Crisis económica
España tiene que dejar de ser una colonia del norte de Europa

¿Están realmente en posición de dar lecciones de gestión económica quienes son abiertamente cómplices de que España tenga pérdidas de ingresos multimillonarias?

1 de mayo en Berlín - 6
Protesta del 1 de mayo en Berlín. Montecruz foto
4 may 2020 17:14

España es un país europeísta. No parecía que nuestra pertenencia a la Unión Europea pudiese siquiera ser puesta en duda. Sin embargo, la discusión que se ha producido en las últimas semanas sobre los distintos caminos que puede tomar la UE, sobre cómo va a afrontar la crisis económica sin precedentes que se avecina, han provocado un auge del sentimiento antieuropeísta o, por lo menos, un enfado evidente con la actitud de algunos de los Estados miembro de la Unión.

Nos convertimos en el lugar en el que vacacionan los ricos del norte y del que extraen, a precios ridículos, aquello que no crece en sus tierras

Y es que, la postura mantenida por el grupo de los países del norte, los llamados ‘halcones’ grandes defensores de la ortodoxia neoliberal, ha dolido mucho en nuestro país. No es algo nuevo, durante años hemos tenido que soportar burlas, comentarios despectivos e incluso xenófobos por parte de los dirigentes de estos países. Nos acusan de gastar nuestro dinero “en mujeres y alcohol” y piden que se nos investigue “por no tener margen presupuestario” para afrontar la crisis. Pero ¿es esto realmente así? ¿Son los países del sur derrochadores o es que la construcción europea ha desarrollado una desigualdad estructural? Veámoslo.

Las relaciones comerciales

Podríamos argumentar que la desigualdad norte-sur en el seno del viejo continente viene de largo, de un desarrollo dispar consolidado durante siglos. Pero la tan admirada integración económica europea no ha contribuido en exceso a reducir esa brecha. Un ejemplo de ello son las relaciones comerciales bilaterales que mantiene España con los países del norte. La balanza comercial de España con Alemania, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos y Suecia ─excepto la germana, economías considerablemente más pequeñas que la nuestra─ arroja un saldo negativo. Es decir, la cantidad de dinero que suman todas las exportaciones españolas hacia estos países es menor que la cantidad que suman las importaciones.

Para que entiendan lo que esto supone, la balanza comercial de España con respecto a grandes economías como Italia o Estados Unidos es positiva ─el saldo era negativo con el país norteamericano hasta final de 2018─ gracias a nuestra exportación del sector servicios.

¿Se debe esto a una suerte de plan malévolo de la UE para castigar al sur? No explícitamente. La razón principal es que la economía española sufrió, como condición necesaria para entrar en la Comunidad Económica Europea y poder recibir su parte de los ansiados fondos de cohesión ─fondos que son el principal argumento de los defensores de la unión a la hora de hablar de las bondades de la misma─, un desmantelamiento de partes enteras de su sector industrial. “Es cierto que, para nuestra realidad económica y social, supone un desafío de modernidad, exige un cambio de mentalidad y un cambio de estructuras”. dijo Felipe González en el discurso de la firma del Tratado de Adhesión. Un bonito eufemismo para esconder la entrega de nuestra independencia económica a las instancias comunitarias.

Tax Justice Network ha revelado el agujero de más de 25.300 millones de euros anuales que provocan a la UE los bajos impuestos de Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y Suiza

Recordemos que, a mitad de los años 80, España tenía la décima industria a nivel mundial. La llamada reconversión industrial transformó nuestro modelo productivo por uno basado en el ladrillo y el turismo, mucho más asumible para nuestros vecinos europeos que evitaban así tener que competir con la producción española. En consecuencia, el valor añadido de nuestro producto nacional se redujo imposibilitando que, una vez más, se disminuyese la desigualdad entre el norte y el sur y debilitando la capacidad de respuesta de España ante las crisis económicas que nos han azotado en las últimas décadas. Nos convertimos en el lugar en el que vacacionan los ricos del norte y del que extraen, a precios ridículos, aquello que no crece en sus tierras.

Industria
Cuando España dejó de ser un país industrial

Hoy muchos miran con envidia la economía del País Vasco, la comunidad autónoma con mayor peso del sector secundario en su PIB, los mejores sueldos, y que gracias a su fortaleza industrial logró resistir mejor la pasada crisis.

La “traición” fiscal

Hace unos pocos días, la Red para la Justicia Fiscal (Tax Justice Network) publicaba una investigación que revelaba el agujero de más de 25.300 millones de euros anuales que provocan a la UE los bajos impuestos de sociedades de lo que llama “el eje de la evasión de impuestos”: Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y Suiza. ¿A qué nos referimos exactamente con evasión de impuestos en este caso? Las grandes compañías estadounidenses que operan en Europa tributan en estos estados librando una gran carga impositiva y logran unos beneficios netos inmensamente superiores. La paradoja es que la recaudación que reciben entre los cuatro asciende a poco más de 3.600 millones de euros. La mayoría de esas pérdidas se concentran en Luxemburgo y Países Bajos, los dos países del eje que, en la actualidad, forman parte de la Unión Europea, sumando alrededor de los 20.000 millones, por encima de los 11.000 en el caso de Luxemburgo y alrededor de los 9.000 en el caso holandés. En España esta evasión fiscal provoca unas pérdidas de 2.300 millones al año.

No podemos continuar aguardando la tan esperada reforma democrática de la unión; no podemos continuar bajo un modelo productivo que solo produce salarios precarios

La propia Tax Justice Network realiza cada año una lista de los paraísos fiscales corporativos. Es decir, no tanto los lugares donde la presión fiscal en general es muy reducida, sino los que cuentan con impuestos de sociedades más bajos a las grandes multinacionales. Casualmente, en el ranking del año 2019 nos encontramos a Países Bajos en el cuarto puesto entre los paraísos fiscales para las corporaciones multimillonarias, tan solo por detrás de las Islas Vírgenes Británicas, las Bermudas o las Islas Caimán. Probablemente les sonarán todas ellas de esas veces en las que el telediario da una noticia de una cuenta bancaria secreta de algún famoso muy acaudalado. ¿Están realmente en posición de dar lecciones de gestión económica quienes son abiertamente cómplices de que España tenga pérdidas de ingresos multimillonarias?

Decidir nuestro futuro más allá de la UE

Es necesario que se produzca, en el seno de la UE, un acuerdo que logre la armonización fiscal para evitar casos como los de Luxemburgo y Países Bajos que son totalmente contrarios a los principios fundacionales de la unión. No se puede permitir, si esto no cambia, que estos países formen parte de la UE. A quienes ya hace tiempo que vemos las instituciones comunitarias con recelo y como una amenaza a nuestra soberanía democrática, este tipo de noticias sumadas a la posición insolidaria de los países del norte ante la crisis sanitaria ─por no hablar de la xenofobia explicita que desprenden los comentarios de sus mandatarios─ nos aleja aún más. Pero es que, durante las últimas semanas, hemos visto cómo incluso los más abnegados defensores del proyecto europeo se han mostrado abiertamente decepcionados.

Seamos claros. No se puede imaginar, ahora mismo, una España fuera de la Unión Europea. No se dan ni los consensos mínimos ni las condiciones económicas necesarias no ya para promoverlo, sino para plantearlo siquiera. Pero es cierto, a su vez, que ante la insolidaridad de nuestros “socios” del norte y la asfixia que supone la imposición de las políticas de austeridad desde Bruselas, no podemos continuar aguardando la tan esperada reforma democrática de la unión; no podemos continuar bajo un modelo productivo, basado en poner copas a los turistas, que solo produce salarios precarios.

A nivel nacional, es imprescindible promover la reindustrialización del país, no solo para poder fabricar en nuestro territorio aquellos productos necesarios para afrontar la crisis pandémica como se ha repetido en debates televisivos en el último mes, sino para poder salir al mercado internacional en una mejor posición, sin depender de los ‘halcones’ que únicamente piensan en su propio provecho. A nivel geopolítico, no podemos más que buscar y reforzar nuevas alianzas. Parece que esta crisis ha mostrado una potencial coalición mediterránea que, como mínimo, merece ser evaluada. Pero también debemos mirar hacia América Latina. El nuevo gobierno argentino de Alberto Fernández ha mostrado su voluntad de fortalecer las relaciones con España y ese debe ser el comienzo de una nueva etapa de colaboración política y económica con distintos países de Latinoamérica. Si no exploramos nuevas vías, nos vemos abocados a que las imposiciones políticas de Bruselas y especialmente de Berlín, vuelvan a destrozar el futuro de generación tras generación como ocurrió tras la crisis financiera del 2008. Esperar o avanzar.

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