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Aún recuerdo la primera vez que leí Paracuellos. Yo era una de esas muchas personas que creció con los tebeos de Bruguera y las aventuras de la bande-dessinée francobelga, y abrir aquellos cuadernos (una edición de Papel Vivo impresa en 1979 que coleccionaba mi padre) me impresionó mucho. Era un mundo muy diferente, en blanco y negro, con historias de unos niños que malvivían en unos colegios repletos de violencia, disciplina, humillaciones, hambre, sed (ese espantoso capítulo de la siesta…), religión y falta de cariño… ¡Ah!, pero también humor, juegos, sueños y camaradería.
Carlos Giménez (Madrid, 1941), considerado uno de los mejores autores de tebeos españoles, no solamente ha escrito sobre esos grises colegios de la postguerra: desde su debut a principio de los 60 con tebeos de aventuras ha cultivado la ciencia ficción, la sátira política y el romance; ha adaptado al cómic fragmentos de Poe, J. Sénder y London y escrito sobre la guerra civil española. Pero muchos entramos en su universo a partir de su obra autobiográfica, que arranca con Paracuellos y continúa con la maravillosa Barrio, la humorística Los profesionales y otras obras como Rambla arriba, Rambla abajo, Pepe o la más actual Trilogía del crepúsculo.
“Cuando cuentas cosa de las que has vivido, lo que cuentas es una mínima parte. Por tu cabeza pasa toda tu infancia, como en una moviola”, dice Giménez en el encuentro que el autor ofreció el pasado 28 de octubre en el Espacio Fundación Telefónica, en Madrid, donde habló sobre su obra más icónica y la huella que dejó en él su paso por aquellos siniestros “hogares”.
Una niñez en colegios falangistas
Giménez pasó ocho años, “toda la infancia”, en los colegios de Auxilio Social, organización de socorro humanitario de FET y de las JONS que existió en España en los primeros años del franquismo, inspirada en los Winterhilfswerk de la Alemania nazi. “Hacíamos vida de falangistas”, recuerda el autor: disciplina, “mucha instrucción, mucha religión, muchas hostias, castigos muy crueles y desproporcionados…”. Es decir, los métodos que empleaba el movimiento falangista para educar a los niños.
“Yo no he tenido una infancia con amigos, con hermanos, con familia. He tenido una infancia con alguien que me hacía formar, que si no formaba me pegaba, pasando hambre, mirando a ver si había en el suelo algo de comer”
“Nos dieron una infancia de mierda”, añade. “Yo no he tenido una infancia con amigos, con hermanos, con familia. He tenido una infancia con alguien que me hacía formar, que si no formaba me pegaba, pasando hambre, mirando a ver si había en el suelo algo de comer...”. Sin embargo, no guarda rencor a aquellos instructores y educadoras que parecen tan aterradores en sus cómics: “He sido consciente siempre de que aquellas personas que nos malcuidaban y nos maltrataban no lo hacían por vocación, estaban trabajando en un sitio donde las cosas eran así”.
Sin embargo, hay cosas que reconoce que ni él ni sus antiguos compañeros de los “hogares” han superado. Entre ellas, el hambre. “El hambre es una cosa que se te queda aquí”, dice, señalándose la cabeza. “Es como el miedo, como esas emociones muy fuertes cuando las has experimentado mucho. Si cada vez que sonaba un pito, como me pasaba a mí, era para algo malo, yo más tarde cada vez que oía un pito me ponía firme”.
Una obra peculiar para el momento
Muchos años después, Giménez convirtió aquellas historias de su infancia en tebeos. Cuando comenzó a dibujar los “hogares”, lo hizo de memoria: sus muros, sus ventanas, sus paredes. Cosas que de niño se quedan grabadas, que solo ahora está empezando a olvidar. ¿Los protagonistas?: los niños, inspirados en él mismo (un alter-ego llamado Pablito en honor a un compañero de colegio al que perdió la pista) y en otros amigos suyos… y los tebeos, un “personaje más” en torno al que transcurren las infancias rotas.
Ante una obra tan peculiar para el momento, no sorprende que los primeros episodios de la serie de Paracuellos no tuvieran demasiado éxito. Corría mediados de los años 70, acababa de morir Franco, y Giménez llevó la primera página de lo que más tarde sería Paracuellos a la revista de humor donde trabajaba entonces, Matarratos: “El que la vio se quedó mirándola un rato sin entender absolutamente nada. No había tiempo, había que meterlo ya, y coló. La siguiente semana me presenté con otra [historieta]. Cuando vio el tío que le mandaba otra de lo mismo dijo: ‘La vamos a publicar, porque la revista entra ahora en máquina, pero no hagas más de estas’”.
Giménez se vio obligado a abandonar la saga tras la publicación de los dos primeros álbumes, hasta que convenció a la revista El Papus para que las publicara en un pequeño álbum. Aunque pasó sin pena ni gloria, fue a caer a las manos del editor de la revista francesa Fluide Glacial, quien por primera vez se interesó en aquella historia y le propuso publicarla. A partir de entonces, tuvo mucha aceptación entre el público francés, y eso fue lo que permitió a Giménez publicar la saga en España todo el tiempo que quiso, hasta el noveno (y último) álbum. También, una mayor libertad creativa: “En las primeras historietas, como no sabía cuántas iba a hacer, trataba de contar en primer lugar lo más importante, el máximo de cosas en dos páginas de papel. Conté el hambre, la sed, los malos tratos, lo que me parecía que era más evidente. A medida que tuve más espacio, y en vista de que podía seguir dibujando y me iban pagando, fui incluyendo más cosas: la relación con las profesoras, la familia, la amistad de los niños...”.
Cómic
Paco Sordo “Hacer tebeos es un camino pedregoso”
Y, a pesar de la dureza de la trama, jamás ha renunciado al humor: “Para contar cosas trágicas tienes que dar un paso atrás”, reflexiona. “Ese paso atrás es ese desahogo, la risa, la broma. Los niños siempre juegan, por muy mal que estén. En el peor de los casos, el niño juega. Tiene capacidad de distanciarse”.
“Yo abrí el camino de contar cosas de posguerra cuando nadie las contaba”
Memoria histórica en viñetas
A Giménez, un amigo le dijo que él había inventado la memoria histórica, solo que no lo sabía. “Un poco sí es cierto”, se encoge de hombros el historietista. “Yo abrí el camino de contar cosas de posguerra cuando nadie las contaba”. Un ejemplo reciente de esa lucha contra el olvido es su saga 36-39, Malos tiempos, cuatro álbumes que sirven de crónica de la guerra civil española desde la mirada, humanizada, de la población civil, donde el autor vuelve a alguno de sus temas más recurrentes: el hambre, el frío, el miedo o la represión.
Pero sin duda su testimonio más valioso es el retrato del día a día en los colegios de Auxilio Social, un tema sobre el que apenas se había investigado ni publicado nada, y que quizá no suponga gran cosa en los episodios de la Historia de España, dice Giménez, pero sí es importante para quien la vivió: todos aquellos niños que hoy tienen la edad del propio autor. Entre ellos está su amigo Cándido, que aparece en las historietas: es un niño con problemas para caminar, con un hierro en la pierna, al que a pesar de todo los instructores obligan a formar y correr. Es decir, un niño para el que el paso por los hogares fue especialmente duro. De adulto, Cándido compraba los tebeos de Paracuellos a docenas, recuerda Giménez, y los regalaba: “Le parecía importante que aquello se contara”.
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