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Opinión socias
Tiempos de reflexión, un libro colectivo

En este oficio, el de maestro, hay que procurar mantener los sentidos alerta para cazar al vuelo las ideas que mariposean constantemente a nuestro alrededor. Cada oportunidad de aprendizaje tiene que ser aprovechada, porque no sabes nunca dónde va a saltar esa chispa que luego se convierte en voraz incendio que busca el conocimiento.
Todo nuestro oficio consiste en enseñar a leer y escribir. No me refiero a deletrear, sino a intentar descifrar el mundo, entenderlo hasta donde podamos, comprenderlo en sus infinitas variables, dimensiones. Intentar realizar las más diferentes y hasta extrañas lecturas que podamos imaginar.
Leer no consiste sólo en interpretar partituras de letras, sino en descifrar los sonidos, las músicas, los colores, las constantes, los ritmos, las matemáticas, los olores, los sabores, cuanto nos transmite la piel. Las sensaciones que se mueven dentro de nuestro cuerpo. Los movimientos que se producen en nuestra mente. La conciencia de nuestro cuerpo en relación con el entorno que le rodea.
En todo eso y mucho más consiste el aprendizaje de la lectura a lo largo de toda nuestra vida. Pero no todo consiste en leer. Nada somos si nada de nosotros es conocido. La dialéctica de la lectura necesita, reclama, exige, la práctica de la escritura. Y de nuevo la escritura concebida mucho más allá del encadenamiento de letras.
La escritura como forma de contarnos el mundo, de explicarte, de explicarnos en el mundo. Escritura de colores, de ritmos musicales, de poesía, narrativa, o escritura matemática. Escritura oral de los cuentacuentos, los cronistas, los juglares y los cómicos de la legua.
Estoy harto de leer y escuchar historias edulcoradas. De ricos que también lloran. A fin de cuentas, qué me importa a mí tanta vida de pijo, o de aspirante a pijo. Tal vez esa sea una de las tragedias de este mundo. Que quien debiera contar su historia no sabe hacerlo, no puede hacerlo, mientras que un impresentable rebaño de adocenados nos cuenta su ridículo postureo.
Un buen día, en este pequeño ingenio, enclave, encomienda, o misión pedagógica, al que hemos dado en llamar CEPA Ramón y Cajal de Parla (Centro de Educación de Personas Adultas), una profesora tuvo la ocurrencia de recabar la participación de alumnas, alumnos y profes para que escribieran. Para que se contaran y nos contaran. Para que imaginaran, inventaran, o reflejaran retazos de su vida, o de otras vidas.
Así surgió el libro Tiempos de reflexión. Por allí desfilan 20 historias, relatos, cuentos, crónicas, recuerdos. Memoria de una infancia en los campos de Marruecos. La memoria de un padre irrepetible, como tantos padres, como casi todos los padres. El misterio que se esconde en los lugares habituales por los que transitamos, como ese pasillo plagado de grullas que conduce a la biblioteca.
Las siempre difíciles relaciones con nuestros propios cuerpos. La historia de nuestro cuerpo en los muchos lugares en los que nos ha acompañado. Nuestro cuerpo, también, antes del quirófano. Porque la perfección no existe. Porque, como nos recordó nuestro poeta Antonio Gamoneda: “La belleza no es un lugar al que van a parar los cobardes”.
Aprender a leer la vida, el mundo, nuestros propios cuerpos. Aprender a escribirnos, contarnos, imaginarnos, es, de alguna manera, desnudarnos ante los otros. La lectura, la escritura, no son lugares donde vayan a parar los cobardes.
Tiempos de reflexión es más que un libro al uso. Es un ejercicio de escritura colectiva, un collage, un código imprescindible para intentar entender a quienes pueblan este Centro de Educación de Personas Adultas, dedicado a Ramón y Cajal, en esta villa de Parla, en la que conviven hasta 115 nacionalidades distintas.
Un puñado de vidas que pugnan, se esfuerzan, insisten en ser contadas. Esta es la vida que discurre por esta tierra. Son vidas que merecen ser escritas, ser leídas. De eso va este libro. De eso va la educación en los pueblos del Sur.