Cómic
Vuelve ‘El artefacto perverso’, el tebeo que se adelantó a la Memoria Histórica y a la revisión de la historia
Enrique Montero es un antiguo maestro republicano que, en plena posguerra y ante la imposibilidad de continuar con su carrera docente, sobrevive como ilustrador e historietista. En un intento de salir de la miseria, crea un héroe de tebeo: Pedro Guzmán, un intrépido y elegante investigador que resuelve entuertos a puñetazo limpio. La remontada laboral de Enrique se complica por problemas políticos: sus antiguos compañeros comunistas intentan reclutarlo para atrapar a un traidor, un militante especialmente radical que alterna el estraperlo con los atentados.
Es la historia de El artefacto perverso, novela gráfica antes de que en España se generalizase el término, pero publicada por primera vez en los años 90 por entregas, como un viejo folletín, del guionista Felipe Hernández Cava —Premio Nacional en 2009 por Las serpientes ciegas junto a Bartolome Seguí— y el dibujante Federico del Barrio. Un alegato por la Memoria Histórica cuando tampoco era habitual la expresión y una reivindicación de los autores del tebeo de la posguerra que se adelantó casi dos décadas a El invierno del dibujante, de Paco Roca.
El héroe ficticio dentro de la ficción, Pedro Guzmán, recuerda poderosamente, en sus historias y en el estilo de dibujo, al mismísimo Roberto Alcázar y Pedrín. A estas alturas de 2025, el personaje creado por Eduardo Vañó en los años 40 ha tenido hasta versión deconstruccionista cruzada con los superhéroes Marvel, el ¡García! de Santiago García y Luis Bustos, incluso adaptado a serie por HBO Max. Pero en los años 90 solo había tenido parodias tipo Roberto el Carca y Zotín, cobrándole la cuota de su aroma de personaje franquista. Nunca una indagación como esta en las circunstancias de sus creadores.
“El protagonista no era un trasunto de un dibujante concreto. Yo pensaba en varios novelistas, ilustradores, humoristas y dibujantes de tebeos, pero sobre todo en un maestro represaliado, que se ganaba la vida como cartero, Julián, capital en mi formación infantil, que era uno de los huéspedes en casa de mis padres”, explica Hernández Cava. También del poeta Juan Gil Albert, al que el autor trató en los años finales de la dictadura, con el giro irónico de que este odiaba los tebeos como medio.
El artefacto perverso se publicó en primer lugar en 1994, por entregas, en la revista Top Cómics, de Ediciones B. En concreto, en los números del 6 al 10, coincidiendo con el final de dicha publicación en plena crisis del cómic español de los 90. Dos años después, en 1996, Planeta lo recopiló en tomo por primera vez, y esta edición recibió los premios al Mejor Guión y a la Mejor Obra del Salón del Cómic de Barcelona de 1997.
Quedaría luego en un cajón por 20 años, siendo más una obra de especialistas o para otros autores que de aficionados, hasta que en 2015 la reeditó la editorial ECC, ahora desaparecida. Una década después, es el turno de Astiberri, que ha conservado el prólogo de Fernández Cava al primer recopilatorio, en el que reinvidicaba la importancia de la memoria frente al “velo de silencio y olvido” de la Transición.
No era la primera incursión de Fernández Cava y Del Barrio en el terreno de la memoria. En 1987 habían publicado, también por entregas, entre la revista Alfoz y el diario El Sol, la saga Las memorias de Amorós. En sus páginas relataban las aventuras en estilo folletín del ficticio periodista Ángel Amorós, trasunto del anarquista Eduardo de Guzmán que en su momento también se ganó la vida escribiendo novelas policíacas, en las que se trataba un retrato poco complaciente de la España de los años 30. “La memoria y la historia de España han ocupado siempre un lugar preferente entre mis preocupaciones desde la juventud, y ambas estaban ya presentes en alguno de los trabajos del equipo El Cubri, del que formé parte”, explica a El Salto Hernández Cava.
El guionista aclara que “el fin último de la obra no era tanto homenajear a los dibujantes del tebeo español de la posguerra, que también, como recrear la atmósfera de aquellos sombríos años y alertar del peligro de que ese tiempo y el inmediatamente anterior, la Guerra Civil, fuesen sepultados por el olvido. Porque a casi nadie parecía interesarle entonces abordar esos asuntos”. En ese sentido “sí que creo que El artefacto perverso se adelantó a su tiempo”.
La historieta de Enrique Montero se narra en blanco y negro y una malla sencilla de seis viñetas por página, que solo rompen las propias obras del protagonista, con insertos de Pedro Guzmán o los chistes al estilo Bruguera que malvende cuando se los tolera la censura. La primera vez que su editor le retira uno por un doble sentido sexual, en la siguiente viñeta se convierte en gallina, y a partir de ahí, los personajes se animalizan de formas más terroríficas ante los ojos de Enrique.
“No recuerdo bien lo que me llevó a ello. Era un juego que el estilo gráfico permitía y que producía un contraste con la seriedad de la historia”, recuerda Federico del Barrio. “Ya en las primeras páginas tuve la ocurrencia de que un personaje se animalizara ante la mirada del protagonista. Quizá partiera de ahí el desarrollo posterior. El guión era tan sólido que admitía esta especie de licencias”, valora el dibujante.
“A mí me preocupaba que pudiéramos caer en el maniqueísmo que estábamos tratando de evitar, pero creo que funciona bien y añade otro nivel de lectura a los muchos con que estábamos trabajando”, añade Hernández Cava.
El artefacto perverso es, de hecho, cualquier cosa menos militante por más bando que la libertad creativa y, quizás, la paz. Los guerrilleros comunistas son tan miserables y violentos entre ellos como la policía que los persigue, y el protagonista y su mujer se sienten amenazados por los dos por igual. Su victoria final, como la de Pedro Guzmán en la historieta dentro de la historia, será, si es posible, sobrevivir.
“El drama que España había vivido desde los años de la República no me parecía que pudiera saldarse como un enfrentamiento entre buenos y malos de una pieza”, recuerda el guionista, Felipe Hernández Cava
“A esas alturas, el drama que España había vivido desde los años de la República no me parecía que pudiera saldarse como un enfrentamiento entre buenos y malos de una pieza”, recuerda Hernández Cava. “Había muchas zonas grises, que procuraba ir despejando a base de lecturas casi compulsivas y de encuentros con testigos de esos hechos”.
En la preparación del guión, el autor llegó a esperar en vano durante horas en la puerta del Cuartel de Conde Duque, por aquel entonces “en estado ruinoso”, que acudiera a una entrevista “una mujer que formó parte de uno de aquellos grupos de maquis urbanos del PCE de la posguerra: el de Cristino García”.
A pesar o precisamente por su carácter entre pionero y sin bando o corriente al que adscribirse, El artefacto perverso se ha mantenido en el rincón de la obra de culto o para estudiosos del propio cómic. ¿Esta nueva reedición, en esta etapa de novedades ingentes tan diferente de los años 90 que la vio nacer, la sacará del olvido para el gran público?
“Cuando la obra ganó el premio del Salón del Cómic en 1997 fueron muy pocos los lectores que se sintieron concernidos. Me atrevería a afirmar que hubo más interés entre los teóricos del medio españoles y extranjeros que entre los lectores”, responde Hernández Cava. En la reedición de 2015 “la situación tampoco varió mucho, pese a que en algunos cursos de español en Francia se recomendó como lectura obligatoria”.
“Cierto es que hay un contexto muy diferente, en el que los temas relacionados con el franquismo están más presentes que años atrás, a mi modo de ver de manera interesada, en tanto hay partidos políticos que consideran que puede servir a sus fines coyunturales, pero la estética que elegimos en aquel momento, tan violenta visualmente, ha ido siendo arrumbada por opciones más almibaradas, que a menudo entran en contradicción con sus contenidos, por lo que no soy demasiado optimista”, concluye.
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