Reunion Modi Xi Jinping
El primer ministro indio, Shri Narendra Modi en una reunión con el Presidente chino Xi Jinping en Tashkent. Foto: Gobierno de la India

Asia
El Soft Power y el desarrollo tecnológico en China e India

El soft power es un aspecto fundamental en las relaciones internacionales de nuestros días. Además, el desarrollo tecnológico es central no solo por su rol central en el crecimiento económico, sino por su creciente importancia en la diplomacia.

China e India son dos de los más importantes actores de una región, la asiática, inmersa en varias pugnas de influencia entre Estados y en disparidades evidentes. En un artículo reciente que se conecta estrechamente con este y que hace las veces de primera parte, se introducía la importancia de las relaciones entre los dos países más poblados del mundo. La historia de las mismas, si bien ofrece una óptica muy útil para entender los prismas culturales que rigen en ambas sociedades, adolece de herramientas para comprender el vertiginoso ritmo al que se mueven desde hace más de medio siglo.

Como los dos gigantes demográficos del mundo y compartiendo más de tres mil kilómetros de una tensa frontera, China e India están obligadas a (intentar) entenderse. Sus economías están necesariamente conectadas, sus rivalidades fronterizas tienen que encontrar cauces que dejen fuera de la ecuación la pesadilla nuclear y sus productos culturales ejercen una influencia recíproca. Además, terceros actores regionales e internacionales les miran con atención. Las tensiones de Estados Unidos con China tienen un considerable peso en una India acostumbrada a mirar a Washington y, desde hace no tanto tiempo, a Silicon Valley. América Latina tiene en China a uno de sus socios centrales, aunque India también está mostrando interés en la región desde una posición más cauta. Las Coreas y Japón observan con atención al elefante al tiempo que manejan con la prudencia habitual sus vínculos con China. En fin, el enlace Beijing-Dehli es uno sobre el que merece la pena posar el foco.

Terceros actores

El crecimiento de Japón después de la Segunda Guerra Mundial, copiado por Corea del Sur y fundado en el estrecho vínculo entre un Estado profundamente intervencionista y un sector empresarial conglomerado alrededor de un limitado número de grandes nombres, influyó en el modelo chino de desarrollo socialista. Aunque la economía nipona colocase al país a la cabeza de la región y, prácticamente, del mundo, éste no fue capaz de enterrar los recelos con los que China y Corea le miraban. Su violento pasado imperial no se borra del imaginario colectivo de los pueblos que lo sufrieron y las posturas revisionistas que se han adoptado desde el propio Estado japonés no hacen sino tensar todavía más las relaciones.

Eventos como la masacre de Nanjing todavía pesan en la visión que de Japón tienen los chinos, cuyo sistema educativo se esfuerza en que nunca se olvide “la humillación nacional”. Incluso el legislativo chino aprobó en 2014 la incorporación al calendario nacional del Día de la Victoria sobre Japón (3 de septiembre), el Día de la Memoria (30 de septiembre) y el Día Nacional de Recuerdo de la Masacre de Nanjing (13 de diciembre).

Las relaciones sino-japonesas han mejorado en los últimos años. Entre ambos países puede hablarse de tensión en los vínculos políticos, pero también de una relativa fluidez en el intercambio económico

Con todo, y aunque Japón mostrase una posición que no gustó del todo en China al respecto del conflicto hongkonés, las relaciones sino-japonesas han mejorado en los últimos años. Entre ambos países puede hablarse de tensión en los vínculos políticos, pero también de una relativa fluidez en el intercambio económico. Antes de que Nixon visitase China en la década de los 70, varias misiones japonesas habían mostrado interés en el mercado del Gigante. Volviendo a nuestros días, el ya ex primer ministro Shinzo Abe visitó a Xi Jinping en 2019 y Tokio dio la espalda a Estados Unidos, su principal socio en materia de seguridad, en varios asuntos: rechazó unirse a las agresiones comerciales de Trump, se incorporó a la Asociación Económica Integral Regional, donde China ejerce un papel central, y no se mostró contraria a explorar algún tipo de cooperación con la Nueva Ruta de la Seda.

Por su parte, India ha dejado muy atrás la política de no alineamiento iniciada por Jawaharlal Nehru para volcarse en lo que analistas de la administración Modi han decidido denominar multi-alineamiento. Este cambio contundente en la concepción de las relaciones internacionales genera situaciones impensables en otros países, tales como la de enviar una misión diplomática a la China comunista y estar volando una semana después para participar del Foro Cuadrilateral de Seguridad con Estados Unidos, Australia y Japón. Pese a este gran giro en su inserción en el sistema-mundo, India no duda en cuidar la herencia diplomática de la época de los no alineados. Es de esta forma que mantiene una relación más que cordial, por ejemplo, con Corea del Norte, siendo su segundo socio comercial y habiendo incluso enviado al país peninsular asistencia sanitaria durante la crisis del covid19.

Por otro lado, América Latina es una pieza especialmente interesante. Desde India a menudo se plantea que en la región hay una ventana de oportunidad, por cuanto los gobiernos latinoamericanos tendrían interés en reducir su creciente dependencia con respecto a China. No obstante, se mantiene la lógica del intercambio de materias primas por productos con alto valor agregado como vehículos de motor y tecnología informática.

La Unión Europea, a diferencia de América Latina, es capaz de negociar a menudo con China como bloque. Pero esta ventaja, que facilita resultados más favorables, no permite obviar la evidencia de que China tiene cada vez más poder en términos comparativos. De hecho, los ciudadanos europeos están cada vez más convencidos de que China camina en dirección a convertirse en la principal fuerza económica del mundo, aunque esta certeza va de la mano del rechazo cada vez mayor que se profesa hacia el país.

The (soft) power of a common man

La administración de Narendra Modi fue clara desde sus inicios al respecto de su intención de dejar una marca indeleble en el alma de la “Mother India”, y no hay forma más rápida e intensa de lograr ese objetivo que hacerse un lugar entre los ricos y famosos de Bollywood. La industria cinematográfica india no sólo maneja cifras siderales de rupias, sino que es también una máquina de producción de opiniones. Las estrechas relaciones con el star system de actrices y actores que ven con buenos ojos al lider nacionalista hindú no tardaron en plasmarse en invitaciones a actos de gobierno, protagonismo estelar en campañas estatales o incluso en la realización de una biopic dedicada integramente al chaiwalla en plena carrera por la reelección.

El interés de las castas políticas indias en Bollywood no llama la atención si se toma en consideración que son precisamente actores (y jugadores de cricket, la otra pasión nacional) quienes aparecen constantemente en las listas de las personas más influyentes del país. Sin embargo, no todo es de color rosa a este respecto para el Bharatiya Janata Party, ya que Modi ha tenido que enfrentar también cuestionamientos explícitos a sus políticas discriminatorias por parte de actrices como Swara Bhasker, quien no dudó en posicionarse a favor de las protestas tanto de musulmanes como de agricultores que recientemente tuvieron en vilo al país.

El interés de las castas políticas indias en Bollywood no llama la atención si se toma en consideración que son precisamente actores (y jugadores de cricket, la otra pasión nacional) quienes aparecen constantemente en las listas de las personas más influyentes del país

El cine indio viene aumentando su popularidad incluso fuera de sus fronteras. Aamir Khan es el ejemplo más paradigmático, ya que es considerado el indio más popular en China, más conocido incluso que el PM Modi. La popularidad de Aamir, “el favorito del dragón” como acostumbran a apodarle despectivamente los ultranacionalistas de las redes sociales, comenzó a hacerse palpable con producciones como 3 idiots o Dangal, películas con gran crítica social capaces de interpelar y conmover al público chino. Son las temáticas de sus películas, que a menudo pivotan alrededor de temas como las relaciones filiales, la presión por lograr el éxito en los estudios y las diferencias entre el ámbito rural y urbano, las que lograron establecer un puente narrativo entre realidades compartidas por ambas sociedades.

Por su lado, China parece lejos todavía de desarrollar una industria cinematográfica que compita con H/Bollywood. El c-pop, o pop chino, tampoco puede hacer sombra a los asentados j-pop y —especialmente— k-pop. No obstante, planes como Made In China 2025 y el XIV Plan Quinquenal (2021-2025) son la punta de lanza de la apuesta del Partido Comunista de China por colocar al país a la cabeza del desarrollo de la Inteligencia Artificial, la nube, el 5G, el internet de las cosas y el big data. Con el primero, el gobierno pretende aumentar la presencia de producción nacional en materiales básicos hasta un 70% en 2025 alrededor de campos como la industria aeroespacial, los semiconductores o la robótica. Atrás quedó la era del escepticismo de Mao con los científicos y el progreso tecnológico.

La tecnología en el centro

La China de hoy conjuga el impulso del capital privado con la seguridad de lo público para dar pie a gigantes como Huawei, Alibaba o Tencent, capaces competidoras de sus homólogas estadounidenses, coreanas y japonesas. Solo el BJP indio, del mismo Narendra Modi, supera al PCCh en número de militantes en todo el mundo, aunque por la esencia de partido único del sistema chino, su importancia pareciera ser mayor que la de aquel. Cuando se habla del Partido Comunista de China se habla quizá del partido más importante del mundo, o al menos aquel de cuyas decisiones dependen sin filtros más aspectos de la gobernanza y el desarrollo económico mundial.

En India, la importancia del sector IT y del software en general se ha acrecentado y consolidado con el correr de las décadas. Con un inicio errático en manos de Nehru y una gestión todavía más problemática a cargo de Indira Gandhi, el sector de las nuevas tecnologías demoró en desplegar todo su potencial. Fue bajo la administración de Rajiv Gandhi cuando se decidió apostar sin titubeos por convertir a la India en una nación pionera en el desarrollo de software. Se incrementaron los beneficios para las empresas del sector, se liberalizó la importación de ordenadores y se invirtió en la formación de profesionales. Esto, sin embargo, produjo una situación indeseada: se formaron más recursos humanos de los que las empresas pudieron absorber, provocando que cada año miles de jóvenes sobrecalificados emigren en búsqueda de oportunidades en el sector, conformándose una diáspora laboral que engrosa año a año los números de los NRI [non resident indians].

En Asia Oriental, el desarrollo económico se vincula inequívocamente con el desarrollo tecnológico. La idea 技术立国 (jishu liguo) se viene empleando desde hace décadas en China para expresar la necesidad de poner los avances tecnológicos en el centro del desarrollo nacional. Corea del Sur y Japón son casos evidentes, pero también China desde las reformas de Deng y, en menor medida, Corea del Norte desde que asumiese Kim Jong-un en 2011, han puesto esta materia en el centro del debate público. Esta idea se conecta estrechamente con el tecnonacionalismo que algunos autores traen a menudo a colación, es decir, la postura según la cual es la competencia entre Estados-nación la que impulsa el desarrollo tecnológico nacional.

El gobierno chino proyecta un futuro en el que el país haya abandonado toda dependencia con Occidente en materia de suministro de chips, de hidrógeno para vehículos y muchos otros elementos

El gobierno chino proyecta un futuro en el que el país haya abandonado toda dependencia con Occidente en materia de suministro de chips, de hidrógeno para vehículos y muchos otros elementos. No obstante, la escala tecnonacionalismo/tecnoglobalismo está repleta de grises. Prácticamente todos los Estados practican ambos de una u otra forma, y China no es menos. Es cierto que el Gigante Asiático protege y da soporte a su industria pública y privada para que compita en los mercados internacionales, pero también son ciertos sus esfuerzos por cooperar en materias como la exploración espacial.

En 1988, por ejemplo, Brasil y la República Popular China firmaron un acuerdo de cooperación que se plasmó en el lanzamiento del primer satélite de recursos terrestres sino-brasileño en 1999. Cuatro años más tarde, Yang Liwei salió al espacio a bordo del Shenzhou 5, convirtiéndose China en el tercer país en enviar humanos al espacio de manera independiente. Como respuesta a una extensa lista de limitaciones que la Administración estadounidense ha volcado sobre investigadores y profesionales chinos en lo que a cooperación con la NASA se refiere, China ha profundizado sus esfuerzos a escala espacial. El 10 de febrero de 2021 el Tianwen-1 entró en órbita marciana, hecho que tuvo extraordinarias implicaciones para el PCCh, ya que en el 2021 se cumplen 100 años de la fundación del Partido. Además, lo cierto es que el gobierno de Xi Jinping viene cumpliendo buena parte de sus objetivos cortoplacistas enmarcados en el objetivo general: alcanzar la “modernización socialista” en 2035. El próximo podría ser el establecimiento de la estación espacial permanente china para 2022.

Desde Aryabhata —el primer satélite indio lanzado en 1975 desde un cosmódromo de la URSS— se han sucedido proyectos aeroespaciales cada vez más complejos, convirtiéndose incluso en sede de lanzamientos para satélites de países como Argentina o Malasia. En consonancia con el Make in India propuesto en 2014 como línea troncal del gobierno de Modi luego de la crisis de los mercados emergentes, el elefante asiático se muestra avanzando a paso firme hacia su próximo objetivo: convertirse en el cuarto país en lanzar una misión espacial tripulada. El lanzamiento estaba previsto para el año 2022 (coincidiendo con el 75° Aniversario de la Independencia), pero debido a la crisis del covid19, los planes se han visto pospuestos.

India
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Merece la pena mencionar el sector del videojuego en este repaso por los aspectos del soft power chino e indio. Modi se pronunció de manera nítida a este respecto, enfatizando la necesidad de apoyar “el desarrollo de juegos inspirados en la cultura y los cuentos populares de la India” en línea con el mismo planteamiento de Make in India. Cuando uno se sumerge en el universo de Raji: An Ancient Epic encuentra una movilidad decente y un sistema de batalla dentro de lo habitual, pero sobre todo planos impresionantes de templos hindúes y de paisajes naturales y una narrativa que en absoluto disimula su voluntad de acercar al jugador a la mitología hindú. En la línea de otro aspecto del gobierno de Modi, aquel que reza “Ek Bharat Shreshtha Bharat” [“Somos uno y estamos orgullosos de ello”], lo indio en Raji no tiene que ver con la diversidad intrínseca al país sino con lo hindú, elemento indisociable de la identidad nacional india según los seguidores de la corriente hindutva —nacionalismo hindú—, entre los que se encuentra Modi.

En China, el estrés al que se vincula el crecimiento frenético del país está ayudando a incorporar a grandes núcleos de juventud a los circuitos de consumo de videojuegos. Esto está teniendo lugar mucho antes de que las marcas chinas alcancen una posición de competitividad con los grandes nombres de la industria. No obstante, la desarrolladora china Game Science nos da una pista de lo que se puede esperar. En 2016 lanzaron Art of war: Red tides, título que hace recordar a la mítica obra de Sun Tzu. En 2023 se espera que salga a la luz Black Myth: Wukong, una obra centrada en el Rey Mono de Viaje al oeste (1590) que ya sirvió de inspiración para el personaje de Goku.

En definitiva, muchas cosas han cambiado desde que Xuanzang visitó Nalanda. Pero algo se ha mantenido: China e India siguen siendo dos gigantes condenados a mirarse cara a cara.

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#85965
29/3/2021 21:21

No me meto con China y, menos, con la India.

Estos dos países han demostrado que lo común puede ser perfectamente real.

En mi vida ha habido algo de común; ¿y sabéis qué?: no lo cambió por nada.

Es más: yo diría que lo común me ha salvado la vida. Más que lo privado, que, más bien, me ha perjudicado.

No se puede criticar algo que no se conoce, dicen. Y por eso digo: conozcamos antes de criticar.

Todo lo que tiene que ver con China es desconocido en Occidente... Y, con la India, más o menos lo mismo.

Aprendamos de la lección y apliquémoslo a nuestro entorno. Solo así se avanza.

Nosotros, los españoles, con sentido común.

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