Nastassja Cipriani: “La comunidad científica no ha abierto todavía los ojos ante la discriminación de las mujeres”

Nastassja Cipriani (Roma, 1987), doctora en matemáticas y en física, profundiza en los mecanismos discriminatorios que se producen en la universidad pública vasca que afectan a las mujeres y dificultan su trabajo científico.

nastassja cipriani
Christian García Nastassja Cipriani es doctora en matemáticas por la Universidad KU Leuven (Bélgica) y en física por la UPV
24 feb 2020 12:35

Son muchos los mecanismos discriminatorios que afectan a las mujeres y hacen más difícil su trabajo científico en la Universidad del País Vasco (UPV). Sin embargo, la mitad del personal docente e investigador de los departamentos de matemáticas y física de la UPV cree que no se dan situaciones de discriminación en su entorno laboral y poco más de un tercio las reconoce. Nastassja Cipriani (Roma, 1987), doctora en matemáticas por la Universidad KU Leuven (Bélgica) y en física por la UPV, acaba de publicar Análisis de los fenómenos que contribuyen a perpetuar, o modificar, la discriminación de las mujeres en los campos de las matemáticas y la física. Esta investigación, en la que también ha participado José M. M. Senovilla, catedrático de física teórica de la UPV, se ha centrado en la universidad pública vasca y ha contado con el apoyo de una beca del Instituto Vasco de la Mujer.

Las mujeres estuvieron y siguen estando discriminadas en la ciencia.
Sí, por supuesto. Los mecanismos discriminatorios han ido cambiando. No son los mismos que hace 50 años, cuando no había mujeres en matemáticas o eran muy pocas, pero sigue habiendo discriminación. No es tan explícita como antes, pero los mecanismos son muchos y algunos muy sutiles. No hablamos solo del acoso sexual.

¿De qué discriminaciones hablamos?
A mí me gusta dividirlas en tres grupos. Por un lado, está la discriminación individual, que abarca todos esos mecanismos que a diario afectan a las mujeres en su lugar de trabajo y hacen que no se sientan a gusto, cómodas, por el lenguaje inadecuado o por el sistema de poder de los hombres. Luego, la discriminación estructural, la de la división del trabajo según el género, que impide a las mujeres desarrollar sus carreras a la par de sus colegas varones por las mayores cargas que tienen por su entorno familiar. Y, por último, la discriminación simbólica, la relacionada con los estereotipos, que también cuenta mucho.

¿El científico un poco loco, solitario y con el pelo como Einstein?
Esa es la imagen, pero no es así. Hay que combatir estos estereotipos confrontándolos con la actividad real de las mujeres y los hombres que hacen ciencia en el día a día, porque investigar es hacer muchas cosas: difundir conocimiento, formar a otras personas, colaborar con otros colegas… No es un trabajo exclusivamente solitario y que solo precisa conocimiento técnico científico. Hacen falta también otras muchas cosas más sociales, de gestión y organización.

¿Por qué se perpetúa la discriminación?
Porque no se hace lo suficiente. La comunidad científica no ha abierto todavía los ojos. Hay individuos, personas concretas, que sí lo han hecho, pero el sistema aún no quiere darse cuenta, no quiere cambiar. Tanto las estructuras como las personas están muy cómodas así, porque una vez que tienes ya una plaza fija en la universidad te da igual lo que pase a tu alrededor.

El propio sistema académico ya es discriminatorio.
El mundo de la investigación, la universidad en general, tiene muchos problemas, está enfermo. Hay mucha presión por publicar, muchísima precariedad, no hay plazas fijas, las personas tienen que viajar de un país a otro sin poder estabilizarse… Esto, claro, afecta mucho más a las mujeres. Cuando acabas un doctorado tienes 28 años, se supone que aún tienes que hacer varias postdoctorales, cambiar otras tantas veces de ciudad y justo en esa etapa es cuando se supone que las mujeres quieren tener hijos. Por eso digo que el sistema, cómo está organizado, discrimina en sí mismo. Existe un modelo de lo que tienes que hacer para ser un buen científico y si no lo cumples te quedas fuera. Para las mujeres es más difícil encajar en esa dedicación total al trabajo, sin vida social. Si el estándar es trabajar 12 horas al día, también es discriminatorio porque las mujeres estamos menos dispuestas. A los hombres les resulta un poco más fácil.

Hay también otras maneras de poner trabas a las mujeres.
Ahí está, por ejemplo, el sesgo inconsciente. En todos los procesos de evaluación de un currículum o de un proyecto hay un sesgo. Los estudios muestran que, con el mismo currículum, solo cambiando el nombre masculino por uno femenino, recibe más puntos el del hombre. En cualquier proceso de evaluación las mujeres salimos desfavorecidas y ahora mismo en el País Vasco no se está haciendo nada para evitarlo, no se tiene en cuenta este sesgo. La discriminación positiva debería servir para equilibrar este sesgo inconsciente que favorece siempre a los hombres, en cualquier etapa y evaluación.

¿Y cómo se podría hacer?
Respecto al sesgo inconsciente, lo primero sería hacer estudios que reconozcan que aquí también se da en los procesos de evaluación. Además, estos procesos deberían estar mucho más estructurados para que la subjetividad juegue un papel más pequeño. En general, deberíamos cambiar la imagen de la ciencia, que es mucho más social, y apostar por la interdisciplinariedad y la diversidad. Dicen que la universidad es muy internacional pero no lo es, hay muy pocas personas extranjeras trabajando. Hay que fomentar esa diversidad.

¿Y la discriminación positiva?
Hay que crear plazas solo para mujeres, tanto para doctorandas como para puestos más fijos. Además, la discriminación positiva en el País Vasco ya está muy trabajada porque hay plazas en las que se exige euskera, y esa es una discriminación positiva. ¿Por qué no hacer igual con las mujeres? Esto lo cambiaría todo. En Alemania y en algún otro país europeo ya hay universidades en las que se han creado becas o plazas solo para mujeres. Es algo que existe pero de lo que aquí todavía ni se habla.

En vuestra investigación incluís un análisis cuantitativo de la presencia de hombres y mujeres en la Universidad del País Vasco.
Hemos estudiado solo los departamentos de matemáticas y física de la UPV porque es donde hay menos mujeres. Del 2003 al 2018, las mujeres siempre han sido mayoría en las carreras de matemáticas, alrededor de un 60%, mientras que el porcentaje de mujeres matriculadas en física nunca ha alcanzado el 30%. Y, si miramos la distribución de las mujeres a lo largo de la plantilla académica, descubrimos que no hay catedráticas. A lo largo de esos 15 años, entre el 70 y 80% de las cátedras de la Facultad de Ciencia y Tecnología han estado ocupadas por hombres, un porcentaje que incluso es más alto en las áreas de matemáticas y física.

Además, también habéis realizado 16 entrevistas personales. ¿Qué percepción tienen las científicas de la discriminación?
Desafortunadamente, muchas mujeres científicas siguen diciendo que nunca han sido discriminadas. Y esto no es cierto. Sí han sido discriminadas pero no lo admiten porque hay una dificultad muy grande para reconocer las situaciones discriminatorias. Aún pensamos que la discriminación es el acoso sexual, que alguien te toque el culo o te diga de manera explícita que no te quiere en ese trabajo porque eres mujer. Y es mucho más. En mis entrevistas algunas mujeres que están más concienciadas a este respecto, me han hablado de que este proceso es como un viaje: empiezas a abrir los ojos, a ponerte las gafas moradas, que dirían las feministas, y descubres a tu alrededor las miles de formas en las que te están discriminando. Y entonces te sientes muy mal.

Una travesía útil pero dolorosa.
Es un proceso muy difícil. Cuesta darse cuenta porque tienes que abrir los ojos y ser muy crítica contigo misma, con tus colegas. Pero creo que es indispensable hacerlo. Hay que abrir los ojos. Aunque muchas mujeres sigan diciendo que no han sufrido discriminación. Y te diré más: muchas mujeres que superan los obstáculos, que rompen el techo de cristal y llegan a ser catedráticas o a tener poder a nivel académico, son luego las que más se parecen a ese modelo masculino de ser muy dura, trabajar mucho y no ayudar a otras mujeres. En la universidad no existe la sororidad. Es al revés. Yo soy mujer, he llegado hasta aquí, he pasado por todo esto y ahora te toca a ti pasarlo también.

En tu caso, ¿cuándo comenzó ese viaje?
El primer paso, en el doctorado, fue darme cuenta de que no podía hablar con ninguna mujer del trabajo que hacía porque no había en mi campo. Ahí empecé a cuestionarme por qué. Recuerdo que fui a un congreso internacional sobre relatividad general y al entrar al aula me sorprendió que estuviéramos ocho mujeres y 85 hombres porque era un encuentro para jóvenes investigadoras e investigadores, para las nuevas generaciones científicas. Y desde entonces empecé a preguntar y descubrir cosas.

Me he puesto a pensar, al preparar esta entrevista, en cuántas mujeres científicas conozco y me sobran dedos de la mano.
Sí, claro. A mí también me pasa. He crecido sin conocer el aporte de las mujeres en la ciencia, en el arte, en la educación, en todo.

Pero las hay. ¿Quiénes son tus referentes? 
No funciona así, ese es otro estereotipo. Para mí es importante recuperar y reconocer la labor que han hecho muchas mujeres científicas del pasado, pero a menudo se cuenta la historia de estas mujeres como si fueran genios, mitos, personas extraordinarias que, pese a todo, llegaron a cumplir sus sueños. Yo no me siento representada ahí. Nunca voy a poder ser una mujer así. Y no creo que sea útil tener estos modelos. Por ejemplo, tratar de ser como Marie Curie. Para mí, no se debería fomentar así la ciencia entre las niñas. Deberíamos contar qué es hacer investigación en el día a día, cómo se enseña y transmite el conocimiento científico. Hay un modo masculino de divulgar la ciencia, de hacerla, que también hay que cambiar. No se trata tanto entonces de una cuestión de nombres sino de revisar cómo hablamos de la ciencia y de las historias de las científicas. 

Hagamos memoria, ¿cuándo supiste que te gustaba la ciencia?
Bueno, de pequeña quería ser bailarina, así que la ciencia no estaba en mi futuro. Pero, al terminar el instituto, la asignatura que mejor se me daba era matemáticas y decidí intentarlo. Y, a pesar de las dificultades iniciales, luego me di cuenta de que realmente era algo maravilloso. Cuando comencé no lo sabía. Como me dijo una vez una psicóloga, igual elegí matemáticas porque con todos los problemas familiares que tenía necesitaba dedicarme a una disciplina muy abstracta, que me aislara del mundo concreto en el que vivía. También puede ser. No lo sé. De pequeña, recuerdo que tenía un libro de astronomía, lleno de estrellas… Quizás eso también haya jugado algún papel. Aunque creo que al final fue algo más casual.

¿Matemática o física?
Soy más matemática.

¿Por qué?

Primero, porque puedes crear tus propias teorías. Es un trabajo muy creativo, de hacer cosas. En mi caso, me he especializado en la geometría y es como inventar teorías, descubrir verdades, algo que está ahí y aún no se conoce. Fórmulas, leyes, estructuras matemáticas desconocidas. Es muy creativo y tienes la mente muy elástica, mucha libertad.

Hablas con pasión de las matemáticas.
Sí, es verdad. Las personas que hacemos matemáticas sí que sentimos esa pasión porque vemos lo bonito que es. Estaría bien que más personas lo sintieran.

¿Y por qué no pasa?

Probablemente sea por la manera de enseñarlas. Las matemáticas son lógica y todo el mundo puede entenderlas.

No es necesario tener un cerebro portentoso.
No, por supuesto. Para dedicarse a las matemáticas hay que trabajar mucho pero no es necesario ser un genio. Además, ya he dicho antes que los genios no existen.

¿Y hay que estar un poco majara?
No, obviamente no. Hay algunas personas en esta disciplina que son muy áridas pero la verdad es que hay muchas otras que son normales, que se ríen mucho, como tú o yo. Es un trabajo como otro cualquiera. Y hay que normalizarlo. Eso sí, un trabajo muy interesante, bonito, creativo y social.

Ahora trabajas de programadora de software en una empresa, no te dedicas a la ciencia. Si pudieras, ¿qué te gustaría investigar?
Epistemología feminista, por ejemplo. Hay un campo de la filosofía de la ciencia que se llama ciencia, tecnología y género. Me gustaría dedicarme al ámbito filosófico, pero desde una base científica muy fuerte.

Habéis hecho vuestro estudio sobre la discriminación de las mujeres en las matemáticas y la física con una beca de investigación de Emakunde, el Instituto Vasco de la Mujer.

La beca es de casi 23.000 euros para diez meses de trabajo de investigación y a repartir entre el equipo. No es un contrato, con lo cual no cotizas, y cuando se termina no tienes derecho al paro ni a nada. Es una beca y no digo que por eso Emakunde contribuya a la precarización de las mujeres pero sí que es otra forma más de hacer trabajar a una persona de modo no regular. Cuando lo comenté en Emakunde me explicaron que la única manera de tener un contrato era pasando por una oposición. Pero estoy segura de que hay otras formas de hacerlo. No sentí una real comprensión por parte de Emakunde.

¿Para cuándo un congreso de ciencia en el que participen tantas mujeres como hombres y sin discriminación?

¿Para cuándo? Creo que a este paso para nunca. Si seguimos así, nunca llegará. Si no se hacen grandes cambios esta situación se mantendrá. Es lo mismo que sucede con la discriminación en nuestra sociedad. Lo que se está haciendo ahora es insuficiente para que haya un cambio apreciable. 

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