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Violencia machista
Un cuarto de siglo sin “Pitu”
“Now your pictures that you left behind, are just memories of a different life”, canta Bon Jovi inundando el salón familiar. La casa huele a arroz. Corre marzo de 1997, la menor de la casa toca la guitarra. Tiene 16 años.
La familia de Cristina repasará para siempre aquel atardecer del 9 de marzo en el que vieron a su hija por última vez. Aparentaba ser un domingo más de invierno. “El mazazo vino a partir de las 10 de la noche” cuando Juan Bergua sintió con certeza que a su hija le había pasado algo.
La familia atesora cajas enteras de fotografías. “A ella no le gustaba salir en fotos, le gustaba más hacerlas” admite su padre, enseñando el último retrato de su hija, que sin saberlo, se convertiría en un cartel que recorrería toda España.
Amante de los idiomas, los croissant de chocolate y el patín artístico, ella era mucho más que aquella fotografía que anunció su desaparición. Cristina era “Pitu”. Desde pequeña le gustaba pintar: “Cogía los colores antes que las muñecas. Siempre andaba contenta, tan llena de proyectos, era la que proponía vacaciones, planificaba cosas. Solidaria, era la primera en recaudar fondos o recoger paquetes de comida para donar”. Soñaba con ser azafata “pero se quedó en proyecto”, dice su madre haciendo una pausa y sentenciando el relato. Fanática de Bon Jovi: “Siempre estaba poniendo su música. Era llegar, poner el cd, y la casa ya estaba llenita de ella”, rememora su madre, Luisa Vera. Con su ausencia, “se inundó de silencio”. Pero lo que los años enseñan es que la ausencia también ocupa mucho espacio. Hoy, como una canción triste que nunca termina, viven atrapados en aquella tarde: “Es como que no llegas nunca al final de aquel día. Vives esperando que ella llegue, y encienda la música”.
La sombra del maltrato, del crimen machista, siempre acechó. La familia asegura llevar una “espina clavada” por el comportamiento pasivo que tuvo el ex de su hija cuando se enteró de la desaparición.
La última persona en ver a su hija fue su novio, Javier, 10 años mayor que ella y con el que, según declararon las amistades de la adolescente, Cristina había ido a encontrarse aquel domingo para romper la relación. La sombra del maltrato, del crimen machista, siempre acechó. La Policía sospechó de la pareja, quien declaró haberla acompañado hasta la Carretera de Esplugues de aquel día, a las 21 h. Nunca se encontraron pruebas para incriminarlo en las dos investigaciones que tuvo la causa. La familia asegura llevar una “espina clavada” por el comportamiento pasivo que tuvo el ex de su hija cuando se enteró de la desaparición.
Según el libro Desaparecidos y desaparecidas, de Ximena Tordini, “en los primeros días de una desaparición, se pasa de la normalidad al caos. De ir a la facultad o al trabajo o al supermercado a sacar todos los cajones de los muebles. Todo se desparrama, todo se hurga. El derecho a la privacidad de la ausente se esfuma. El tiempo se usa para armar respuestas. Se cree que lo que ocurre es provisorio. Hasta que lo que ocurre deja de ser brumoso y se transforma en una nueva normalidad”.
“No hay momentos del año en que lo sobrelleves mejor. Cuando llega su cumpleaños, o las navidades, y ella no monta el árbol, no enciende las luces…sólo estás deseando que pase ya la fecha. Porque no celebramos cumpleaños, navidades, nada desde ese día"
Las primeras horas de una desaparición son vitales. Pero la policía, siguiendo el protocolo de entonces, no les cogió la denuncia porque “no habían pasado las horas suficientes de desaparición”. Juan y Luisa deambularon por las calles, buscándola. Durante la madrugada “ya no sabíamos ni para dónde caminar, fue horroroso, desesperante”. Ni bien amaneció en Cornellà, Juan llamó a la puerta de la copistería del barrio y dijo:
—Hola, me ha desaparecido mi hija y necesito fotocopias en color de esta foto.
Recuerda que en aquel entonces cada copia costaba 100 pesetas: "Hicimos 300.000. Y ahí se fue todo el dinero nuestro. No nos ayudó nadie, todo el patrimonio que teníamos en aquel entonces se nos fue por los aires, pero lo teníamos que hacer. Recuerdo que había gente que nos llamaba para pedirnos copias para llevar de viaje en semana santa. Luego enviamos carteles con su fotografía a todos los ayuntamientos de España. A todos”.
Y así fue como toda España buscó a la chica del lunar. Y el miedo a desaparecer se instaló para siempre entre las adolescentes de la época.
Tiempo más tarde, una carta anónima hizo que buscaran su cuerpo sin éxito en el vertedero de Garraf.
25 inviernos después, la familia de Cristina no ha recuperado la sonrisa de aquellas fotos familiares: “No hay momentos del año en que lo sobrelleves mejor. Cuando llega su cumpleaños, o las navidades, y ella no monta el árbol, no enciende las luces… sólo estas deseando que pase ya la fecha. Porque no celebramos cumpleaños, navidades, nada desde ese día“, confiesa Juan, quien lleva la piel marcada con un furioso e irreversible “9M” en la muñeca.
Desapariciones sin resolver
Para la familia es imposible cerrar los ojos y dormir sin pensar en “Pitu". “Aquí —dice su padre señalando su cabeza— hay una serie imaginaria que está vacía, —asegura sobre la vida que podría haber tenido Cristina— y eso no lo puede llenar nadie, siempre lo tienes en la mente”.
En España existen 5.529 casos de desapariciones sin resolver, según el informe “personas desaparecidas en España” publicado por el Centro Nacional de Desaparecidos del Ministerio del Interior.
En España existen 5.529 casos de desapariciones sin resolver, según el informe Personas desaparecidas en España publicado por el Centro Nacional de Desaparecidos del Ministerio del Interior. Pero la cuestión quizás no sea tanto cuántas personas desaparecidas hay, sino qué las explica. “Esto nos puede pasar a cualquiera, no va de estatus social. Hoy es mi hija, mañana puede ser la suya”, reconoce Juan. Pero por aquel entonces no existía ni el Centro Nacional de Desaparecidos. “Y cuando ponías una denuncia, la policía del pueblo de al lado no tenía conocimiento, no se cruzaban los datos. Fue terrible”. Al poco tiempo de desaparecer su hija, buscaron desesperadamente alguna asociación que les ayudara: “Y como no existía, la fundamos. Así nació en 1998, Inter Sos, la asociación de familiares de personas desaparecidas sin causa aparente: “Trabajamos muy fuerte, muy duro, yendo a todas partes para luchar para que se creara una única base de datos de ADN, para poder cotejar. Pero llega un momento en que te quemas. Yo he llegado a atender en Inter sos a 200 familias. Tenía que apartar mi dolor al lado para escuchar y asesorar. Al principio lo haces pero lentamente es como un martillo que te va dando golpes hasta que no puedes más”.
En el año 2010, el Gobierno declaró “Día Nacional de los Desaparecidos Sin Causa Aparente” al 9 de marzo, coincidiendo con la desaparición de Cristina. La hipótesis policial que más pesa en las desapariciones de niñas y mujeres es la misma: violencia de género.
Cuando desaparece un familiar, provoca una incertidumbre en el plano emocional que se traduce en un sufrimiento constante que no otorga espacio para el duelo: “Es una sombra que te persigue a todas partes, que no te deja vivir”
Entrar en la habitación de “Pitu” es como viajar a 1997. Un póster de Bon Jovi se mantiene firme sobre la pared. También sus muñecos, ahora amarillos, que decoran el ambiente noventoso, observándolo todo. Anillos oxidados por el paso del tiempo, carpetas del instituto, dibujos sin acabar. Allí se respira el aire de lo inconcluso. Cuando desaparece un familiar, provoca una incertidumbre en el plano emocional que se traduce en un sufrimiento constante que no permite espacio para el duelo: “Es una sombra que te persigue a todas partes, que no te deja vivir. Una sombra que te machacaba constantemente. Nunca te llegas a acostumbrar a vivir sin tu hija. Porque no podemos dar un duelo digno, no sabemos si está viva o no. Es un dolor que tienes aquí clavado, una herida que no se te llega a cicatrizar nunca. Queremos saber lo que ha ocurrido para poder descansar”. Y es que de eso se trata una desaparición, de no saber.
“Una persona desaparece. El tiempo secuencial se desintegra, la cadencia de la espera inicia un ciclo que nadie sabe cuánto durará. Una de las coordenadas que organiza a los grupos humanos se diluye: la respuesta a la pregunta sobre si alguien pertenece al mundo de los vivos o al de los muertos es, ahora, imprecisa” dice la escritora e investigadora Ximena Tordini.
9.131 días pasaron desde aquel 9 de marzo de 1997 en el que no solo desapareció Cristina: “La vida de antes, desapareció también, se difuminó de la faz de la tierra, se acabó”, dice su padre mientras su madre dobla con delicadeza una camiseta envejecida de su hija y vuelve a guardarla en su armario: “Todo aquello ha quedado en el olvido. Ha quedado muerto, enterrado, decir lo contrario sería engañarnos. Nuestra vida no continuó, pasaron los días, sí, pero con un vacío que nunca acabamos de llenar. Hoy somos eso, los padres de Cristina Bergua”, dicen enseñando una vieja fotografía del matrimonio tomada por su hija en las últimas vacaciones, como testigo visual que demuestra que aquí alguna vez hubo alegrías. Las fotos son ahora como andamiajes viejos por donde posó la felicidad, o como cantaba “Pitu” en palabras de Bon Jovi “are just memories of a different life”.