Opinión
Pinchazo del constitucionalismo en la Asamblea de Madrid
El pleno de investidura sin candidato en la Asamblea de Madrid ha puesto en marcha el reloj de la legislatura: si no hay un acuerdo antes del 10 de septiembre, se repetirán elecciones.

El abuso de la retórica en la fase política de los gobiernos minoritarios contrasta con la total ausencia de la persuasión. Nadie compra el discurso de los demás y, en este momento, los pocos acuerdos programáticos que se alcanzan son material fungible, una casita de papel para pasar unas vacaciones antes de llegar a lo mollar de las negociaciones. Si la situación es anómala, como ha sucedido hoy en el pleno de la Asamblea de Madrid, el resultado es la completa nada. Y eso, nada, es lo que ha pasado hoy en la sesión de investidura salvo que se ha puesto en marcha el reloj que puede terminar con la investidura: límite, 10 de septiembre.
No se espera que se apure ese límite. Partido Popular, Ciudadanos y Vox acabarán por encontrarse en el voto a Isabel Díaz Ayuso. Les une el “constitucionalismo”, esa etiqueta mágica creada por Ciudadanos con la que se delimita el campo de lo posible: ampliable al PSOE cuando es necesario y ampliada desde la formación de Gobierno andaluz a la extrema derecha de Vox. Ser constitucionalista hoy es lo que Ciudadanos quiere que sea. Al menos en su escalada retórica. Al PP le viene de perlas y Vox tampoco se queja.
Por tanto, esta mañana en la Asamblea de Madrid ha acontecido un fracaso del constitucionalismo. Están de acuerdo en la bajada de impuestos, en premiar el mérito (signifique eso lo que signifique) y comparten otro puñado de recursos floridos —como que Madrid es a) un bastión o b) el corazón de España—, pero no han conseguido pactar el “gobierno de centro liberal, reformista, moderado” que prometía Ignacio Aguado, portavoz de Ciudadanos. Quizá porque, más allá de la retórica, lo que van a pactar no es un gobierno de centro liberal. Y para eso hace falta algo más de tiempo.
Falta de nervios o todos nerviosos
La política española se repite más que el ajo. Algunas fórmulas se pasan de unas figuras a otras como una litrona antes de un concierto. Aguado ha copiado de su jefe, Albert Rivera, la expresión para atacar a sus rivales: “Les veo muy nerviosos”. Con ella —además de poner nervioso a quien está viendo el debate— se evidencia el nivel del espectáculo; donde no hay programa, ni nada que decidir, hay juicios estériles sobre actitudes personales. Juicios falsos, además. Nadie está nervioso en una sesión que nace muerta.
El desfile de los grupos parlamentarios refrenda la situación de impás antes del acuerdo de las tres derechas. Como tal, es un trámite. Isabel Serra, de Unidas Podemos, entra en materia denunciando el “teatrillo” de las tres derechas. Íñigo Errejón, de Más Madrid, plantea que su propia etiqueta “gobierno de regeneración” era un llamamiento a la responsabilidad de Ciudadanos. Agua. Aguado le contesta con el recuerdo de cuando Errejón se manifestaba públicamente en apoyo a Venezuela. También sale la bola de Lenin (¡bingo!). Lo más sustancioso del discurso de Errejón, sin embargo, está dedicado a “Unidos Podemos e Izquierda Unida”, a los que se refiere como dos grupos aunque formen solo uno. La lucha por el microrrelato; destino, La Moncloa.
Mención aparte para Rocío Monasterio, portavoz de Vox. Sonrisa aristocrática, tono de catequesis, alguna frase hecha —“hablando se entiende la gente”— para trazar las líneas que los ultraconservadores fijan para el futuro Gobierno: la primera, poner fin “al consenso socialdemócrata que tanto daño ha hecho”. Ya no se trata de Venezuela, sino del kilómetro cero del corazón de España. Algo que los rojos han echado en el pantano de Lozoya durante estos 24 años de gobierno popular de la Comunidad de Madrid. La forma de exponer la conjura de la izquierda sitúa a los espectadores en el salón de actos de toda una Colonia Dignidad. El mensaje queda claro: “Si quieren nuestros votos, deben respetar a nuestros votantes”. Que no son de centro, ni son liberales.
No hay duelo entre Isabel Díaz Ayuso y Ángel Gabilondo, los candidatos más votados. Los partidos alfa y beta del bipartidismo en Madrid han dejado que el abuso de la retórica lo ejerzan otros. Díaz Ayuso, quien, sin potestad para hacerlo, se reunió ayer con el Gobierno en funciones —de Pedro Rollán, el presidente actual— para presentar sus credenciales, ha defendido que el voto a los tres partidos de la derecha era el voto a favor de las “recetas que el Partido Popular ha aplicado con gran éxito en esta Comunidad”. Figura retórica: la metonimia, en este caso para designar la parte —el Partido Popular de Gallardón, Aguirre, González y Cifuentes— por el todo —la suma fracturada de los tres partidos de derechas—. Muerto Arturo Fernández, quizá sea el momento de llevar el gran éxito de Aguirre, González y Granados al Teatro Amaya de Chamberí.
La réplica de Gabilondo ha consistido en explicar que el PP de los últimos 24 años es el éxito de corruptores y corrompidos de los casos Canal, Avalmadrid, Gürtel, de la Ciudad de la Justicia o la Púnica. La persuasión imposible pasa por hacer olvidar ese legado y presentar como una lógica consecuencia del constitucionalismo la perpetuación del programa que ha conseguido que una de cada cinco personas en la región sean pobres, o que, junto con las Islas Canarias, la Comunidad de Madrid lidere el ránking de pobreza infantil.
La investidura sin candidatura de hoy termina con la certeza de que hasta el 10 de septiembre habrá tiempo para encontrar una fórmula de Gobierno que satisfaga a quienes quieren terminar con la Comunidad de Madrid —poner fin al Estado de las autonomías— y quienes la ven como un bastión desde el que luchar contra los enemigos de España mediante la fórmula de la competencia fiscal con los otros territorios peninsulares. La cuestión es que no son posiciones incompatibles, siempre y cuando se tome la parte, Madrid y el trío de Colón, por todo el Reino de España.
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