Opinión
Sí, Bwana. Sueños de rizos ganaderos en la tierra de las oportunidades

Fernández Vara acaba de firmar un pre-acuerdo para crear el mayor museo de caza del mundo, un auténtico cementerio de animales. El objetivo es dar salida a más de mil de animales disecados, propiedad de un cazador medio primo suyo, que se declara convencido franquista. La idea del presidente es aportar, del dinero de los extremeños, la mitad del precio que han estipulado a la colección de carne muerta, unos 10 o 12 millones de euros.

Caza en Extremadura

Como un viejo retrato olvidado, ya amarillento y carcomido por la polilla, remembranza de una época que creíamos pasada, nos llega a través de una noticia en el diario El País que Olivenza, en la provincia de Badajoz, albergará, Dios mediante, el mayor museo de caza del mundo, bajo el nombre de Museo de Caza Colección Marcial Gómez Sequeira, un cementerio de animales propiedad de un plutócrata, hijo de plutócratas, que gusta de rodearse de carroña disecada, a la que él mismo dio matarile estando en vida.

Según reza la noticia, la “colección” la tendremos que pagar los extremeños y extremeñas por aquello de que la cosa queda en familia, puesto que dicho matarife armado es medio primo o primo lejano de nuestro Presidente de la Junta, quien en compañía de su compinche de partido y alcalde oliventino, ha firmado un preacuerdo mediante el cual se creará una fundación público-privada que, primero, ha de calcular el valor de la carnicería embalsamada, 1.250 animales de 420 especies distintas, para después apoquinar del bolsillo de los extremeños la mitad de su coste, aparte de ceder de modo gratuito para cementerio animal el Cuartel de caballería, un edificio emblemático de Olivenza construido en el siglo XVIII, de cuando esta localidad todavía se llamaba OlivenÇa y pertenecía a Portugal.

Así, el negocio le sale redondo al valiente amigo de los animales: le compramos con nuestro dinero la colección de carne muerta por capricho y jolgorio, valorada según la noticia aparecida en El País, en unos 10 o 12 millones de euros, y se deshace de semejante animalada de cadáveres que, según dice, ya no sabe dónde meter y es una molestia para su señora y añadida progenie, dedicada a otros menesteres.

Según el preacuerdo, se crearía una fundación público-privada para después apoquinar del bolsillo de los extremeños la mitad del coste de la "colección", aparte de ceder de modo gratuito, un edificio emblemático de Olivenza construido en el siglo XVIII

El personaje en cuestión no sólo es un dechado de virtudes cinegéticas, sino que se declara convencido franquista y ufano amigo de otros personajes de dudosa honra a quienes ha ido conociendo a lo largo de sus lejanos viajes y tremebundas aventuras pagadas, posiblemente, con negocios un tanto turbios, a juzgar por la sentencia firme de la Audiencia Provincial de Madrid referente a evasión de impuestos, personajes entre quienes se encuentra el rey emérito, como ya se sabe, cazador en los montes rusos de osos aficionados a la bebida.

Ahora, según lo dicho en el diario nacional, anda en tratos con su medio primo de Olivenza, el Excmo. Sr. Presidente de la Junta de Extremadura, quien lo tiene por un “tío campechano” y ve, con ojos de lince para los negocios, la creación del museo del ecocidio como un nuevo bienvenido Mr. Marshall en tierras extremeñas. Todo ello muy acorde con otros proyectos similares, tales como el anunciado EuroVegas en la Siberia extremeña o la malograda refinería en Tierra de Barros, falsas promesas del maná que habrá de caer del cielo hechas por salvapatrias, especuladores y virtuosos del embauco que pretenden hacer así su agosto en el paraíso de los Santos Inocentes.

Es de esperar que, una vez abierto el cementerio animal, éste sirva de destino para escolares, turistas ocasionales y amantes de la caza, ese divertido deporte que consiste en acabar porque sí y porque se puede desde lejos y con una bala o un cartucho con la vida de un animal que no molestaba a nadie ni hace ningún daño, a quienes seguimos llamando “alimaña” sin darnos cuenta que el nombre, con todo su significado y sobre todo en su tercera acepción dada por la RAE, más bien le corresponde a ciertos tipos de singular calaña y a los políticos que les aplauden mientras se quitan la gorra en su presencia.

Cada vez está más claro que Extremadura, predio de novelas como la de Delibes o el Pascual Duarte de Cela, es la tierra ideal donde la realidad supera a la ficción novelesca.

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