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Educación
El presente es un país extraño
Que alguien que pretende asegurar sus posibilidades de ser médico, ingeniero, abogado o filólogo en el siglo XXI se sienta más seguro demostrando su supuesto conocimiento sobre episodios o hechos del siglo XIX que sobre los del siglo XX que han configurado directamente la sociedad en la que se inserta como sujeto en plenitud de derechos evidencia que algo no se está haciendo bien.
profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UAM y especialista en la historia del comunismo español
Marc Bloch, fundador de la Escuela de Annales, contaba que, siendo un joven profesor de instituto en la región de Languedoc, recibió su primer día de clase un consejo de su director: “Aquí el siglo XIX no es peligroso. Pero cuando toque usted las guerras de religión (1560-1598), sea prudente…”. Chocaba la advertencia en un país en el que, metafóricamente, aún humeaban las ruinas de la Bastilla; Hausmann abría las avenidas para conjugar el levantamiento de las barricadas inmortalizadas por Delacroix y Víctor Hugo; y se conmemoraba a los fusilados por Thiers en el aplastamiento de la Comuna. En comparación, que lo que siguiera suscitando posiciones enconadas fuera la sangre vertida en el conflicto entre católicos y hugonotes hacía tres siglos y medio da a entender que la Francia de la Tercera República había logrado ajustar, en buena medida, las cuentas con su contemporaneidad. No siempre, ni en todos los casos y lugares, ocurre lo mismo.
Hace unos años participé en un curso de verano de la Universidad Complutense que tenía como tema las lecturas de la guerra civil española. Los ponentes eran especialistas de alto nivel, representantes de la mejor producción historiográfica sobre el periodo de las últimas décadas: Paul Preston, Ángel Viñas, Julio Aróstegui, Gabriel Cardona… Entre el público, numeroso y muy interesado en el estudio de la España contemporánea, abundaban los docentes que, contradiciendo el vulgar lugar común sobre las vacaciones del profesorado, aprovechan los cursos estivales para aquilatar su formación. Durante mi intervención, que versó sobre el tratamiento de la guerra civil y sus consecuencias en los libros de texto, propuse al auditorio un supuesto. Se encontraban ante el último ejercicio de la oposición de acceso al cuerpo de profesores de Secundaria y, habiendo obtenido una alta calificación en la primera fase del procedimiento, debían exponer ante el tribunal del que dependía su aprobado final uno de estos dos temas, extraídos al azar: el franquismo y el arte prerrománico. Invitados a responder con total sinceridad, ¿imaginan cuál fue la opción aplastantemente mayoritaria?
El temor a pronunciarse sobre el pasado reciente en situaciones de las que depende la promoción profesional o académica es más que una anécdota
Tiempo después, sigo comprobando que el temor a pronunciarse sobre el pasado reciente en situaciones de las que depende la promoción profesional o académica es más que una anécdota. Ciertas incidencias en la prueba de acceso a la universidad (EvAU) del curso 2019-2020 en el distrito de Madrid han resultado reveladoras. Sería interesante e ilustrativo saber cuáles fueron las opciones de los 43.300 alumnos madrileños que se han enfrentado este año a la a EvAU. Dispongo de algunos datos que conviene tomar con unos granos de sal, pero que esbozan un cuadro determinado.
En un instituto del área suburbana meridional de Madrid, de un total de 104 estudiantes de ciencias, solo 22 (el 21,1%) eligieron el tema que versaba sobre el siglo XX: diez de ellos, el franquismo (9,6%) y doce las guerras de Marruecos y la crisis de 1917. 18 (17,3%) optaron por el comentario de la fotografía del golpista Tejero en la tribuna del Congreso (1981) o el cuadro de Juan Genovés El abrazo (1976). 80 (76,9%) se la jugaron al comentario del texto y la imagen del siglo XIX: el Sexenio democrático (1868-1874), la Constitución de 1845, el cuadro de la rendición de Bailén, obra de Casado del Alisal (1864), y la línea de ferrocarril Barcelona-Mataró (1848).
Un error en la prueba de los estudiantes de la opción de Humanidades derivó en una situación ansiógena. Debían responder a una pregunta en la que se confundían los plazos del reinado efectivo de Isabel II (1843-1868) con los de las regencias previas de su madre, María Cristina (1833-1840) y del general Espartero (1840-1843). Era una de las dos opciones (la B) con las que contaban. 60 de 106 (56,6%) de uno de los centros del sur de Madrid que se presentaban a la convocatoria se enfangaron en la opción B, en medio de escenas de desorientación, y rehuyeron la A. ¿Y por qué, se preguntará el lector, no eludieron el laberinto de aquel convulso episodio del remoto siglo XIX contestando a la pregunta alternativa? Quizás tuviera algo que ver que en esta otra se les interrogara sobre la creación del Estado franquista. No dispongo de información específica de otras comunidades autónomas, pero si se pueden deducir tendencias de los cúmulos de mensajes que corren por las redes sociales, no fueron escasos durante aquellos días los que, bajo la etiqueta #selectividad2020, parodiaban cadenas de oración con el mensaje “haz RT a este Primo de Rivera [el general] de la Suerte” o “Paquito [Franco en su ataúd levantando la cabeza con gesto cómplice] viendo cómo escoges las preguntas de antes del 36”.
Lo que viene a sentir una porción significativa de los estudiantes de selectividad ante una pregunta sobre la Segunda República, la guerra civil o la dictadura franquista es sencillamente miedo
La RAE define como miedo la “angustia por un riesgo o daño real o imaginario” y el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. En pocas palabras, lo que viene a sentir una porción significativa de los estudiantes de selectividad ante una pregunta sobre la Segunda República, la guerra civil o la dictadura franquista es sencillamente miedo. Miedo a una evaluación negativa, miedo a un juicio extraacadémico, miedo a una merma en su calificación en un contexto competitivo del que depende la consecución de su objetivo vocacional. ¿Hay mejor muestra de que no hemos logrado aquilatar una lectura científica, fundamentada y sólida de nuestro pasado reciente?
Resulta que se puede desarrollar un tema, a menudo más memorizado que argumentado, en torno a transiciones más o menos modélicas o a revoluciones abortadas, procesos tan complejos como los que tuvieron lugar entre la crisis del Antiguo Régimen y la plena implantación del régimen liberal; que se puede analizar un cuadro de temática nacionalista del que inferir el contexto histórico de aquel remoto conflicto inscrito en la conformación del sistema napoleónico y favorecido por las disputas intestinas de los Borbones; que se puede disertar con total solvencia sobre un régimen como el de Primo de Rivera, de cuya calificación nadie duda ni se enreda en sutiles disquisiciones analíticas sobre su naturaleza. Y, sin embargo, un temor paralizante perlado de sudores fríos acomete a quien esté tentado de hacer lo mismo con el periodo que va de la crisis del tardofranquismo a la restauración de la democracia o con aquella dictadura tan longeva a la que algunos libros de texto prefieren denominar “la era de Franco”. En última instancia, que alguien que pretende asegurar sus posibilidades de ser médico, ingeniero, abogado o filólogo en el siglo XXI se sienta más seguro demostrando su supuesto conocimiento sobre episodios o hechos del siglo XIX que sobre los del siglo XX que han configurado directamente la sociedad en la que se inserta como sujeto en plenitud de derechos evidencia que algo no se está haciendo bien.
Hace años, el ensayista David Lowenthal describió el pasado como un país extraño, distinto al presente, un constructo social moldeado en proporciones variables por la erosión del conocimiento, el olvido y las interpretaciones selectivas. En su última obra, en la que analizaba los inquietantes condicionantes del porvenir en tiempos de la Gran Depresión 2.0 que precedió a la actual Nueva Edad Media, Josep Fontana imputó ese carácter incognoscible al futuro. A la vista de lo aquí señalado, parece que ni siquiera la tercera faceta de la temporalidad, el presente, escapa a esta alienación.
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Pero por las dos partes ojo... miedo a que te toque un corrector facha y te casque, y miedo también a que te toque un corrector rojo y te casque igualmente. Rojos y Azules... problema eterno, en el eterno fango de la obra goyesca.
El artículo lo explica ,creo que bastante bien.El profesor rojo no puede poner a caldo al alumno azul porqué está trabajando y el jefe último no es rojo....ésto sale en muchos trabajos sobre España en éste digital con todo tipo de aspectos.
En la corrección de un examen de selectividad el corrector es random, y rojos y azules son igualmente peligrosos.