Opinión
            
            
           
           
           
           
Cañas, arepas y alerta antifascista en Lavapiés
           
        
         
A finales de octubre, Estado de Alarma, el canal de extrema derecha liderado por Javier Negre, narraba como Vox —en el cuerpo de Rocío Monasterio— “se adentraba en el peligroso barrio de Lavapiés” para señalar a sus vecinas hablando de criminalidad, de drogas, de migración ilegal. La política estuvo apuntando con el dedo acusador en las plazas y fachadas, haciendo un retrato del barrio como un lugar sucio, peligroso y vandalizado. En su periplo, hicieron parada y mitin en uno de los puestos del mercado del barrio, un restaurante cubano, el Apululu. Quienes conozcan el espacio pueden hacerse una idea de lo extraño de la estampa: una fascista allí sentada, entre los platos veganos, las librerías feministas, la gente del barrio tomando tapas. ¿Por qué?
Para muchas de nosotras, el Mercado de Lavapiés es un refugio, literal y figurado, en medio del Madrid de las cañas, la libertad y las terrazas de Ayuso, que han ahogado los espacios públicos hasta hacer cualquier paseo irrespirable. Algunos de sus puestos son proyectos nacidos desde la economía social y sostenible, y muchas de sus trabajadoras son personas implicadas en los movimientos vecinales del barrio, que cuidan y protegen el proyecto de convertirse en otro suculento espacio para el turismo “gastro-gentrificado” y la especulación.
 
Fue  en 2010 cuando los comerciantes del Mercado de San Fernando  decidieron publicitar el coste real de la concesión de los puestos y  abrirlos a las diversas iniciativas de gente del barrio. A principios  de 2013, muchos de  los puestos de este mercado se encontraban ya en plena actividad, y las y los comerciantes compartían la gestión del  mercado en igualdad de condiciones formando parte de la  Asociación de Comerciantes del Mercado de San Fernando.
Sin  embargo, un puesto del mercado amenaza con quebrar el proyecto y  abrir las puertas del lugar a proyectos y negocios, no solo carentes  de cualquier perspectiva cooperativa, vecinal o solidaria, sino,  directamente, promovidos por empresarios y especuladores cercanos —o  militantes— de la extrema derecha madrileña. Es el caso del Apululu,  el bar que se jactaba en su perfil de Instagram de haber invitado a  Vox a su comercio.
La  propia Monasterio afirmaba así su apoyo al bar, del que decía,  “estaba siendo amenazado por la izquierda”. A su lado  estaba Lázaro Mireles, conocido militante de la derecha  anticastrisrta cubana, que lleva décadas en España parapetado en  diferentes organizaciones, como la Alianza Iberoamericana Europea  contra el comunismo (AIECC), el Consejo Europeo-Cubano y Acciones  por la Democracia (AxD), todas ellas vinculadas o apoyadas por PP o  Vox en su cruzada “contra el socialismo internacional”, y  ya de paso, lo que surja. Curiosamente, Lázaro sabe cambiar bien su  discurso según quién gestione las subvenciones, por eso no dudó en  su día en apoyar en sus redes a Manuela Carmena, o a Ciudadanos, o  en señalar a Vox por fomentar la  homofobia y el racismo. Un paseo  por las redes de Lázaro nos recuerda que el oportunismo político  disfrazado de “derechos humanos” sabe coquetear con todas las  ideologías, aunque al final del día, siempre responda a la misma.
 
Antes  de la visita fascista, el Apululu ya había realizado varios actos  políticos dentro del mercado con la disidencia cubana y venezolana  como invitadas, según cuentan otras comerciantes del mercado. En uno  de ellos, incluso, se detuvo a una de las participantes tras una  intervención de la Policía Nacional, donde el propio agente recibió  un golpe de la detenida y  varios clientes de otros puestos fueron  zarandeados e insultados.
El 27 de noviembre,  el propio Javier Negre y su equipo visitaban el bar para  mostrar su apoyo al negocio. Según su versión, es el “comunismo  organizado” y la delincuencia de Lavapiés quienes se  encuentran detrás de los ataques al bar.
 
El  hecho es que son las comerciantes las que denuncian que es el  Apululu, y Vox, quienes están construyendo desde su barra una  campaña contra las personas que han denunciado el discurso de odio y  la presencia de fascistas en el mercado, y que ven ahora peligrar sus  propios puestos de trabajo.
Quienes  llevamos años viviendo en Madrid y conocemos bien el gremio de la  hostelería, sabemos que el Apululu y su estrategia no es casual: son  negocios apoyados por las grandes fortunas de la derecha  latinoamericana, la gran aliada del Madrid reaccionario del barrio de  Salamanca en el camino hacia la gentrificación y la expulsión de  las rentas bajas del centro de la ciudad para convertirla en un lujo  exclusivo y excluyente de la mano del conservadurismo social.
No  hay nada que emocione más a Vox y a señoritos populares que formar  parte de esa “Little Caracas” o “La Nueva Miami”, como llaman  a ese Madrid de ricos los inversores inmobiliarios, un modelo  urbanístico que amenaza con extenderse a los barrios populares, a  los espacios públicos y los lugares, como el Mercado, que han sido  nodos de encuentro y convivencia entre vecinas durante décadas.  Aunque parapetan su discurso neocón y clasista con discursos  victimistas sobre derechos humanos y exilio político, su realidad es  bien distinta a la de otras refugiadas o asiladas políticas, y sus  intereses también.
Desde  el Mercado, muchas trasladan su malestar: “El espacio nunca ha  sido excluyente, sino todo lo contrario: un lugar feminista,  antirracista, inclusivo, que cuida a las vecinas e intenta ser  sostenible”. Temen que la presencia de locales como Apululu  genere un clima de tensión y rompa la convivencia en el barrio, y  termine siendo la puerta a una fractura en el proyecto con  consecuencias para sus trabajos. “Ellos tienen a Vox, a Negre, a  sus abogados y sus inversores, que hace años ya pusieron el ojo en  el Mercado. La estrategia es criminalizarnos y expulsarnos de un  lugar que costó mucho construir entre todas”.
El mercado echa el cierre puntual a las once, como cada noche entre semana. Las galerías quedan vacías y las últimas visitantes apuran los vasos, probablemente ajenas a este drama geopolítico de barra y taburete que, de momento, es solo un rumor interno entre las habituales de Lavapiés.
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