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Despoblación
La última resistencia al abismo demográfico
La Serranía Celtibérica, la segunda zona con menor población de Europa tras la Laponia nórdica, lucha contra la despoblación de sus pueblos.
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
Fue una pequeña revolución. De repente, los olvidados estaban en boca de todos. Rara era la cabecera nacional que no sacara el tema. Reportajes sobre los Montes Universales —el sistema montañoso entre Cuenca y Teruel con una densidad de población de 0,98 habitantes por kilómetro cuadrado, la mitad que Lappi, la región menos habitada de la Laponia nórdica—, análisis de las políticas contra la despoblación llevadas a cabo en España, artículos de opinión sobre la “hemorragia demográfica”… Los términos ‘Laponia del Sur’ o ‘demotanasia’ habían llegado a los mass media.
Un programa en televisión —Salvados , de La Sexta— era el causante de esta pequeña explosión de marzo. Iba a conseguir un trending topic en Twitter y había que aprovechar el tirón en forma de visitas web. Luego llegaría otra discreta ristra de artículos. Pero la revolución mediática terminaría pronto. En unos días las cosas volverían a su cauce. “La periferia de la periferia”, como la describe Paco Cerdá, dejaría de estar en portada.
Cerdà es el auténtico artífice de este súbito interés. Este periodista publicaba en enero Los últimos. Voces de la Laponia española (Pepitas de Calabaza, 2017), un recorrido de 2.500 km por las carreteras secundarias de la zona más despoblada del Estado. “Lo que he intentado es retratar la despoblación extrema para indicar lo que puede pasar dentro de 15 años en la gran mayoría de estos 1.355 municipios”. Son los que forman la llamada Serranía Celtibérica, en honor a sus antiguos pobladores, legendarios resistentes a la colonización romana.
El autor se había fijado en el proyecto de la Asociación para el Desarrollo de la Serranía Celtibérica, una iniciativa que lucha contra el mayor proceso de despoblación de toda la Unión Europea y reivindica la discriminación positiva y el reconocimiento como entidad territorial —con características y problemas comunes— de un área dividida artificialmente entre cinco comunidades autónomas y diez provincias: toda la superficie de Soria; la mayor parte de Cuenca, Guadalajara y Teruel; el suroeste de Zaragoza; el interior de Castelló y Valencia; el sureste de Burgos, el nordeste de Segovia y la mitad meridional de La Rioja.
65.000 kilómetros cuadrados de frío y montañoso territorio. El doble que Bélgica. Mucho más desarticulado que la gélida Laponia. Más grande que una decena de países europeos. Sería la tercera autonomía por extensión. 1.355 municipios de los que 631 tienen menos de 100 habitantes —más de la mitad de los que hay en todo el Estado con esta densidad de población— y sólo seis poblaciones con más de 5.000 personas. Una densidad global de 7,34 hab./km2 . Menos de 10 se considera un desierto demográfico.
En estos montes, 369 municipios tienen entre dos y cuatro hab./km2. Y 456 pueblos no llegan a dos. Es La España vacía, como la bautizó Sergio del Molino en su libro homónimo (Turner Noema, 2016), producto de lo que el escritor llama ‘el Gran Trauma’, el éxodo del campo a la ciudad de mediados del siglo XX cuyas consecuencias están hoy más vigentes que nunca.
El viaje de Cerdá fue en invierno, para “acercarse más al día a día de quienes viven en este entorno y evitar a personas que están de paso”. Y lo que encontró fue “una zona que hace 80 años tenía un millón de habitantes, con niños, y que ahora tiene 483.000 —censados, el número es menor— bajando aceleradamente y sin relevo generacional”.
Un reportaje para el periódico en el que trabaja sobre Arroyo Cerezo, la aldea más alejada de la ciudad de Valencia, con diez habitantes en los meses fríos, le descubrió “una realidad que no conocía en absoluto”, y quiso poner su granito de arena y contar “las desigualdades y la injusticia que aquello encerraba, porque los veía como olvidados, como dejados de la mano de Dios, abandonados por las administraciones”.
VIDA VS ENFOQUE GRIS
Las cifras dejan un panorama claro, más si se añade el mayor índice de envejecimiento de la UE y la tasa de natalidad más baja. La imagen que dan, también. Aunque el enfoque general del miniboom mediático de la despoblación no ha gustado a quienes habitan esta tierra. “Pueblos grises rodeados de niebla y llenos de ancianos, ruinas y perros raquíticos andando por las calles… no invita a luchar por salvar todo esto”. La visión de Guillermo Iglesias, de 30 años, licenciado en Ciencias Ambientales, natural y residente de Ayllón (nordeste de Segovia), es similar a la de algunos nuevos pobladores del territorio, humanos que han hecho el camino inverso al que marca ese enfoque.
Gentes como Belén Andreu y Guillermo González, de 41 y 42 años respectivamente, que cambiaron el bullicio de Alcorcón (Madrid) por Conquezuela (Soria), donde viven siete personas, incluyendo a sus dos retoños, Martina y Leo. Como Carolina Santiago, de 38 años, y su marido Patxi, de 45, que se mudaron de Madrid a Ambrona (Soria), una pedanía de Miño de Medinaceli en la que reside apenas una quincena de personas, y donde hoy crían a sus dos hijos de 2 años y 2 meses, respectivamente.
“La visión que dan los medios es una parte de la realidad, pero es muy pesimista”, plantea Santiago. Para ella, “hay dos partes del mundo rural, y ésta —su día a día— no es tan difícil”.
Las historias de estas dos familias chocan contra dos tópicos: ni en los pueblos de la Serranía están carentes de futuro ni al campo solo se vuelve a vivir de la tierra y la ganadería.
Santiago es de Soria y su marido de Madrid. Ella trabaja en turismo, aunque estos meses dedica su tiempo a los pequeños, especialmente al recién llegado. Él es diseñador web y trabaja desde casa. Compraron lo que ella llama “una ruina” hace 17 años. Hoy lo que fue una casa muerta tiene todas las comodidades y tres plantas que ellos mismos han levantado “año a año”. Lo que en principio iba a ser una residencia temporal se convirtió en su hogar.
Es un caso similar al de Andreu y González. Ella trabajaba como economista urbana en un estudio de ordenación del territorio, él era técnico de sonido en un teatro a escasos metros de la Puerta del Sol. Compraron la casa pensando en el retiro.
“Cuando vine, dije: nos la compramos mañana”, relata ella. Buscaban precisamente “la ausencia de todo, una casa en el suelo”. Era su proyecto de vejez. Pero llegó la crisis, o como Andreu dice, “bendita crisis”. A él le ofrecieron la mitad del salario anterior por “el cuádruple de trabajo”, pues su equipo pasaba de cuatro personas a él solo. Ella comenzó su propio negocio como terapeuta de kinesiología. Y decidieron dar el paso: “Siempre habíamos pensado vivir en el campo cuanto te jubilas, que es lo que te venden; curra que algún día te ganarás ese paraíso. Pero pensamos, ¿y si el paraíso es ya?”. Hoy Andreu pasa consulta dos días a la semana en Madrid, además de en Medinaceli (a 15 km), por Skype y tres meses al año en Guadalajara. También trabaja en un spa cercano como masajista y da clases de yoga, mientras que el trabajo de oficina lo hace desde Conquezuela. Él organiza talleres de talento y motivación para el emprendimiento para la diputación de Soria y está proyectando un aula de iniciativas y desarrollo de proyectos para adolescentes. También se desplaza a Madrid una o dos veces por semana para trabajar con musicoterapia para autistas. Entre los dos, además, organizan retiros y actividades de fin de semana para grupos.
Dos moralejas lanza González. Primera. “Te vas al campo a hacer un trabajo, no a coger un trabajo”. Segunda. “Aquí no se puede vivir de una sola cosa”.
FUERA DE TÓPICOS
Estas dos parejas son un nuevo perfil de poblador, alejado del tópico “vivir de la huerta”, aunque el sector primario también tiene posibilidades a pesar de una política comunitaria que ha favorecido las grandes explotaciones industriales y ha acabado con gran parte de las pequeñas.Lo cuenta María del Mar Martín, gerente de la Coordinadora para el desarrollo integral del Nordeste de Segovia (Codinse). Este grupo ha conseguido traer a la zona a más de 200 personas desde el año 2004. Y lo sigue haciendo, a pesar de las políticas gubernamentales y de haber dejado de recibir financiación europea desde hace tres años. Su programa Abraza la Tierra, en el que se integran junto a otras once zonas principalmente de Aragón, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Cantabria, busca “facilitar el traslado a personas que quieran moverse del medio urbano al rural, aunque —matiza la responsable— cada vez es más difícil”.
Recopilan información de locales, viviendas y todo tipo de recursos —nunca monetarios— para que el paso sea lo más fácil posible. Pueden felicitarse de “un importante porcentaje de éxito”, aunque ha habido fracasos. Y es que el paso, a menudo, no es sencillo. “La gente lo ve fácil, me meto en una casa y con un huerto vivo. Eso no es real. No hay acceso a la tierra, las casas tienen propietario y hay que pagar alquileres”.
El acceso a la vivienda es un problema, incluso en pueblos vacíos. Iglesias habla de precios desorbitados por ruinas, y de falta de inmuebles en alquiler. Andreu, de “ciento y pico mil euros por una casa en un pueblo de seis habitantes a 200 km de Madrid”. El campo también tuvo, y aún tiene, su burbuja.
Internet demasiadas veces “llega a pedales, cuando llega”, relata Martín en las tierras donde, además, la falta de cobertura móvil es norma. “A menudo la conexión no sirve para trabajar, más si tardas 15 minutos en mandar un correo”. La burocracia también hace su parte. Licencias, permisos… “Este país está pensado para que todo el mundo viva en la ciudad concentrado y en el medio rural no haya nadie, la política está siendo un éxito en ese sentido, está diseñada y pensada para ello”, denuncia Martín.
En su voz, la experiencia de más de una década plantando cara a un drama que, aunque reversible “si las instituciones quisieran”, es muy real. Tan real y crudo como se muestra en Sotillos de Caracena, uno de tantos pueblos que perdió la batalla. Su vecino Pozuelo también sucumbió. Lugares donde la vida humana solo es un vestigio del pasado.
ExtINCIÓN DEMOGRÁFICA
Mientras Iglesias conduce un todoterreno por las carreteras comarcales SG-145 Y SO-135 que van de la comarca de Ayllón (Segovia) a la de Tiermes (Soria) habla del paso “a un nivel superior de despoblación”, lugares demográficamente muertos, o en sus últimos estertores, sin apenas posibilidad de regeneración.“Localidades cercanas a Ayllón, como Estebanvela o Santibáñez, mantienen una última hornada de gente entre los 60 y los 80: los últimos hijos del pueblo, algún jubilado… pero es la última. Quedan pocos jóvenes con vínculos con el pueblo, vienen a la virgen de agosto y lo asocian con eso”. Son lugares, remarca, “a los que les quedan 20 años”. Y lo que va a pasar ya sucedió, tan solo a una decena de kilómetros, en la provincia de Soria. Es la “extinción demográfica” de la que habla Cerdá.
EL REINO DE LAS ZARZAS
Sotillos es el más que probable futuro de muchos de estos lugares. El último vecino hace décadas que marchó. A la última casa que algún último nostálgico mantenía, comenta Iglesias, “le dieron la patada hace unos meses”. Abierta la puerta, comienza el saqueo. El mismo que se ve en decenas de pueblos abandonados y en muchos de los medievales castillos que aparecen en el horizonte celtibérico.
“La gente se lleva las mejores piedras —remarca el joven— y las fachadas se van cayendo”. El tiempo, y el viento de montaña de esta zona a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, hace el resto. Hoy, en Sotillo, las zarzas son las reinas, a pesar del lúgubre “Welcome Sotillos” que, pintado sobre lo que queda de la fachada de un antiguo caserío, da la bienvenida al visitante.
Pero la vida sigue, y en la ‘Siberia española’, aún quedan pastores. “Uno por pueblo, donde hay”, relata Milagros Sotillos, cuyo apellido quién sabe si bebe de un antepasado oriundo del hoy reino del zarzal. Vive en Valderromán (Soria), donde residen sus dos hermanos, agricultores —porque aunque las huertas de la zona se han perdido en su mayoría, la agricultura intensiva del cereal continúa— y ganaderos, y Pablo Pérez. Este último es el pastor del pueblo, a sus 72 años. “Soy nacido en Rebollosa de Pedro, donde nadie vive ya”. Otra plaza caída. Pero Valderromán resiste. Las casas están arregladas y en verano “el pueblo se llena”, relata Sotillos.
En Valderromán pervive el modelo de los que ya poseían o heredaron tierras y naves para agricultura y ganado. Porque empezar de cero es otra historia.
“¿Venir gente aquí? ¿Y de qué van a vivir? Comprar un tractor con lo que vale, unas tierras… ¡Igual te arruinas para toda la vida!”. Lo dice quien ha llevado a las ovejas por los pastos castellanos desde los 9 años, animales que mantienen a raya al zarzal que conquista las tierras por las que ya no hay ovino, que toma las huertas y regueras abandonadas. Seis décadas nada menos, y eso que hoy el trabajo es más duro. “Tienes que meterte con mil y pico ovejas, porque si no no haces nada”.
Es el regalo del mercado global y la política ganadera comunitaria. Mientras que, en tiempos, con un rebaño de 100 a 400 ovejas daba para una familia, hoy hay que multiplicar la cifra. Aun así hay quien se atreve, como Santiago, que volvió de Madrid hace veinte años y hoy tiene su rebaño en Caracena. O en sus alrededores, porque hoy, lo que es hoy, no hay quien le localice.
UN CAMBIO PARA EL CAMPO
Habla de la necesidad de un “cambio radical en las políticas que beneficie el retorno al campo” para cambiar las cosas. De “favorecer realmente al medio rural, con temas fiscales de todo tipo, apoyo al emprendimiento rural, infraestructuras, servicios…”. Al desierto demográfico se le puede parar, y repoblar, “cosas mucho más grandes se han solucionado, y no creo que el devenir de la economía de este país, con un billón de deuda, dependa de si una aldea tiene electricidad o de si unos colegios se cierran”, aporta Cerdá.
Y recursos hay para quien quiera verlos: patrimonio histórico y paisaje para el turismo, tierras y pasto para el sector primario, viento y sol para renovables, agua y fértiles huertas en los valles, soledad y silencio para el urbanita cansado de ruido y estrés, paz para artesanos y apicultores… No todo es desierto en la Laponia española.
Mientras tanto, en Codinse y otras organizaciones similares siguen trabajando a contracorriente para que la nada deje de extenderse. Y mientras siga llegando gente como Carolina y Patxi, como Belén y Guillermo. Mientras Iglesias mantenga su firme propósito de seguir residiendo en Ayllón. Mientras Pablo siga llevando a sus ovejas, estos pueblos tendrán vida. La que Sotillos, Pozuelo y Rebollosa de Pedro ya perdieron.
Solo el tiempo —con permiso de las decisiones políticas— dirá si será la vida o la muerte quien mande en el desierto demográfico de las montañas celtibéricas.
Población censada: 483.000 habitantes
Densidad de población: 7,34 hab/km2
Núcleos con más de 5.000 habitantes: 6
Municipios con menos de 100 habitantes: 631
Pueblos con menos de 2 hab/km2: 456
Porcentaje del territorio estatal: 13%
Porcentaje de población respecto al total estatal: 1%