
Coronavirus
Ensayo visual sobre el confinamiento
El fotógrafo Marcos Jiménez, acompañado de un texto de Alba Naranjo, retrata desde dos ángulos la vida confinada desde las ventanas.
Cuando Machado escribió aquello de “era una mañana y abril sonreía”, jamás pensó que una pandemia nos arrebataría de lleno la luz de una más que necesaria primavera. En Madrid, el parque del Retiro ha permanecido estos meses tan solitario como jamás habíamos visto, el templo de Debod se ha quedado sin besos en los más famosos atardeceres y el kilómetro 0 ha quedado tan vacío como lo simbólico del número que lo caracteriza.
La primavera, en este tiempo, ha seguido en cambio haciendo crecer sus flores sin límite, dejando a su paso un maravilloso escenario que no podía disfrutarse. Por primera vez nos enfrentábamos a nosotros mismos día y noche: la sociedad esperaba de ti tu mejor cualidad, la evidencia de tu solidaridad y tu empatía, a pesar del miedo. Porque en Siria, donde caen bombas en plena calle, entre vecinos se cobijan. En Grecia saben que el de al lado, con tan solo 25 años, ya se ha sumado a la lista del paro, y en Venezuela están acostumbrados a compartir el papel higiénico porque los desalmados son los de arriba.
Por esta vez la vida nos ha azotado de lleno a nosotros, “los intocables”. Se nos han apagado almas cercanas en un tiempo fugaz, hemos sufrido un cambio laboral que no ha distinguido entre clases, hemos tenido que ver por última vez la mirada de nuestros abuelos despidiéndose por siempre a través de una pantalla, hemos tenido que renunciar a una tumba para ellos porque nos hemos visto con los bolsillos vueltos, hemos tenido que posponer los “sí, quiero”, guardar el pasaporte en un cajón, asistir a los conciertos planeados mediante una red social, y conocer a los pequeños nuevos miembros de nuestras familias por fotografía.



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