Coronavirus
Recuperar el alma de la sociedad

En esta Europa del neoliberalismo, donde el individualismo nos fue vendido como la panacea del éxito, ahora se retoma el discurso de lo social. Lo retoman los Estados pero sobre todo crece de la propia sociedad de manera innata.

Las crisis son momentos de caos y oportunidades. Las crisis, por lo general, no se provocan, suceden. No son completamente controlables. La cuestión en cuán preparados estamos para confrontar y aprovechar las crisis que se nos presentan. Porque es en estos momentos de crisis, cuando el alma de la sociedad emerge con fuerza, la fuerza de la supervivencia. Esa fuerza es espontánea, y puede desarrollar prácticas y pensamientos tanto progresistas como retrógrados. Así mismo el alma de la sociedad puede y debe ser aprovechada por los movimientos revolucionarios y democráticos para impulsar políticas y prácticas que desarrollen vías hacía los cambios sociales, políticos, económicos y ecológicos que deseamos.

Pero a pesar de que ha quedado demostrado que los Estados no estaban preparados para confrontar esta crisis algunas se preguntan, ¿qué habríamos hecho si no estuviera el Estado? No tiene sentido ponerse en casos hipotéticos, que no vivimos. Pues el Estado está ahí, más o menos presente, más o menos capaz de controlar y aprovechar la crisis a su favor. Ése es el mecanismo general del Estado, del sistema capitalista, de cualquier sistema de poder. Y es precisamente a los lugares a los que no llega el Estado donde veo las soluciones prácticas frente a esta crisis. Soluciones que en muchos casos son espontáneas, que nacen del alma de la sociedad. Una sociedad que en la Europa de la clase media habíamos dado por perdida, pero que resurge ante la necesidad.

Es la sociedad la que decide aceptar el confinamiento y quedarse en casa, inicialmente por responsabilidad social, más tarde entrará el factor coercitivo y represivo. Es la sociedad la que, desde el primer minuto, se autoorganiza para expandir el apoyo mutuo, para proteger a los más vulnerables, para tratar de cubrir todos los huecos donde, una vez más queda en evidencia, no puede llegar el Estado. Es la sociedad la que genera formas de resistencia creativas con las herramientas que tiene a su alcance. Y una vez más se hace popular el lema “solo el pueblo salva al pueblo”. Hay ciertas verdades que siempre retornan.

Si nos hemos dado cuenta de que toda nuestra actividad ha sido paralizada porque solo sabíamos desarrollarla en un sentido, tendremos que pensar qué otras maneras tenemos de seguir desarrollando nuestras luchas. Quedar inmovilizadas no es una opción, pues ni el Estado ni el Capital van a darle al botón de “pausa” y echar el cierre hasta que todo pase. La creatividad emerge del alma de la sociedad, y ese alma social se aferra aún más a la vida en las situaciones de crisis. ¿Cómo impulsar el alma de la sociedad para generar un estímulo social que nos lleve a transformaciones duraderas?

Hay actualmente cientos de ejemplos de iniciativas revolucionarias y democráticas que se están fomentando desde aquellas organizaciones que han sabido aprovechar esa creatividad del alma social. La huelga de alquileres, impulsada por la Federación Anarquista de Gran Canaria, es para mí un magnifico ejemplo de cómo reaccionar y aprovechar esta crisis. De cómo, mediante la unión de diferentes colectivos y organizaciones, se pueden promover iniciativas para tratar de dar respuesta a una situación de vulnerabilidad social que ya estaba allí para muchas personas y que debido a la crisis se ha agravado y ampliado.

La crisis ya estaba allí

Incertidumbre. Nadie sabe lo qué va a pasar. Nadie tiene ni siquiera el arrojo de imaginar qué puede suceder cuando todo esto acabe. De hecho, nadie sabe realmente cuánto va a durar. Como cualquier movimiento de la naturaleza, los principios y finales no son puntos claramente delimitados en un mapa, en un calendario. A los humanos nos encanta delimitar el tiempo y el espacio, trazar líneas, hacer marcas, darnos la seguridad del control. Pero hemos de saber que la crisis del covid-19 no empezó el día que nos encerramos todos en casa, como tampoco va a terminar el día que podamos, “libremente”, salir de ella.

Nos necesitamos las unas a las otras para poder sobrevivir, y lo que puede llegar incluso a ser más importante, para ser felices

La epidemia del covid-19 no es la crisis en sí misma. La epidemia nos abre las puertas a que veamos todo aquello que ya estaba en crisis. Con todo esto no quiero quitarle importancia al sufrimiento de millones de personas, las que han fallecido, las que están enfermas, las familias de éstas, las que los cuidan y atienden, las que han perdido su trabajo y un larguísimo etcétera. Pero la enfermedad es parte de la existencia de la vida misma, como lo es la muerte. El problema que realmente nos hace enfadar es constatar, con todas las posibilidades que tenemos, cómo es posible que una pandemia nos arrase de esta manera. Porque como muchas sabemos, el problema no es el virus, el problema es el sistema.

Los problemas a los que nos enfrentaremos en el futuro ya estaban allí antes de la pandemia, y seguirán estando allí una vez termine. La falta de recursos sanitarios, la esclavitud del sistema laboral, la violencia machista, la falta de autosuficiencia y de nuevo un larguísimo etcétera. No hay nuevos peligros, solo nuevas circunstancias a las que adaptarse, de las que aprender. Esta crisis es un momento de reflexión.

“Nada es inevitable, ineludible o inmutable acerca de la pandemia de coronavirus que se desarrolla en todas partes a nuestro alrededor, simplemente porque la pandemia es social. Los interminables mensajes y anuncios que nos convocan para ayudar a “aplanar la curva” son al menos suficientes para dejar claro que las consecuencias históricas y los costes humanos de la pandemia dependen totalmente de las formas que elijamos colectivamente para vivir en relación con ella. Dado que la pandemia no nos ocurre simplemente a nosotros, sino que es algo en lo que participamos, un primer paso adelante en estos tiempos es negarse a restringir nuestro pensamiento a la forma en que cada una de nuestras vidas individuales puede verse particularmente afectada por el virus y comenzar a contemplar el potencial que compartimos colectivamente para cambiar el curso de la pandemia, así como para dar forma a la nueva sociedad que surge de ella” Ten Premises For A Pandemic, Ian Alan Paul.

En esta Europa del neoliberalismo, donde el individualismo nos fue vendido como la panacea del éxito, ahora se retoma el discurso de lo social. Lo hacen los Estados, pidiéndonos que seamos responsables y no salgamos de casa. Lo hacen las organizaciones sociales, para que seamos conscientes y empáticos con las personas en situaciones vulnerabilidad. Pero sobre todo crece de la propia sociedad de manera innata; pues las crisis nos proporcionan momentos de lucidez y entonces recordamos aquello que realmente es importante, nuestra característica primigenia como especie, nuestro ánima social. El alma de la sociedad no es otra cosa que la energía que nos inunda como seres sociales. Nos necesitamos las unas a las otras para poder sobrevivir, y lo que puede llegar incluso a ser más importante, para ser felices. Esta crisis nos presenta una urgencia: o recuperamos el alma de la sociedad, o no quedará sociedad alguna por la que pelear.

La soledad

Esta crisis nos pilló desprevenidas. Nadie podía (quería) imaginar que llegaría hasta la puerta de casa. A pesar de que ya había sucedido con el SARS en 2003 y estaba sucediendo en China a principios de año. Porque a pesar de ser un mundo profundamente globalizado, seguimos pensando en aquí y allí, en nosotras y ellos. Porque seguimos sin empatizar realmente con lo que ocurre en otro punto del planeta y en el planeta en sí, aunque sí disfrutemos de sus recursos, de sus productos. No sentimos a la Tierra viva, como tampoco sentimos al resto de seres que viven en ella como nuestros iguales. La mentalidad jerárquica de los sistemas de dominación tiene inundada nuestra mente, nuestros cuerpos; también nuestras emociones. Analizamos y sentimos parcialmente nuestra existencia, sin lograr conectar con el resto de existencias con las que convivimos.

¿Nos sentimos solas? ¿Estamos solas ahora o ya estábamos solas antes? ¿Qué tipo de relaciones teníamos antes y cuáles estamos teniendo ahora para que nos sintamos solas? ¿Se siente igual de sola una persona en una comunidad en el campo que la que vive individualmente en un piso en la ciudad? Si supuestamente estamos más “conectadas” que nunca, ¿por qué hay tantas personas que nos sentimos solas?

La protección de la sociabilización siempre ha sido una de nuestras prioridades en la lucha por la vida. Simplemente, ahora esta cuestión nos estalla con más fuerza debido a las circunstancias. Las píldoras intoxicadas, que nos introduce el sistema capitalista y neoliberal para adormecer la sensación de soledad, ahora ya no están al alcance de nuestras manos. Entre ellas, la vida frenética donde siempre nos falta el tiempo, la adquisición de productos ya sean materiales o inmateriales, el consumo de personas y situaciones sociales.

Podemos tratar de imaginar situaciones irreales en las cuales nos gustaría proyectarnos. En otro lugar, con otra gente, en otro tiempo. Pero la realidad se nos impone. Debemos preguntarnos ¿qué herramientas tenemos a nuestro alcance para fomentar la sociabilización, para dejar de sentirnos solas? Hay, por supuesto, una parte práctica en todo esto, desde charlar con los vecinos por el balcón hasta recuperar relaciones olvidadas a través de los medios telemáticos. Pero también hay que forzar un cambio de mentalidad, reflexionar sobre qué tipo de vida teníamos antes y cuál es el tipo de vida que queremos de ahora en adelante.

El supuesto privilegio de vivir sola ya no se nos presenta tan maravilloso. Las supuestas comodidades que nos ofrece una vivienda en el centro de la ciudad ya no nos llenan de la misma manera. Las relaciones esporádicas y los colectivos de fin de semana se presentan como vínculos frágiles y fugaces. Para mí, una respuesta clara es que el modelo de vida de las ciudades, a caballo entre la miseria y la precariedad, no es un camino que se pueda sostener a largo plazo. El retorno al campo, la vida en colectividad, el apoyo mutuo entre comunidades y la vida autosostenida, debe ser un objetivo a alcanzar en un periodo de tiempo razonable.

Esta crisis nos recuerda cuánto nos necesitamos las unas a las otras. Nos lo recuerda de mil maneras. Porque la vecina del tercero no podría seguir subsistiendo si no fuera por las ayudas que ofrece el grupo de apoyo de su barrio. Porque la abuela del portal siete mantiene su salud gracias a que el joven vecino del quinto puede llevarle la compra hasta su casa. Porque los aplausos es para muchos la mejor hora del día, y por primera vez, vecinos de todos los rincones se están conociendo. Porque quizás lo que más deseamos, y necesitamos en estos momentos, es poder dar un abrazo a la abuela, a la compañera, incluso a la desconocida de enfrente.

Esa disociación con todo nuestro entorno, entorno que nos da la vida, que nos permite la existencia, nos ha llevado hasta el punto donde ahora nos encontramos

Pero para muchas y muchos de nosotros todo esto se hace insuficiente. Miramos con una envidia sana a las compañeras que decidieron dar el paso y abandonar las ciudades para recrear una vida en el campo. O a las que conviven en colectividades donde, a pesar de todos las obstáculos, siempre tienen con quien compartir las penas y alegrías. Incluso ahora, recuerdo a las familias en los campos de refugiados en Rojava, preguntándome cómo hacen para ser capaces, a pesar de las difíciles condiciones en las que viven, de regalarte siempre una sonrisa. La clave está, una vez más, en las relaciones sociales que desarrollan. Relaciones que por supuesto no están exentas de dificultades culturales, religiosas, familiares, materiales... Pero si hay algo que Oriente Próximo, como otras muchas partes del mundo ha sabido proteger, es la importancia de la comunidad como base para la vida. No estoy diciendo que debamos todos vivir en un campo de refugiados en una zona de guerra. No es una situación que desee para nadie. Solo querría que repensáramos qué hemos perdido durante estas últimas décadas para que la soledad nos haya invadido de esta manera. Y no es por el confinamiento, repito, una gran mayoría ya se sentían solas de antes. La multitud de personas con depresión, adicciones y que cometen suicidio lo demuestran.

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Estamos desconectadas de nosotras mismas porque estamos desconectadas del resto. Y cuando hablo del resto hablo de un Todo. Nos damos cuenta de que no conocemos a nuestros vecinos, a nuestros compañeros y amigos, incluso que no nos conocemos a nosotros mismos. Dividimos y separamos los diversos aspectos de nuestra vida, enmarcándolos en cajas bien delimitadas, donde la vida familiar, la vida laboral, la vida del fin de semana o del ocio, la vida de pareja, nos muestran un yo distinto en cada caso. Entonces nos damos cuenta de que nuestra identidad está rota y disociada. Así es imposible que el yo esté completo. Y si nuestro yo no está completo ¿cómo es posible que no nos sintamos solos?

Pero es que la desunión va mucho más allá, pues estamos desconectadas del sentir del planeta, de la naturaleza, del palpitar del universo. Esa disociación con todo nuestro entorno, entorno que nos da la vida, que nos permite la existencia, nos ha llevado hasta el punto donde ahora nos encontramos. Un viaje hacía la autoextinción sin billete de vuelta. Para estar completas no basta con ser uno mismo. No basta con ser uno con la sociedad que nos acoge. Para estar realmente completas debemos recuperar la conexión con la naturaleza que nos permite existir y, sobre todo, volver a dar valor a la vida que nos ha sido otorgada. Quizás debamos de dar gracias a este virus por mostrarnos cuáles son las cosas que verdaderamente importan en la vida, y entregarnos el tiempo y el espacio necesario para reflexionar sobre ello.

“Así que dejad de culparme, acusarme, buscarme. Dejad de paralizaros contra mí. Todo esto es infantil. Os ofrezco una conversión de la mirada: hay una inteligencia inmanente en la vida. No es necesario ser un sujeto para tener un recuerdo o una estrategia. No hace falta ser soberanos para decidir. Las bacterias y los virus también pueden hacer que llueva y brille el sol. Así que miradme como vuestro salvador, más que como vuestro sepulturero. Sois libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina de la cual no encontrabais el freno de emergencia. He venido a suspender la maquinaria de la cual vosotros mismos sois rehenes. He venido a manifestar la aberración por la “normalidad”. Monólogo del virus (en el blog Contraindicaciones).

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