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Yemayá Revista
¿Qué empuja a las mujeres guineanas a irse?
Es septiembre, y en el pueblo de Missira, en la región de Kindia, Guinea, las mujeres se vuelcan en la extracción y producción de aceite de palma. La temporada de esta semilla dura cuatro meses al año, y durante ese período, viven al día del aceite que venden los sábados por la mañana en el mercado más cercano. Durante el resto de meses querrían trabajar otras producciones en el campo, pero no tienen suficientes semillas para plantar. El cacahuete, la berenjena, el ocra y el pimiento es lo que más reclaman. “Las condiciones de vida en Missira en concreto y en lo general del país son muy malas, hay muchísima pobreza y no hay trabajo. Por eso mucha gente joven se va a otros países, para encontrar trabajo y enviar dinero a sus familias”, explica Jenaba Sylla, una de las mujeres del pueblo implicada en la producción de aceite. “Generalmente se van desde Guinea con transporte terrestre hasta Marruecos o Mauritania, y después suben a los cayucos”.
En pleno foco mediático en el archipiélago canario por las decenas de barcazas que llegan con personas a bordo procedentes de países de África Occidental, las personas que procedentes de Guinea son cada vez más, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el centro de Cruz Blanca de las Palmas de Gran Canaria. Además, cada vez hay más mujeres que emprenden la ruta migratoria, a pesar de la multiplicidad de violencias que se les añade por el simple hecho de ser mujeres. ¿Cuál es el contexto del país? ¿Qué pasa en el origen y durante la ruta?
Ruralidad y expolio bajo el umbral de la pobreza
Guinea es un país eminentemente rural. Aproximadamente el 62% de su población vive en zonas rurales, las cuales sufren una marginalización crónica por parte de los gobiernos. Hay escaso o nulo acceso al agua potable, no disponen de centros de salud ni de escuelas, y las carreteras que conectan con otros municipios están en muy mal estado.
Contrariamente a la pobreza que sufre la población, el país africano es muy rico en minerales como el oro y la bauxita. Concretamente, es el segundo país del mundo con mayor producción de bauxita a nivel mundial —un recurso muy preciado para la extracción de aluminio—, pero la población no recibe nada de esta riqueza. Un ejemplo claro se encuentra en el pueblo de Gangan, en la prefectura de Kindia: la empresa rusa Rusal es la propietaria de las minas de bauxita de la zona, y “la gente que contratan para trabajar es gente de los países de las empresas y sus subcontrataciones, no gente local”, asegura uno de los portavoces del pueblo, vinculado a la ONG local Sara. “Además, las mismas empresas tienen invernaderos en la zona y cultivan comida, como tomates y berenjenas, y lo venden a la gente local y nos quitan el trabajo y las semillas a los propios residentes”. La sensación general es de crispación y hastío. “Esta actividad extractivista genera un impacto muy grande a nivel ambiental, y repercute también sobre nuestra salud”. Por otra parte, el oro, segundo producto nacional de exportación, también se encuentra en manos privadas y extranjeras, como es el caso de la Sociedad Ashanti Goldfield (SAG), propiedad en un 85% de AngloGold y un 15% del Gobierno de Guinea, quien controla la mina más importante del país ubicada en la prefactura de Sigiri.
“La gente se va por desesperanza. Todo lo que tenemos se lo llevan, y no nos dejan nada. Nos da más miedo la pobreza que el camino migratorio”
Como consecuencia de estas dinámicas, extrapolables al resto del país, se generan cada vez más migraciones de jóvenes que no encuentran ninguna fuente de ingresos. “La gente se va por desesperanza. Todo lo que tenemos se lo llevan, y no nos dejan nada. Nos da más miedo la pobreza que el camino migratorio”, apunta el mismo portavoz del pueblo Gangan. “Las migraciones de personas guineanas empezaron a ser más notables a partir del año 2010, pero en aquel momento llegaban más a su país de destino que ahora”, explica la coordinadora de Sara.
En Tougnifili, otro pueblo rural guineano, matizan la sensación de desamparo por parte del Gobierno: “en 2023, hubo un incendio en el pueblo que quemó todos los campos de cultivo, y también algunas casas. Lo poco que teníamos lo perdimos, porque ya no tenemos ni escuela, ni hospitales, ni agua potable”, explica Fatoumata, la matriarca del pueblo. De hecho, la único agua al que tienen acceso es en un río al lado del pueblo que está claramente contaminado. “Varias mujeres de aquí han perdido a sus hijos mientras emprendían el camino migratorio. No somos muchos en Tougnifili, y mucha juventud se va”.
La ruta en femenino
Mominatou y Aissatou tienen 30 años. Ambas viven en Mamou, una ciudad situada en el centro-oeste del país. Las condiciones geográficas y de comunicación de Mamou con el resto de regiones del país y sus colindantes la convierten en el principal punto de salida de las personas que migran desde Guinea.
Literalmente, Mominatou significa ‘hija sin padre’. Murió cuando su madre aún estaba embarazada de ella. Mominatou habla con la voz baja, triste y con indignación. En 2016, después de graduarse en Lenguas Modernas en la universidad y de no encontrar ningún tipo de trabajo, emprendió su viaje migratorio. Se fue desde Mamou con su prima, que también quería irse dada la falta de oportunidades. Emprendieron la ruta por carretera hasta Malí, y después de cruzar el país, llegaron a Argelia. Pocos días después, la policía argelina las encarceló. “Durante cuatro meses solo vivimos violaciones y vejaciones. Los hombres de la cárcel se ponían encima nuestro, sin ningún pudor ni precaución. Solo pensábamos en sobrevivir. Cuatro meses más tarde, nos repatriaron de vuelta a Guinea”.
Cuando llegué a Argelia, una red de trata de personas me chantajeó, y a cambio de tener una habitación y comida, me obligaron a prostituirme
Ahora Mominatou lidera una organización que ella misma ha fundado para sensibilizar a chicas y jóvenes para que no migren. “A pesar de no tener nada, después de lo que viví, jamás volvería a hacerlo”, sentencia convencida.
Aissatou lo comparte. Estudió Sociología en la universidad de Labé, una ciudad en el centro oeste del país. Tras terminar el grado y tampoco encontrar trabajo, emprendió la ruta junto a unos cuantos chicos compañeros de clase. En su caso, siguió la ruta del desierto del Sáhara. “A mí, quienes me violaron noche tras noche, eran mis propios compañeros. Uno detrás de otro. Primero fue el grupo con el que emprendí la ruta, y luego, cuando conseguí separarme de ellos, otros grupos de hombres que me encontraba por el camino. Cuando llegué a Argelia, una red de trata de personas me chantajeó, y a cambio de tener una habitación y comida, me obligaron a prostituirme. Mínimo cinco clientes al día”.
Después de seis meses, Aissatou se escapó. Llamó a su madre para que le enviara dinero, pero se lo negó: sabía que si le daba el dinero, seguiría con su viaje, confiesa. “Me encontraba muy mal, estaba enferma y estaba segura de que había contraído todo tipo infecciones de transmisión sexual. Pero pude escapar e irme a Malí, y allí conocí a un ‘ángel’” —Así denomina a la mujer que la ayudó, que llamó a su madre y la convenció para que le enviara dinero para su vuelta—. La probabilidad de haber contraído el VIH era una de sus máximas preocupaciones. Hoy, Aissatou sigue sin poder trabajar, y dice que ya no le apetece hacer nada. “No tengo más fuerzas”.
Sentado en su despacho y con una foto del coronel Mamady Doumbouya, presidente de Guinea tras el golpe de estado de 2021; el alcalde de Mamou, Alpha Bhourya Diallo, reconoce que la falta de posibilidades laborales, de cultivos para sembrar y la poca industrialización empujan a muchas personas jóvenes a irse. Pero, aunque no lo mencione, también se suman las múltiples violencias de género. En Guinea, el 95% de mujeres sufren la mutilación genital femenina, y en 2021, el 47% de mujeres (o niñas) se casaron antes de cumplir los 18 años, muchas en matrimonios forzados.
En Gangan, en la prefactura de Kindia, nos encontramos con tres chicas jovencísimas: Mama Adama, de 17 años; Maferin de 10; y Mama Aissata de 11. Todas ellas tienen claro que quieren irse, condenadas a la pobreza y sometidas a violencia. Maferin malvive con su madre en la calle, deambulan de pueblo en pueblo para conseguir algo de dinero y comer, una vez al día, o cada dos. Mama Aissata dice ser consciente que es muy pequeña para migrar, pero asegura que quiere irse a Europa para trabajar y poder ayudar económicamente a su madre. Mama Adama, la mayor de las tres, cuenta que una de sus amigas se fue y que hace tiempo que no sabe nada de ella: las últimas noticias que tiene es de las torturas que recibió en Libia. Su ‘sueño’ es irse a Europa para trabajar de cualquier cosa, menos de prostituta, matiza.
Las que se quedan
A través de la ONG local Club des Amis du Monde, que tiene incidencia en Mamou y otras zonas rurales, asistimos a un encuentro con una treintena de mujeres de Mamou, que han cedido a explicar sus historias y las de sus hijos: los que ya no están y los que temen perder. Son mujeres de diversas edades, y relatan sin más tapujos la historia que las congrega al encuentro.
Todas las mujeres del encuentro comparten historias con muchos puntos en común; hijos que han migrado siendo muy jóvenes y, en muchos casos, que nunca supieron nada más de ellos
Mariam es madre de cuatro chicos, y explica que los cuatro emprendieron la ruta. El primero que se fue, murió durante el viaje en cayuco, salió desde Marruecos en barcaza y murió en el Mediterráneo. El segundo que se fue saltó la valla de la frontera sur de España en Melilla, pero no sabe nada más desde entonces, no sabe si está vivo, ni si sigue en España. El tercero está en Francia, y el cuarto en Italia. Cuando se fueron, los cuatro estaban estudiando.
Fatoumata rompe a llorar antes de articular palabra. “Mi hijo se fue por el agua cuando tenía 16 años. Llegó a Argelia y una vez allí, lo repartieron a Guinea. Pero no se dio por vencido y volvió a irse: esta segunda vez, entre unos cuantos pagaron un coche y emprendieron ruta hasta Malí y Argelia. En Argelia, el coche sufrió un accidente, se quemó y murieron todos. Eran 17”. Los mismos traficantes de personas que les habían ayudado a emprender la ruta fueron quiénes llamaron a las familias.
Estos dos casos no son aislados. Todas las mujeres del encuentro comparten historias con muchos puntos en común; hijos que han migrado siendo muy jóvenes y, en muchos casos, que nunca supieron nada más de ellos. “Nunca he podido dormir bien desde entonces, y ya han pasado años. Sé que las cosas son difíciles aquí, pero yo nunca le diría a mi hijo que migre porque sé lo que hay detrás de la ruta”.
Irse una y otra vez
También acudimos a un encuentro con 15 chicos, de entre 19 y 23 años, que actualmente viven en Mamou. Ellos, a diferencia de Aissatou y Mominatou, han llegado a emprender la ruta hasta seis veces. Libia, Marruecos, el desierto del Sáhara, Malí, Argelia, Túnez. Algunos conocían a amigos que no habían vuelto. Algunos se preparaban para volver a irse. Casi todos ya lo habían intentado desde los 15 o 16 años. “En Guinea no hay trabajo. Si alguien me garantizara que aquí hay futuro y que podremos tener unas mínimas condiciones de vida, yo me quedaría, no viajo por gusto”, sentencia Ousmane.
De sus experiencias, Aly explica que, en su caso, se ha encontrado mucha violencia por parte de grupos yihadistas y terroristas. “Te pegan, te roban todo lo que tienes, te desnudan y te ponen todo el día al sol en medio del desierto del Sáhara. Eso es tortura”. Las historias de violencias y vejaciones son un denominador común. “Las mujeres también reciben mucha violencia”, dice Moriba. Youseff confiesa que en alguna ocasión durante el camino se ha hecho pasar por el novio de alguna chica para ‘protegerla’ de múltiples violencias. “Es una especie de herramienta de protección durante los procesos migratorios de las mujeres”.
“En tiempos de Alpha Condé había algo más de dinero y se movía, pero ahora ya no. Ya puedes trabajar y trabajar que no verás nada de dinero”
El alboroto llega al preguntar si con el cambio de Gobierno a raíz del golpe de estado, la situación ha ido a mejor o peor. “En tiempos de Alpha Condé había algo más de dinero y se movía, pero ahora ya no. Ya puedes trabajar y trabajar que no verás nada de dinero”.
Todos ellos volvieron a Guinea porque la OIM se encargó de ejecutar las órdenes de repatriación —aunque muchos tienen en mente volver a irse—. La opinión de todos ellos es una: “cuando nos repatrian hacen muchas promesas que nunca se cumplen. Dicen que nos darán algo de dinero para ayudarnos a cubrir las necesidades básicas, y ese dinero nunca llega y lo esperamos durante años; nos dan diplomas de formaciones de tres meses que no están validados por nadie y no nos sirven para nada. Es un abuso total de poder”.
En los últimos días, el foco mediático y político ha vuelto a fijar la vista en el archipiélago canario con la creciente llegada de cayucos, y parte del África Occidental, con motivo de la llamada “gira africana” del presidente del Gobierno Pedro Sánchez por Senegal, Gambia y Mauritania y la voluntad de ‘ordenar’ el flujo migratorio. Una vez más, se ha vuelto a hacer hincapié en combatir las mafias que ayudan a estas personas a migrar, “redes criminales que trafican con seres humanos”, como ha señalado el jefe del Ejecutivo, a fortalecer las fronteras y, además en esta ocasión, al retorno de las personas “ilegales” que viven en España.
El contexto sociopolítico es complejo y son varios los factores que hay que meditar y resolver con el fin de evitar más violencia y muerte en la ruta migratoria de África Occidental a España, porque a medida que se cronifique y endurezca el cierre de fronteras, el expolio de materias primas en los países africanos y la falta de ayuda al desarrollo por parte de la Comunidad Internacional, la gente seguirá saliendo cueste lo que cueste.
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Ojalá llegara a más público está noticia, rompería muchos mitos racistas e ignorantes creados por los mismos que empobrecen y dejan sin futuro a los pueblos del África.
Si no impusieran gobiernos corruptos, sino democráticos y soberanos, estos pueblos podrían desarrollar una agricultura soberana, industrialización en base a sus recursos endógenos y redistribución económica.