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Capitalismo
De la “guerra comercial” a la guerra económica global
Cuando hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente), pero la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo en su conjunto está librando contra la humanidad y el propio planeta.
El capitalismo nos conduce de manera acelerada al colapso ecológico y a un abismo de mayor violencia, autoritarismo y desigualdad. Para desmantelarlo, se hacen necesarios diagnósticos certeros sobre su dinámica interna (principales apuestas, límites, conflictos), que nos permitan poner palos en la rueda capitalista a la vez que impulsamos alternativas que pongan la vida, el trabajo y el bien común en el centro.
Pero no es un ejercicio sencillo. Vivimos en un sistema incierto y sobrecomplejizado, en el que la velocidad, la escala y la interdependencia en la que se desarrollan relatos, procesos y acciones dificultan la elaboración de radiografías atinadas de lo que nos ocurre.
En el ámbito económico, hasta el estallido financiero de 2008, imperaba un consenso multilateralista en la agenda hegemónica, que apostaba por acumular tratados comerciales, megaproyectos y organismos internacionales en favor del mercado global. Hoy, en cambio, son de actualidad conceptos como guerra comercial, proteccionismo, aranceles, complejo industrial-militar, disputa energética, cuarta revolución industrial (4RI), etc. Y estos definen la actual coyuntura, en el marco de una guerra económica a escala global.
¿Asistimos a un giro en la agenda hegemónica? ¿Han perdido los tratados su rol estratégico tras el congelamiento del TTIP y el avance de gobiernos como el de Trump? ¿Se consolida un escenario des-globalizador en el que prima el proteccionismo estatal? ¿Son los aranceles el centro de la disputa entre bloques corporativo-regionales?
Para responder a estos interrogantes parece necesario discernir lo relevante de lo mediático, complejizar el análisis de la realidad. Con ese ánimo abordamos el reto de definir guerra económica como un fenómeno innegable, pero que debemos situar dentro de las señas de identidad del capitalismo actual.
Las finanzas son el gran hegemón, imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial.
Cuando hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente, de la mano de sus transnacionales), atravesada además por conflictos entre diferentes tipologías de capital (financiero, industrial-militar, digital, extractivo, etc.). Siendo esta la acepción comúnmente aceptada, es solamente una parte de algo más amplio: la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo en su conjunto está librando contra la clase trabajadora, la humanidad y el propio planeta.
El capitalismo atraviesa un momento especialmente crítico, en el que a las escasas expectativas de reproducción de un enorme excedente financiero se le une la incuestionable merma de la base física en la que opera el sistema. Cómo sostener la acumulación de capital en un contexto de bajo crecimiento, cómo hacerlo con menos recursos materiales y energéticos, y además en un contexto de crisis climática, define su gran paradoja presente.
Para tratar de salir de esta, lanza una virulenta ofensiva en forma de capitalismo del siglo XXI. Su principal objetivo es derribar cualquier barrera (geográfica, política, sectorial) a la mercantilización capitalista a escala global. Todo, de este modo, debe convertirse en espacio de acumulación capitalista. Nada, en sentido contrario, puede impedir el flujo natural del comercio y la seguridad de las inversiones. Y como esta apuesta tiene un alcance limitado, se pretende iniciar una nueva onda económica expansiva de la mano de la 4RI (inteligencia artificial, robotización, automatización, etc.), que permita ampliar exponencialmente la productividad y los sectores de reproducción del capital de la mano de las megaempresas digitales.
Este y no otro es el principal exponente de la guerra económica en ciernes: el conflicto entre un capitalismo caníbal —que exacerba su matriz dictatorial, desigual e insostenible— y la propia vida.
No obstante, la actual coyuntura también exacerba los conflictos intracapitalistas. Quienes detentan el poder compiten por el menguante pastel del crecimiento económico. Se trata de conflictos que no ponen en cuestión la ofensiva capitalista —al menos por el momento, sin descartar hipotéticas escaladas bélicas—, delimitando su disputa dentro del marco de ciertos patrones estructurales vigentes. Destacamos tres, que definen el marco de lo posible para la guerra económica intracapitalista.
En primer lugar, las finanzas son el gran hegemón, imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial. No hay agenda capitalista que no se adapte a este patrón, en mayor o menor medida.
En segundo término, las cadenas económicas se estructuran en lógicas globales, a partir del control que ejercen las empresas transnacionales. La interdependencia de agentes es muy significativa; toda medida en un territorio (aranceles, intereses, tipos de cambio, etc.) tiene una respuesta global y efectos secundarios cual boomerang, lo que dificulta una guerra abierta y total donde todas las partes tienen mucho que perder.
Y tercero: los capitales en su conjunto son conscientes de la crisis ecológica y de acumulación, por lo que la verdadera confrontación se centra en los materiales y fuentes de energía, por un lado, así como en tratar de tomar la delantera en sectores avanzados de la 4RI (datos, inteligencia artificial, comercio digital), por otro.
Por tanto, la guerra intracapitalista se inserta en los límites de una economía globalizada y financiarizada, que centra sus esfuerzos en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida.
Wall Street es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agroexportadora.
Esta es la clave para caracterizar la actual guerra económica. Si analizamos la agenda de EEUU, principal percutor del estallido del consenso multilateralista, veremos cómo lo mediático no corresponde con lo estratégico. Así, frente a la supuesta primacía de la guerra arancelaria con China y la UE, y frente a la pretendida apuesta proteccionista sustentada en el America First y el congelamiento del TTIP, EEUU asume la guerra económica en su integridad. Pero siempre dentro de los tres patrones estructurales señalados, ofreciendo así una mirada diferente del concepto.
De esta manera, Wall Street es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agroexportadora. La globalización se sigue imponiendo, por tanto, a la necesidad de protección. Las finanzas han conseguido hacer saltar por los aires todo intento de regulación financiera, rebajar los impuestos, elevar los tipos de interés y mantener un dólar fuerte, generar ofensivas contra monedas más débiles y sostener la firma de tratados comerciales como herramienta de blindaje corporativo (como evidencia la actualización del TLCAN), aunque aceptando la necesidad de negociar en mejores condiciones los acuerdos multilaterales como el TTIP.
Esta es la base de la agenda real, que se completa con la competencia salvaje con China por el control de los datos como materia prima —Europa se muestra bastante ausente en este sector—, así como por el desarrollo de nuevos servicios digitales como espacio de acumulación. Esta disputa, junto a la constatación del enorme superávit comercial chino y su control sobre la deuda pública estadounidense, convierten al gigante asiático y a su soberanía en el verdadero objetivo de la guerra intracapitalista, con Europa como convidado de piedra y escenario vulnerable por influenciar. El cuadro de la agenda mainstream concluye con el sostenimiento —también militar, si es necesario— del complejo extractivo de energía y materiales, ante el agotamiento global.
A partir de ahí se desarrollan otras medidas de rango menor, que tratan de contentar al resto de capitales: escaladas verbales belicistas (Rusia, Venezuela, acuerdo atómico, etc.) para favorecer al complejo industrial-militar e incremento limitado de aranceles para la industria doméstica y agroexportadora, que al menos compense el dólar fuerte y sostenga apoyos electorales. Pero todo ello sin la relevancia que le otorgan los medios, dada la interdependencia global que impide una guerra abierta.
¿Cómo enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital.
En definitiva, EEUU como adalid de la guerra económica muestra que esta se libra fundamentalmente en el ámbito financiero, energético-material y en torno a la 4RI, cuestiones que no parecen estar en el foco mediático. Las finanzas son el eje sobre el que pivota el marco de lo posible, por lo que la apuesta globalizadora y en favor de los tratados se mantiene, con matices. Los aranceles y el proteccionismo estatal, en cambio, tienen un alcance limitado y con un fuerte componente retórico; solo hay verdaderas restricciones al flujo de personas, desde lógicas racistas. Mientras tanto, la guerra económica en sentido amplio se silencia, siendo la mayor amenaza.
En este contexto, ¿cómo enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital. El cambio en la matriz económica desde claves ecológicas, feministas y de clase, la defensa de los bienes comunes y la disputa en torno a la 4RI —rompiendo el falso relato de la «economía colaborativa»— aparecen como prioridades estratégicas.
En segundo término, no teniendo que elegir entre un capitalismo u otro, uno multilateralista u otro más unilateralista. Ambos nos conducen al abismo social y al colapso ecológico. Por supuesto, se trata de frenar sin ambages el fascismo social y político, pero la alternativa nunca habrá de pasar por un universalismo abstracto y mercantilizado que también nos condena.
Romper esta dicotomía a la que nos empujan los mass media es un tercer eje prioritario, creando una agenda económica y comercial ajena por completo a los relatos y prácticas excluyentes y reaccionarias. Sin por ello denostar la disputa por las soberanías, no solo la estatal sino también la local, regional y global. Y la energética, alimentaria, feminista y popular, redefiniendo conceptos y perspectivas desde una mirada radical e inclusiva. Pese al ruido mediático, el antagonista es claro; el desafío es cómo hacerlo descarrilar.
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Magistral analisis! Esperando otro articulo donde se desarrolle mas la propuesta para esa tercera via ;)
Análisis clarividente y contundente de (in)justícia global. Mil gracias por el esfuerzo intelectual de síntesis.