Opinión
La inquietante familiaridad de la Diada Nacional de Catalunya
Un año más la Diada de Catalunya está marcada por las tensiones entre el Estado Español y Catalunya. Este año su lema es: “Objetivo independencia”.

Hay algo a la vez inquietante y familiar que rodea el 11 de septiembre en Catalunya. Parece que hayan pasado lustros desde el inicio del Procés, como si el Procés mismo hubiera empezado aquel 11 de septiembre de 1714.
Catalunya como nación quizá no había nacido, pero sí las tensiones políticas que separaban a Catalunya de España representadas en las figuras de dos monarcas, Austrias y Borbones. Los Borbones, el límite real al deseo independentista catalán. Ahora las fechas históricas se acumulan frenéticamente en un exiguo periodo tejiendo un entramado de pasiones que se contradicen constantemente. Vivimos sumergidos en una paradoja, en un estado de tensión inamovible. Así, lo familiar es aquella parte que al acercarse a la Diada te captura en un dejà vu.
Solo ver los distintos lemas de cada una de las Diadas ya te imbuye de ese espíritu de repetición. Como si siempre hubiera estado aquí.
2012: “Nuevo Estado de Europa”
2013: “Via catalana hacia la independencia”
2014: “Ahora es el momento”
2015: “Via libre hacia la República Catalana”
2016: “A punto”
2017: “La Diada del Sí”
2018: "Hagamos la República Catalana”
2019: “Objetivo independencia”
La Diada se presenta cada año como el último paso para llegar a la cumbre, como el clímax definitivo de todos los sucesos históricos, pero al día siguiente... Esa inquietante familiaridad. Y aun así, un arrebato de pasión organizada se repite año tras año con una capacidad de despliegue absolutamente extraordinaria. Es obvio que la Diada está pensada exclusivamente para aquellos ciudadanos independentistas. La Asamblea Nacional de Catalunya (ANC), entidad que la organiza, lo es. Asisten los partidos independentistas, y no asisten los que no lo son. No hay margen de error en ese sentido.
El mérito de la ANC es incuestionable. Estas son las cifras de participación anuales de cada una de las Diadas, según datos de la Guardia Urbana de Barcelona:
2012: 1.5 Millones
2013: 500.000 personas
2014: 1.8 millones de personas
2015: 1.4 millones de personas
2016: 870.000
2017: 1 millón
2018: 1 millón
2019: ?
Los autocares llegan a Barcelona de todos los puntos cardinales del país para expresar, siempre en un ambiente festivo, el deseo de conseguir la independencia. Casi se puede decir que, durante un día al año, la ciudad condal se convierte en la utopía realizada de la República Catalana. El ambiente es pacíficamente calculado. No es, en ningún caso, disruptivo. Se valora la civilidad, entendiendo como el respeto supremo a las normas de conducta existentes, lo cual, a alguno y alguna, le podría llegar a extrañar.
La agenda del día incluye también un sinfín de actividades lúdicas: conciertos, conferencias sobre la viabilidad de la independencia, ofrendas florales a la estatua de Rafael de Casanovas, y hasta la exposición de 131 velas en el monasterio de Montserrat para homenajear los 131 Presidentes históricos de las instituciones catalanas desde su creación bajo el Reino de Aragón.
Toda la atención está puesta en el juicio de la vergüenza y en planear el siguiente movimiento
Pero existe también esa inquietud asfixiante de saber que lo que viene al día siguiente siempre va a peor. Al despertarse, cuando las calles de Barcelona vuelven a la normalidad y la República vuelve a morir, se desvanece fugazmente cualquier horizonte de mejora tanto para los que son independentistas como los que no lo son.
Y lo primero que se aparece es la unidad fracturada del gobierno de la Generalitat, probablemente el más inútil de los últimos recientes. Es inútil porque, aunque parezca una obviedad, no realiza el trabajo que se le exige a un gobierno. No legisla, teniendo el récord negativo de leyes aprobadas desde la llegada de la Democracia. Tampoco se aprueban los presupuestos.
Solamente existen los gestos: toda la atención está puesta en el juicio de la vergüenza y en planear el siguiente movimiento.
La Diada juega un papel crucial en la instrumentalización por parte de los partidos políticos, esa instrumentalización política del deseo de la independencia que todo lo avinagra. No es coincidencia que los últimos tres comicios electorales se hayan celebrado, o decidido celebrar, a escasos días de la Diada. Así, Artur Mas en un 25 de Septiembre de 2012 después de ver el éxito de la gran primera manifestación independentista, y con intención de aprovechar su empuje, decidía convocar elecciones para finales del mes de noviembre. Lo que no sabía es que el partido hegemónico de Catalunya, Convergencia i Unió, quedaría hecho añicos con este viraje (y también por la inundante corrupción del 3% y del caso Pujol). Dos años después, el mismo Artur Mas fijaría otras elecciones para el 27 de septiembre, dos semanas más tarde de la celebración de la cuarta diada independentista.
Las últimas elecciones, sin embargo, fueron aquellas que imponía Mariano Rajoy en aplicación del artículo 155, convocadas poco después después de otra fecha que se marca con fuego en el calendario catalán a partir de 2017, el 1-0. Esa familiaridad es la que lleva a reconocer en la actual disputa entre ERC y los herederos de Convergencia algo que ya ha sucedido demasiadas veces en demasiado poco tiempo. Lo inquietante es que quien protagoniza la disputa es un preso político desde Lledoners y un exiliado político desde Bruselas. Pero durante la Diada reinará la unidad, esa ficción política que condiciona a su vez la realidad política misma.
La sensación es que Podemos casi agradece tener la excusa para no haberse de pronunciar sobre un tema que quita más votos de los que da
A todo esto hay un consenso mayoritario e implícito en Catalunya (distintas encuestas lo sitúan entre el 70% y 80%) sobre la convicción de que Catalunya debería tener el derecho a decidir el tipo de relación que quiere articular con España, derecho que debería ser reconocido en la Constitución Española. Porque el independentismo no tiene tiene la capacidad suficiente para forzarlo a ninguno de los niveles.
Ni a nivel catalán, donde la constante presión de los independentistas [como intentar dar por válidos los resultados del 1-O] echan fuera a más gente de la que consiguen unir. Ni a nivel de estatal, donde la peor de las pulsiones antidemocráticas, representadas por el discurso del rey el dia 3 de octubre ya dejó patente que la posición del Estado es la de un muro de hormigón armado. Tampoco a nivel parlamentario español: si Podemos era el único partido que reclamaba un referéndum, el hipotético compromiso con el PSOE para un gobierno de coalición les habría obligado a mantener la boca cerrada.
Y la sensación es que Podemos casi agradece tener la excusa para no haberse de pronunciar públicamente sobre un tema que quita más votos de los que da. Por último, tampoco a nivel internacional, donde para poder sentarse en la mesa se requiere ser lo que independentismo quiere ser y no es: un Estado.
Así pasa otra Diada, esta vez con la presión añadida de intuir que la sentencia del juicio será tan ejemplar como injusta y con la familiar extrañeza de que al despertarnos todo seguirá igual, lo que quizá es un poquito peor.
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