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Derecho a la vivienda
Tengo una casa: un striptease inmobiliario
¿Qué es una casa? Una casa es el derecho de base para acceder a tantos otros derechos. Por eso es importante que hablemos de las casas.
Tengo una casa pero no es mi casa. Esta casa, que no es mi casa, no es un regalo, es el producto de un ejercicio extremo de solidaridad familiar. Un ejercicio que no era un capricho ni el traspaso de un privilegio sino un sacrificio para suplir una solidaridad social que se sacó a patadas de nuestro imaginario colectivo, en el que el derecho a techo fue brutalmente devorado por el monstruo de la economía inmobiliaria.
Una casa ha sido mi posibilidad de retornar de afuera con familia, la casilla de salida para una nueva partida, la serenidad que me permite escribir estas líneas. Hago este ejercicio de incómodo exhibicionismo porque a estas alturas no veo nada más revolucionario que despelotar nuestras realidades materiales, porque entiendo que un striptease inmobiliario masivo nos llevaría a ver los hilos de los que (aún) penden nuestras existencias.
¿Qué es una casa? Es el umbral que separa la cotidiana precariedad de la pura pobreza. Una casa es la posibilidad de salvaguardar tu pasado, refugiar tu presente, imaginar un futuro. Sin casa el tiempo se detiene, te conviertes en un exiliado de la vida y del abrigo; todo es travesía para alcanzar alguna orilla, o resignación de naúfrago.
No importa si es una casa en propiedad, en alquiler u ocupada. Hablo solo de un techo sobre nuestra humana cabeza que gusta de estar resguardada del sol y de las tormentas, de entregarse a una almohada y reposar sin hundirse en pesadillas sobre el alquiler que sube, o la letra de la hipoteca que devora un menguante sueldo. Hablo de mirar hacia delante sin tener que hacer apuestas sobre qué entidad insaciable será la siguiente en querer engordar engullendo tus anhelos de vivienda.
La casa, o la ausencia de casa, es el hilo argumental que ha atravesado las biografías de muchas de nosotras, las personales, las colectivas. Nosotras que fuimos buscando la independencia en otras ciudades, y que al volver la conquistamos en pisos compartidos cuyo alquiler total a veces superaba el salario de cualquiera de sus ocupantes. Bromeábamos diciendo que si tuviéramos hijos deberían pagar el alquiler de su habitación desde bebés para que la cosa cuadrara. Por su lado, las hipotecas se desbocaban. En la calle gritábamos: "¡Qué pasa! ¡qué pasa! Que no tenemos casa". El efímero Ministerio de Vivienda extendía algunos cheques de ayuda a los mileuristas veinteañeros, y los bancos nos guiñaban el ojo con sus hipotecas a 45 años. Eran los tiempos álgidos de la burbuja, se construían por todas partes bloques de pisos que no serían nunca casas. Mausoleos de la avaricia en las afueras de la vida.
"¡No vas a tener casa en la puta vida!". Subía el tono de la constatación. Por aquella época, mi amigo J se compró, el muy loco, una casita él solo, cerca del centro. Brindamos por sus 40 años de hipoteca intentando ver en la copa un vaso medio lleno, donde en realidad había tanto vacío. Parejas de amigos casados por la hipoteca ante el altar de una oficina bancaria que no sabían cómo separarse. Otros que se fueron a vivir lejos, no a otra ciudad, pero sí a otra cotidianeidad desguarecida en la estepa de una PAU siempre a medio habitar, siempre a medio vivir.
¿Qué es una casa? Algo que la gente empezó a perder cuando la burbuja inmobiliaria nos estalló en la cara. Y entonces el problema ya no era que no ibas a tener una casa en tu puta vida, el problema era que ya ni vida ibas a tener por incurrir en la demencia de haber aspirado a una casa, de la única forma que en ese momento se podía aspirar a una casa, endeudándote hasta las cejas. Es que la gente, oías decir por ahí, ha querido vivir por encima de sus posibilidades. Imperdonable irresponsabilidad para un imaginario en el que el techo era un activo inmobiliario y no la condición necesaria para existir. Entonces, muchos respiraron aliviados por haber vivido de alquiler.
Han pasado muchos años, algunas personas fueron rescatadas del vértigo del alquiler por la solidaridad familiar y sus múltiples formas de manifestarse: en efectivo o en especie. O tuvieron la macabra suerte de perder a alguien querido cuya herencia se tradujo en techo. Otras no pudieron seguir pagando y regresaron a habitaciones de mobiliario juvenil que las hicieron sentir viejas y fallidas. Muchas otras siguieron alquiladas.
Y así pasamos de la PAH a los sindicatos de inquilinas. Quienes respiraron aliviados por no haberse hipotecado empezaron pronto a contener el aliento: este año se cumplieron cuatro desde que se aprobó la nueva legislación de alquiler, acicate de una nueva burbuja. Aniversario celebrado en forma de altas dosis de insomnio. Muchos de estos insomnes, fueron, como lo fuimos tantos, gentrificadores involuntarios del centro, ahora asediados por la turistificación de los barrios. Otros son clase media con niños pequeños que descubren que ya no son lo suficientemente clase media para aspirar a seguir en los barrios en los que nacieron sus criaturas, o cerca de los ahora imprescindibles abuelas y abuelos.
Mientras tanto en los barrios obreros, viviendo entre propietarios de viejas viviendas y de casas de protección oficial, hay también tanta gente que no puede pagar alquileres baratos con sueldos que no existen. Un paisaje en el que florece una industria paralela de ocupación de pisos vacíos previo pago. Un mercado negro como efecto natural de convertir una necesidad en privilegio, pero también un germen de guetificación. Aquí en la calle se oyen los tambores que anuncian una guerra de intereses entre pobres fértil para el voto reaccionario.
En fin ¿qué es una casa? Una casa es el derecho de base para acceder a tantos otros derechos. Por eso es importante que hablemos de las casas. Porque un país que tiene casas para los bancos y los fondos de inversiones, para los turistas y los jeques, un país que que tiene casas hasta para la nada, pero no tiene casa para la gente, no es un Estado de Derecho. Es otra cosa
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Excelente descripción y análisis. Poéticamente dicho y argumentado.