Xi Jinping
Xi Jinping. Foto de POR.

Nuevos lugares de la propaganda anticomunista de siempre

Durante los años de la Guerra Fría, con la intensificación de las campañas anticomunistas en lugares como América Latina, el propio Estados Unidos, Italia, Corea y, en realidad, casi todo el globo, se asentaron los métodos más elaborados de la propaganda contra los movimientos socialistas. Hoy, ante la nueva configuración del sistema mundo, tales métodos se renuevan. Al respecto, se pueden encontrar pistas observando los ejemplos de China y Vietnam.
Xi Jinping. Foto de POR.

La política internacional es un juego en el que intervienen múltiples actores, haciéndolo todos ellos bajo el marco del sistema-mundo capitalista y tras el impulso de intereses concretos. Entre estos actores conviene destacar algunos como los capitalistas privados pertenecientes a —aunque no siempre afincados en— los distintos estados; las clases y las divergentes identidades en el seno de cada una de las sociedades; y los estados mismos con sus respectivos aparatos ideológicos que aseguran el dominio de las prácticas de la ideología dominante, la de los grupos privilegiados, por sobre amplísimos sectores de la población mundial.

Por supuesto, los intereses y los aparatos ideológicos se conectan tejiendo una red de consensos destinada a reproducir las distintas relaciones capitalistas de explotación. En concreto, los intereses de los inversionistas privados de los países centrales son presentados como sentido común, como ya aprendimos de Gramsci. Este proceso es ejecutado a través de los aparatos ideológicos privados que, de hecho, son propiedad de dichos capitalistas, así como a través del favor de sus amigos en los distintos aparatos políticos nacionales, que disponen para aquellos a los aparatos ideológicos públicos, y a través también de los varios actores que les son aliados en los países de la semi-periferia y la periferia global.

Semejante disposición del poder ideológico tiene una considerable importancia en el orden internacional. Los ejemplos de China y Vietnam, de cómo ambos son mirados desde los aparatos occidentales y desde la academia y la cotidianeidad, ilustran de manera clara esta idea. Ambos son países gobernados por el Partido Comunista que han experimentado en los últimos tiempos procesos de apertura (o, si se quiere, de “transición socialista”). El primero presenta niveles de desarrollo al alza que le alejan año tras año del ideal occidentalista de la fábrica del mundo y enfrenta recientemente acusaciones de diversa índole en los aparatos fundamentalmente estadounidenses; el segundo, todavía en una coyuntura parecida en términos del PIB per cápita a la que atravesaba China alrededor del año 2006, es presentado a menudo como un régimen capitalista bajo el gobierno autoritario del PCV.

Además, ambos son a menudo presentados en los medios desde una posición de objetos de la seguridad y no de sujetos; es decir, con un escaso interés en comprender sus dinámicas internas. Así, el amarillismo, la exageración y el reduccionismo son lugares comunes. En tal contexto de vacuidad, no debe sorprender que campen a sus anchas los bulos y que los relatos occidentales en general y estadounidenses en particular tiendan a proceder en favor de los intereses específicos de determinados actores.

Son individuos concretos los que cargan sobre sus hombros la pesada tarea de propagar con mayor o menor lucidez las verdades del poder en las plataformas que los mismos capitalistas disponen para tal fin

Al hablar del accionar de los aparatos ideológicos, en especial de los medios de comunicación en sus variadas formas, no se habla de algo abstracto en absoluto. Son individuos concretos los que cargan sobre sus hombros la pesada tarea de propagar con mayor o menor lucidez las verdades del poder en las plataformas que los mismos capitalistas disponen para tal fin. El mismo Gramsci dispuso de manera brillante en su texto de 1916 Socialismo y cultura’ una reflexión que hoy bien podríamos emplear para describir a estas figuras. Él hablaba de “gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. [...] Creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas”.

El funcionamiento de este y el resto de dispositivos de (re)producción ideológica constituye un corpus que conviene entender de manera integral en su operatividad histórica para poder diseccionar correctamente los métodos y el rol de sus partes en el tiempo que vivimos. Es una evidencia que estos aparatos ideológicos en general y la prensa en particular han tenido en los últimos tiempos un cargo central en la defensa de los intereses específicos del estado y los inversionistas privados de Estados Unidos; es decir, de los intereses del imperialismo estadounidense. El mismo que tuvo siempre un carácter especialmente agresivo (véase su accionar en Vietnam, en Corea y Japón o en Chile), como ya intuyó Lenin, debido al esperpéntico poderío económico que obtuvo durante la primera mitad del siglo XX y al hecho de que se incorporó a la pugna interimperialista cuando las colonias del mundo habían sido ya repartidas entre varias potencias por medio del genocidio, el expolio y el maltrato de pueblos enteros.

Esta especial violencia le ha caracterizado desde el inicio, de la misma forma que lo ha hecho el empleo de intensas campañas propagandísticas. La caricaturización, la criminalización o la demonización del enemigo, usualmente un gobierno o un movimiento político extranjero, son parte de su modus operandi. También lo son el blanqueamiento o el ensalzamiento de figuras alineadas en su favor. La demonización de la URSS, de los movimientos políticos revolucionarios latinoamericanos o de las revoluciones socialistas en la región Asia-Pacífico fueron siempre la antesala de amenazas, bloqueos o, en el peor de los casos, agresiones directas valiéndose de sectores colaboracionistas de los Ejércitos militares.

China, en el centro de la diana

Desde hace unos años, no hay país que reciba más dardos por parte de las innumerables aristas del poder mediático norteamericano que China. Pero, ¿qué intereses puede albergar Estados Unidos en China? Concretamente, ¿qué interés puede tener en atacar mediáticamente al Gigante Asiático? En 1988, Immanuel Wallerstein sintetizó en ‘El capitalismo histórico’ cómo se sostuvo y, de hecho, se sostiene, la concentración del capital global en los países del centro mundial. Los capitalistas se han servido históricamente de Estados fuertes capaces de “asegurar que los aparatos del Estado de las zonas periféricas se hicieran o siguieran siendo relativamente más débiles”. Únicamente así podían seguir indefinidamente “utilizando mano de obra peor pagada” gracias a “una mayor especialización en tareas inferiores dentro de la jerarquía de las cadenas de mercancías”. En síntesis, a medida que el desarrollo tecnológico de las industrias públicas y privadas chinas mantiene la tendencia al alza de los salarios y del consumo interno, se reduce el beneficio que obtienen las empresas estadounidenses en el país. De esta forma puede entenderse también por qué en los primeros años del aperturismo chino el país fue bien recibido por los gobiernos y la prensa estadounidenses. Tal situación fue deteriorándose paulatinamente, a medida que los rendimientos del empleo de mano de obra china se fueron reduciendo.

Continuando, la fijación con el país y con el Partido Comunista Chino se data de años atrás, pero es innegable que la misma recibió un impulso especialmente importante por parte del trumpismo, cuyo testigo recogen hoy quienes adscriben al bidenismo, la enésima renovación formal del Partido Demócrata. De hecho, es el propio Joe Biden el que ha abrazado las tesis conspiracionistas del laboratorio wuhanés como origen del covid-19 que habían venido replicando desde el inicio de la pandemia buena parte de los sectores del proyecto trumpista.

Claro que la conspiración del laboratorio no es la acusación más grave ni más repetida contra el Partido Comunista. Si una idea ha sido repetida continuamente en los últimos tiempos sobre China es la que defiende que existe una política de exterminio étnico contra la comunidad uigur (sic) en la provincia de Xinjiang, que procede principalmente del fundamentalista cristiano Adrian Zenz y que ha sido replicada por figuras políticas y mediáticas estadounidenses. Pese a la escasez de pruebas contundentes alrededor de las ideas más grotescas sobre el asunto, este mismo marzo se desató una campaña contra Xinjiang. Numerosas marcas no chinas como New Balance o H&M decidieron dejar de comprar algodón de la provincia por proceder de supuestos trabajos forzados. La crudeza de tal acusación contrastó con las innumerables contradicciones de la misma y desató una contracampaña de consumidores y figuras públicas chinasy, específicamente, uigures. El boicot benefició enormemente el consumo interno de marcas locales en un contexto de especial disputa intercapitalista por el mercado nacional chino.

En las semanas posteriores a aquello, algunos medios pretendieron instalar una nueva teoría: la de la persecución y la violencia del Estado chino contra la comunidad cristiana. No tuvieron éxito. Claro que no siempre las campañas tienen una temática específica. Algunas de ellas son algo más generales y ponen el foco sobre el Partido Comunista Chino en general, como si del villano de una película de Hollywood se tratase. Así, la página web de Stop Communist China apunta alto, concretamente a la actuación directa de los Estados Unidos para “prevenir la influencia creciente de China”. Un llamado a la intensificación del esfuerzo interimperialista del gobierno de Biden de confrontar contra determinados elementos del proyecto político-económico del PCCh, concretamente contra aquellos que chocan con los intereses del capital norteamericano.

Stop comunist
Cartel Stop Comunist China

Además, no por repetitiva deja de sorprender una dinámica específica: la que encuentra siempre una cara ‘B’, negativa o malvada, a cualquier situación en la que pudiera alegarse que China acertó a la interna o contribuyó positivamente al mundo. La rápida respuesta que tuvo el gobierno del país ante la pandemia del Covid-19 (que contabiliza oficialmente menos de 5.000 fallecimientos hasta la fecha), favorecida por su experiencia previa, por la extensa capacidad de acción de sus instituciones estatales y por distintas características que corresponden a sus esferas económica, política y cultural, es un ejemplo perfecto. Desde que la situación desbordó a Estados Unidos y otros países aliados, afloraron en sus grandes medios titulares como ‘El triunfalismo de China al respecto del Covid-19 podría ser prematuro’.

La ayuda que China ha brindado a naciones de todos los continentes durante la pandemia ha sido habitualmente tildada despectivamente con conceptos como el de ‘diplomacia de las mascarillas’

En la misma línea, la ayuda que el país ha brindado a naciones de todos los continentes durante la pandemia ha sido habitualmente tildada despectivamente con conceptos como el de ‘diplomacia de las mascarillas’. Por supuesto, sería naíf ignorar los beneficios que China obtiene en tales términos cuando envía cargamentos de mascarillas a Argentina, o cuando manda oxígeno a Nepal. Ahora bien, reconocer tal beneficio requiere dimensionarlo correctamente. Exagerar el elemento diplomático es tramposo, como lo es minimizar el aporte material de tales ayudas y de la vasta exportación de vacunas que viene realizando China al tiempo que Estados Unidos o Canadá acaparan.

Xinhua, la principal agencia de comunicación del Partido Comunista chino y del gobierno nacional, ejerce a menudo como respuesta a las acusaciones externas

Estos ejemplos se encuentran insertos en una lógica mucho mayor que es, justamente, una de las muchas herramientas de combate de las que se dota el poder económico y político para hacer avanzar sus intereses sobre los del resto de actores del sistema-mundo. Estas narrativas se mueven en cada caso dentro de un rango ampliamente abarcativo entre el bulo y la veracidad parcial. Y, preferentemente, conviene no perder de vista que todo discurso tiene un emisor concreto, con alianzas concretas e intereses concretos.

Por su parte, desde China se gesta la contraparte a estos relatos. Entre otros espacios, es especialmente interesante poner el foco sobre Xinhua, la principal agencia de comunicación del Partido Comunista chino y del gobierno nacional. La misma ejerce a menudo como respuesta a las acusaciones externas o en clave positiva a partir de campañas que exaltan la armonía como valor rector deseable para las relaciones internacionales, noción históricamente ligada a la tradición confuciana y que viene recuperando el Partido desde el liderazgo de Jiang Zemin. Aunque Xinhua no siempre se mueve a la defensiva. Días después de la intensificación de la campaña anti-China, respondieron con un vídeo en el que quedaba claro la intención del Partido de disputarle narrativamente a Estados Unidos.

No obstante, el Partido Comunista no está enfocando todas sus fuerzas comunicativas en su disputa con Estados Unidos. Nuevas creaciones están viendo la luz en la etapa del Presidente Xi. La serie de anime alrededor de la vida de Karl Marx encargada por el Partido es un ejemplo, aunque probablemente ninguna producción es tan interesante para comprender la autopercepción del país en general y del PCCh en particular como Faith Makes Great, la serie estrenada este mismo año que busca conmemorar su centenario. La misma recorre la historia del país desde la fundación del Partido a través de historias individuales en diversos ámbitos que se han querido rescatar como una forma de recuperar a los “héroes invisibles” del país. Todo ello en un tiempo en el que Tiktok, Kwai y otras apps chinas de contenido audiovisual se están llenando de vídeos en los que se valoriza el trabajo manual.

Faith makes great

Vietnam, charla con Luna Oi!

Otro país sobre el que se ha puesto el foco en los últimos tiempos ha sido Vietnam, en especial a partir de una lógica muy particular: la que valoriza en positivo determinados aspectos de su desarrollo reciente y los atribuye a sus dinámicas capitalistas internas al tiempo que negativiza otros que atribuye al liderazgo político del Partido Comunista. En realidad, si se es honesto al hablar de ese “capitalismo”, a Vietnam se le impusieron ciertas dinámicas en favor de la acumulación privada (y extranjera) de capital. Este proceso se llevó a cabo a través de una violencia muy particular, la de las organizaciones supranacionales en su papel de “negociadoras”. Valgan especialmente las comillas aquí, por cuanto catalogar como “negociaciones” a relaciones de una profunda asimetría llevadas a cabo sobre la base de la desesperación de una de las partes tiene trampa. Justamente eso fue el Doi Moi, un proceso de reformas liberalizadoras llevadas a cabo por el gobierno vietnamita como condición impuesta por organizaciones como el FMI y el Banco Mundial para dar ayuda al país en un contexto trágico luego de varias guerras.

La definición mainstream de Vietnam es la de un país capitalista gobernado por el Partido Comunista (sic), con el baile continuo que tal descripción le requiere a los medios. La youtuber vietnamita marxista Luna Oi!, explica que “llevan usando la misma estrategia con Vietnam durante décadas: cada vez que hacemos algo bien es gracias al capitalismo; cada vez que hacemos algo mal es culpa del comunismo”. En realidad, para ella el país se encuentra en la fase transicional del socialismo que ya describieron los clásicos marxistas. Ciertas esferas de la vida en Vietnam se encuentran insertas en dinámicas cooperativistas o son dirigidas por el estado; otras, todavía se rigen por los criterios del capital.

El Doi Moi, fue un proceso de reformas liberalizadoras llevadas a cabo por el gobierno vietnamita como condición impuesta por organizaciones como el FMI y el Banco Mundial para dar ayuda al país en un contexto trágico

Luna Oi! se dedica a la divulgación en inglés sobre la cultura y la política vietnamita. “Quiero luchar contra la hegemonía capitalista en Occidente para mostraros mi perspectiva”, dice. Al preguntarle por la eficaz gestión que de la pandemia ha llevado a cabo el país, critica el cinismo de ciertos medios que parecen alegrarse de que Vietnam esté atravesando en estas semanas su primera ola seria de casos: “Incluso el New York Times publicó un artículo en el que vino a decir “La suerte de Vietnam se terminó”. ¿Suerte? Trabajamos muy duro por más de un año para contener la pandemia y ahora, porque países como Estados Unidos fracasaron al hacerlo, nosotros estamos teniendo nuevas olas”. Defiende que la eficacia desde el inicio en la contención fue gracias a la vigencia del socialismo en el país y apunta que “cuando países como China o Vietnam hacemos algo bien gracias al socialismo, pretenden convertirlo en algo malo”.

Dicho lo cual, comenta que “la gente en Vietnam está súper conectada” y que “hay unas 50 millones de cuentas de Facebook en Vietnam”. Al preguntarle por la reacción de la sociedad vietnamita cuando se viraliza algún artículo que criminaliza al país o al gobierno, responde que la gente de Vietnam ha llegado a “atacar a la página de Facebook de la Embajada de Estados Unidos cuando han dicho ‘porquerías’: miles de personas comentan, suben imágenes… Y van a grupos comunistas de Facebook del país, que hay muchísimos, y dicen “eh, este grupo dijo esta mentira sobre Vietnam, tenemos que ir y denunciarlo”. Funciona así”.

La propaganda, pues, tiene formas más explícitas que otras. Las notas que se publican en determinados medios sedimentan poco a poco generando una visión negativa del adversario que legitima, a posteriori, acciones concretas. Pero, en ocasiones, es un proceso más evidente. Así, durante la Guerra de Resistencia contra Estados Unidos, defiende que “la gente en el sur fue intoxicada” por la propaganda. “Debido a que Vietnam era muy pobre en aquellos años, cuando los Estados Unidos vinieron al sur de Vietnam les dieron televisiones, radios, periódicos y les enseñaron inglés”. Tanto es así que, tal como cuenta, fueron capaces de instalar el nombre Viet Cong (literalmente, “Traidores comunistas vietnamitas”) para referirse al FNLV (Frente Nacional de Liberación de Vietnam) en el sur y en el resto del mundo. Luna Oi! expone también que “siempre pintan a los periodistas anticomunistas como activistas por la libertad o como periodistas independientes, pero en realidad muchos de ellos han trabajado con grupos anticomunistas fuera de Vietnam y su objetivo es crear caos, sabotear, desestabilizar Vietnam y separar a nuestra gente”.

Como sea, se observa con estos ejemplos de qué manera la propaganda contra determinados países adquiere unas formas u otras en función de distintas especificidades. A veces, las acusaciones son directas e incluyen la conformación de bloques interestatales de denuncia; en otras ocasiones, se recurre a la ridiculización y la infantilización de sociedades enteras. Pero semejante disputa existe, va mucho más allá de estos tres ejemplos y se explica por las heterogéneas conexiones que tienen los aparatos ideológicos de todo el mundo con actores e intereses precisos.

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