Urbanismo
Los PAU de Madrid y otra lectura de clase sobre el deseo de mejorar socialmente

Sus habitantes se han vuelto una caricatura: aparecen como víctimas del consumismo y de un estilo de vida individualista. Pero, ¿cómo experimentan el espacio, la clase y la cotidianeidad más allá del estereotipo?
Urba PAU Carabanchel I
Residencial en el PAU de Carabanchel
Antropóloga e Investigadora del Grupo de Estudios Críticos Urbanos (GECU)
12 mar 2024 08:30

En la primavera de 2019 los barrios residenciales de Madrid conocidos como PAU, que hasta entonces habían pasado desapercibidos para la opinión pública, se convirtieron de pronto en el epicentro de los análisis políticos y electorales. Las Elecciones Generales celebradas en abril y las Autonómicas y Municipales que se dieron cita un mes después —el 28 de abril y 26 de mayo respectivamente—, parecieron elevar a los “nuevos ensanches”, como empezó a llamarlos la prensa, a la categoría de arquetipos de la “nueva clase media urbana” y de oráculos de la sociedad del porvenir. El partido Ciudadanos (Cs) había obtenido amplias mayorías en los PAU del norte.

Aunque no puedo detenerme todo lo que me gustaría, daré algunas coordenadas generales para situar estos enclaves. Los PAU —cuyas siglas provienen de la figura Programa de Actuación Urbanística— son un conjunto de 13 barrios (más dos de dedicación industrial) que se proyectaron durante la última burbuja (1995-2007) en las periferias de la ciudad de Madrid. Grandes desarrollos inmobiliarios que comparten un diseño característico: su trama urbana dibuja una cuadrícula de grandes avenidas y urbanizaciones que, abarcando prácticamente el tamaño de una manzana, están cerradas sobre sí mismas y cuentan con diversos servicios privados en el interior. Este urbanismo se combina con una escasez de equipamientos y servicios públicos y comunitarios, y también de tejido comercial de proximidad, por lo que la vida discurre fundamentalmente entre el coche, la urbanización, el empleo y las actividades familiares.

Sin embargo, los PAU presentan una gran heterogeneidad entre ellos que no es en absoluto baladí. Tienen distintos grados de finalización y ocupación del parque de viviendas, y sus principales diferencias sociológicas se tejen sobre la brecha histórica que existe en la capital entre un noroeste con mayores rentas y un sureste más empobrecido. De modo que los nuevos desarrollos reproducen una vez más esta distancia socioeconómica: reciben un trato e inversión diferencial por parte de las administraciones, y el origen social de sus habitantes marca no solo distancias en los niveles de renta o de estudios, sino también en las formas de habitar los barrios y sus urbanizaciones.

En el distrito de Carabanchel, al sur de Madrid, el nuevo desarrollo se construyó como una prolongación de la antigua trama urbana, conectando los barrios de la vieja periferia obrera con esta nueva periferia neoliberal. En pleno boom inmobiliario muchos jóvenes nacidos en los vecindarios colindantes —ese grupo que podemos denominar como hijos e hijas de la periferia obrera— se endeudaron para adquirir una vivienda en las urbanizaciones cerradas y mudarse al barrio residencial. Con ello se establece una continuidad social entre dos espacios urbanística y simbólicamente tan diferentes.

En este artículo voy a centrarme en las representaciones difundidas sobre los PAU a raíz de los comicios electorales de 2019, cuando estos barrios y sus habitantes pasan del anonimato al debate público. Considero que estos discursos manejan ideas bastante simplistas del espacio urbano y la clase social, que solo habilitan un tipo de análisis posible: la culpabilización de los/as que se fueron a vivir a un PAU. Así, me gustaría ir más allá del estereotipo para desentrañar la maraña de procesos económicos, políticos y sociales que se anudan y, sobre todo, para tratar de comprender el punto de vista de algunos de sus protagonistas: esa generación nacida en los barrios de la periferia obrera que se mudó a las zonas residenciales durante el boom.

Utilizaré aquí algunos hallazgos de mi investigación en el PAU de Carabanchel, donde viví durante dos años para hacer un trabajo etnográfico recientemente publicado: Venir de barrio. Estrategias familiares, espacio y clase en los PAU de Madrid (CSIC, 2023). El libro se presentará en Madrid (en el Ateneo la Maliciosa) esta semana.

Fabricar el fenómeno: los nuevos ensanches, el voto y la clase media

Los primeros artículos sobre los PAU que aparecen en la prensa comienzan a hablar del fenómeno del “cinturón naranja”, sugiriendo una comparación con los tradicionales cinturones rojos de las periferias obreras. Se habla aquí de una suerte de nueva clase media urbana, con formación y con empleo, compuesta por familias jóvenes con hijos que tienen un elevado nivel adquisitivo. Este grupo se caracterizaría por una vida con relativas comodidades, entre ellas el acceso a bienes de consumo, la importancia de la propiedad privada y la búsqueda de la tranquilidad, acompañada de un cierto lujo, viviendo en urbanizaciones en las nuevas periferias. Según la prensa este “estilo de vida” alimenta progresivamente una ideología de tipo liberal cuyos intereses y necesidades se verían representados en Ciudadanos. De modo que convierten a los PAU y a sus habitantes en una suerte de retrato robot sin fisuras que vendría a encarnar no solo el perfil del votante de Cs, sino un intento de predicción sociológica de la sociedad española.

La morfología del espacio urbano hace su aparición como un elemento determinante. Se describen los PAU como nuevos barrios sin apenas dotaciones, con calles anchas y vacías, solo transitadas por vehículos, grandes urbanizaciones con servicios y escasez de relaciones vecinales. Y en un ejercicio de causalidad lineal se toma la cuestión de la baja densidad urbana como un factor concluyente en el voto.

Lo curioso es que si se acude a los datos electorales, los PAU ubicados en la periferia sur obtuvieron unos resultados bien diferentes, a pesar de contar con el mismo diseño urbano

Lo curioso es que si se acude a los datos electorales, los PAU ubicados en la periferia sur obtuvieron unos resultados bien diferentes, a pesar de contar con el mismo diseño urbano. En el PAU de Carabanchel obtuvo mayoría el PSOE y en el de Vallecas el voto estuvo repartido entre este partido, Unidas Podemos y Cs, mostrando en ambos casos una continuidad con los resultados de sus distritos de referencia. Es decir, en estos ensanches el voto estuvo en consonancia con el voto mayoritario en Carabanchel y Villa de Vallecas. En los desarrollos más recientes del sur como Los Berrocales el voto también fue para el PSOE y en El Cañaveral para Cs, tal vez por eso muchos artículos incluyeron este último junto a los PAU del norte a pesar de estar geográficamente en el sureste. Así, en estos análisis los ensanches del sur quedaron subsumidos en unas representaciones, por lo demás bastante estereotipadas, elaboradas a partir de las características de los del norte, experimentando un doble efecto de invisibilización: que se omita su realidad específica y que se les imponga al mismo tiempo la de otros contextos.

Pude comprobar los efectos de esto último en mis conversaciones con algunas vecinas del PAU. Observé que reproducían, en parte, los discursos de la prensa y los usaban para valorar su propio vecindario. Una de ellas me hablaba con preocupación de la supuesta victoria de Cs, proyectando sobre sus vecinos y vecinas la imagen que la prensa había construido en base a los ensanches del norte y había hecho extensible a todos los PAU. Y al mismo tiempo se defendía de esa representación argumentando que ningún habitante pudo decidir sobre el urbanismo de su barrio.

Durante los siguientes meses continuó la difusión de artículos y reflexiones que retomaron las líneas de análisis comentadas, aunque introduciendo elaboraciones algo más complejas. Poco a poco los análisis fueron extendiéndose también a los nuevos vecindarios de urbanizaciones localizados por todo Madrid, sin hacer apenas diferencias entre el origen social de sus habitantes y apelando de un modo general a esa difusa clase media. De nuevo el planteamiento que primaba, la idea de fondo que se compartía, era que los habitantes de los nuevos barrios eran víctimas de una suerte de una manipulación política y económica que los empujaba a un estilo de vida consumista, complaciente e individualista. Y por tanto que sus prácticas económicas y residenciales eran el resultado de un interés ulterior que los manejaba a su antojo; algo que además se observaba con cierta decepción. Estos discursos no dejaban otro motivo más que la alienación para explicar por qué cientos de personas se fueron a vivir a los nuevos barrios de la periferia durante la burbuja inmobiliaria.

Los comicios electorales se fueron sucediendo, el voto en los PAU siguió cambiando —al igual que lo hizo en otros tantos sitios en un contexto caracterizado por la poca estabilidad en términos electorales— y sin embargo los análisis dominantes sobre los nuevos ensanches no se modificaron sustancialmente. Lo que valía para explicar un voto también ha valido para explicar el contrario, reforzando así una representación de los nuevos ensanches cada vez más estereotipada y despegada de sus realidades sociales.

Culpabilizar el deseo de vivir mejor

Me gustaría analizar dos de los planteamientos que comparten estas visiones. Por un lado, se apoyan en una concepción determinista del espacio urbano y por otro, manejando una noción de clase social igualmente sustancialista y unívoca, lanzan una representación de los habitantes de los PAU que no deja margen para la comprensión de la diversidad, los cambios y las contradicciones que surgen al calor del proceso de transformación de la clase trabajadora.

En primer lugar, se presupone una relación determinista entre el espacio físico y el espacio social. Es decir, que el urbanismo y la arquitectura condicionan irremediablemente el comportamiento de quien los habita. Estos discursos reposan sobre la idea de que irse a vivir a un PAU, en cuanto barrio de urbanizaciones, conlleva progresivamente un aburguesamiento y la adopción de una ideología liberal o conservadora que se reflejaría en el voto electoral. Implicaría entonces la incorporación por parte de jóvenes parejas de las capas “medias” o “medias-bajas” —el origen social permanece siempre como un asunto difuso— de un estilo de vida y unos valores individualistas y consumistas, que pasarían a formar parte de su modo de ver el mundo y de sus esquemas políticos e ideológicos. Según este planteamiento, el urbanismo por sí solo bastaría para producir comportamientos y actitudes, como si el espacio construido portara un virus y fuera capaz de inoculárselo a quienes residen en él.

En segundo lugar, se representa a los habitantes del PAU como un grupo social homogéneo que ha sido víctima de la sociedad del consumo sucumbiendo a la propiedad privada y a la comodidad de todo lo que puede comprarse —seguridad, privacidad, vacaciones, un coche o dos, colegio concertado—, y que habría experimentado un aburguesamiento de poca monta. Un quiero y no puedo, como suele decirse. La representación que se elabora de esta población, que pivota entre la victimización y la culpabilización, podría resumirse en la idea “culpables de haber sido víctimas”. Las distintas argumentaciones parten de un tronco común que entiende los PAU a través de la siguiente ecuación: un barrio de urbanizaciones, piscina, coche y casa en propiedad genera necesariamente una ideología (neo)liberal y un grupo de población que, a través del consumo de esa forma de vida, desea ser clase media. Como señalaba anteriormente, estas representaciones eliminan por completo la posibilidad de que existan prácticas sociales —como decisiones familiares, económicas o educativas—, no necesariamente conscientes, por fuera de una suerte de dominación simple. Por eso entre análisis y análisis electoral se abrió camino un debate sobre la llamada “clase media aspiracional”, donde lo que se nombra como aspiración solo se entiende como el resultado de una dominación hacia la acumulación capitalista. Y nunca desde el prisma de las estrategias orientadas a la reproducción social. Del empuje de la gente por vivir mejor, por dejarle algo más a los hijos y a las hijas.

La clase social aparece entonces como algo más bien estático, coherente, homogéneo y sujeto a posicionamientos claros y fuertes. Como un receptáculo del que se desea salir o entrar —uno del que escapar y otro al que acceder—. Se emplea una idea de clase esencialista que no es capaz de incorporar las complejidades, ni en relación a la diversidad y heterogeneidad de las realidades sociales, ni en lo relativo a las múltiples contradicciones y tomas de posición que pueden convivir en un mismo sujeto. Y entre líneas, estos analistas manejan una determinada conceptualización de la clase trabajadora, de su deber ser, que actúa como referente.

Una definición que en muchos aspectos sigue pegada a la imagen idealizada de la clase obrera fordista del siglo XX, reproduciendo una vez más todos los vacíos y realidades ensombrecidas que dicha noción trae consigo: con una impronta racista al contemplar solo un tipo de sujeto obrero que es nacional; patriarcal, al estar asentada sobre el modelo heterosexual de familia nuclear y ser ciega al trabajo reproductivo; al estar construida sobre la esfera productiva salarial, valorando únicamente las actividades formales y remuneradas y por tanto construyendo los derechos sociales desde esa plataforma; o excluyendo múltiples actividades, contextos y sujetos que formarían parte de un espacio social trabajador y popular que siempre ha sido diverso.

Aquí las mejoras que los sujetos desean para sí y para los suyos se entienden como muestras del triunfo de la sociedad capitalista y como deseos de pertenecer a una clase media que permanece en lo aspiracional.

De este modo los discursos dominantes sobre los PAU capturan a su población en una paradoja. Les sitúan ante dos órdenes contradictorios de clase que no pueden obedecerse simultáneamente. De un lado se encuentra la idealización de una clase obrera que ya no existe —si es que alguna vez lo hizo bajo esta forma— y la construcción de un pasado mítico de sus vecindarios, como barrios obreros homogéneos sociológicamente, vertebrados por la solidaridad, la conciencia de clase y las duras condiciones de vida. Y de otro lado aparece la condena y la culpabilización por el aburguesamiento. Aquí las mejoras que los sujetos desean para sí y para los suyos se entienden como muestras del triunfo de la sociedad capitalista y como deseos de pertenecer a una clase media que permanece en lo aspiracional. Finalmente lo que hacen es aprisionar a la población de las nuevas periferias en la clásica dicotomía resistencia o sumisión, interpretando sus prácticas alternativamente como evidencias de lo uno o de lo otro.

Estrategias familiares de reproducción social (y las contradicciones)

Frente a estas representaciones considero que es posible elaborar otra lectura, una sensible a las estrategias prácticas desarrolladas por los sujetos y los grupos familiares que habitan estos nuevos barrios residenciales. Daré tres claves que pueden resultar de utilidad.

En primer lugar, es necesario restablecer las condiciones sociales en las que ciertas decisiones o prácticas como irse a vivir a un PAU, adquirir una vivienda en propiedad, elegir un modelo de residencial, comprar dos coches o escolarizar a las criaturas en centros concertados, se vuelven comprensibles. Es decir, solo podremos entender las decisiones de los habitantes de los PAU si las ponemos en relación con sus contextos históricos, económicos, sociales y políticos de referencia. Es imposible hacer esto aquí por cuestiones de espacio, pero dejaré apuntados algunos fenómenos a tener en cuenta.

Durante el auge del ciclo financiero-inmobiliario (1995-2007) muchos jóvenes nacidos en los años setenta en los barrios de la periferia obrera de Madrid se endeudaron para adquirir una vivienda en los nuevos barrios residenciales, especialmente en los ubicados al sur de la ciudad. Aunque parezca alejarse demasiado en el tiempo, esta decisión económica y familiar puede enmarcarse en el largo proceso de transformación de la clase trabajadora y de sus vecindarios que discurre en paralelo a la adopción de políticas neoliberales.

Una de las características del proyecto político neoliberal y de su reconstrucción de los nexos entre mercado, Estado y ciudadanía, ha consistido en dinamitar las bases sobre las que se desplegaban los medios de vida de la clase trabajadora —por ejemplo mediante los ataques al salario y la flexibilización del mercado laboral—, destruyendo también las protecciones colectivas y generando una paulatina desresponsabilización del Estado en la provisión de los bienes y servicios básicos para sostener la vida. Como consecuencia de este abandono de la responsabilidad estatal en la reproducción social, emerge con fuerza el principio de la responsabilidad individual y la búsqueda de soluciones atomizadas. Para las economías domésticas, y especialmente para las más vulnerables, la provisión de bienes fundamentales y la búsqueda del bienestar pasa necesariamente por la sumisión al empleo flexible y por estrategias cada vez más centradas en el consumo y el endeudamiento. Se trata por tanto de una transformación de los medios y las estrategias familiares de reproducción que emergen, se modifican, adaptan y reinventan al compás de los cambios políticos, económicos y sociales.

En el caso del Estado español, el sector inmobiliario, con su inserción como uno de los pilares del sistema productivo, ha jugado un papel central en el proceso de privatización de la reproducción social. En nuestro país las políticas de vivienda desde los años del desarrollismo franquista han promocionado la vivienda libre y en propiedad haciendo de la tenencia un recurso fundamental para las economías domésticas y fraguando así entre la población, década tras década, unas disposiciones propensas a la compra. Esta dinámica alcanza su máxima expresión en la burbuja de 1995-2007. Durante ese ciclo el repertorio de políticas financieras e inmobiliarias impulsaron aún más la propiedad como un recurso y un seguro para las familias.

Mientras tanto, al calor de la misma burbuja se proyectan al sur de Madrid, a través de las formas del urbanismo neoliberal, unos nuevos desarrollos que se levantan en las proximidades de las antiguas periferias obreras. Presentan unos rasgos urbanísticos, arquitectónicos y simbólicos muy distintos a los de sus vecindarios cercanos, y que recuerdan al urbanismo de los barrios con estatus. Unos productos inmobiliarios que debido a su localización, precio, características y disponibilidad, se ajustaban a las necesidades de una generación de chicos y chicas de barrio que, despuntando la veintena y recién incorporada al mercado laboral, iniciaba el proceso de compra de una vivienda.

Los habitantes de los PAU del sur de Madrid a los que me refiero, los hijos e hijas de la periferia obrera, constituyen esa generación que creció en unos barrios donde los hogares eran casi tan precarios como los servicios y equipamientos públicos, y se hizo adulta de la mano de unas políticas neoliberales que progresivamente iban transformando la sociedad y también aquellos antiguos barrios obreros. Unos vecindarios, ya de partida heterogéneos, que fueron complejizándose en relación a las múltiples procedencias y niveles de vida de sus habitantes —ya no solo provenientes de todos los rincones del territorio nacional, sino también del mapa internacional—, y que acogieron en su seno un nuevo abanico de expectativas y trayectorias sociales.

En segundo lugar, las prácticas que este grupo de población desarrolla en su vida cotidiana en el nuevo barrio pueden ser acciones que no tienen su origen ni en una elección consciente y racional, ni en una dominación determinista. Es posible entenderlas, echando mano de algunas cosas que nos ha enseñado el sociólogo francés Pierre Bourdieu, como estrategias prácticas que se desarrollan en un contexto y bajo unas exigencias cuyos protagonistas no eligen.

Es la “patada en el culo” de una generación a la siguiente, que dice la escritora Brigitte Vasallo. La patada hacia arriba, hacia delante.

Lo que digo es que, por ejemplo, la mudanza al PAU de Carabanchel, la compra de una vivienda en un residencial o el uso de la escuela concertada, pueden entenderse como parte de las estrategias familiares de reproducción social. Es decir, prácticas por medio de las cuales los individuos y las familias tienden a mejorar sus condiciones de vida y su posición social. Se vinculan con ese empuje por tener una vida con más comodidades: una mayor calidad de vida, como se suele decir. Es la “patada en el culo” de una generación a la siguiente, que dice la escritora Brigitte Vasallo. La patada hacia arriba, hacia delante.

Lo que se persigue justamente al contextualizar estas decisiones residenciales, económicas o educativas en su contexto de referencia —en el conjunto de condiciones y relaciones que las hacen ser lo que son—, es que se revelen como prácticas que: ni tienen su origen en una decisión libre y racional, ni son tampoco la simple consecuencia determinista de una dominación. Creo que no deben entenderse como el resultado de una manipulación que conduce hacia una suerte de falsa conciencia de “clase media aspiracional”, pues esta perspectiva implica reducir la complejidad de la vida social a un simple engaño. En cambio, pueden pensarse como estrategias prácticas que estos hijos e hijas de la periferia obrera, y sus redes familiares, desarrollan en determinados ámbitos y que son fruto de necesidades, gustos, aspiraciones e intereses que se gestan en contextos sociales particulares.

Por clarificar esta cuestión, en mi etnografía en el PAU de Carabanchel me centré en tres tipos o grupos de estrategias familiares. Primero examiné las estrategias residenciales y económicas involucradas en la compra de la vivienda y la elección del PAU como nuevo vecindario. Después me inmiscuí en la cotidianeidad de las urbanizaciones para explorar cómo se organiza la vida y las relaciones vecinales en estas comunidades de propietarios. Y por último, abordé las estrategias educativas que se desarrollan tanto en el espacio residencial como en el escolar y por medio de las cuales las familias intervienen en el proceso de socialización de su hijos e hijas.

Urba PAU Carabanchel IV
Piscina y jardines en el interior de una urbanización en el PAU de Carabanchel.

En mi trabajo argumento entonces que la mudanza a la nueva periferia funciona como un paraguas capaz de aglutinar múltiples estrategias de reproducción en diversos ámbitos de la vida. Si la organización del espacio físico y de los grupos que lo habitan se construye a través de una distribución y un acceso desigual a bienes y servicios; con frecuencia se producen luchas para conseguir mayores posibilidades de apropiarse de los recursos deseados y también para alejarse o acercarse a grupos sociales (in)deseables. En este caso, la movilidad en el espacio urbano sería una forma de acceder a determinados bienes y servicios, materiales y simbólicos, que reportan una mejoría en la vida de los sujetos y los grupos familiares. La mudanza al PAU, la compra de una vivienda en un residencial o la escolarización de las hijas y los hijos en determinados centros educativos y no en otros, constituye un conjunto disperso de estrategias para acceder a unas mejores condiciones de vida, a un entramado de relaciones y de bienes.

En tercer lugar, frente a la tentación de desechar las contradicciones que muestra los sujetos, resulta más productivo intentar comprenderlas. En el caso que nos ocupa, consiste en aproximarse a las contradicciones de este grupo de clase trabajadora para tomarlas como parte de la complejidad que lo caracteriza.

El análisis etnográfico arroja algunas cuestiones interesantes en este punto. En mi trabajo en Carabanchel me interesé por los significados y las representaciones que los y las habitantes del PAU elaboraban sobre su propia condición social y la de sus vecinos, explorando sus identificaciones y posicionamientos. Lo que observé entonces fueron unas tomas de posición cambiantes en relación a la periferia obrera y al PAU, y también a sus respectivos imaginarios de clase social. Lejos de presentar una posición fija y una visión estable sobre ambos espacios sociales, todo conducía al terreno de las ambigüedades y los posicionamientos contradictorios. Y se ponía de relieve una tensión entre los vínculos y afectos que estos vecinos y vecinas establecían con las dos periferias: el barrio obrero como su contexto de origen y el PAU como su espacio de vida. Una suerte de doble vínculo o doble vinculación, como diría Gregory Bateson, con ambos espacios físicos y sociales. Estos sujetos están inmersos en un entramado de relaciones y lealtades múltiples que los conecta con ambos lugares y que involucra afectos e intereses que a veces están en tensión.

Se trata de un compromiso afectivo con dos mundos sociales que da lugar a un despliegue de tomas de posición y disposiciones de clase de naturaleza ambigua y cambiante. Esto se aprecia en sus prácticas cotidianas y en sus discursos. Por un lado, el barrio obrero del que se proviene es el epicentro de la red familiar y de muchas amistades. Como decían las vecinas cuando me hablaban de su mudanza: el PAU era casi una forma de “quedarse en el barrio”. En él se encuentran los espacios vividos y el contexto en el que se socializó durante la infancia y la adolescencia y con el que todavía se mantienen vínculos. Allí se ubican los pequeños comercios y algunos servicios municipales que se valoran mucho y a los que se continúa acudiendo. Pero a la par son barrios donde las condiciones de vida suelen ser más precarias y habitan la estigmatización y los “problemas sociales”. Por eso las vecinas del PAU coinciden en describirlos como entornos que han cambiado, se han “afeado” y “han empeorado por la migración”. Consideran que se han deteriorado con el envejecimiento de sus primeros pobladores y la llegada de habitantes de la migración internacional, y que se han tornado más conflictivos y sucios. En sus discursos se activa también una idealización del pasado del barrio obrero, el barrio de su infancia y adolescencia, que se evoca como un vecindario con vínculos sociales más fuertes, con mayor vitalidad, más armónico y homogéneo socialmente.

Sin embargo, muchas vecinas coinciden en señalar también la falta de espacios públicos como lugares de encuentro en el PAU y se quejan del aislamiento al interior de los residenciales, reavivando así querencias del viejo barrio obrero.

Por otro lado, la mudanza al PAU supone la inscripción en el espacio físico de una mejora en las condiciones de vida que para este grupo social se define en contraposición a ciertos elementos simbólicos y materiales que atraviesan la vida en la periferia obrera. Allí los servicios y equipamientos, desfinanciados y saturados, han de compartirse con población estigmatizada y de bajos recursos. Las viviendas suelen ser más pequeñas, antiguas y deterioradas. Y la propia arquitectura de los edificios, junto con el diseño urbano, generan espacios cotidianos de mayor proximidad física y menor privacidad. Frente a esto, el PAU ofrece la oportunidad de vivir en un entorno “tranquilo” —una palabra que se repetía en los discursos— y en un piso de nueva construcción, más grande y luminoso, con mejores calidades constructivas, y situado en una urbanización cerrada. Esto implica disponer de cómodos servicios privados al tiempo que se ejerce un control sobre los grupos y colectivos con los que se socializa. Sin embargo, muchas vecinas coinciden en señalar también la falta de espacios públicos como lugares de encuentro en el PAU y se quejan del aislamiento al interior de los residenciales, reavivando así querencias del viejo barrio obrero.

Lejos de tomar estas contradicciones como errores o faltas que sería necesario despejar, dichas inconsistencias son en realidad oportunidades de indagación: pues dan cuenta de la multiplicidad de vínculos socio-afectivos y pertenencias que interpelan a estas hijas de la periferia obrera. En muchas ocasiones los barrios obreros y algunos de sus pobladores son objeto de crítica o de queja por parte de los habitantes del PAU. Una de las tentaciones al encontrarse con estos juicios es tomarlos como una suerte de ruptura total con el lugar de origen. Como si dichas críticas o malestares revelasen, entre los habitantes del PAU, la forja de una nueva identidad fuerte y estable definida en oposición al universo social de la periferia. Es decir, un viaje sin retorno de la clase obrera a la clase media y del barrio obrero al barrio residencial. Lo que quiero mostrar, justamente, es que no estamos ante la sustitución de un espacio por otro, de una identidad por otra. Antes bien, lo relevante se abre camino en ese nudo de múltiples vinculaciones.

Abrazar la contradicción

Si los habitantes de los nuevos ensanches han sido representados, de un modo esencialista y homogeneizante, como víctimas del aburguesamiento, mi etnografía en el PAU de Carabanchel aporta un análisis alternativo. Trato de situar las prácticas económicas, residenciales y familiares involucradas en la mudanza al PAU en un contexto de políticas urbanas neoliberales, donde los grupos familiares tejen sus estrategias de reproducción social para mejorar sus condiciones de vida y su posición. Prácticas que, claro está, tienden a reproducir las propias condiciones neoliberales de las que son fruto y no están exentas de contradicciones y vinculaciones complejas.

Ese universo de contradicciones no puede desecharse, pues ahí reside justamente lo que es urgente comprender. Lo que hay detrás de la expectativa de ser propietario, del deseo de habitar una urbanización con servicios privados, de ser madre en un entorno donde lo doméstico se expande, de vivir lejos pero cerca de las periferias obreras o de las vivencias subjetivas (complejas, dubitativas, incómodas) de clase social.

Sobre este blog
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Considero que la cuestión es mucho mas simple, sencilla y de sentido común. Lo único que hay que preguntarse es lo siguiente: ¿Qué otras opciones de vivienda han ofrecido los planes urbanísticos del Ayuntamiento de Madrid a la generación que habita los PAUs, para su desarrollo familiar dentro de la capital? ¿Qué otra alternativa han dejado lo políticos a los hijos de quienes se establecieron en los años 60 en los barrios obreros de la periferia de la capital, para su desarrollo familiar y poder seguir viviendo en la ciudad cuando trabajan en ella, sin tener que verse abocados a comprar un piso similar al de sus padres en su mismo barrio, de 40 ó 50 m2 en un cuarto o quinto piso sin ascensor. No se trata de un quiero y no puedo de sus habitantes, ni un intento de presumir de nueva clase media, sino la única opción que la triste clase política ha decidido para que los hijos de la clase obrera de la periferia de Madrid puedan seguir viviendo en esta ciudad por necesidad cuando trabajan en ella y mejorar mínimamente el espacio habitacional respecto al de sus padres, conforme a la evolución de los tiempos que es lo lógico. Y por cierto, todo a precio de unas hipotecas abusivas en las que no hay relación calidad-precio. No nos han dejado mas opción. En pleno Siglo XXI el modelo urbanístico de Madrid ni tan siquiera ha entendido aún los conceptos de calidad habitacional de la vivienda ni los avanzados proyectos de viviendas sociales y zonas urbanas que el famoso arquitecto Le Corbusier consideraba dignificantes para la clase obrera y presentó y desarrollo a principios del pasado Siglo XX en Francia y otros países del mundo.

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