Opinión
Menos gasto militar, más sanidad pública
Según el último informe del SIPRI, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, el gasto militar mundial superó en 2018 el 1,8 billón de dólares, la mayor cantidad desde que se tienen datos fiables sobre dicho gasto (1998), con Estados Unidos en el primer puesto y China en el segundo.

Desde que comenzó la crisis del coronavirus se observa un aumento progresivo del lenguaje belicista, alentado en buena parte tanto por los medios de comunicación como por la clase política gobernante y su satélite, la que aspira a gobernar. El lenguaje militarista que propone afrontar la pandemia como si se tratara de una guerra entre humanos y el virus se ve reforzado por la presencia del ejército en las calles, un ejército a cuyo universo se dedica a escala global una desorbitada cantidad de dinero y de recursos, muy por encima de los dedicados al universo de lo sanitario y de los cuidados. Según el último informe del SIPRI, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, el gasto militar mundial superó en 2018 el 1,8 billón de dólares, la mayor cantidad desde que se tienen datos fiables sobre dicho gasto (1998), con Estados Unidos en el primer puesto y China en el segundo. España, según ese mismo informe, se encuentra en el puesto número 16 con un gasto de 16.360 millones de euros, un cuantía que no ha parado de aumentar debido, sobre todo, a la presión de la industria armamentística, los señores de la guerra, que campean a sus anchas.
Susan Sontag nos contó en su libro La enfermedad y sus metáforas, publicado en 1977, que la metáfora militar apareció en medicina hacia 1880, cuando se identificaron las bacterias como agentes patógenos y su desarrollo en el cuerpo humano, utilizando términos como “invasión” o “infiltración”. Más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, las metáforas militares fueron utilizadas de nuevo en las campañas educativas contra la sífilis y poco después también contra la tuberculosis. Sontag detalla un cartel italiano, “Guerra alle mosche” (Guerra a las moscas), donde aparecían moscas como aviones enemigos arrojando bombas con el nombre de “Microbi” (microbios), “Germi della tisi” (gérmenes de la tisis), “Mallatia” (enfermedad), sobre la población civil. En ese cartel un esqueleto, ataviado con capa y capucha negras, pilotaba sobre una de las bombas.
El léxico disponible del coronavirus incluye una fuerte militarización que no es fortuita
Susan Sontag sabía de lo que hablaba. Ella misma tuvo cáncer y escribió este libro a partir de aquella experiencia, más que nada porque advirtió que el cáncer, al igual que sucediera antes con la tuberculosis, estaba estigmatizado. Ella fue una pionera en advertir sobre esta estigmatización y en criticar el uso del lenguaje belicista para hablar de la enfermedad, en desmitificar la idea de que el cáncer suponía una lucha de quien lo padecía y era una equivocación asumir como victoria o derrota la superación o no de la misma. No se trataba de héroes o de heroínas, sino de enfermos y enfermas.
El léxico disponible se define en lingüística como el conjunto de palabras que vienen a la mente del hablante en relación con un tema determinado, conocido técnicamente como “centro de interés”. Se trata del vocabulario que tiene que ver con ese campo conceptual y, sobre todo, del vocabulario que más se repite entre los hablantes de un área determinada. Existen temas o centros de interés que son inocuos, es decir, no tienen asociada (supuestamente) una carga ideológica, como por ejemplo puede ser la ropa, los muebles de la casa o los alimentos, donde aparecen palabras propias del campo léxico, tales como pantalón, mesa o manzana. Sin embargo, existen otros temas o centros de interés que contienen una fuerte carga ideológica, como cuando hablamos por ejemplo de “educación” y lo relacionamos con la economía usando palabras como emprendimiento, competitividad o mercado empresarial.
El léxico disponible del coronavirus incluye una fuerte militarización que no es fortuita. Las ruedas de prensa ofrecidas por militares uniformados han venido a sustituir el mensaje médico por un mensaje militar en el que se apela a la disciplina, el sacrificio y la moral de victoria. Viene de perlas este discurso a un Estado que muestra demasiado interés por confinar a la población y establece solo períodos de relación en virtud del beneficio empresarial, es decir, nos tiene encerrados en casa mientras nos mantiene hacinados en la empresa.
Recurrir a un lenguaje belicista para afrontar esta crisis supone militarizar nuestra cotidianeidad, hacer normal una situación excepcional que podría ser afrontada paliando los efectos del militarismo
Recurrir a un lenguaje belicista para afrontar esta crisis supone militarizar nuestra cotidianeidad, hacer normal una situación excepcional que podría ser afrontada paliando los efectos del militarismo. Ningún ejército defiende la paz…a no ser que se lo ordenen. Prestigiar la labor del ejército en estos tiempos y de los valores (o contravalores) de los que se arroga, contribuye a desviar el foco de atención de otros temas que también son acuciantes, como son la responsabilidad del actual monarca en los asuntos de corrupción familiares, o la responsabilidad del desmantelamiento de la sanidad pública en los últimos años de recortes. Aún me pregunto por qué no se ha recurrido en esta crisis a la experiencia, por ejemplo, de organizaciones civiles que llevan trabajando años sobre el terreno de epidemias peores que la del coronavirus, como por ejemplo Médicos sin Fronteras u otras ONGs. Tal vez deberían ser ellos, y no los militares, quienes nos ofrecieran todos los días información y pautas a seguir a través de la rueda de prensa ministerial.
Ni esto es una guerra ni el planeta Tierra se ha defendido de la acción humana mediante un virus. La situación actual responde a una prioridad de intereses comerciales y geoestratégicos de gobiernos y empresas sobre las necesidades de salud y bienestar de las personas. Los virus han existido desde siempre. La pandemia de gripe de 1918-1919 se llevó a más gente que la Primera Guerra Mundial. Cuando sucedió aquella pandemia también se dio el consejo a la gente de no darse la mano y de ponerse un pañuelo en la boca para besarse. La policía solía entrar en casa de los enfermos con una gasa en la boca, como medio de precaución. Desde entonces este virus no había vuelto a extenderse por la parte rica del mundo. Nos habíamos olvidado de él, mientras en África poblaciones enteras sucumben a virus similares. No obstante, nadie pedirá responsabilidades a quienes priorizaron el beneficio de la economía de unos pocos sobre el de la salud de muchos.
Está claro que la imagen del ejército saldrá reforzada de esta crisis. Será el gran beneficiario de la pandemia. Si ya existía una falta total de transparencia en cuanto al gasto militar y su participación en guerras de otros continentes que ni nos van ni nos vienen, ahora dispondrá de un amplio margen de maniobra en cuanto a sus tejemanejes y el dinero gastado en tráfico de armas. Los señores de la Guerra deben de estar frotándose las manos.
Ya lo dejó escrito George Orwell en su tratado de neolengua (1984): La Guerra es la Paz, la Libertad es la Esclavitud, la Ignorancia es la Fuerza.
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