Opinión
Premio Princesa de Asturias de la Concordia a la UE, ¿estáis de coña?
¿Ha sido pues sólo un error, un despiste, un nos la suda o un anuncio más del fin de la monarquía buenrrollera juancarlista, esa que pareció morir el otro día en el discurso televisado de Felipe VI?

Si por algo han destacado en su historia los anteriormente conocidos como Premios Príncipe de Asturias es por su fino olfato para detectar las modas culturales del momento, y con mucha inteligencia saber apuntarse a ellas.
Los Premios Príncipe, ahora Princesa, una institución de eso que Guillem Martínez ha bautizado como la CT, la Cultura de la Transición, es decir, la cultura oficial de la España democrática, han servido y sirven como mecanismo para modernizar y dar una pátina de cultura progre a nuestra monarquía, históricamente poco o muy poco culta y poco o muy poco progre.
Consciente de que en España a la derecha no le queda más remedio que ser monárquica, los Premios se han empleado a fondo, yo diría incluso que con pasión y entusiasmo, a la seducción, cuando no compra o alquiler, de nuestra izquierda cultural, siempre sensible al discreto encanto de la Casa Real. No por casualidad, uno de los primeros Premios de la Comunicación y las Humanidades recaía en 1983 en el diario canónico del régimen del 78, El País.
La Fundación sabe lo que se hace. Nada de caspa ni de facherío sobre el escenario del Teatro Campoamor. La lista de premiados es impresionante: Woody Allen, Paul Auster, Doris Lessing, Sebastiao Salgado, Arthur Miller, Les Luthiers, Rigoberta Menchú, Quino, Nelson Mandela, o incluso afinando más, gente casi del rollito, que no desentonaría en una Uni de Verano de Podemos, la socióloga Saskia Sassen o el economista neokeynesiano, Paul Krugman, por ejemplo.
Estamos hablando pues, de grandes profesionales de la relaciones públicas y de la normalización de monarquías con pasados difíciles y demasiadas amistades en Arabia Saudí.
Es por ello que llama tanto la atención que este año se haya cometido un aparente error, apostado por premiar a una Unión Europea que ha perdido bastante de su pasado sex appeal tras 14.000 muertes en el Mediterráneo.
Aunque las críticas a la concesión del premio por parte de ONG y redes de apoyo a refugiados no hayan tenido un gran impacto en medios, por primera vez en mucho tiempo hemos escuchado a algunas voces poco frecuentes manifestar su disconformidad con estos premios.
¿Ha sido pues sólo un error, un despiste, un nos la suda o un anuncio más del fin de la monarquía buenrrollera juancarlista, esa que pareció morir el otro día en el discurso televisado de Felipe VI? Aún es pronto para saberlo.
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