Análisis
Dos populismos

Pese a compartir principios y estar ambos en el Gobierno, los recientes resultados de Fidesz en Hungría y del Partido Democrático Esloveno no han podido ser más distintos. ¿Qué diferencias han sido determinantes para que Orbán conserve el poder y Janša no?
Viktor Orban 2021
Viktor Orbán, primer ministro húngaro en la cumbre de la OTAN del pasado mes de junio.

Dos partidos gobernantes de la derecha nacionalista europea concurrieron a sendas elecciones generales durante el pasado mes de abril: Fidesz-Unión Cívica Húngara (Fidesz-Magyar Polgári SzövetségI), de Victor Orbán, y el Partido Democrático Esloveno (Slovenska Demokratska Stranka, SDS) de Janez Janša. Los resultados no podrían haber sido, sin embargo, más diferentes. Fidesz obtuvo el 54 por 100 de los votos, incrementando en cinco puntos porcentuales sus resultados de 2018, mientras que la principal alianza de la oposición húngara, constituida por varios partidos liberales más el derechista Jobbik, obtuvo solo el 35 por 100 de los sufragios. En cambio, en la vecina Eslovenia, el Partido Democrático Esloveno obtuvo un escaso 24 por 100 de los votos y fue expulsado de la presidencia del país, mientras que el liberal Movimiento por la Libertad (GS) –una formación de reciente creación liderada por el antiguo magnate de la energía Robert Golob– fue el partido más votado, alcanzando el 35 por 100 de los sufragios. Los medios de comunicación internacionales lamentaron la victoria de Orbán y celebraron la derrota de Janša, la cual supuestamente demuestra que el populismo de derecha puede ser derrotado por un centro político reestabilizado. 

En los análisis predominantes, el Partido Democrático Esloveno suele ser considerado como un hermano menor de Fidesz. Ambos pretenden construir un partido-Estado de derecha mediante el control de la prensa, del sistema educativo y del poder judicial. Ambos utilizan el dinero público para crear amplias redes clientelares. A pesar de estos rasgos comunes, sin embargo, las políticas socioeconómicas del Partido Democrático Esloveno se han acercado más a las del centro liberal que al programa nacionalista de Fidesz. Además, las trayectorias del desarrollo húngaro y esloveno desde principios de la década de 1990 han sido divergentes, lo cual ha tenido implicaciones de gran alcance para el panorama político de cada uno de estos países. Así pues, las perspectivas de un próximo gobierno del Movimiento por la Libertad de Robert Golob pueden evaluarse provechosamente comparando la experiencia eslovena con la de su vecino oriental. ¿Cómo se comparan ambas?

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Un activo fundamental de Fidesz, utilizado en las diversas campañas electorales de la última década, ha sido su negativa a aceptar sin restricciones la presencia del capital extranjero en el pías, estrategia hasta entonces perseguida por las clases dominantes húngaras. A mediados de la década de 2000, el gobierno de coalición dirigido por el Partido Socialista Húngaro (MSZP) estaba totalmente desacreditado. El entonces primer ministro Ferenc Gyurcsány admitió que había mentido persistentemente sobre la situación económica del país y que había abandonado las promesas sociales que habían permitido su elección. A partir de 2006, su gobierno intensificó las medidas de austeridad, lo cual provocó la caída abismal de sus índices de popularidad, tendencias que se vieron agravadas por la crisis financiera global de 2008. Esta situación permitió a Fidesz lanzar un eficaz desafío electoral en 2010, prometiendo remediar la situación económica y sustituir la ideología del “liberalismo internacional”, que en su opinión había limitado el potencial nacional de Hungría. El partido obtuvo el 53 por 100 de los votos, lo cual se tradujo en una mayoría parlamentaria de dos tercios de los escaños, hecho que le permitió reformar la Constitución y afianzarse en el aparato estatal.

Tras la crisis de 2008, Fidesz percibió la oportunidad de potenciar el papel del capital nacional. Durante su primer período en el gobierno (1998-2002), el partido no cuestionó la primacía de la inversión extranjera; sin embargo, a lo largo de la década de 2000, el mencionado desequilibrio existente entre el capital doméstico y extranjero generó un creciente descontento entre la clase capitalista nacional. Al mismo tiempo, las reformas pro austeridad de Gyurcsány, concebidas inicialmente en 2006 y radicalizadas luego mediante el programa del FMI de 2008, marginaron a grandes estratos de la población trabajadora. Determinados sectores de la clase media contrajeron enormes deudas en divisas, que tras la depreciación del forint las colocó en una grave situación, a la cual los prestamistas extranjeros no prestaron ninguna atención ni ofrecieron solución alguna.

Una vez en el poder, Fidesz se propuso mejorar las condiciones de la clase media, que a su vez se convirtió en su principal base electoral. Con sus políticas monetarias heterodoxas y su enfrentamiento parcial con los bancos extranjeros, el partido alivió la precaria situación de los deudores húngaros. Durante el mandato de Orbán, el banco central húngaro aplicó políticas monetarias proactivas, que favorecieron el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas nacionales, mientras el gobierno utilizaba las licitaciones públicas, los acuerdos de concesión de licencias, los impuestos y las políticas crediticias para favorecer a los capitalistas nacionales en áreas como la banca, los medios de comunicación, el comercio minorista y los servicios públicos. Estas medidas fueron cruciales para construir lo que la socióloga húngara Erzsébet Szalai llama una “burguesía clientelar” leal al partido gobernante.  

Por supuesto, la ruptura de Fidesz con el neoliberalismo estuvo lejos de ser total. En la producción de bienes para la exportación, la economía húngara siguió dependiendo del capital extranjero, y no dejo de proporcionar a las multinacionales incentivos financieros y tipos impositivos reducidos en el impuesto de sociedades. Orbán combinó generosas prestaciones familiares para las clases medias con duros planes neoliberales de ajuste del mercado de trabajo y de las políticas de bienestar. Utilizó los proyectos de obras públicas para forjar vínculos clientelares con los sectores más pobres de la población, al tiempo que aprobaba reformas que afectaban a la baja los derechos laborales y atacaban la organización sindical de los trabajadores y trabajadoras.

El resultado global del programa de Fidesz fue lograr una situación macroeconómica caracterizada por una mayor estabilidad que la obtenida durante las dos primeras décadas de transformación capitalista. El partido consiguió reducir la dependencia financiera exterior del país y la vulnerabilidad que se deriva de ella. Con estos logros se presentó a la contienda electoral de abril de este año, poniendo en el centro de su campaña electoral cuestiones relacionadas con las condiciones de vida más perentorias como la subida del 20 por 100 del salario mínimo, el control de los precios y las pensiones mensuales. La oposición liberal se sintió profundamente incómoda con estos temas. Sus políticas económicas suponían un retroceso a la década de 1990 y principios de la siguiente, lo cual suponía revivir los dogmas del libre mercado que habían sido deslegitimados hacía mucho tiempo. La oposición liberal atacó sistemáticamente el autoritarismo del gobierno, pero descuidó las cuestiones sociales más básicas y, por consiguiente, no logró llegar a los votantes situados más allá de su base de apoyo tradicional.

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La trayectoria de Eslovenia en las últimas décadas difiere netamente de este modelo. A principios de la década de 1990, tras el colapso de la URSS, las clases dirigentes del país defendieron políticas características de un nacionalismo económico selectivo. Intentaron proteger la hegemonía del capital nacional en el sector bancario, mientras abrían la economía eslovena al capital extranjero en los sectores industriales orientados a la exportación. Los sindicatos eran en ese momento lo suficientemente fuertes y combativos como para influir en la elaboración de las políticas económicas a través de las correspondientes instituciones tripartitas. Este modelo empezó a romperse cuando Eslovenia se adhirió a la UE en 2004 y a la eurozona en 2007, antes de desmoronarse por completo con el crac financiero de 2008.

Bajo la presión de los mercados financieros y las constricciones impuestas por la pertenencia de de Eslovenia a la eurozona, los sucesivos gobiernos eslovenos —dirigidos tanto por los partidos liberales como por el Partido Democrático Esloveno— adoptaron la agenda europea al completo, optando por las consabidas políticas de austeridad, liberalización y privatización. Cuando el Partido Democrático Esloveno, que había dirigido y gobernado en coalición entre 2004 y 2008 hasta justo antes de la crisis financiera, volvió al poder en 2012, no cuestionó la acelerada desnacionalización de la economía. Su coalición redactó los planes iniciales para proceder a la venta de bancos y empresas públicas endeudados, que posteriormente fueron aplicados con algunos cambios menores por los liberales cuando llegaron al poder. La presión de la UE desempeñó un papel importante en este realineamiento. En 2013, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo intervinieron directamente en la reestructuración del sector bancario esloveno, aplicando la misma medicina amarga que había dispensado a otros países bajo el mandato de la Troika (Grecia, Portugal, Irlanda, España y Chipre). Como resultado de ello, el gobierno se vio obligado a recapitalizar los bancos a un precio mucho más alto del calculado inicialmente y comenzó a privatizarlos bajo la supervisión de la Comisión. Esta reestructuración macroeconómica regresiva rompió los estrechos vínculos existentes entre el sector bancario y el capital nacional, al tiempo que potenció a su contraparte extranjera. El programa económico-nacionalista de Fidesz era, pues, totalmente ajeno al Partido Democrático Esloveno.

En ambos países, el bloque de los partidos liberales que encabezaba la integración en la UE y en la eurozona prácticamente se derrumbó tras el estallido de la crisis financiera global de 2008. Entre 2009 y 2013, Eslovenia fue testigo de manifestaciones masivas contra la corrupción de la clase política, así como de una creciente militancia obrera, que rechazaba las estructuras asfixiantes de los sindicatos tradicionales. Pero a diferencia de Hungría, ello creó un vacío de poder que fue llenado por dos fuerzas distintas. Por un lado, el periodo de intensas luchas sociales permitió la formación de un partido de izquierda (inicialmente llamado Izquierda Unida, Združena Levica), que se convirtió en un estridente opositor al modelo neoliberal y acabó obteniendo nueve escaños en el parlamento. Por otro, proliferaron los partidos creados a toda prisa y altamente personalizados, que pretendían vender la experiencia de sus líderes: la Alianza de Alenka Bratušek, el Partido de Miro Cerar, la Lista de Marjan Šarec, etcétera.

Estas nuevas formaciones se ganaron rápidamente la confianza de los votantes y la perdieron con la misma facilidad. Tras haber amañado un precario y raquítico gobierno de coalición en 2013, continuaron aplicando las mencionadas políticas neoliberales esta vez con un sesgo antidemocrático: la constitucionalización de los límites presupuestarios establecidos por la UE, además de la restricción de los referéndums públicos sobre cuestiones relacionadas con los presupuestos generales del Estado, los tratados internacionales o la seguridad nacional. A medida que su popularidad caía, estos partidos tecnócratas hicieron varios intentos fallidos de apuntalar una coalición. Sus gobiernos fueron muy inestables. Mientras tanto, el Partido Democrático Esloveno se mantuvo al margen, listo para aprovechar el inevitable colapso de aquellos. A diferencia de los nuevos partidos, que prometían superar la división izquierda-derecha, el Partido Democrático Esloveno insistió en su postura anticomunista de línea dura y culpó de los problemas de la economía eslovena al “Estado profundo”. También aprovechó las redes sociales para movilizar a sus bases, propiciando una histeria constante sobre Soros y los refugiados entre un sector vociferante de la población.

El último gobierno del Partido Democrático Esloveno, que volvió al poder en 2020, fue el primero desde 2008 que se mantuvo en el cargo hasta el final oficial de su mandato. Pero mientras que Fidesz pudo consolidar su posición dominante, el Partido Democrático Esloveno fue incapaz de desarrollar un equivalente a la burguesía clientelar de Orbán. Al comienzo de la pandemia de la covid-19, el partido consiguió formar una coalición cuando dos pequeños partidos aceptaron unirse a él, cambiando de bando en un intento desesperado por evitar unas elecciones anticipadas en las que habrían perdido sus escaños. Sin embargo, pese a beneficiarse de estas contingencias parlamentarias, Janša no consiguió traducirlas en una mayoría duradera. En lugar de ello, su estrategia de respuesta a la pandemia fue chapucera y desordenada. Al presentar un programa de acción caótico entre las medidas de salud pública y los estímulos económicos, alienó tanto a los sindicatos como a las organizaciones empresariales. Los pequeños aumentos salariales, anunciados antes de las elecciones, no fueron suficientes para recuperar la confianza de los ciudadanos. Posteriormente, el Partido Democrático Esloveno trató de emular el catálogo de medidas represivas de Fidesz, utilizando la pandemia como pretexto para ampliar su influencia sobre los medios de comunicación, la policía y la sociedad civil. Sin embargo, en un país con una tradición antifascista relativamente sólida y un estrato politizado de actores de la sociedad civil liberal, esa influencia solo llegó hasta un determinado punto. Cuando se inició la campaña electoral de 2022, la oposición marcó la agenda: destacar los aspectos autoritarios, xenófobos y nacionalistas del gobierno del Partido Democrático Esloveno. Golob se presentó como una alternativa verde-liberal y de gestión frente al extremoderechista Janša y fue debidamente recompensado en las urnas.

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La plataforma de Golob es neoliberalismo adornado una aparente conciencia social. Hace hincapié en la crisis climática, los problemas del sector sanitario y los empleos precarios. Sin embargo, las soluciones que propone son poco estimulantes, consistentes sobre todo en recortes fiscales, políticas ecológicas favorables al mercado y un mayor papel del capital privado en el sistema de pensiones. En Eslovenia, el Movimiento por la Libertad es percibido en ocasiones como el heredero del Partido Liberal Democrático, la fuerza centrista dominante durante el periodo de transición, que gobernó entre 1992 y 2004. El Partido Liberal Democrático consiguió acomodar los intereses tanto del capital exportador como de los trabajadores organizados, mientras constituía amplias coaliciones con otros partidos. Su política orientada a la exportación se basaba en una normativa muy calibrada y en el estrecho vínculo existente entre los bancos públicos y el capital nacional. Sin embargo, con la adhesión a la UE la base institucional de este modelo se erosionó. Dieciocho años después, las circunstancias han cambiado considerablemente. Ya no existe una clase capitalista nacional fuerte, ni sindicatos sólidos; la política monetaria está encorsetada por la UE; y resulta incierto hasta qué punto el Movimiento por la Libertad puede revivir el programa de su predecesor.

Lo que está claro es que las últimas elecciones redujeron significativamente, si no cerraron temporalmente por completo, las posibilidades de una alternativa al proyecto neoliberal. En 2014, Izquierda Unida entró en el Parlamento con casi el 6 por 100 de los votos. Cuatro años más tarde, esa cuota subió a más del 9 por 100. Sin embargo, en las últimas elecciones generales, la recién rebautizada Izquierda (Levica) apenas superó el umbral parlamentario del 4 por 100. Desde la cúspide de su popularidad, el partido se ha centrado cada vez más en las maniobras parlamentarias, que han primado sobre la organización de las bases y las actividades de las secciones locales. Sus diputados se han desvinculado de su programa de campaña inicial y se han acercado a la oposición liberal, uniéndose finalmente a una alianza formal con esta contra el Partido Democrático Esloveno, conocida como la Coalición del Arco Constitucional. En consecuencia, la Izquierda se ha transformado en un puesto de avanzada de las clases medias urbanas y educadas, lo cual ha implicado que recoge los votos de los antiguos votantes desencantados de los partidos liberales, al tiempo que pierde el apoyo de los activistas de izquierda y de los movimientos sociales. En lugar de proponer alternativas a las políticas del Partido Democrático Esloveno con frecuencia se ha limitado a defender mecánicamente el Estado del bienestar.

En resumen, desde la década de 2000 Eslovenia ha pasado de un nacionalismo selectivo con rasgos neocorporativistas socialmente atenuados al dominio desenfrenado del capital extranjero. Hungría, por su parte, se abrió al capital extranjero durante el periodo de transición y luego optó por la introducción selectiva de reformas nacional-conservadoras tras la crisis financiera. La ruptura parcial del Fidesz con el neoliberalismo le ha permitido consolidar su posición política, mientras que la continuidad neoliberal en Eslovenia explica la relativa impopularidad del Partido Democrático Esloveno. Para que cualquiera de ambos países supere su actual polarización –entre el nacionalismo de derecha y el constitucionalismo liberal– será necesaria una izquierda parlamentaria revitalizada.

Actualmente, sin embargo, las fuerzas socialistas y ecologistas del bloque de la oposición húngara son marginales, lo cual se debe en parte a que la Asamblea Nacional se ha vuelto aún más heterogénea políticamente hablando desde las elecciones de abril. El partido de extremaderecha Mi Hazánk (Movimiento Nuestra Patria) entró en el parlamento, lo cual significa que la oposición liberal (más Jobbik) debe compartir los bancos de la oposición con un partido que, en muchos aspectos, está ideológicamente cerca de Fidesz, lo cual incrementa las opciones políticas del gobierno, al tiempo que somete a la oposición a una presión aún mayor para que actúe de forma unificada a fin de no quedar al margen dado el actual sistema electoral. Ello plantea una situación extremadamente difícil para las fuerzas progresistas, que tendrán que luchar para distinguirse del resto de la oposición húngara. En Eslovenia, por el contrario, la izquierda ya ha adquirido un perfil nacional definido, aunque también ha diluido su programa por la formación de coaliciones con los liberales. El 24 de mayo, el partido firmó el acuerdo de coalición para el gobierno liderado por el Movimiento por la Libertad de Golob, consiguiendo compromisos políticos reales, si bien limitados, en áreas como la sanidad, los salarios y la vivienda, pero accediendo por lo demás al programa de orientación neoliberal de Golob. Es probable que estas concesiones sólo agraven el distanciamiento de la izquierda de sus antiguos electores de la clase trabajadora, que necesitarán un vehículo político radicalmente diferente para desafiar el statu quo. 

Sidecar
Artículo original publicado por Sidecar, el blog de la New Left Review, y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase también Joachim Becker, ‘La otra periferia de Europa’, NLR 99.
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