Drogas
Heroína en Madrid: imágenes que vuelven al barrio

Asociaciones de vecinos advierten de la vuelta de la heroína a los barrios.

“Un joven de veinticinco años murió el pasado viernes como consecuencia de una sobredosis de heroína, que le fue inyectada en el curso de una reunión a la que asistían otras cuatro personas” (El País, 12 de septiembre de 1978). La de Jesús ‘Chus’ Vizoso fue una de las primeras muertes que dejó en Madrid el pico de consumo que vivió la heroína durante finales de los 70, la década de los 80 y principios de los 90. En los últimos meses, varias asociaciones vecinales de barrios donde el impacto en aquella época fue especialmente duro han detectado un aumento de su venta y consumo en espacios públicos. Un problema que no quieren sobredimensionar pero tampoco que se olvide. Para que la historia no se repita.

“La droga hizo mucho daño en el barrio, todavía tenemos mucha gente que sigue enganchada. Y nuestra preocupación es la gente joven”, comenta a El Salto Agustina Serrano, presidenta de la Plataforma Vecinal San Blas-Simancas. Luis Vallejo, secretario de la asociación, explica: “Eso es lo que volvemos a empezar a ver: gente que se ha quedado en un banco tirada enfrente de un comercio y que ya no puede más, otra vez las escenas de coches en los aparcamientos consumiendo… Situaciones que hemos vivido hace años, que parecía que las habíamos dejado, y vuelven”.

“La droga hizo mucho daño en el barrio, todavía tenemos mucha gente que sigue enganchada. Y nuestra preocupación es la gente joven”

En Villaverde los relatos son similares. “En un barrio con mucho miedo a la heroína, por lo menos en la generación de mis padres, genera mucha alarma de repente encontrarse una jeringuilla en un parque; porque tiene consigo una imagen de lo que aquí fue la droga”, afirma Silvia González, vicepresidenta de la AV La Unidad de Villaverde Este. Le preocupa que los vendedores puedan buscar nuevos clientes en determinados barrios del distrito con una tasa de población juvenil muy alta, escasas alternativas de ocio y mal comunicados.

“Yo tengo 50 años, viví la época de los 80, en mi juventud es cuando la heroína estaba en su momento álgido. Y mucha gente llegaba a la heroína por desconocimiento”, dice Javier Cuenca, presidente de la AV La Incolora, de Villaverde Alto. En su opinión, es necesario reforzar la prevención para que la población más joven tenga conciencia de unos riesgos que sí tuvieron en cuenta quienes crecieron con el miedo al ‘caballo’ en los 90.

La primera “campaña preventiva” –y poco informativa– la puso en marcha hace casi cuarenta años la Unión de Defensa Española contra la Droga. Instalaron grandes esquelas con el epitafio “La droga mata” en vallas publicitarias de las principales ciudades. El espacio reservado al nombre del difunto se dejó en blanco para que quien lo leyera pusiera mentalmente el que quisiera. Era verano de 1978 y, a pesar de tener 15 años, Jesús ya llevaba tres consumiendo. 

Hoy, con 53 y sin “depender de ello”, considera que la pérdida de la pureza de la heroína ha conllevado una reducción de la delincuencia vinculada a su consumo. “Porque antes [en los 80] con la heroína, la gente con el síndrome de abstinencia tenía que tirarse a robar. Y era una delincuencia que produce mucha alarma social: un cajero, un tirón… Era un síndrome de abstinencia tremendo, porque era de una calidad muy buena. Pero ahora, como no vale, pues la gente no tiene que robar para ello”, expone a El Salto en el local de la asociación Colectivo San Blas. 

Sin estadísticas ni organismos dedicados a la drogodependencia en los primeros años del fenómeno, la prensa se remitía a los datos policiales para medir su alcance. Número de “asaltos o robos a farmacias en busca de estupefacientes en Madrid”: 5 en 1975, 60 en 1976, 529 en 1977. “El punto álgido del consumo de heroína en España fue el año 1980, luego aparecen los problemas”, comenta David Pere Martínez Oró, psicólogo social y coordinador de la Unidad de Políticas de Drogas de la Universitat Autònoma de Barcelona, quien señala el desempleo como factor determinante. 

“Ese es el momento en el que se desfragmenta un poco el orden social: llega el ‘baby boom’ al mercado laboral; España, para cumplir con las exigencias de la Unión Europea, debe generar la reconversión industrial… Por eso, en las grandes ciudades es donde más impacta: la margen izquierda de Bilbao, el cinturón rojo de Barcelona, todo lo que sería la periferia de Madrid, y en las zonas donde hay astilleros: Cartagena, Vigo, Cádiz”. Además, Martínez Oró opina que, con el final de la dictadura y la conquista de las libertades civiles, “mucha gente entendió el consumo de drogas como una manera de autoexpresarse y construir una identidad, y más cuando había un paro galopante”. 

¿Cuándo llega la heroína a Madrid? El historiador Juan Carlos Usó destaca que en 1972 un artículo del diario Pueblo ya informaba de que la droga se vendía en “determinados clubs, discotecas y hasta en alguna marisquería”. Y añade: “A principios de 1975 la policía detuvo en Madrid a una veintena de jóvenes entre los que había vástagos de familias más o menos ilustres (productores de cine, periodistas, políticos y militares). El diario ABC, que dio la noticia, enfatizaba el hecho de que era la primera vez que habían sido detenidos adictos españoles a la heroína”. 

Usó, autor de libros como Drogas y cultura de masas y ¿Nos matan con heroína?, explica que las primeras partidas llegaron procedentes de Ámsterdam y Tailandia y que a medida que el consumo se fue extendiendo se creó un mercado estable. “La demanda se amplió impactando en gente joven de todas las clases sociales y, así como al principio su empleo estaba circunscrito a integrantes del que podríamos denominar ‘hippismo’ exquisito, a élites contraculturales, acabó extendiéndose también entre jóvenes de clase trabajadora y gente marginal. De tal manera, en la actualidad hay quien contempla la heroína como la metáfora total del desencanto producido durante la Transición. Con todo, hay que decir que el mayor impacto en términos de salud no lo causó la heroína, sino el sida, que es otra cosa”. 

Las primeras partidas de heroína llegaron procedentes de Ámsterdam y Tailandia y que a medida que el consumo se fue extendiendo se creó un mercado estable

Aunque nunca ha consumido, Carmen Díaz ha vivido muchos “monos” en la casa donde nos recibe. Es una de las mujeres que en 1980 fundaron la asociación Madres unidas contra la droga y en este piso de Vallecas han acogido a muchos jóvenes con problemas de adicción. Las asambleas se empezaron a llenar tras una protesta en solidaridad con una madre a la que habían sancionado seis meses sin ver a su hijo, interno en un centro de menores, por negarse a desnudarse para ser registrada cuando iba a visitarlo.

“A raíz de eso las madres empezaron a acudir. Fue como un encuentro. El abrazo cálido de decir: estamos aquí. Mujeres que callaban en silencio, que sus hijos eran lo peor de la sociedad, de pronto encontraban un espacio donde llorar, donde denunciar”, recuerda Díaz para El Salto. “¿Qué hicimos? Nos pintamos las pancartas, cogimos las cacerolas, pedimos dinero a una parroquia del pueblo de Vallecas para hacer las chapas [con el dibujo] de romper la jeringuilla –no nos lo dieron, pero nosotros lo buscamos– y decidimos que había que salir a la calle a denunciar lo que estaba pasando”.

Treinta años antes del 15M y los escraches de la PAH, las mujeres de Madres unidas acamparon, ocuparon la Bolsa de Madrid, “reventaron” mítines y persiguieron a responsables municipales en actos públicos. Exigían tratamientos y denunciaban la corrupción policial y los abusos del sistema penitenciario y judicial. Todo un “aprendizaje” y un “descubrimiento”, repite Díaz a lo largo de la conversación.

El bloque de casas de dos plantas de principios del siglo XX donde murió Jesús Vizoso sigue en pie, rodeado de edificios nuevos y un solar. En un paseo cercano, cuatro veteranos consumidores y exconsumidores, como el Jesús con quien hablamos, beben y charlan en un banco.

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