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Opinión socias
Dios ha muerto; 12 puntos para Israel

La ley de Godwin establece que “a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con los nazis o con Hitler se aproxima al 100%”. Se trata de una ley lógica, durante décadas en un muy acertado imaginario colectivo el paradigma del mal ha sido representado por el fascismo nazi. Hitler es nuestro satanás contemporáneo, por lo que toda conversación que termine en la necesidad de dilucidar entre el bien y el mal, lo correcto o incorrecto, acabará mencionando inevitablemente al fascismo del siglo XX.
Esto, el hecho de que el holocausto se haya convertido en sinónimo del mal, hace más sorprendente que el genocidio en Gaza, televisado y perfectamente documentado, esté ocurriendo ante nuestros ojos sin que nadie haga nada para impedirlo. Se ha escrito mucho sobre “La banalidad del mal” de Hannah Arendt, un concepto que busca explicar cómo personas que no son necesariamente psicópatas pueden perpetrar actos horribles por órdenes burocráticas o dejarse llevar por un sistema que los empuja a actuar por inercia, sin detenerse a reflexionar sobre la ética detrás de sus actos. Pero yo no creo que seamos ignorantes, creo que somos perfectamente conscientes de la profunda frivolidad que supone disfrutar de nuestra vida mientras a otros se la roba el hambre, la guerra o, sin la necesidad de irnos tan lejos, la exclusión social que sufren las clases lumpen proletarias en nuestro país.
Esta frivolidad, esta aparente falta de sentido de la justicia, conecta con un efecto natural a la idiosincrasia del capitalismo como sistema de opresión: la indefensión aprendida. Un efecto psicológico que nos explica el mecanismo por el cual la víctima de un maltrato reiterado en el tiempo deja de defenderse, de buscar estrategias de huida o enfrentamiento a la fuente de dicho maltrato, debido a la inmersión en un estado psicológico de sumisión que conforma la falsa creencia de que no existe posibilidad de éxito alguna en su defensa, da igual cuanta resistencia ofrezca que siempre saldrá derrotada, maltratada. El inmovilismo, la falta de motivación para cambiar las cosas que nos causan dolor y tristeza es un síntoma característico de la depresión. El capitalismo es un sistema depresor.
Bajo esta premisa podemos reinterpretar lo que quería decir Margaret Thatcher cuando pronunció aquello de “There is no alternative”; rendíos, no hay alternativa a este sistema de sufrimiento, bajad los brazos, dejad de luchar. El anticomunismo diseñado por Thatcher y Reagan nos ha forzado a interiorizar la barbarie, naturalizar como hechos inevitables los males del capital. Personas sin hogar, que una niña tailandesa cosa nuestras zapatillas o que el mediterráneo sea una tumba submarina en la que disfrutar nuestras vacaciones verano tras verano -quién pueda permitírselo-.
Este sábado 17 de mayo de 2025 el televoto en España otorgó 12 puntos a Israel en el festival de Eurovisión. Si la banalidad del mal es ignorancia y la indefensión aprendida sumisión, ¿cómo se explica una tendencia sociopolítica que aplaude y vitorea un genocidio? 57.000 palestinos asesinados, 17.000 niños y niñas quemados vivos, decapitados y descuartizados. Ahora, ante el bloqueo por parte del régimen israelí de la ayuda humanitaria, también están muriendo de hambre. Joder, ¿a diario me cruzo por la calle con gente que justifica y celebra esto?
Creo que la respuesta está en Dios. En que ya no existe y nos ha abandonado. Supongo que es un fenómeno de largo recorrido, el ser humano no tolera la incertidumbre, es uno de los mecanismos que explica los cambios civilizatorios que ha atravesado el homo sapiens desde el paleolítico hasta el momento presente. La incertidumbre es estrés y ansiedad, cortisol, malestar, y para reducir dicho malestar recurrimos a mecanismos psicológicos que nos generen sensación de control, encomendarnos al astro sol, bailar para invocar a la lluvia o rezar a la santa trinidad son formas de construir sistemas de creencias que nos aportan certezas. Pero la ilustración, más tarde Nietzsche y finalmente la ciencia contemporánea mataron a dios. Hoy no es necesario creer en dios, la química nos explica el milagro de la vida y la física la aparente omnipotencia de los astros. Ya no necesitamos un sistema de creencias que nos aporte seguridad, es más, a día de hoy la pertenencia a la doctrina religiosa católica se explica más por el sentimiento de pertenencia a un colectivo que por una cuestión de fe, los confesos no son practicantes, no participan de los rituales litúrgicos y, de hacerlo, se justifican en la tradición.
Probablemente sea esta una de las razones por la que crecen sistemas de creencias basados en el arte de la adivinación como el horóscopo o las constelaciones familiares. Si la vida y la muerte han dejado de ser un misterio para ser un proceso científico corriente, la única fuente de incertidumbre proviene de cuestiones como el éxito o no en nuestras relaciones sociales, el amor o el dinero, las grandes incógnitas de la clase media en países primermundistas. Este sábado 17 de mayo de 2025 el televoto en España otorgó 12 puntos a Israel en el festival de Eurovisión.
Las doctrinas religiosas –sin olvidar que son corrientes filosóficas y políticas- no solo implican un sistema de creencias, también un sistema de valores, una forma de habitar el mundo. En su ausencia o decadencia, son otras doctrinas filosóficas y políticas quienes ocupan el espacio de la ética y la moral. Es en la disputa por ocupar este terreno huérfano donde podemos encontrar la explicación al apoyo sionista internacional. Durante las décadas consecuentes a la segunda guerra mundial la sociedad occidental asiste al enfrentamiento entre dos corrientes politicofilosóficas contrarias obligadas a convivir en aparente consonancia bajo el amparo del estado de bienestar. Se trata de la dicotomía entre el ser ciudadano y el ser consumidor.
El ciudadano, definido como un ser colectivo e igualitario, con dignidad intrínseca a la vida, derechos y deberes; frente al consumidor, definido como un ser de castas e individual, cuyo valor es determinado por el poder de su capital acumulado, con tantos derechos como pueda comprar.
La pulsión ciudadana es restrictiva frente a los excesos de la pulsión consumidora, implica la constitución de un sistema de valores garantista, basado en la dignidad humana con la legalidad como mecanismo regulador. La pulsión consumidora es expansionista de los propios límites de la individualidad, implica la constitución de un sistema de valores imperialista, basado en la meritocracia con el mercado como mecanismo regulador.
Trump, Milei, Netanyahu y sus homólogos reaccionarios en el resto del mundo representan la pulsión consumidora en rebeldía frente al encorsetamiento de la legalidad internacional. Representan el sentir de unas clases medias que aspiran a expandir el derecho a la frivolidad, a disfrutar de una vida de opulencia que no pestañea ante el horror que su estilo de vida pueda suponer a la niña tailandesa que cose sus zapatillas, al migrante ahogado en el mediterráneo en busca de una oportunidad en el país que expolia los recursos naturales de su pueblo o a la expansión del estado de Israel para construir un resort vacacional en las playas de Gaza.
El apoyo al genocidio perpetrado por Israel no es otra cosa que el anticomunismo diseñado por Thatcher y Reagan, otro acto de maltrato más de un capitalismo que pretende nuestra indefensión aprendida, inducirnos a un estado depresivo. Un acto de exaltación del mal, de reivindicación del horror, cuyo objetivo es acabar con la condición de ciudadanía. Enviar un mensaje de odio, una declaración de intenciones. El fascismo está dispuesto a todo para salvaguardar este sistema de castas. La guerra por ocupar el vacío ético que dejó dios la estamos perdiendo. Este sábado 17 de mayo de 2025 el televoto en España otorgó 12 puntos a Israel en el festival de Eurovisión.