Decrecimiento
Postcrecimiento: ni contigo, ni sin ti

Algunas tesis postcrentistas tienen encaje en el contexto actual de recesión pandémica, emergencia climática, fondos europeos de recuperación, pactos verdes, objetivos climáticos y de descarbonización, ¿pero hasta qué punto se aplican?
3 jul 2021 06:31

“Frente a una recesión inducida por una pandemia, debemos afrontar antes de lo que muchos pensábamos una economía del postcrecimiento”, confesó en pleno confinamiento Deepali Srivastava, directora de estrategia de contenidos de Global Gate Way Advisors, en un artículo para PriceWaterhouseCooper, una de las Big four, las consultoras más poderosas del mundo que asesoran al Gobierno y a las comunidades autónomas para absorber fondos europeos mientras participan en su gestión.

La afirmación es todo un anatema neoliberal, aunque la preocupación por la escasez de recursos y la crítica al crecimiento como fin capaz de asegurar por sí mismo el bienestar humano enlaza con planteamientos antiguos: desde Aristóteles, para el cual la riqueza no era un fin, si no un medio; al anti-industrialismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX; o los liberales Malthus, Ricardo, Stuart Mill o, ya en el siglo XX, Keynes.

En los años 50 y 60 del siglo XX, economistas como Kohr, Boulding, Mumford o Hirshman propusieron no depender del crecimiento infinito en un planeta finito, reflexión que culminó en el primer informe Los límites del crecimiento, del Club de Roma; la Conferencia de la ONU sobre el Medio Humano de 1972; y en una primera ola crítica de economistas como Daly, Amartya Sen, Ilich, Schumacher, Daly, Huenting o Gronemeyer, entre otros.

Decrecimiento y postcrecimiento

El concepto “decrecimiento” emerge en 1979, al traducir del rumano la obra de Nicholas Georgescu-Roegen. Se acuña en Francia en 2002, cuando la revista Silence le dedica un número. Hoy, la economía del postcrecimiento es un subcampo de la economía. Los términos economía del postcrecimiento (como marco analítico) y economías del postcrecimiento (como propuestas de futuro) surgen de los debates sobre sostenibilidad de la Universidad Carl von Ossietzky (2006) que auspiciaron publicaciones, eventos y redes enfocadas en estos asuntos.

Si el decrecimiento alude a un proceso cuyo objetivo es reducir el PIB y los niveles del consumo, sobre todo en países del norte, así como orientarse a una suficiencia social. El postcrecimiento remite a una sociedad cuya economía supere la orientación hacia el objetivo del crecimiento económico.

Para ello, elabora un abanico de actuaciones adaptables a los diferentes territorios y países con las que ayudar a transitar, democrática y equitativamente, a una economía de menor escala que eleve el bienestar, respetando los límites terrestres: un proceso dinámico y gradual que aumente la sostenibilidad con políticas delimitadoras (no entendidas como autarquías, ni austericidios), para progresivamente minimizar lo superfluo e insostenible, potenciando lo necesario, local, común y sostenible.

Con el fin de facilitar esta gestión, el postcrecimiento recoge la ecología política, las críticas al desarrollo, y el decrecimiento sostenible de la economía ecológica.

Hoy decrecimiento y postcrecimiento conforman el movimiento postcrecentista donde confluye sociedad civil y el mundo académico

Hoy decrecimiento y postcrecimiento conforman el movimiento postcrecentista donde confluye sociedad civil y el mundo académico. De él forman parte alianzas como la Wellbeing Economies Alliance, diversas redes y organismos, apoyados en una segunda ola crítica de economistas como: Sakar, Latouche, Pallante, Martínez-Alier, Paech, Peter Victor, Jackson, Binswanger, Juliet B. Schor, Angelika Zahrnt, Unceta, O'Neil, Douthwaite, Naredo, Carpintero, Bermejo, Kate Raworth (y su Economía de la rosquilla). Y converge con movimientos ecofeministas o del Procomún, que sitúan la vida en el centro del sistema económico.

¿De la negación a la aceptación?

Insólitamente, ahora sus tesis ofrecen mayor encaje que nunca por el contexto de recesión pandémica (tras años de crecimientos menores del PIB en occidente), emergencia climática, digitalización, fondos europeos de recuperación, Pacto Verde Europeo, Green New Deal norteamericano, leyes climáticas, objetivos de descarbonización, o de desarrollo sostenible de la ONU. Algunas de sus prácticas y conceptos se manejan incluso por entes como la OCDE.

En septiembre del 2020, la OCDE publicó Beyond Growth, (Más allá del crecimiento) encargado por Angel Gurría, entonces secretario general. Este informe demanda una nueva aproximación económica y política para afrontar la sostenibilidad ambiental, la reducción de la desigualdad, un mayor bienestar y la resiliencia de las economías mundiales: “Alcanzar estas metas requiere que los políticos miren más allá del crecimiento económico. El enfoque dominante de la política de los últimos 40 años, basada en un modelo ortodoxo de la teoría económica neoclásica, no es el adecuado para enfrentar estos retos”, afirma.

Para ello, recoge avances en el análisis económico de las últimas décadas que ofrecen una visión más amplia sobre cómo funcionan las economías. Defiende la necesidad de reformas estructurales y enfoques políticos basados en esos nuevos marcos analíticos para lograr una economía más amplia y esas metas sociales.

Sostiene que los mercados liberalizados no siempre son eficientes, sus fallos pueden ser significativos, y el crecimiento económico no implica per se un mayor bienestar socioambiental. Por lo que aboga por indicadores más amplios que el crecimiento, alineados con políticas públicas en cada país.

Además cuestiona que la conducta del consumidor sólo se mueva por su interés: “También lo hace por intereses ligados a los cuidados, a fórmulas cooperativas o altruistas”, dice. Señalando la necesidad de mejorar la gobernanza y la comprensión de cómo la concentración de poder en los mercados deriva en desigualdades, para así entender la evolución económica de manera más dinámica y sistémica, no lineal como hasta ahora.

Asimismo, apunta que la mayoría de los macroeconomistas fracasaron en predecir la crisis del 2008. Y repasa los defectos de la financiarización del sistema económico (tácticas cortoplacistas, burbujas, estrategias fiscales, políticas monetarias) para introducir consideraciones acerca de la degradación ambiental, la equidad, la igualdad de género, éticas, o respecto al papel del Estado. Haciendo recomendaciones sobre sostenibilidad, descarbonización, políticas industriales de innovación y macroeconómicas, de regulación financiera, gobernanza corporativa, acuerdos internacionales de comercio, políticas fiscales corporativas, propiedad de la riqueza, políticas de mercado y automatización. Muchas de las cuales podrían estar alineadas con el postcrecimiento en el “qué”, pero quizás no tanto en el “cómo” llevarlas acabo.

El desacoplamiento de la discordia

Se entiende por “desacoplamiento” disminuir recursos (agua, energía, materias, etc.) utilizados para aumentar el PIB, desvinculándolos del deterioro ambiental.

La Unión Europea, la OCDE, el Banco Mundial, el PNUMA, o los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, aceptan el desacoplamiento para generar un “crecimiento verde” –concepto emergido en la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible de 2012– que implica invertir en tecnologías más eficientes e introducir incentivos para que las economías puedan crecer mientras reducen su impacto medioambiental.

El postcrecimiento no discute el desacoplamiento, pero va más allá cuestionando aspectos de ese “capitalismo verde”

El postcrecimiento no discute el desacoplamiento, pero va más allá cuestionando aspectos de ese “capitalismo verde”, como el hecho de que cuanto más rápido crecemos más velozmente debemos desacoplarnos: crecer un humilde 2% anual duplica la escala del consumo cada 35 años, y nunca se han alcanzado las tasas de desacoplamiento para que los países ricos regresen a su parte justa de espacio ecológico manteniendo su crecimiento. El informe del PNUMA de 2017 mostró que resulta imposible si el objetivo anual es incrementar lo producido y consumido.

Las tesis postcrecentistas ven arriesgado fiarlo todo al desacoplamiento, pues las tasas necesarias para evitar un colapso ambiental sin dejar de crecer, son extremadamente ambiciosas. El estudio de 2019 Desacoplamiento desacreditado: evidencia y argumentos en contra del crecimiento verde como estrategia para la sostenibilidad, del European Environmental Bureau (que revisa la literatura empírica y teórica sobre la cuestión) concluyó que no sólo no hay evidencia que respalde la existencia de un desacoplamiento en cualquier lugar, cercano a la escala necesaria para enfrentar un colapso, sino que es poco probable que suceda en el futuro.

Este mes de junio, la Agencia Europea del Medio Ambiente confirmó que: “Un descoplamiento absoluto y duradero es poco probable. Se impone repensar en las sociedades, qué supone el crecimiento y el progreso en relación con la sostenibilidad global”. Para ello recomienda estrategias de decrecimiento y postcrecimiento.

Marta Conde, investigadora de la Universidad Pompeu Fabra y presidenta de la Asociación Research & Degrowth, opina: “La fe del Pacto Verde Europeo en el 'crecimiento verde' es un huida hacia delante en el mismo modelo que crea más desigualdad, donde las grandes corporaciones ganan. Su idea de que el PIB puede seguir creciendo mientras las emisiones y el uso de recursos baja, se ha probado en algunos países temporalmente. Es un proceso muy lento, implica que parte de las emisiones se reducen por importaciones de países, reduciéndose allí. El problema es que no llegaría con la suficiente rapidez”, advierte.

Danzar alrededor de un volcán

Así califica el informe Los limites de crecimiento en un mundo finito de 2012 (cuarta entrega del primero, de 1972) a la situación contemporánea de traspasar los límites biofísicos planetarios. Global Foorprint Network, organismo que mide la huella ecológica global –los recursos terrestres necesarios para producir– alerta que consumimos y producimos por encima de la capacidad del globo para renovarse: 1’7 tierras en recursos terrestres al año. WWF apunta que, de seguir así, serán dos tierras en 2030, y en 2050, tres.

En 2020 un estudio publicado en Nature constató que la masa antropogénica (creada por el ser humano: infraestructuras, edificios, productos, residuos) supera la biomasa (los seres vivos). En 1900 era un 3% de la biomasa. Ahora el volumen de los edificios e infraestructuras es mayor que el de los árboles y matorrales. La masa plástica dobla la de todos los animales terrestres y marinos. Sólo las calles, edificios y puentes de Nueva York pesan más que el total de peces del mar.

Esta masa antropogénica se venía doblando cada 20 años, pero se triplicará las próximas décadas. Cuatro quintas partes de los productos y objetos en uso hoy tienen menos de 30 años. Y en los últimos años, de media, por cada persona se crea una cantidad de masa igual a su peso cada semana.

El pasado mayo, la investigación Política de biodiversidad más allá de crecimiento económico, de veintidós académicos de instituciones y universidades de prestigio (Oxford, Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona, Universidad de Leipzig, Humboldt de Berlín, entre otras), dirigido por el español Iago Otero de la Universidad de Lausana (Suiza), proponía la necesidad de una batería de ‘medidas de choque’ que limiten los efectos de la economía en los ecosistemas, para así construir una sociedad de postcrecimiento.

La ONU confirma la peligrosa danza actual, al afirmar que en la actualidad, el mundo pierde una superficie de bosque equivalente a un campo de fútbol cada tres segundos

La ONU confirma la peligrosa danza actual, al afirmar que en la actualidad, el mundo pierde una superficie de bosque equivalente a un campo de fútbol cada tres segundos. Hemos perdido la mitad de los humedales y de los arrecifes de coral, estos últimos pueden quedar casi extinguidos en 2050, incluso cumpliendo el Acuerdo de París.

En esa línea, el estudio científico The projected timing of abrupt ecological disruption from climate change publicado en abril de 2020 en Nature, sitúa el colapso climático en 2040, si se deforestan las selvas tropicales al mismo ritmo. Sólo en la Amazonía brasileña se devastaron 8.500 kilómetros cuadrados de selva (1.100 campos de fútbol) en 2020.

Enfrentar el elefante

La expresión anglosajona elephant in the room alude a aquellos problemas tan evidentes como un elefante en una habitación, que se eluden por conflictivos. Richard Heinberg, autor de Fin del crecimiento, opina que ahora hay un poco más de interés político en la Teoría Monetaria Moderna y en la Renta Básica Universal: “Pero se ven, principalmente, como formas de resolver problemas económicos inmediatos para que la economía vuelva a crecer. La idea de que puede que no sea posible por siempre, sigue siendo ‘radiactiva’ en esos círculos”, lamenta.

Para él, el mayor obstáculo para aplicar las prácticas postcrecentistas es que hemos construido nuestro modelo económico sobre la base del consumismo: “Sin más gasto de los consumidores no hay más empleo, ingresos fiscales, ganancias o retornos de inversión. Los formuladores de políticas ven el fin del crecimiento como el fin del mundo, aunque nada crece para siempre en la Tierra. Por lo que deben negar continuamente la realidad para hacer su trabajo”, reflexiona.

Por su parte, Marta Conde aprecia que nuestra economía parece estar en “guerra con la vida”. Si va bien, la base material vital (los ecosistemas) corre peligro. Si va mal, destruye empleo y la sociedad sufre aunque el planeta se recupere: “En esta pandemia sus debilidades han quedado dolorosamente expuestas. Lo cual ofrece la oportunidad de visibilizar los problemas del sistema actual, crear conciencia y debate sobre el modelo económico que tenemos, sus problemas para sostener la vida y el medio ambiente.”, explica.

El postcrecimiento tiene una fuerte rama de investigación, y otra vivencial. Su objetivo es mantener un bienestar social sin crecer

La especialista propone medir otros elementos del bienestar, y probar otras fórmulas: “El postcrecimiento tiene una fuerte rama de investigación, y otra vivencial. Su objetivo es mantener un bienestar social sin crecer. Enfrentar la realidad de que el crecimiento no se está produciendo, escasean recursos, y no se sabe dónde invertir para obtener los intereses de antes. La respuesta a este problema no puede venir de la lógica que lo ha creado: crecer más”.

Prácticas postcrecentistas para un nuevo paradigma

Muchas medidas postcrecentistas no excluyen crecer, sino diferenciar entre los sectores clave para la vida que requieren inversión (servicios públicos, cuidados, energías limpias, educación, salud, ecoeficiencia, etc.), de aquellos minimizables por insostenibles (energías fósiles, nuclear, minería de alto impacto, petroquímica). Una batería de posibles actuaciones que se articularían sobre tres ejes:

Primer eje: desmaterializar

Implica una organización de la vida económica más eficiente, basada en un menor uso de energía, materiales y recursos para producir. Con políticas públicas que reduzcan los bienes, servicios y las conductas no sostenibles. Fomentando estilos de vida más sencillos, con impuestos, cuotas, regulaciones y prohibiciones (a emisiones, a extraer excesivas materias, al despilfarro, al consumo insostenible), que no graven a los más vulnerables y prioricen el “hacer” sobre el “poseer”, así como modelos productivos locales (menos dependientes del comercio exterior) y servicios inmateriales.

Antoine Monserand, miembro de la Post-Growth Economics Network, matiza que con los “impuestos verdes” se deben incluir herramientas más eficientes como los límites, las cuotas, las regulaciones y las prohibiciones: “Si los que más contaminan pueden pagar esos impuestos, seguirán destruyendo el medio ambiente, además tienden a ser injustos. Pero si se cierran calles al tráfico, ​​o se limitan el número de vuelos por persona al año, no se golpea a los pobres como al gravar el combustible”. Por ello sostiene que deben dirigirse hacia los comportamientos antiecológicos y el consumo de los ricos: “Los que más contaminan y poseen más medios para cambiar sus prácticas”, valora.

La desmaterialización de la producción también conlleva una economía circular ecológica –no una economía circular extractiva, como a menudo se potencia desde la UE y muchas corporaciones– que reestructure, recicle y optimice lo existente.

Aunque la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento presentó enmiendas al Plan de Acción de Economía Circular (objetivos vinculantes, obligatoriedad, etc.), muchas ambiciones se rebajaron al pasar por el Parlamento Europeo y en el Primer Plan de Acción de Economía Circular español, cuyos pilares (producción, consumo, gestión de residuos, materias primas secundarias, reutilización del agua, sensibilización y participación; investigación, innovación y competitividad; empleo y formación) son un punto de partida, pero adolecen de la ambición que el contexto de Emergencia Climática demanda.

Desmaterializar también supone inversiones en renovables y rehabilitación energética de edificio, además de otras inversiones en infraestructuras y transporte colectivo

Desmaterializar también supone inversiones en renovables y rehabilitación energética de edificios: “Organizadas por entidades públicas, no basadas en incentivos para el sector privado o particulares”, matiza Monserand. Lo cual difiere de cómo se gestionarán los fondos europeos de recuperación.

Además de otras inversiones en infraestructuras y transporte colectivo: “Ferrocarriles para pasajeros y carga, carriles bici, grandes veleros que reemplacen aviones. Pero no en el coche eléctrico individual a gran escala. No es ecológico”, puntualiza. Otra diferencia con los fondos europeos.

Según este experto, la mayoría de estas grandes inversiones deberían realizarse por autoridades públicas: “El sector privado ha demostrado no estar dispuesto a muchas de ellas. Y financiarse con bancos públicos de inversión, algo más próximo al Green New Deal demócrata, que al europeo, mucho menos ambicioso”, sostiene.

El postcrecimiento entienden estas “inversiones verdes” como de "habilitación”, al permitir a las personas y a las empresas adoptar modos de vida y prácticas más ecológicas: “Sin ellas, a menudo quedan atrapadas y obligadas a realizar prácticas no ecológicas”, aclara Monserand.

Segundo eje, desmercantilizar

Es una estrategia orientada a reducir la esfera del mercado limitando su influencia en la vida social. Una clave para alcanzarla es reducir la financiarización de la economía, relocalizar producciones, reducir la especulación, limitar la excesiva acumulación de capital, promover una fiscalidad proporcional para las grandes corporaciones, fortunas, propietarios y monopolios. E introducir indicadores más amplios que el PIB, considerando el bienestar, la igualdad, la educación, la salud o el medio ambiente. Como el índice de Progreso Genuino (IPG), de Progreso Real (IPR), o de Desarrollo Humano (IDH).

También, potenciar lo catalogado en Europa como “servicios personales y sociales” (educación, sanidad, trabajo social, cultura, deporte) más difíciles de mecanizar al requerir de relaciones y habilidades. Sectores abiertos a nuevas formas de relación social y satisfacción de las necesidades más allá del consumo. Permitiría centrar la atención en lo que Bonaiuti o Unceta califican como “bienes relacionales” (atenciones, cuidados, conocimiento, participación, etc.).

Además supone liberar tiempo para expandir el cuidado mutuo, el ocio, las artes, la educación y la deliberación democrática. Alejarse del “consumo malsano”, como lo califican Hamilton o Latouche, buscando formas de relación social y satisfacción de las necesidades fuera del mercado, replanteando la producción, el consumo y el trabajo, superando su lógica mercantil hacia interrelaciones más allá del beneficio. Como hacen muchos modelos de finanzas éticas, Economía Social y Solidaria, del Bien Común, Economía feminista, o del Procomún, hoy etiquetados como “Nuevas Economías”.

Tercer eje, descentralizar

La centralización es responsable de gran parte de la concentración del poder económico, con repercusiones negativas en el bienestar al desterritorializar buena parte de los procesos productivos y económicos con la globalización. Provocando retos multinivel para la gobernanza, una progresiva quiebra de la democracia y de las posibilidades de organizar la vida social de acuerdo con los deseos de las personas y la diversidad cultural de los territorios.

El postcrecimiento aboga por descentralizar el modelo productivo hacia actividades que refuercen la soberanía de las comunidades y remunicipalizar algunos servicios para proteger bienes comunes

El postcrecimiento aboga por descentralizar el modelo productivo hacia actividades que refuercen la soberanía de las comunidades (alimentaria, energética, digital, etc.), remunicipalizar algunos servicios para proteger bienes comunes, potenciar un comercio simétrico (el comercio justo), abrir caminos a una mayor realización personal y autogestión con modelos empresariales de gobernanzas participativas que innoven, cuyo objetivo primordial no sea crecer.

Tensiones y equilibrios

Aplicar este tipo de medidas genera múltiples tensiones. Actualmente el empleo, las pensiones, la deuda pública y privada, la estabilidad económica, incluso política, dependen en gran medida del crecimiento.

Para contrarrestarlo, el postcrecimiento complementa los ejes planteados con políticas de distribución de la riqueza (perseguir los paraísos fiscales, la elusión y evasión fiscal), laborales (acortar la semana laboral, compartir trabajos, establecer salarios mínimos dignos, rentas básicas, de cuidados), acceso a servicios básicos (agua, luz, vivienda, transporte), o tecnologías que optimicen el trabajo. También auditorías que cancelen algunas deudas, facilitando la amortización de las de los trabajadores, pequeños propietarios, o países del sur.

Algunas de estas medidas, como acortar la semana laboral, se asumen por partidos como Más País, o empresas como Telefónica. Nuevamente, lo significativo es “cómo” se implementan, si su objetivo es crear mayor calidad de vida para quienes la asuman voluntariamente, al tiempo que fomentan nuevos empleos. Cuestiones que no están claras en ambos casos.

“Es posible reorganizar la economía para que se minimicen el dolor y el sufrimiento, a medida que reducimos nuestro consumo para vivir dentro de los límites ambientales”, defiende Richard Heinberg: “Pero requiere, por parte de los líderes, de coraje y visión. Y por parte de la población, de una cohesión social y cooperación, en una escala nunca vistas salvo en guerra”.

Monserand aprecia que los responsables políticos, las administraciones y las empresas se toman más en serio la pérdida de biodiversidad y la crisis climática: “La pregunta es si realmente harán algo, o sólo son más conscientes. En general están de acuerdo en participar más en ‘inversiones verdes’ a través de los planes de recuperación, pero serán esporádicas y orientadas al crecimiento verde. Un gran cheque público para lo privado, teñido de verde, para recuperar ganancias, no el planeta”, comenta.

En junio Mathias Cormann relevó a Gurría en la OCDE tras 15 años, coincidiendo con el informe Perspectivas Económicas 2021 del ente, que insiste en acelerar la transformación sostenible de las economías avanzadas debido a que las políticas, regulaciones y estándares actuales de descarbonización están muy por debajo de lo requerido para reducir las emisiones. Considera que las emisiones de gases de efecto invernadero aumentarán en 2021 y los próximos años, pues las medidas verdes de inversión y estímulo fiscal de los gobiernos ante la pandemia son “modestas” y el impacto de las nuevas medidas ecológicas se anula, al acompañarse con otras de impacto ambiental mixto o negativo.

El informe de este año, de la Agencia Internacional de Energía, para una transición energética real a las cero emisiones en 2050, el más completo, con una hoja de ruta de 400 recomendaciones –suponen un crecimiento del 0,4% del PIB, una pérdida de cinco millones de empleos (en sectores como el carbón) y crear 30 millones en energías limpias– aconseja acabar con las inversiones en energías fósiles este año, reducir drásticamente su consumo, no vender nuevos automóviles de combustibles fósiles en 2035 (en España será en 2040), elevar notoriamente las inversiones en renovables, entre otras “metas volantes” que ningún país alcanza, incluso si implementasen todos los objetivos climáticos a los que se han comprometido.

Fondos europeos de recuperación. ¿La ocasión perdida?

Algunos asuntos financiables por los fondos coinciden con aspectos en los que el postcrecimiento lleva años incidiendo: ahorro energético, renovables, autoconsumo, eficiencia energética, electrificación, apoyo al medio rural, modelos productivos territorializados sostenibles, economía circular, etc. Según Marta Conde, las propuestas postcrecentistas pueden articularse en los planes de recuperación invirtiendo en ellas, pero no está siendo así: “Por cómo se están haciendo esas ‘inversiones verdes’ y en digitalización. Sin tener en cuenta todos los impactos de esa transición verde y beneficiando a los más grandes otra vez”.

“Los únicos que pueden presentarse son grandes empresas que contratan a grandes consultoras que les asesoran en megaproyectos con criterios socioambientales muy poco claros. Las pymes, la Economía Social y Solidaria, o aquellos proyectos más encaminados a un cambio ecosocial, apenas pueden acceder, por las cantidades a ejecutar y el poco tiempo”, señala.

En su opinión, las inversiones verdes deberían planificarse adecuadamente: “Por ejemplo en Cataluña hay un conflicto grande entorno a la tierra”, dice: “El sindicato Unió de Pagesos está preocupado por la gran inversión en energía solar que está entrando. Hace subir el precio de la tierra, expulsando a los pequeños campesinos, que son arrendatarios. Muchos no podrán seguir trabajando si la inversión en renovables se hace en tierras de cultivo, en vez de poner placas en terrenos industriales y en techos de zonas urbanas”.

Otro caso, se plantea con un sistema 100% de renovables: “Hoy es imposible, no hay suficientes reservas de minerales”, expone Conde: “Para ampliarlas, se están empezando a abrir minas con graves impactos en Europa y el sur global. Se debe invertir en renovables y en eficiencia, pero no son las únicas soluciones, sino también reducir el consumo neto de energías y materiales”.

Además indica otro plausible riesgo: “El 20% que debe ir a la digitalización puede crear trabajos muy masculinizados, reducir plantillas y provocar más desempleo”.

El principal obstáculo de aplicar prácticas postcrecentistas no está ligado a la actual recesión, o a la falta de dinero gubernamental, a juicio de Monserand: “El New Deal de Roosevelt se llevó a cabo en los años 30, en una severa recesión. Disminuyó el desempleo y aumentó las actividades socialmente beneficiosas. El problema es que que la Covid no ha cambiado la posición de que la mayoría de los gobiernos europeos, principalmente, se dedican a asegurar altas ganancias a las corporaciones y a los ricos”, afirma.

El camino se hace al andar

Años antes de la pandemia, la poco convencional diseñadora Vivienne Westwood, defensora de legislar el ecocidio, comenzó a reducir un 37% su prêt à porter, 55% sus bolsos, y un 58% los zapatos de su firma, mientras integraba prácticas responsables. Estrategia que llevó a aumentar su facturación de 38,7 millones libras en 2018, a 46,3 millones en 2019.

También existen Nowtopías que no supone abandonar las urbes si no reestructurarlas, reforzar sus vínculos con el medio rural dignificándolo y renaturalizar las ciudades

También existen Nowtopías (descritas por D'Alisa, Demaria y Kallis) que no supone abandonar las urbes si no reestructurarlas, reforzar sus vínculos con el medio rural dignificándolo (consumo local, circuitos cortos), renaturalizar las ciudades (con cubiertas verdes, huertos, jardines y bosques comestibles), así como nutrir sus redes de apoyo mutuo vecinales, intergeneracionales y de cuidados.

Fórmulas exploradas en algunas comunidades, municipios y territorios por colectivos ecologistas, decrecentistas, postcrecentistas, o por el Movimiento de Transición, cuyo artífice, Rob Hopkins, considera necesario reemplazar la idea de crecimiento como medida del éxito, por el bienestar como indicador. Y realizar un cambio respecto a quién se destina la economía. Es decir, hacia las personas.

“Rediseñemos las economías de los pueblos y ciudades para que el dinero circule tanto como sea posible dentro de ellas”, sugiere: “Impulsemos la descarbonización, no la constante extracción de recursos para los súper-ricos. Además, las instituciones con fondos públicos (administraciones, hospitales, escuelas) deben orientar sus políticas de adquisiciones permitiendo a cooperativas locales proporcionar alimentos, energía o servicios. Como ocurre en Cleveland, Ohio.”

En España, se ha intentado aplicar el Ingreso Mínimo Vital, versión de la Renta Básica Universal de resultados poco edificantes. Hopkins considera que se requiere explorar mejor las Rentas Básicas Universales: “El Covid ha afectado más a las comunidades pobres, contaminadas y con viviendas precarias. En el Reino Unido corremos el riesgo de llegar a 2,5 millones de parados. Paradógicamente nunca hubo más por hacer: aislar viviendas, plantar árboles, proyectos de reconstrucción, de agricultura urbana, etc. Hemos visto cómo los parques y áreas abiertas han sido vitales para nuestra salud física y mental. Un gran indicador de cómo deberían plantearse las urbes a medida que salimos de la pandemia y abordamos el cambio climático “, argumenta.

Hopkins defiende aplicar la Economía de la rosquilla de Raworth a escala nacional y urbana (como se plantean en Ámsterdam): “Es el momento para ideas nuevas y audaces, volver a la ‘normalidad’ sería un grave error. Antes de la Covid, imaginar que los políticos podrían sentarse con los científicos para actuar, era idealista e ingenuo. Ahora sabemos que se puede hacer. Necesitamos hacerlo con la emergencia climática y ecológica para revivir nuestras economías, nuestras comunidades y la biodiversidad. Los riesgos están en no adoptar este tipo de enfoques”, asegura.

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