Opinión
La Alemania vaciada

Al oeste de Alemania, en Renania del Norte, se encuentran las minas de lignito (carbón marrón) más grandes de Europa. En pleno 2021, se plantea su expansión a costa de la destrucción de los pueblos aledaños, no sin la resistencia de centenares de activistas.
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Activistas invadiendo una de las minas de lignito en una acción de Ende Gelände. Créditos: John Mio Mehnert. Foto: Luismi Benavides
19 nov 2021 06:00

Lützerath, o Lützi como se le llama por aquí, es apenas un diminuto punto al oeste del mapa de Alemania. Un pequeño pueblo en riesgo de ser expropiado y destruido por la compañía minera RWE para la ampliación de una de las tres minas de lignito todavía activas en la zona. La historia de Lützi, desgraciadamente, no es un fenómeno nuevo. A día de hoy, otros 50 pueblos de la zona han sufrido la destrucción parcial o total de sus asentamientos, incluyendo parte del bosque de Hambach, cuyos árboles centenarios cayeron en 2018 ante el imparable avance de la maquinaria minera, con la inestimable colaboración de la policía y del gobierno federal de Renania del Norte-Westfalia —aunque de forma ilegal como ha sentenciado recientemente el tribunal contencioso-administrativo de Colonia. Y todo ello a pesar de un movimiento de resistencia que lejos de hacerse más pequeño gana en experiencia y cohesión. 

La mina de lignito, a primera vista es impresionante. Es gigante, y las máquinas que trabajan en ella no lo son menos. Es la huella física que explica toda una historia de industrialización en una de las regiones más prósperas económicamente de Alemania, si bien no para todo el mundo y a costa del uso de una de las fuentes de energía más contaminantes del planeta. El lignito se quema en una planta de energía cercana porque su transporte es demasiado caro, emitiendo en este proceso cantidades de CO2 que le harían pensar a cualquiera que a lo mejor Alemania no logrará el objetivo de descarbonizar su sector energético en los próximos 5, 10 ó 15 años. 

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Campamento en el terreno del campesino Eckardt Heukamp. A la izquierda, la caseta de resolución de conflictos. A la derecha, un panel con información sobre las diferentes tareas que hay hacer. Y al fondo, la cocina solidaria. Foto: Luismi Benavides

En Lützi sin embargo, la narrativa de la malvada corporación que se come al pequeño e indefenso pueblo toma un giro inesperado. Desde hace unos años, el movimiento climático en Alemania está al alza y, por un lado, se ha propagado, tejiendo alianzas y coaliciones bien arraigadas en la justicia social, climática y económica, y, por otro lado, se ha radicalizado en sus métodos de protesta, no en cuanto a la violencia de estas, sino a través de la escalación estratégica de sus tácticas de confrontación no violenta. En Lützi estas dos vertientes se retroalimentan constantemente; no se entienden la una sin la otra. 

Si por un lado la plataforma Alle Dörfer Bleiben (Todos los pueblos se quedan, en castellano) y otras tantas organizaciones climáticas se movilizan a través de manifestaciones, de peticiones legalmente vinculantes, de presión política, y de acciones de concienciación ciudadana, además, Lützi se declara como ZAD (Zona A Defender): la ZAD Rheinland.

La lucha por la justicia climática deja de ser abstracta, está aquí y ahora. Concretamente en un espacio cedido por un campesino en riesgo de desalojo llamado Eckardt Heukamp, que sirve a la vez de campamento base para todas las activistas que quieren defender Lützerath y a sus gentes, y como espacio autónomo, feminista, antirracista, y antifascista. 

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Atardecer en Lützerath. A la derecha, aerogeneradores construidos a modo de compensación por la mina de lignito. A la izquierda, un puesto de vigilancia construido por el ZAD Rheinland. Foto: Luismi Benavides
El juzgado debe decidir si la expropiación de los terrenos de Eckardt está justificada por el bien común o no. Tienen hasta el 7 de enero para tomar una decisión y, mientras tanto, nos seguimos preparando

En el campamento

Tengo la suerte de convivir en el campamento durante un corto pero intenso periodo de tiempo para apoyar varias acciones que se ejecutarán en los próximos días. La bienvenida es cálida, a pesar del frío otoñal, y en el ambiente se respira el convencimiento profundo de que Lützi es indesalojable. Un compromiso que no se basa solo en la construcción de infraestructuras físicas que no dejen avanzar ni un centímetro a RWE, sino también en la construcción de estructuras interpersonales que reflejan la sociedad que aspiramos llegar a ser. En apenas unos meses, este campamento ha pasado de ser unas cuantas tiendas de campaña y un par de casas árboles, a ser un gran organismo colectivo que palpita y se ajusta a las circunstancias y necesidades del movimiento.

En las asambleas se toman decisiones y se asumen responsabilidades sobre aquello que tiene que hacerse con más o menos urgencia. Las diferentes generaciones de activistas se entremezclan, y se inspiran mutuamente. Hay espacios en los que se ha decidido que no se pueden consumir drogas, incluyendo alcohol y tabaco, no porque se prohíba en general, sino para promover un consumo crítico de los mismos. Se hace especial hincapié en que las tareas reproductivas sean asumidas por hombres cis-género, sin grandes narrativas heroicas al respecto, pero siempre con gratitud porque limpiar el 'Kakapipitalismus' (así se llaman a los baños) no es lo más agradable del mundo. También se proporcionan talleres para aprender a construir y escalar, y se reflexiona de forma colectiva sobre la posicionalidad de nuestro activismo, todavía con un predominante sesgo racial y de clase. Mi amigo Dani me comenta a raíz de esto que la seguridad que vigila las propiedades de RWE son en su gran mayoría gente racializada, y que deberíamos invertir más energía en tender un puente hacia ellos. Hacerles la vida un poco más fácil y un poco más difícil a RWE.

Recientemente hubo una manifestación multitudinaria, que culminó en la invasión de una de las minas de lignito. Hubo choques con la policía, pero conseguimos parar la actividad de la mina por unas cuantas horas. No es mucho, y quizás es solo algo simbólico, pero RWE ha perdido tiempo y dinero, y nosotros hemos ganado confianza y esperanza. De momento la situación continúa en un equilibrio inestable hasta que se aclare el próximo paso de la batalla legal. El juzgado debe decidir si la expropiación de los terrenos de Eckardt está justificada por el bien común o no. Tienen hasta el 7 de enero para tomar una decisión y, mientras tanto, nos seguimos preparando. También comemos y celebramos, aunque sea noviembre, estemos empapados y haga un frío de la hostia.

En la carpa principal hay un piano que de vez en cuanto alguien toca, y su sonido delicado te hace soñar. Te inspira a conversar con alegría y organicidad, sin miedo a errar porque en la ZAD Rheinland se pone el énfasis en actuar. No desde el miedo sino desde la solidaridad. Desde el convencimiento más profundo de que cualquier trocito de tierra puede ser nuestro hogar. Nuestra base para soñar y transformar nuestra realidad.

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