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Ecologismo
Alfons Pérez: “El Pacto Verde Europeo es eurocéntrico y no nos ofrece un futuro deseable”
Necesitamos pensar nuestras tácticas, nuestra estrategia concretada en las conyunturas que vivimos. Por eso, Pactos verdes en tiempos de pandemias de Alfons Pérez es un libro importante. Nos ayuda, y mucho, a actuar con eficiencia en el contexto actual de crisis económica y ecosistémica considerando las herramientas y estrategias que está impulsando la UE. Intentamos desgranar en esta entrevista algunos de los aspectos fundamentales de la obra.
LUIS GONZÁLEZ REYES: Siguiendo la estela de Ramón Fernández Durán, parto de la base de que la UE fue creada como herramienta para fortalecer la competitividad del capital europeo, lo que le ha llevado a ser un actor de primer orden en el proceso de destrucción ecosistémica global. Pero una de las cosas que subrayas en el libro es que, a diferencia de otras grandes crisis, sin ir más lejos la de 2007/2008, en esta ocasión la UE no está sacrificando “lo verde”, sino poniéndolo en el frontispicio, al menos retórico, de su plan de recuperación. ¿Cuáles crees que son las causas de esto? ¿Significa un cambio de fondo en el sentido de la UE?
ALFONS PÉREZ: Creo que, a pesar de los delirios negacionistas de la extrema derecha, existe un consenso mayoritario de que hemos superado los límites del planeta y eso tiene consecuencias catastróficas.
Ese fuerte consenso ha llegado a las instituciones diría que a través de dos caminos entrelazados: la ciencia climática y la mayor sensibilización y movilización de la población. El ejemplo más claro y reciente es la publicación del informe especial del IPCC en 2018 que convirtió el cambio climático en una emergencia. También fue un punto de inflexión la creación de redes internacionales como Fridays for Future, Extinction Rebellion y By2020WeRiseUp.
A pesar de los delirios negacionistas de la extrema derecha, existe un consenso mayoritario de que hemos superado los límites del planeta y eso tiene consecuencias catastróficas. Ese fuerte consenso ha llegado a las instituciones
En mi opinión, el sentido de fondo de la UE es resituarse en un panorama global donde se ve invisibilizada por la polarización EE UU-China. Su propuesta “verde” quiere responder al reto climático, entre otros, pero también busca un reposicionamiento y liderazgo en el contexto internacional. Aunque, no nos equivoquemos. Como decía Abraham Maslow, si tu herramienta es un martillo, tiendes a tratar todos los problemas como si fueran clavos. La UE es Mercado —el que mercantiliza, el que financieriza— y sus soluciones son soluciones de mercado: crecimiento, externalidades, financierización, deuda, etc.
L.G.R.: Esta estrategia “verde” de la UE tiene varios pilares conceptuales. Uno determinante es el desacoplamiento y la desmaterialización. Ambos se basan en que el crecimiento de la economía se puede desligar del crecimiento del consumo material y energético. En un sistema como el capitalista, en el que el crecimiento es una necesidad ineludible, y en un planeta como el nuestro, con recursos que ya están alcanzando sus límites, la desmaterialización es la piedra angular de la supervivencia del capitalismo. ¿Qué dicen los datos empíricos sobre la desmaterialización?
A.P.: Pues que solo pueden darse desacoplamientos relativos, disminuciones del consumo material y energético por unidad que son absorbidos por la necesidad creciente de producir y consumir más. En la UE, las tesis del desacoplamiento absoluto se logran a través de la externalización de la actividad productiva. La UE ha cuadriplicado sus importaciones desde China en las últimas dos décadas. Si no contabilizamos esa realidad, los números en Europa salen, pero a nivel global el problema sigue incrementando.
L.G.R.: Muy relacionado con la desmaterialización y el decrecimiento está la economía circular, que consiste en utilizar los distintos elementos una y otra vez. Si consideramos que el sistema-Tierra es capaz de alcanzar tasas de reciclaje de los distintos elementos del orden del 99,8-99,5%, algo que está muy lejos de la economía humana, ¿en qué consistiría una economía circular? ¿Es esa la apuesta de la UE?
En las propuestas del Pacto Verde Europeo, por ejemplo, se lanzan proclamas de un aumento muy significativo del reciclaje futuro pero no se sustentan con datos empíricos. Además, vuelve a salir otra vez el fantasma del crecimiento: más producción, más reciclaje
A.P.: La economía circular se podría definir como una estrategia que tiene como objetivo reducir la entrada de materiales y la generación de residuos, intentando cerrar al máximo los ciclos. La economía circular se ha convertido en un argumento fuerza para las instituciones a la hora de definir un modelo productivo más eficiente y verde. El problema es que nunca llegaremos a las tasas de reciclaje del sistema-Tierra que comentabas. Nuestro modelo de producción de bienes y servicios es altamente entrópico.
En las propuestas del Pacto Verde Europeo, por ejemplo, se lanzan proclamas de un aumento muy significativo del reciclaje futuro pero no se sustentan con datos empíricos. Además, vuelve a salir otra vez el fantasma del crecimiento: más producción, más reciclaje. El reciclaje necesita aportaciones significativas de energía. El cómputo total nos devuelve a una economía más de ciclo abierto y lineal que otra cosa.
L.G.R.: En el libro detallas cómo una parte muy importante de los materiales para el desarrollo de las energías renovables están en las regiones periféricas, en el Sur Global. ¿Implica esto que la apuesta “verde” de la UE es necesariamente colonial?
A.P.: En los términos en que está propuesta ahora mismo, sí. Si la tecnología está en el centro y el régimen es de crecimiento económico, la presión sobre las materias primas aumenta y también sobre los territorios que las albergan. En el libro se explica brevemente los casos del cobalto, el níquel y el litio, tres elementos imprescindibles para las tecnologías verdes, pero que son escasos y están concentrados geográficamente en países como la República Democrática del Congo, Indonesia, Chile, Argentina o Bolivia.
Y disculpa que te conteste con más preguntas pero, ¿dónde están las negociaciones para establecer una relación justa con estos países, y sobre todo con los pueblos y comunidades que tienen reservas de materias primas críticas en su subsuelo? Lo único que vemos es tratados de comercio e inversión, préstamos condicionados por instituciones financieras internacionales, etc.
Sumado a eso, la relación no empieza de cero, ¿qué políticas de reparación podemos asumir ante el expolio histórico? No hablo solamente de los periodos de colonización. El siglo XXI está plagado de casos flagrantes de megaminería que enriquece a unos y empobrece, desplaza e incluso asesina a otros.
Dicho todo esto ¿no deberíamos plantearnos seriamente una reducción de la demanda?. Cuando hablamos de transición justa ¿es para todas las personas, no?
L.G.R.: Pues me temo que la “transición justa” tiene una mirada de corto alcance. En el mejor de los casos es para quienes tienen el pedigrí nacional… Pero aterricemos ya en la principal herramienta que está usando la UE para la recuperación de la crisis económica vigente: el Pacto Verde Europeo. Su descripción es el eje del libro. ¿Puedes explicar en qué consiste?
A.P.: Es una estrategia para conseguir la neutralidad climática en 2050 a través de un marco programático de reformas y de una fuerte inversión. Busca transformar la economía europea y relanzar el crecimiento en términos verdes. No hay que leerlo como algo completamente nuevo. Es una manera de reempaquetar y relanzar políticas existentes en una especie de visión compartida.
El cobalto, el níquel y el litio, tres elementos imprescindibles para las tecnologías verdes, pero que son escasos y están concentrados geográficamente en países como la República Democrática del Congo, Indonesia, Chile, Argentina o Bolivia
Se inspira en el Green New Deal de EE UU que, a su vez, coge las ideas del New Deal de Roosevelt, aunque la pata social está mucho menos presente que en la propuesta de la congresista Alexandra Ocasio-Cortez.
L.G.R.: ¿Por qué afirmas que el Pacto Verde Europeo es un “rescate del sector público al sector privado”? ¿Nos pones algún ejemplo?
A.P.: En momentos de pandemia, lo es. Como cuento en el libro, los actores centrales del capitalismo están reforzando una especie de consenso verde como estrategia de captación de fondos públicos. Me explico: los cuantiosos fondos europeos (750.000 millones de euros) que se han habilitado para la recuperación económica deben tener un 37% de proyectos verdes para contribuir al Pacto Verde Europeo. La oportunidad hace que las grandes empresas empiecen a volar en círculo y hagan proclamas de sus intenciones de neutralidad climática, su compromiso con los acuerdos de París y con el aumento de la ambición climática de la UE.
Te puedo poner varios ejemplos. En plena pandemia, en abril de 2020, Royal Dutch Shell anunció su intención de llegar a la neutralidad climática en 2050; en mayo, Total; en noviembre, Oxy; y también se han sumado BP y Repsol. Pero los planes de neutralidad no incluyen la partida más grande de emisiones: la combustión del producto (gas, petróleo) que comercializan, que representa el 80% de sus emisiones.
Por otro lado, cuando salieron a la luz pública los fondos europeos, las primeras en mostrar su intención de capturarlos y formular proyectos verdes fueron Endesa, Petronor, Inditex, etc...
L.G.R.: ¿Es el Pacto Verde Europeo realmente “verde”?
A.P.: Seguramente, esa será una de las disputas. Ahora todo puede ser verde. Desde lo más contaminante a lo más transformador y sostenible. Creo que será uno de los debates más apasionantes, pero también más difíciles del ecologismo: ¿son verdes los megaproyectos renovables?, ¿es verde el coche eléctrico?, ¿es verde el hidrógeno verde?, ¿puede ser verde cualquier política o proyecto promovido por una gran corporación?, ¿y por un fondo de inversión?
En el sentido que yo le doy a lo verde, de justicia social y ambiental, que tenga en cuenta lo biofísico (límites), las relaciones Norte-Sur (neocolonialismo) y lo reproductivo (cuidados); no lo es. Es una mirada verde eurocéntrica que apuntala estructuras y actores y no nos ofrece un futuro deseable y, por sus impactos climáticos, no habitable.
L.G.R.: Al final del libro abres reflexiones de carácter estratégico que resumes en cinco puntos. ¿Cuáles son?
A.F.: Lo que hice en ese punto del libro es recoger debates recurrentes y flotantes en los numerosos espacios de militancia, principalmente ecologista, en los que participo. No son fruto de una gran reflexión teórica, son más parte de una compilación de “estares y sentires” de los movimientos. Y, sobre todo, quieren incidir en el aquí y el ahora, y hacer un llamado a redoblar esfuerzos (¡y redoblar cuidados!) para que nos ilusionemos con un proyecto común, que no único u homogéneo.
Dicho esto, ahora sí, contesto a la pregunta. Los cinco puntos dicen que: primero, las instituciones pueden tener un papel en la transición ecosocial; segundo, que su papel será transformador si existe presión desde fuera; tercero, que la presión se conseguirá construyendo mayorías suficientes, quizás bajo un concepto o paraguas común ilusionante y de deseo; cuarto, que crear ese paraguas requiere una mayor conexión entre la diversidad de movimientos, y quinto, que las demandas tienen que estar conectadas con los problemas que enfrenta y sufre la población.
La oportunidad de captar fondos europeos hace que las grandes empresas empiecen a volar en círculo y hagan proclamas de sus intenciones de neutralidad climática, su compromiso con los acuerdos de París y con el aumento de la ambición climática de la UE
Creo que no es nada novedoso, pero, como digo en el libro, lo novedoso es el momento histórico en el que se insertan.
L.G.R.: En esa estrategia que propones, el actor, quien tiene que realizar los cambios, parece ser el Estado y el papel de la ciudadanía sería empujarle a que los realice. Yo creo que los papeles tendrían que ser otros. De forma muy resumida, en el contexto presente, pero mucho más en un futuro de recursos disponibles decrecientes, la estrategia se debería articular alrededor de tres ideas clave: sostenibilidad, reparto y autogestión. Sostenibilidad, porque no va a ser posible llevar a cabo ninguna política realista que no ponga en el centro nuestra ecodependencia y, por lo tanto, una integración armónica con los ecosistemas. Reparto, porque al ser los recursos disponibles menguantes, el decrecimiento es inevitable. Por ello, el reparto cobra mucha más importancia que en el pasado, pues es la llave de supervivencia de un porcentaje mayor de la población. Autogestión, porque será imperativo construir nuevos satisfactores a nuestras necesidades y, solo en la medida que sean controlados por la población, podrán articular sociedades justas y democráticas.
Para llevar a cabo estas tres metas —sostenibilidad, reparto y autogestión—, el Estado tiene limitaciones estructurales —es una herramienta al servicio del sostenimiento de los privilegios de unas clases sociales determinadas— y coyunturales —el desmoronamiento de la civilización industrial le restará capacidades—. Pero esto no implica que no pueda y tenga que cumplir un papel. Como apuntas en el libro, el Estado tiene todavía muchas herramientas —y muchas las conservará aunque no tenga las mismas capacidades—. Pero creo que el motor de cambio son los procesos autogestionados que parten y se insertan en la sociedad. Lo que puede hacer el Estado es catalizarlos, lo que no es poco ni fácil, pero no tanto crearlos. ¿Qué opinas de todo esto?
A.P.: ¡Sabía que me harías esa pregunta! Estoy de acuerdo en las ideas claves de sostenibilidad, reparto y autogestión que explicas, y que sobre todo, y me gustaría resaltarlo, los proyectos realmente transformadores nacen de procesos autónomos y autogestionados que son impensables en un marco institucional. Ahora bien, lo que expongo en el libro está muy marcado por el factor tiempo. Si realmente tenemos una década ¿qué podemos hacer? A la vez, también tengo en la cabeza el dicho popular de que “las prisas son malas consejeras”. Pero bueno, si aun estamos a tiempo de, cuanto menos, frenar las peores consecuencias de la crisis climática, habrá que probarlo. Eso supone asumir contradicciones y estrategias duales. Comerse algún sapo y tener alguna mala digestión. Me explico mejor y lo hago en primera persona, porque me ayuda también a sentir esas contradicciones.
Las propuestas del zapatismo y el confederalismo democrático tienen mucho de esa sociedad futura deseable en la que me gustaría vivir, pero no rechazo el papel de las instituciones a corto plazo ni el del Green New Deal como ventana de oportunidad de discusión política
Creo que las propuestas del zapatismo y el confederalismo democrático tienen mucho de esa sociedad futura deseable en la que me gustaría vivir. Illich o Bookchin me inspiran y por ello la convivencialidad y el municipalismo libertario. Pero las inercias del sistema capitalista que ha colonizado territorios, culturas, cuerpos e incluso emociones me llevan a pensar que a corto plazo tenemos que aspirar a cimentar pequeñas victorias que nos den aire en un momento de emergencias cruzadas. De ahí que no rechazo ni el papel de las instituciones a corto plazo ni el del Green New Deal como ventana de oportunidad de discusión política.
En este inquietante corto plazo, creo que las instituciones, sobre todo las más cercanas a la ciudadanía, tienen y deben jugar un papel. Quizás en el libro se da a entender que el papel que tiene que desempeñar la ciudadanía es empujar. Entonces me gustaría matizarlo. Creo que lo que es necesario es no confundir estrategias.
Vivo con cierta preocupación cuando los movimientos acaban organizándose en una idea finalista de incidencia política institucional y, en muchos casos, se depositan los anhelos más transformadores y radicales en ese punto. Para mí, lo máximo a lo que se puede aspirar ahora mismo desde la incidencia es a una especie de reformismo radical con unos márgenes de tolerancia que tendrán que ver con la movilización social que lo acompañé.
Por ello, me gustaría también problematizar las propias estrategias de incidencia política. Es cierto que muchas veces consiguen cambios normativos relevantes —pongo como ejemplo la ley 24/2015 de pobreza energética y emergencia habitacional en Catalunya; o la 11/2020 sobre alquileres— y otras no llegan tan lejos. Pero lo más relevante es que muy pocas apuntan a conseguir una mayor autonomía en proyectos de transformación social.
Creo imprescindible la función de las leyes que permiten una red de sustento y rescate de los grupos en situación de vulnerabilidad, así como de los colectivos que hacen autotutela de esos derechos. Pero tenemos que ir más lejos. Mi contribución aquí es que deberíamos de avanzar en estrategias de incidencia que abran mucho más el camino de las colaboraciones público-comunitarias, como está pasando en las cesiones de suelo público para vivienda social y cooperativa, o en proyectos más sociales y de barrio como podría ser el de Can Batlló en Barcelona. Creo que ahí hay un gran recorrido transformador y de ganar autonomía, aunque sea en disputa constante con la institución. Para mí eso pueden ser semillas de una transición ecosocial, junto a muchos otros proyectos autónomos.
L.G.R.: Por otra parte, hablas de la importancia de procesos lentos en la construcción de redes y alianzas en los movimientos sociales. Pero, ¿tenemos tiempo para esos procesos lentos? ¿Cómo podemos “ganar tiempo” y/o acelerar los procesos?
A.P.: Lo que digo en el libro, otra vez desde la mirada de un participante y observador atento de los procesos movimentistas, es que no sirve de nada tener prisa para la construcción de redes y alianzas que se tienen que basar en el respeto y reconocimiento mutuo. Eso requiere tiempo, y no cualquier tiempo, sino tiempo de calidad. Lo más esperanzador es que no es un proceso lineal. También tiene sus tipping points, pero estos en positivo. Pasado cierto umbral y creada la confianza, es mucho más fácil entenderse. También es verdad que se puede degradar y retroceder, de ahí que abogo por aprender herramientas de gestión emocional, como las que propone el trabajo de procesos. El conflicto es inherente a la relación, démosle su espacio entonces. Y los conflictos, ya sabemos, no solamente surgen con aquellos a los que declaramos enemigos.
Desde los movimientos lo máximo a lo que se puede aspirar ahora mismo desde la incidencia es a una especie de reformismo radical con unos márgenes de tolerancia que tendrán que ver con la movilización social que lo acompañé
Para ganar tiempo, ese bien escaso en nuestros días, diría que necesitamos “diseñar” una especie de dispositivo de respuesta a la situación actual que tenga diferentes objetivos: primero, incidencia política para hacer control de daños y conseguir, desde ese reformismo radical, mejorar las condiciones de vida; segundo, hacer trabajo de fondo para tejer y retejer redes de movimientos que puedan dar una respuesta a la más que previsible crisis económica pospandemia; y tercero, elaborar propuestas para una transición, que bien se podrían llamar pacto verde, ecosocial, ecofeminista, por la vida, etc., que pudieran dibujar horizontes de deseo anclados en los problemas que sufre y va a sufrir la gente en el contexto actual.
Creo que también ganaremos tiempos si pensamos en propuestas que pueden generar un gran consenso. Por ejemplo, una combinación entre renta básica universal y reducción de las horas de trabajo. Otra de esas propuestas sería un pacto social contra el fascismo. Y planteo un reto al movimiento ecologista: ¿tenemos propuestas ecosociales que puedan ilusionar a las que más padecen las consecuencias de los ciclos de crisis? Crear un cordón sanitario ecosocial contra el fascismo desde propuestas emancipadoras me parece un reto ilusionante.
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