Globalización
Saskia Sassen: “Trump y el Brexit nos muestran los errores de las clases políticas”

La socióloga Saskia Sassen ha sido una de las primeras ensayistas y críticas de la globalización. Su ensayo La ciudad global se configuró como una referencia para entender la transformación que el neoliberalismo ha llevado a cabo en las metrópolis.

Saskia Sassen
Saskia Sassen. Alex MacNaughton

La socióloga Saskia Sassen (La Haya, 1949) ha sido una de las primeras ensayistas y críticas de la globalización. En la década de los 90, su ensayo La ciudad global se configuró como una referencia para entender la transformación que el neoliberalismo ha llevado a cabo en las metrópolis del mundo.

Algunos de sus últimos libros, Territorio, autoridad y derechos o Expulsiones (ambos publicados por la argentina Editorial Katz), se insertan en el paisaje que está dejando el siglo XXI de falta de esperanza y brotes de solidaridad. La victoria de Donald Trump en Estados Unidos, país donde reside Sassen, es el último seísmo en un panorama político en permanente cambio desde 2008, cuando la caída de Lehman Brothers puso fin a los discursos de crecimiento sin freno que se habían emitido desde el sector financiero.

Una de las primeras medidas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido la ampliación del muro con México. ¿Estamos ante la constatación de un cambio de época en cuanto a cómo se relacionan los Estados entre sí y respecto a sus poblaciones?
Vuestra formulación es casi generosa si se ve cómo la presenta Trump, con esa manera bombástica “I will… and I will” (“voy a... y voy a…”). Sí, se están dando cambios. Algo está pasando, con distintos nombres, en diversos países. El ascenso de una derecha extremista es alarmante —siempre existió, pero ha ganado una vigencia que hace mucho que no tenía—: el Brexit y la victoria de Trump son probablemente la mayor sorpresa en este sentido. Me parece que no ha debido de ser tanta sorpresa para las clases dirigentes convencionales. 

Trump y el Brexit nos muestran los errores de las clases políticas dominantes y de los comentaristas de televisión y los medios de comunicación de masas: una falta total de conocimiento o reconocimiento del crecimiento de la pobreza en sectores que se han quedado sin voz política —como los sindicatos en el caso de EE UU—, y un auge del nacionalismo confrontado con un ‘liberalismo’ de élites ‘iluminadas’ que le han dado la espalda a todo lo que cae fuera de su circuito.

La arrogancia del Partido Demócrata en EE UU se tiene que anotar aquí: cuando [Hillary] Clinton ha afirmado que no hay necesidad de ir a hacer campaña política al rust-belt —los viejos estados industriales en el Medio Oeste—, el Partido Demócrata ha ido cayendo. También se quedaron sorprendidos cuando ganó Obama. Menos mal que tenemos miembros del partido como Elizabeth Warren, Bernie Sanders y Robert Reich, el exsecretario de Empleo con Bill Clinton, que se quedó frustrado con los dos Clinton y apoyó a Sanders.

Todo esto va mucho mas allá de Trump. Él lo hace visible con sus neurosis y su manera ridícula de comportarse, pero está pasando en todas partes —Marine Le Pen en Francia se comporta mucho más como una política tradicional, igual que el de Holanda, etc.—, pero son un indicador alarmante de una democracia liberal que se ha desmoronado como práctica y como discurso. Hay que inventar un nuevo modelo de participación masiva.

¿Cuáles son sus principales preocupaciones sobre esta nueva etapa que comienza con Trump?
Creo que hay varias condiciones que se juntan en este periodo actual y generan una mezcla casi impenetrable. También nos muestra la decadencia de lo que se ha llamado la democracia liberal —que nunca estuvo muy anclada en la justicia social, pero funcionó para una buena parte de la clase trabajadora y la clase media modesta—. Esto dejó de funcionar cuando las grandes corporaciones se globalizaron. 

Hay mucha gente que ha perdido mucho en estos últimos 30 años de globalización económica —y hago hincapié en lo económico corporativo—, pero este periodo con tecnologías digitales también ha permitido que aquellos que no tienen poder se organicen internacionalmente en torno a temas muy específicos. Por ejemplo, mujeres inmigrantes de Filipinas que han formado una red internacional de apoyo mutuo —solo posible porque existe el espacio digital— y que rastrean a los proxenetas y otros explotadores.

Por otro lado, esas mismas redes digitales también han fortalecido el sistema financiero, que a mi manera de ver es un sistema extractivo: extrae y deja tras de sí destrucción, como la minería o las empresas de agua (Coca-Cola, Nestlé), que acaparan tierras, expulsan a los residentes indígenas y extraen agua, y cuando se acaba el agua, se van y dejan detrás tierras muertas. Examiné estos temas en mi libro Expulsiones.

También Europa está respondiendo a los flujos de refugiados (económicos, políticos, bélicos…) con muros, securitización y políticas excluyentes. ¿Estamos viviendo un resurgimiento del fascismo de Europa?
Sí, coincido con esta manera de entender lo que está pasando. Al mismo tiempo, prefiero recuperar un lenguaje específico para esta época, y no simplemente decir que “es fascismo”; cuando uno usa estos términos a menudo es una invitación a no tratar de decodificar lo que está pasando. 

Desde mi punto de vista, este es un proceso que surge en los años 80, cuando se producen la privatización y la desregulación, dos decisiones cruciales para generar el sistema económico y social que estamos viviendo ahora. Yo lo veo como un sistema donde la lógica dominante es una lógica de extracción: una vez que has extraído todo lo que hay, no te importa qué pasa. En contraste, a la banca tradicional —que es una forma de comercio no extractivo, al contrario que las altas finanzas— le interesaba, por así decirlo, que a los hijos de sus clientes les fuera bien económicamente, porque ellos representaban futuros clientes, etc.

Importa que cada barrio, cada ciudad, cada pueblo se movilice para relocalizar lo que se pueda relocalizar y, a través de esas prácticas, empezar a generar solidaridades

Frente a esta lógica de expulsiones sistemáticas y a todos los niveles, ¿cuáles son las lógicas que nos hacen permanecer en la pasividad o en pequeñas luchas a menudo interconectadas?
Qué buena pregunta…, me la hago a menudo. Por eso considero que importa que cada barrio, cada ciudad, cada pueblo se movilice para relocalizar lo que se pueda relocalizar y, a través de esas prácticas, empezar a generar solidaridades. Hoy, probablemente, cada uno de estos espacios —del barrio a la ciudad— tiene gente que está movilizada. Y eso es muy importante. 

Hice un texto donde trabajé algo de esto con las tecnologías digitales, tratando de entender cuáles son las aplicaciones que habría que inventar para facilitar la vida de los vecindarios pobres, no muy apoyados por gobiernos locales, y para generar conexiones, solidaridades en el interior de esos vecindarios. A menudo la lucha por sobrevivir es tan dura que no hay mucha solidaridad, hay demasiado sufrimiento y angustia.

Ha sido muy crítica con la financiarización de la economía, indudablemente la principal responsable de la crisis de las subprime, extendida a Europa y a casi todo el planeta a partir de 2008. ¿Le preocupa que, pese a que en la cumbre del G8 se volviese a hablar de poner bridas a la financiarización, no se hayan tomado medidas reales para hacerlo?
Es un desafío derribar el sistema financiero. Tenemos que luchar por volver a la pequeña banca local tradicional y dejar que el gran sistema financiero se autodestruya. No creo que nosotros lo podamos destruir. Pero él mismo regularmente genera su propia crisis con sus excesos. Es un tema amplio y con muchas especificidades. Va a llevar trabajo cambiar las leyes y, para el poder ejecutivo y judicial, aplicar nuevas leyes y castigar a los que violan la ley. Hoy en día no pasa nada de eso. Nuestras clases políticas simplemente no hacen los deberes. Delegan el análisis en los propios sectores: las finanzas, las telecomunicaciones, etc. Es un desastre, un fallo catastrófico del sistema político.

Hay una marcada expulsión de las clases medias modestas y de las clases trabajadoras del espacio de vida en las grandes ciudades

Las críticas al Acuerdo de París sobre cambio climático, y más allá de las críticas, las dificultades puestas para su cumplimiento, muestran un panorama inquietante. ¿Cómo cree que debe orientarse esa transición?
El cambio climático es un gran tema, y lo he estado trabajando desde un ángulo bastante específico: creo que es crucial ir mucho mas allá de las políticas. Para mí, el desafío se centra en cómo movilizar las capacidades de la biosfera. Esto significa trabajar con biólogos interesados en el tema, con expertos, etc. Francamente, la política nos va ayudar un poco, pero no es para nada suficiente. 

Hace poco escribí un artículo en el que argumento que cada edificio tiene que trabajar dos vectores —no uno solo, la utilidad, como es el caso en la gran mayoría de las ciudades—. El segundo vector implica que cada edificio es una oportunidad, un vehículo para trabajar con la biosfera usando elementos biológicos —por ejemplo, cubrirlo con un tipo de bacteria que tapa las emisiones del edificio y con el tiempo va purificando el aire en su entorno—. Imagínate una vista aérea que muestre que cada edificio genera un entorno de aire purificado en una ciudad. Es solo un ejemplo, pero, como digo, cada superficie debe trabajar con el medio ambiente.

Cada localidad tiene que movilizarse, hacer su proyecto, y esos esfuerzos pueden generar solidaridades transversales. Esto falta en el norte. Creo que en América Latina se ve más, pero en el norte el grado de alienación es inmenso, es muy trágico. Hay una marcada expulsión de las clases medias modestas y de las clases trabajadoras del espacio de vida en las grandes ciudades. Un proyecto con el que buscamos encajar esto, además de otros elementos, es el que llamamos The Quito Papers, que lanzamos en Quito en el congreso Hábitat 3.

¿Es posible organizar esas propuestas de futuro sin un planteamiento global sobre la distribución de la renta y el tema de la desigualdad?
Ambos vectores importan —distribución de la renta y el tema de la desigualdad—, pero me parece que el desafío no es cómo se formulan estas dos propuestas con las que todos los que somos críticos podemos estar de acuerdo. El desafío es cómo construir los muchos y diversos puentes, por así decir, que nos pueden llevar a ese futuro. Y vamos a tener que construirlos… eso no cae del cielo. 

En términos retóricos me gusta decir: ¿realmente necesitamos una multinacional para tomar una taza de café en el barrio? Estoy pensando en todas las franquicias y en cómo cada una extrae parte de la capacidad de consumir de un vecindario y se lo lleva a sus sedes.

Derribar el sistema financiero y las grandes corporaciones no es fácil, es mejor que se autodestruyan. La batalla está en todo lo demás: traer vida económica y política a cada barrio, desarrollar redes digitales de apoyo, desarrollar mecanismos para generar solidaridades. Estoy pensando en barrios en Nueva York donde los desfavorecidos no tienen mucha solidaridad entre ellos… Esos vectores de solidaridad hay que construirlos.

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