Opinión
Postal de playa

Conversaciones, silencios y destellos donde la escucha se convierte en acto político y la curiosidad adolescente, en espejo incómodo del presente.
11 ago 2025 08:00

En un rato sin tiempo flotando en el mar, dejándonos llevar por el movimiento de la marea y de las ideas. Así estuvimos mi hija y yo ayer, boca arriba y con la vista puesta en la única nube que había en el cielo; compartiendo un mismo paisaje visual y sonoro, y sin embargo cada una viendo o escuchando cosas diferentes.

Qué piensas - le dije en algún momento-. Menos mal que no me escuchó. Poco a poco y torpemente voy aprendiendo a estar ahí, flotando cerca, preguntando poco y escuchando atenta.

Una de las imágenes que me visitaron mientras flotaba fue la de la mujer que trabaja como limpiadora en los baños del camping donde nos quedábamos esos días. Mientras me duchaba el día anterior, escuché como explicaba a cada una de las mujeres que entraba que tuvieran cuidado de no resbalar con el suelo de una parte de los baños.  Cuando se daba cuenta de que no le entendían, le preguntaba en qué idioma hablaba y se lo volvía a decir en francés, inglés, holandés... Si alguna campista le contestaba lo hacía en su propia lengua; en aquel rato no escuché a ninguna dar las gracias en el idioma de la limpiadora. 

Mientras esa imagen se iba desvaneciendo, escuché la voz de mi hija que seguía flotando a mi lado. Uno de sus pensamientos se había salido hacia afuera y no me lo podía perder. Dime, que no te he escuchado. Que te decía que porqué siempre hay más blancos ricos y más negros pobres. Me sorprendió todo. La idea, las palabras utilizadas para expresarla, la estructura de la frase, el momento en el que llegó y la mezcla de dureza y perplejidad con la que lo expresaba.

Todas las imágenes y pensamientos que quise depositar en mi respuesta pesaron demasiado y dejé de flotar. Ya de pie, me puse a contestarla, pero ella, tras mirarme un instante, se zambulló en el agua y se fue buceando hacia otro lado. Qué afán por recopilar agarraderos cuando una adolescente te hace una pregunta que registras como importante.

Al día siguiente fuimos a conocer las ruinas de una ciudad grecolatina; la mujer que trabajaba como guía interpretaba el papel de una patricia romana de la época imperial y junto a ella nos adentramos en las diferentes formas de habitar aquella ciudad, en función de la clase social a la que pertenecíamos.

En un momento mi hija se acercó a mí para decirme que no estaba entendiendo bien lo de los esclavos.  Ella pensaba que era porque la guía hablaba en otra lengua y había detalles que se estaba perdiendo. ¿Pero lo que está explicando es que había esclavos de diferentes categorías? -Me susurró-. Volví a sentir la perplejidad en sus palabras. Estábamos en el atrio de la domus romana, y la guía nos contaba como allí algunos esclavos domésticos hacían la función de lo que hoy conocemos como conserjes, y tenían una posición privilegiada, y otros por ejemplo tenían funciones en las que no duraban mucho, como los que se encargaban de que a la casa no le faltase el calor alimentando el fuego del hipocausto dentro de un cubículo bajo tierra. La intensa y permanente aspiración de humo les hacía morir en pocos días. 

A la mañana siguiente, mientras preparábamos el desayuno, escuché de nuevo un pensamiento que se escapaba; no lo escuché bien porque coincidió con el sonido del café que empezaba a subir por la cafetera. ¿Qué decías? -Le pregunté mientras ella daba vueltas con su cuchara a los grumos del colacao-.

Que esto de los esclavos y sus clases, de los plebeyos, los patricios... que no sé qué seríamos nosotros. No está muy claro ahora quién es quién, ¿no? Sí, tampoco lo tengo claro... dejé que las palabras se quedaran flotando. El café había acabado de subir y apagué la cocina. Nos esperaba un gran desayuno.

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