Colombia
Un culo es peor que 328 asesinatos
Colombia vive días de incertidumbre y temor. El 7 de agosto toma posesión el presidente títere de Uribe mientras los procesos de paz agonizan y la violencia política se multiplica.

Antanas Mockus siempre ha gustado de metáforas corporizadas. Un método efectivo que llama la atención pero no siempre centra el debate. Lo hizo en 1991 y en 1993, en sendos auditorios universitarios (en Manizales y Bogotá, respectivamente), donde se bajó los pantalones para exigir que se le escuchara.
Este 20 de julio, durante el acto de instalación del nuevo Congreso de Colombia, Mockus no soportó que los nuevos-viejos congresistas no atendieran al presidente saliente, Efraín Cepeda, y él, segundo senador con más votos en las últimas elecciones, caminó al frente y se bajó de nuevo los pantalones. Pero Colombia no está para metáforas, ahora que la ultraderecha vuelve al poder y que la falsas buenas formas de Juan Manuel Santos ya casi son historia. Así que lo que hace 25 años provocó todo un debate nacional sobre el respeto, hoy se ha convertido en un ataque mediático masivo contra Mockus, el filósofo y matemático ex alcalde de Bogotá que se alió con Gustavo Petro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Un culo, el de Mockus, ha generado más indignación nacional que, por ejemplo, los dos líderes sociales muertos a tiros en Boyacá y en Putumayo mientras en Bogotá se desarrollaba la formal sesión del Congreso de la República y que se suman a la brutal lista de 326 líderes y lideresas asesinados desde enero de 2016 (según la Defensoría del Pueblo de Colombia). Es decir, ya son 328.
Tampoco le genera indignación este genocidio político al ministro de Defensa que tomará posesión con el nuevo gobierno el 7 de agosto. Guillermo Botero, capo de la Federación de Comerciantes, uribista furibundo y partidario de la bala antes que del diálogo, habló el día que el presidente electo, Iván Duque, informó de su elección y no nombró a los asesinados; prefirió anunciar su intención de reglamentar la protesta social porque genera muchos problemas a “comerciantes y empresarios”.
Y son eso, comerciantes, empresarios –y algunos personajes realmente siniestros, entre ellos-, los que conformarán el nuevo gobierno uribista sin Álvaro Uribe al frente. El ex presidente y criminal de lesa humanidad ha preferido designar a un sucesor joven, inexperto y, ante todo, dócil (Iván Duque) para volver a manejar el país a su antojo después de la terrible decepción que le produjo su anterior heredero: Juan Manuel Santos. El nuevo Gobierno estará compuesto, básicamente, por ejecutivos de los gremios económicos con graves conflictos de interés a cuestas y por algunas fichas claves del uribismo (como su secretaria personal, Alicia Arango, que será ministra de Trabajo, o como su leal ex presidenta del Senado, Nancy Patricia Gutiérrez).
La propuesta está clara: por un lado, mano dura en seguridad que se traduce en la ruptura de los procesos de paz ya en estado agonizante y e retomar la erradicación forzosa de los cultivos para uso ilícito; por el otro, poner en marcha el plan que los grandes empresarios de Colombia han diseñado para Duque y que le presentaron con detalle en una reunión realizada cuatro días después de ganar las elecciones. La tercera pata del Gobierno de Duque apunta directamente a Venezuela y esa está dictada desde Washington, a donde viajó antes de superar la resaca electoral para recibir órdenes precisas para presionar la máximo a Caracas y rematar las instituciones regionales alternas al poder imperial creadas durante las presidencias de Hugo Chávez.
Lo que viene para Colombia no es suave y las metáforas corporizadas de Mockus ya no tienen la capacidad de denunciar el fascismo político y social imperante. Casi no fue noticia que nueve miembros de la ahora Fuerzas Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) tomaran posesión de sus curules en el Congreso, tampoco parece noticia relevante que Duque –antes ya de ser presidente- esté empujando a la ruptura a la Mesa de Diálogos que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) mantiene en Cuba con el Gobierno de Colombia.
En 1998, Mockus, en pleno rueda de prensa televisada, le lanzó un vaso de agua a la cara del político Horacio Serpa para simbolizar que la violencia simbólica era mucho menos dañina que la violencia real. Poco después, desde 2002, Uribe demostró que la violencia real ejercida con métodos legales e ilegales era más rentable políticamente que la simbólica. Luego, entre 2010 y 2018, Santos ha intentado mostrar que los acuerdos de paz eran más rentables económicamente que la guerra directa; pero todo era pose: en estos ocho años de ‘política de paz’ el presupuesto militar aumentó un 52,31% y desde que se firmó el acuerdo con las FARC –noviembre de 2016- han crecido un 6,8%. Más guerra en medio de la supuesta paz que le ha supuesto un premio Nobel a Santos y un balance político patético porque el país sociológico que construyó Uribe prefiere la aniquilación a la reconciliación.
La incógnita que queda ahora es saber si Gustavo Petro y el movimiento político Colombia Humana logran capitalizar y sostener con vida en las calles a parte de los 8 millones de votantes que retaron al miedo y al fascismo y votaron por la opción del cambio con transformaciones el 17 de junio. Pero eso todavía es incierto. La única certeza la aporta Uribe y su corte, que llegan con ganas de venganza y con sangre en la comisura de los labios. ¡Ah! Y que el culo de Mockus ya no funciona como arma pedagógica.
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