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Anarquismo
Sobre la supuesta bondad natural del ser humano en el anarquismo
Antes de nada, convendría establecer a qué denominamos “naturaleza humana”. En general, es la atribución de un componente común en toda la especie humana, una característica esencial que hace al hombre (y a la mujer) ser “humanos” como tales. Bien es verdad que la propia existencia de una naturaleza compartida suscita muchos debates y que no hay como tal una opinión unánime de que esto se dé o en el caso de que se diese, cuál sería dicho sustrato común a todo ser humano independientemente de cuál sea su recorrido histórico. No obstante, puesto que este artículo parte de una asunción falaz sobre dicha cuestión que se asocia usualmente con el pensamiento ácrata, las diversas opiniones acerca de la verificabilidad o realidad de la supuesta existencia de una “naturaleza humana” no tienen mucha relevancia aquí.
Muchos de los argumentos que se establecen como críticas hacia al anarquismo se basan en la falsa creencia de que los libertarios conciben al ser humano como “bueno por naturaleza”, que ese sería el único motivo o aliciente para que una sociedad sin Estado ni jerarquías fuese posible o incluso deseable. Sin embargo, eso no es así.
Los y las anarquistas no creen que la bondad forme parte de nuestra esencia; no existe tal visión especialmente optimista.
Los y las anarquistas no creen que la bondad forme parte de nuestra esencia; no existe tal visión especialmente optimista. Por supuesto que puede haber individuos libertarios e incluso colectivos que así lo crean, pero no son ni de lejos una mayoría, ni su posición puede servir para llevar a cabo un juicio sobre el anarquismo en su conjunto. Como se ha adelantado, y tal y como lo expresa Gabriel Kuhn (Revolución es más que una palabra: 23 tesis sobre el anarquismo), una de “las mayores críticas al anarquismo desde las ideologías marxistas (socialdemócratas o leninistas) [es que] el anarquismo es ingenuo, ya que tiene una visión idealizada de la naturaleza humana y las relaciones sociales”; no obstante, también añade que “la visión anarquista de la naturaleza humana es, de hecho, mucho más sutil que la de las otras corrientes de la izquierda (por ejemplo, en relación con la psicología del poder)”.
Sin falsear a Kropotkin
Algunos de los teóricos que sostienen esta crítica buscan fundamentarla en uno de los autores ácratas con más renombre: Piotr Kropotkin, principalmente por su obra El apoyo mutuo. En este trabajo, el teórico ruso principalmente lo que pretende demostrar, gracias a su interés científico por los comportamientos entre las diferentes especies de animales no humanos, es que hay un matiz importante en la famosa tesis darwinista. Cuando se exclama con vigor que la evolución se da por la “selección natural”, con la “supervivencia del más apto/idóneo”, a veces se malinterpretan sus conclusiones.
Que cierta característica suponga una “ventaja adaptativa”, que haga a determinado individuo más apto para la supervivencia, difiere, como es obvio, de los diferentes hábitats, pero tiene más que ver con la adaptabilidad a las circunstancias que podrían aparecer como adversas. Aquí es donde entra Kropotkin con sus diferentes observaciones, investigaciones y estudios acerca del mundo animal, sin escatimar en ejemplos: pingüinos, escarabajos sepultureros o las aves migratorias. Mencionando al biólogo K. F. Kessler (cita que también aparece destacada en la obra del anarquista ruso):
Ciertamente, no niego la lucha por la existencia, sino que sostengo que, al desarrollo progresivo, tanto de todo el reino animal como en especial de la humanidad, no contribuye tanto la lucha recíproca cuanto la ayuda mutua. Son inherentes a todos los cuerpos orgánicos dos necesidades esenciales: la necesidad de alimento y la necesidad de multiplicación. La necesidad de alimentación los conduce a la lucha por la subsistencia, y al exterminio recíproco, y la necesidad de la multiplicación los conduce a aproximarse a la ayuda mutua. Pero, en el desarrollo del mundo orgánico, en la transformación de unas formas en otras, quizá ejerza mayor influencia la ayuda mutua entre los individuos de una misma especie que la lucha entre ellos.
Esto es lo que viene a defender Kropotkin a lo largo de su obra: que el apoyo mutuo se da en muchas especies del reino animal y que resulta, en una inmensa cantidad de situaciones, mucho más efectivo para la evolución y la supervivencia que la superioridad adaptativa de un individuo. Con esto muestra que la solidaridad es una posibilidad real (que no una cualidad innata), no un sueño utópico.
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Por otro lado, en ese señalamiento de ingenuidad hacia los y las libertarias que niegan la necesidad de las prisiones y de las fuerzas de represión gubernamentales, no se encuentra una cantidad de fuentes ácratas suficiente sobre la que poder fundamentar que la protesta nazca de una concepción buenista del ser humano. Es decir, casi ningún teórico o teórica anarquista justifica la abolición penitenciaria sobre la base de una bondad innata del ser humano.
Por nombrar otra autora: Emma Goldman, muy crítica con el sistema penitenciario y los engranajes que lo mantienen, estudia las causas de la criminalidad; ella se centró principalmente en la moralidad de su época como un gran condicionante o incluso detonante de las actitudes delictivas, aspecto que hoy no podríamos tampoco desechar. No defiende que en una sociedad anarquista no fuese a haber ningún tipo de disputa ni que todas las personas nos convirtiésemos en seres de luz en una sociedad regida por el apoyo mutuo, sino que, como muchos de sus compañeros y compañeras, muestra que la inmensa cantidad de delitos vienen propiciados por unas condiciones sociales que el anarquismo quiere combatir de raíz. Ya lo comentaba Proudhon con su “la propiedad es un robo”, pero las críticas abarcan muchos ámbitos más.
Puesto que uno de los mayores estandartes del anarquismo es la posibilidad de cambio, de desarrollo, no se trata tanto de que tenga unos componentes concretos que se manifiesten continuamente en el sujeto, sino que pueda tenerlos en potencia.
Una gran cantidad de los comportamientos que asumimos como nocivos para una convivencia más armónica son actitudes que parten de ciertas culturas, tradiciones o sistemas de valores (como la santidad de la propiedad privada, exacerbada por el capitalismo): la envidia, la avaricia, la meritocracia y su consecuente competitividad, etc. Con esto se señala la gran influencia del contexto en el comportamiento del ser humano; lejos de defender que se deba a una única causa, muestra una gran relación entre los valores sociales y la mayoría de los delitos penados en la actualidad. De esta forma se quiere hacer hincapié en el ámbito de lo normativo, no de lo natural; de cómo es la esfera social la que alberga los valores, un espacio que es puramente contingente y que va cambiando de manera continua.
Más una potencialidad
Puesto que uno de los mayores estandartes del anarquismo es la posibilidad de cambio, de desarrollo, no se trata tanto de que el ser humano tenga unos componentes concretos que se manifiesten continuamente en el sujeto, sino que pueda tenerlos en potencia. En esta línea, Tomás Ibáñez en su libro Agitando los anarquismos. De Mayo del 68 a las revueltas del siglo XXI, dedica un capítulo a esta cuestión, cuyo título ya es una sentencia clara: “La naturaleza humana: un concepto excedentario en el anarquismo”. En este texto subraya que
Resulta totalmente falso en cuanto nos tomamos la molestia de examinar el discurso anarquista […] que se caracterice por asumir una concepción de la naturaleza humana cercana a la de Rousseau. En general, las figuras clásicas del anarquismo se inclinan más bien por enfatizar la plasticidad del ser humano, destacando que se compone tanto de rasgos positivos como negativos. De hecho, consideran que estos rasgos entran a menudo en conflicto y, por eso, debemos estar siempre en alerta y reconstruir constantemente las condiciones de la libertad para que una vida colectiva sin coerción sea posible.
Es decir, se trata de construir una situación en la que la anarquía sea realizable; énfasis en “construir”, puesto que no viene dado. Para que esto sea factible, solo hace falta que el ser humano tenga la potencialidad de esos valores de apoyo mutuo que se desean y se den las circunstancias históricas que posibiliten el desarrollo de esa potencialidad, lo cual creo que es evidente que se ha demostrado como cierto a lo largo de la historia o de las diferentes experiencias que hayamos podido tener cada una.
La única naturaleza humana en el anarquismo
A pesar de todo lo expuesto, si necesariamente (que no creo que sea el caso) el pensamiento libertario tuviese que postular y posicionarse sobre una naturaleza humana concreta, sería la mutabilidad. El atributo de cambio es lo que necesariamente posibilita la libertad, que no viene predefinida de manera innata y por tanto no se guía hacia el “bien”, alejándose del “mal”, una libertad a secas, sin adjetivos. La posibilidad del individuo de escoger qué es lo que quiere hacer, ya contribuya a una mejor convivencia o suponga un conflicto: lo que se defiende es eso. Lo que se persigue, o se intenta reconquistar, es eso.
Si, en cambio, no pudiésemos ser maleables, caeríamos en el más profundo determinismo, negando así no solo la posibilidad de la anarquía, sino de cualquier otro sistema de organización y de valores que no fuesen los actuales. Cuestión que, por otra parte, el desarrollo histórico ya desmiente por la existencia de diferentes épocas con sus distintas formas sociales. No obstante, casi la propia pregunta acerca de una naturaleza humana ya lleva consigo cierta determinación hacia el ser humano: algo que es y no puede cambiar, que le acompaña (o le custodia) desde su nacimiento hasta su muerte. Por esto la propuesta supone en sí misma una paradoja: si el atributo compartido por todos los seres humanos es que cambiamos y que no venimos determinados, es que no puede considerarse en sí un atributo común, puesto que lo común es que no hay nada común.
Mientras que con este artículo se ha pretendido dar un par de pinceladas al mayor argumento esgrimido contra el anarquismo, con el que se forma una especie de falacia “hombre de paja” o petición de principio, puesto que la premisa que se emplea no es la adecuada, no se pretende realmente postular, en su lugar, otra premisa naturalista, sino anularla. Y aquí una conclusión, reflexión y/o advertencia: hay que prevenir que la naturaleza del ser humano abarque una cuestión central en los debates acerca de la viabilidad del anarquismo porque, además de suponer un estancamiento, sería “entrar exactamente en el juego de quienes niegan la posibilidad de la anarquía alegando su incompatibilidad con la naturaleza humana y es caer en la trampa de utilizar la misma lógica argumentativa que inspira su discurso” (Ibáñez, op. cit.).
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¡Qué interesante! Gracias por el lenguaje tan sencillo que ameniza la lectura.