrían de encontrarse nuevos terrenos fértiles al atender a lo opuesto, es decir, a la especialización en interrelaciones, a los entendimientos contextuales y a la comunicación entre fronteras?”. Podríamos encontrar decenas de ejemplos en este sentido, aquellos que en el eje Todo-Partes se decantan por algún tipo de aproximación a la Totalidad.

¿De qué te ocupas?

A partir de aquí surge la pregunta que a mi juicio debería interesar a todos aquellos agentes que se tratan de una u otra manera con el pensamiento o con la transformación del mundo: ¿de qué te ocupas? Yo estimo que no se trata de una pregunta meramente metodológica sino absolutamente ética. Una pregunta a la que unos responden que debemos ocuparnos de lo pequeño, cotidiano, del cuidado del que anda a tu lado, estableciendo redes de contactos que irán transformando los ecosistemas vitales generales (pero evitando siempre las antiguas odiseas y grandilocuencias de la Historia). Y otros responden que es mejor ocuparse de lo grande, de las totalidades (para no incurrir en parcelaciones, reducciones, sometimientos y amputaciones). De una y otra opción, la de lo grande y la de lo pequeño, nos quedarán en el tintero de nuestra ignorancia aquellas que a buen seguro se están comenzando a formular ahora mismo en algún recóndito lugar. Mientras salen a la luz, volvamos unos años hacia atrás para recuperar la ‘totalidad’.

Al principio de Rosa Luxemburg como marxista, capítulo de Historia y consciencia de clase (1923) Georg Lukács nos dice: “lo que diferencia decisivamente al marxismo de la ciencia burguesa no es la tesis de un predominio de los motivos económicos en la explicación de la historia, sino en el punto de vista de la totalidad.” Menciona la palabra que actúa de clave de bóveda de su libro y continúa: “la categoría totalidad, el dominio omnilateral y determinante del todo sobre las partes, es la esencia del método que Marx tomó de Hegel y transformó de manera original para hacer de él el fundamento de una nueva ciencia. La separación capitalista del productor respecto al proceso total de la producción, la fragmentación del proceso del trabajo en partes [se refiere aquí a aquellas más animales/mecánicas del ser humano] que no tienen en cuenta la peculiaridad humana del trabajador, la atomización de la sociedad en individuos que producen insensatamente, sin plan ni conexión, etc., todo eso tenía que influir profundamente también en el pensamiento, la ciencia y la filosofía del capitalismo. Y el elemento básicamente revolucionario de la ciencia proletaria no consiste solo en contraponer a la sociedad burguesa contenidos revolucionarios, sino también y ante todo en la esencia revolucionaria del método mismo. El dominio de la categoría de totalidad es el portador del principio revolucionario en la ciencia.” Y en cualquier aspecto de la vida, podríamos añadir para rebajar el cientificismo típico de la época. Ni siquiera para hablar de totalidad como pensamiento revolucionario creo que tengamos que recurrir a la palabra “método” cuyo uso suele incomodarme porque me aproxima a la rígida idea de protocolo y con ella a una especie de insostenible y extenuante bucle protoburocrático.

¿Ha llegado quizás la hora de pensar abiertamente y con todas las fuerzas disponibles: grandes y pequeñas, ordenadas y caóticas, comunes y diferentes?

Marx sobre todo, según Lukács, intenta fundar, como Hegel, una filosofía/ciencia que se ocupe del Todo porque es ahí, en ese concepto, donde se juega el destino (material) de la Humanidad. Y, resumiendo, explica la ambición del proyecto marxista más allá de sus pormenores: “para el marxismo, pues, no hay en última instancia ninguna ciencia jurídica sustantiva, ni ciencia económica sustantiva, ni historia, etc. sino solo una única ciencia, unitaria e histórico-dialéctica, del desarrollo de la sociedad como totalidad.” Es decir, tal y como ya nos advertía Lyotard observamos la existencia de un Gran Relato marxista que aspira a una idea de totalidad y que expresa claramente sus razones para hacerlo. Entre la globalización financiera y la hiperlocalización laboral, tal y como nos las cuenta Manuel Castell en La era de la información, queda patente el aislamiento del individuo después del forcejeo capitalista por acabar con la lucha de clases. Se trata de un notorio ejercicio del clásico “divide (cuanto más mejor) y vencerás (aquí y en todos lados)”; véase en España el reciente y exitoso modo de acabar con los convenios colectivos, por ejemplo; pero podríamos hablar de todas las “diferencias” reconocidas y aún por reconocer.

¿Cuál es el tamaño de lo que importa?

Entonces y para no alargar el tema más de lo necesario, podemos regresar a Sloterdijk y preguntarnos por el tamaño de lo que importa o fijar la atención en la cercanía y desatender, por inabarcables, las enormidades y los abismos. Son dos modos de encarar el asunto que a veces se antojan incompatibles y sometidos a tiras y aflojas un tanto peculiares e infructuosos. Un pequeño ejemplo: recientemente leo en un artículo periodístico (eldiario.es) que frente a ese discurso de lo micropolítico que ha venido surgiendo desde hace tiempo y en diversos ámbitos y que resulta tan fácil subscribir, Slavoj Zizek interpone la siguiente pregunta: “¿tiene el capitalismo global un oponente fuerte que realmente le impida reproducirse de forma indefinida?”. Una pregunta en clara alusión al tamaño y al acopio de fuerzas de conjunción que hay que acometer para enfrentarse no solo a los gigantescos lobbies explotadores sino, y sobre todo, para redirigir y ampliar las maneras socialdemócratas de aportar reformas dentro del sistema capitalista hacia ambiciones de más envergadura y mayor calado socioeconómico. Es un hecho que Marx no fue consciente de las identidades inscritas en el cuerpo que luego desvelaron las biopolíticas de Foucault y compañía y que tan necesarias han devenido para la comprensión de otros/as, aquellos/as entre los que ahora podemos encontrar aliados más numerosos y mejor forjados. También es un hecho que las animosas y positivas construcciones de lo nodal y la diferencia a menudo otorgan inconscientemente el terreno de “pensar a lo grande” a poderes fácticos y grupos de presión que no conciben que ese terreno haya de cederse jamás a otros locus de influencia general que no sean ellos mismos (los de siempre).

Y entonces vuelve a surgir la pregunta: ¿de qué te ocupas? Y ahora la interrogación adquirirá el carácter de una apuesta o de un reto: ¿podemos hacernos cargo de la enormidad? ¿Podemos hacer que el Gran Relato en lugar de ser menospreciado, lo construyamos tan inclusivo, tan flexible, tan poroso, que tenga capacidad para abrazar y articular las múltiples diferencias, los variadísimos aspectos locales, etc.? Y a pesar de ello, o gracias a ello, ¿no hemos de pensar que existen monstruos de dimensiones hiperflexibles cada vez más tecnológicamente descomunales y sofocantes? ¿No es frente a esas potencias de la asfixia contra las que hay que armarse mucho más que con esas balsámicas y meritorias redes de asistencias y resistencias organizativas y autoorganizadas para poder librar así batalla intelectual, social y técnica? ¿No es hora de pensar mucho más allá del siempre bienvenido calor amigo y del aliento que se siente al estar juntos? ¿Ha llegado quizás la hora de pensar abiertamente y con todas las fuerzas disponibles: grandes y pequeñas, ordenadas y caóticas, comunes y diferentes? ¿Es este el momento de tratar de articular de nuevo un Todo más amplio que los anteriores en contra de ese Todo que nos viene colocando su producto desde hace centenares de años y encima nos hace sentir culpables o tontos si no contribuimos a una causa que nos venden como plenamente naturalizada? ¿No estamos poniendo, con la mejor de las intenciones, meras tiritas de asistencias vecinales, tan imprescindibles como en ocasiones un tanto happy, sobre una herida enorme y abundantemente sangrante que atraviesa el actual cuerpo social de extremo a extremo y que esquilma y deja exangüe el planeta en toda su extensión violentando así nuestra dignidad y cualquier posibilidad a las generaciones venideras?

Joaquín Ivars es autor del libro El rizoma y la esponja

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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