Opinión
La paranoia de ser Podemos

El partido morado que se engendró como eje disruptor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, que buscó la ruptura con el régimen del 78 y que se enfrentó, casi en soledad, a las políticas de austeridad de Europa, con más de cinco millones de votos a sus espaldas –una hazaña que no ha logrado ningún partido político actual, a excepción de PP y PSOE–, se ha convertido en un partido vertical jerarquizado y bunkerizado por su propia paranoia, en un estado de constante guerra contra su propia naturaleza.
Podemos se ha convertido durante su paso por el Gobierno de España en un reducido núcleo duro en el que ha importado más quién se sentaba en el Ministerio de Igualdad que las propias políticas de igualdad. Y lo dice alguien que le hubiera gustado que Irene Montero, una de las mejores ministras que ha tenido este país, hubiera continuado al frente del Ministerio de Igualdad. Lo dice alguien que considera que el veto a Irene Montero, porque sí existió, fue un error flagrante. Pero por encima de todo esto está la política social y el interés general. Subir el salario mínimo, reducir la jornada laboral o reconocer el Estado de Palestina está por encima de cualquier interés partidista y/o de carácter individual.
Las bases de Podemos se han convertido en entes paranoides en el que todo aquel o aquella que no comulgue con la dirección del partido o con las estrategias del mismo se convierte, automáticamente, en un traidor que participa en una teoría de la conspiración para acabar con el partido. Un traidor que, a la vez, puede ser cualquiera. Una situación en la que, vigilados de reojo, no te puedes salir de las directrices rígidas de la cúpula. Esto es todo lo contrario a ser díscolo, a la disrupción y a cualquier acto revolucionario.
La violencia política y mediática constante hacia Podemos ha abierto un trauma a toda la formación, un trauma que ha conllevado una tara
Podemos ha sufrido la mayor campaña política y mediática de la historia. Ninguna otra formación ha recibido tanta violencia política por parte de la derecha y la extrema derecha como la que han padecido en Podemos –un ejemplo de ello es la sufrida por Irene Montero y Pablo Iglesias en su domicilio–. Con el azote de las cloacas del Estado inclusive, pagándose con dinero público a policías corruptos, bajo el beneplácito del Gobierno de Mariano Rajoy. Una causa que hoy está en manos de la Audiencia Nacional. Esta violencia política constante también ha abierto un trauma a toda la formación. Un trauma que ha conllevado una tara. La tara de pensar que hasta tus propios aliados y compañeros de lucha del mismo espectro son enemigos. Construyéndose una teoría de la conspiración paranoide, en forma de profecía autocumplida, que ha llevado a achicar y bunkerizar cada vez más a la formación morada.
Podemos es cada vez más un núcleo reducido en el que la confianza está rota. Hasta con los suyos propios. Ya no hay pluralidad. Es una lástima el devenir que ha tenido una formación que cambió la política española, rompió el bipartidismo y logró el gobierno más progresista de los últimos 40 años. Los ideales y la acción disruptiva de Podemos es tan necesaria hoy como lo fue desde el minuto uno. Pero esa acción ya no se encuentra en una formación bunkerizada y consumida por su propia paranoia.
En Sumar, la gestión electoral, la negociación y la falta de listas abiertas es un claro ejemplo de que la vieja política también puede contaminar a la nueva
Podemos lo ha hecho mal. Pero no solo Podemos. En Sumar, la gestión electoral, la negociación y la falta de listas abiertas es un claro ejemplo de que la vieja política también puede contaminar a la nueva. Más País se subió al barco de Sumar exclusivamente para ser algo de una vez. Podemos, para sobrevivir. La incansable comunicación en forma de Mr. Wonderful –del amor, los abrazos y los besos– que contamina a Sumar, pero también a Podemos y a Más Madrid, debería ser revisada porque genera náuseas vomitivas. El margen de mejora es infinito. Y soy consciente de que todas estas críticas me traerán, valga la redundancia, crítica. Sobre todo de aquella militancia zombi que, con un patriotismo de partido desmesurado, se toma la militancia partidista como si de un encuentro de fútbol se tratara.
Quien esté cegado por la matriz ideológica y a quien le importen más los intereses de su partido político que los derechos sociales que reflexione. Es más importante la política social, los derechos económicos y los Derechos Humanos que cualquier partido o plataforma política, que cualquier coalición electoral o de gobierno y que cualquier interés de carácter individual o particular. Es más importante detener la ola reaccionaria del posfascismo que tener en nómina en un ministerio a alguien porque se llame Alberto, Irene, Yolanda o Manolo.
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