Análisis
Elecciones presidenciales en Polonia: duelo entre derechas y colapso de la alternativa progresista

Hay que dejar de observar el caso polaco desde una óptica ingenua sobre 'la democracia' y empezar a ver lo que está en juego: la degradación institucional.
Rafał Trzaskowski
El actual alcalde de Varsovia y ganador de la primera vuelta Rafał Trzaskowski. (CC BY-NC)
Varsovia, Polonia.
21 may 2025 13:00

El domingo pasado, 18 de mayo, se celebró la primera ronda de las elecciones presidenciales en Polonia; está previsto que la segunda tenga lugar el próximo 1 de junio. Uno de los temas destacados por la prensa internacional ha sido la defensa de la 'democracia' en el país. Sin embargo, ese enfoque pierde de vista un aspecto fundamental: la base económica. Sin transformaciones estructurales en este ámbito, cualquier forma de democracia seguirá siendo una ilusión.

Tras los comicios parlamentarios del 15 de octubre, una coalición 'democrática' asumió el poder y puso fin a ocho años de gobierno de la derecha radical liderada por el partido Ley y Justicia (PiS) de Jarosław Kaczyński. Al frente del nuevo Ejecutivo se puso Donald Tusk, veterano político liberal, expresidente del Consejo Europeo (2014–2019) y de la formación de centroderecha Partido Popular Europeo (2019–2022). Las redes sociales se llenaron entonces de memes que ironizaban sobre su regreso “a la patria” como un salvador montado en un caballo blanco.

Entre las primeras promesas figuraban un giro desde el neoliberalismo tecnocrático hacia una gestión más humana y democrática, lo que incluía reformas como la liberalización de la ley del aborto, una política de vivienda de carácter social, y una mayor inversión en cultura y educación. Nada de eso se ha materializado.

Neoliberalismo versus 'estatismo'

Según los datos oficiales, el actual alcalde de Varsovia y de talante pro europeo Rafał Trzaskowski, del partido de Tusk, ha obtenido el 31,36% de los votos, mientras que el ultraconservador Karol Nawrocki (apoyado por el partido de Kaczyński) ha alcanzado el 29,54%. Los siguientes candidatos en la lista pertenecen al partido ultraderechista Konfederacja, con posturas abiertamente antisemitas y referencias simbólicas a tradiciones como las de Franco o Pinochet.

Trzaskowski representa al campo liberal de Tusk: ex eurodiputado, procedente de una élite cultural de Varsovia (su padre fue un conocido músico de jazz). Nawrocki, por otra parte, vinculado al entorno de Kaczyński, fue presidente del Instituto de la Memoria Nacional, un órgano gubernamental encargado de la llamada 'descomunización' del país. Mientras Trzaskowski cultiva una imagen de intelectual liberal, Nawrocki aparece como un “duro”, incluso con conexiones dudosas con círculos mafiosos.

Ambos, sin embargo, son candidatos de derecha. La única diferencia es que el liberalismo económico de Trzaskowski prioriza desregulaciones como la reducción de cotizaciones a la seguridad social para las empresas (sin tocar las de los trabajadores), mientras que el 'estatismo' de Nawrocki apuesta por un control estatal autoritario al servicio de las élites económicas, incluidos los grandes constructores.

La única diferencia es que el liberalismo económico de Trzaskowski prioriza desregulaciones, mientras que el 'estatismo' de Nawrocki apuesta por un control estatal autoritario al servicio de las élites económicas

Tal como ya se anticipaba en diversos análisis —incluyendo uno reciente en Jacobin—, la verdadera contienda se daría entre dos derechas. La izquierda, fragmentada, se presentó con dos candidaturas: una más institucional y socialdemócrata, la de Magda Biejat del partido Lewica, respaldada por sectores veteranos de la izquierda; y otra más activista y testimonial, la de Adrian Zandberg del partido Razem, cuyo discurso moralizante tuvo escaso impacto electoral. La decisión de presentarse por separado se tomó ya hace varios meses, como resultado de una división dentro de la coalición de izquierda. Biejat permaneció en el gobierno de Tusk, defendiendo su ala izquierda, mientras que Razem, bajo el liderazgo de Zandberg, pasó a la oposición.

Los debates, por tanto, no giraron en torno al Estado de Derecho, repetido sin sentido desde el campo liberal, sino en torno a un vacío de representación real. Tras conocerse los resultados, las redes sociales se llenaron de mensajes de pánico por parte del entorno de Tusk: llamamientos a 'movilizarse', advertencias de 'resistencia' y 'lucha'.

El voto de protesta alimentando a la extrema derecha

Los verdaderos beneficiados de esta primera jornada electoral, sin embargo, fueron los ultraderechistas. Sławomir Mentzen, de Konfederacja, quedó tercero con un 14,8%, seguido del monárquico prorruso Grzegorz Braun de Konfederacja Korony Polskiej, nostálgico del franquismo y del pinochetismo, con un 6,3%. En comparación, la suma de los votos para Biejat y para Zandberg apenas supera el 9%.

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Las razones del triunfo de la extrema derecha (Nawrocki, Mentzen, Braun) son múltiples. Por un lado, los liberales sabían que parte del electorado de izquierda votaría por ellos “para frenar a la derecha”, así que su discurso se orientó hacia el votante conservador, incluso con ataques a la izquierda. Por otro lado, no hay que olvidar la persistencia de una profunda desconfianza hacia el Estado, como ocurre en muchos países del espacio postsoviético. Según el European Social Survey, en Polonia hay escasa fe en la participación política. Esto explicaría el éxito de PiS, que incluso desde el Gobierno logró mantener un perfil 'antisistema'.

No hay que olvidar la persistencia de una profunda desconfianza hacia el Estado, como ocurre en muchos países del espacio postsoviético

Aquí podemos observar una paradoja interesante: la extrema derecha polaca, aunque defiende intereses empresariales, lo hace en nombre del pueblo, del demos, que lucha contra unas élites imaginadas, ya sean bruselenses o postsoviéticas. En la práctica, no se trata de un enfrentamiento entre el pueblo y el poder, sino entre distintas élites económicas y políticas. En la práctica, esto significa una lucha entre élites: algunas de ellas utilizan el lenguaje del populismo también en un sentido de izquierda, pero eso no quiere decir que realmente les importe la emancipación; sino más bien introducir nuevas élites, y además extremadamente reaccionarias. Desde hace años, en países como Polonia —pero también en Rumanía o Hungría, y en otro sentido, en Rusia—, estamos asistiendo a una contrarrevolución de la pequeña burguesía. Nawrocki no es más que una de las manifestaciones de este fenómeno social.

InPost , la desregulación y el desmantelamiento del Estado

En este contexto, resulta revelador el protagonismo del nuevo Comité Gubernamental para la Desregulación, un organismo que, según fuentes oficiales, trabaja “en colaboración con los agentes sociales” para simplificar las normas para empresarios. ¿Quiénes son esos 'agentes sociales'? La respuesta es sencilla: Rafał Brzoska, uno de los hombres más ricos del país, fundador del gigante logístico inPost, presente también en España.

Hasta el momento las reformas propuestas por el Comité Gubernamental para la Desregulación son sutiles: respetar la presunción de inocencia para los contribuyentes en casos fiscales, o evitar sanciones por errores “no intencionados”, lo que en la práctica supone aliviar la responsabilidad de los empresarios. Pero ya se han anunciado medidas más agresivas: recortes fiscales para los más ricos y una desregulación casi total del mercado.

Según los planes del Ejecutivo, en junio de 2025 se aprobarán medidas para reducir en un 30% los costes de las pequeñas y medianas empresas. Se dice que esto aumentará la “competitividad de la economía europea”; pero lo cierto es que abre un escenario incierto y preocupante.

Según los planes del Ejecutivo, en junio de 2025 se aprobarán medidas para reducir en un 30% los costes de las pequeñas y medianas empresas

Polonia se enfrenta a un dilema profundo. Las propuestas del 'Elon Musk polaco', como algunos llaman a Brzoska, solo podrían ser vetadas por un presidente de izquierda. Nawrocki podría oponerse solo para negociar con más fuerza con el capital, algo que Tusk parece aceptar sin condiciones.

Por eso hay que dejar de observar el caso polaco desde una óptica ingenua sobre “la democracia” y empezar a ver lo que está en juego: una degradación institucional en la que todos los bloques políticos, de una u otra forma, contribuyen a desmontar el Estado, no a reforzarlo.

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