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Violencia machista
Charlon, Lavapiés y la enfermedad de todos
Trabajo en El Salto pero no soy redactor. Curro, y mucho, en diseño y comunicación. Además tengo dos hijos como dos soles que demandan todo el tiempo que tengo y el que no tengo. Así que si escribo estas líneas quede claro que no es por gusto ni por oficio. Pura obligación moral autoimpuesta tras no conseguir digerir el último caso de violencia vicaria. El nombre que designa el más difícil todavía en el horror machista, el daño que infligimos los hombres a nuestras parejas o exparejas usando el arma más poderosa que alcanzamos a imaginar: los hijos e hijas en común.
Siempre son “otros hombres” quienes protagonizan estas tragedias. Nombres anónimos a los que reconforta pensar que, por supuesto, no nos une nada más allá del género. Pero deseo no implica realidad y la cercanía es, tristemente, mucho mayor de lo que nos gustaría.
El jueves 30 de diciembre, Julien Charlon, un chavalito de 47 años, al que conocía personalmente de aquellas maneras desde hace ni sé los años, de Lavapiés de toda la vida, desde los tiempos del Labo 3, el de la calle Amparo, un tío moreno, callado pero majo, bien, un poco raro o un mucho francés (nunca se sabe seguro) que curraba de profe en La Casa Encendida y al que, últimamente veía de vez en cuando en Esto Es Una Plaza porque tenía una niña más pequeña que los míos y la llevaba allí... bueno, en fin, un tío como yo más o menos... Pues como decía, Julien, el jueves 30 en vez de devolver la hija a su madre, la mujer de la que se estaba separando, la mató y luego se mató. ¿Cómo te quedas? Imagínate a la madre.
Julien, que era un tío como yo más o menos, el jueves 30 en vez de devolver la hija a su madre, la mujer de la que se estaba separando, la mató y luego se mató. ¿Cómo te quedas? Imagínate a la madre
Julien estaba enfermo, estamos de acuerdo. Pero Julien tenía la misma enfermedad que portamos el resto de hombres en esta sociedad. Solo que cada uno la sufrimos en un estadio. Los hay que ya la sufren en grado de gravedad desde muy jóvenes. Demasiado difícil salir de una crianza en la religión del machismo más integrista. Mucho camino para desandar en una sola vida. Esos, al menos, son —¿o somos?— más fácilmente identificables.
Los habemos a priori más leves (no me atrevo a decir “asintomáticos” para no revolver en exceso el estómago de nuestras novias o exnovias). Esos que hemos visto mundo y no solo hemos crecido en el machismo incuestionable. Los que no parecemos señoritos con gomina y rubia quince años más joven. Incluso estamos los que hemos tenido madres y novias feministas. No nos engañemos, también somos portadores. Como decía Borges en Deutsches Requiem: no hay cosa en el mundo que no sea germen de un infierno posible. Igual sucede si hablamos de un hombre ante su pareja.
Limpiar la casa, fregar, comprar, ordenar, dormir a los peques (qué gracioso Albert Rivera haciéndose el dormido para no cambiar los pañales de su hija), responder a los dolores de ella o su cansancio, su incomprensión para con nuestros problemas, su falta de atención, sus necesidades, sus necesidadeeeees tío qué me está contando... es decir, nos cuesta cualquier cosa que sea ponernos en un segundo plano y cuidar en lugar de ser cuidado. Pensar en los demás en lugar de en nosotros mismos.
Nos cuesta cualquier cosa que sea ponernos en un segundo plano y cuidar en lugar de ser cuidado. Pensar en los demás en lugar de en nosotros mismos
Hemos sido criados en pelear, correr, saltar, ganar como hombres, no como niñas. Eso es ser lo más de lo más, lo mejor de lo mejor, los gallitos, los number one, los líderes. Por supuesto, líderes en la política, la economía o el fútbol pero también líderes en ciencia, periodismo, teatro, diseño o fotografía. Como Julien Charlon. Y un líder no puede perder su valioso tiempo. No puede empatizar con todos aquellos a quienes debe pisar. Bastante tiene con preocuparse de sí mismo y caer de pie al enfrentarse al mundo. Son las mujeres, nuestras mujeres, a quienes reservamos esa esfera de cuidados y preocupaciones. Y esa especialización de los sentimientos produce monstruos. De esos polvos estos asesinatos.
Julien Charlon era otro sano hijo del patriarcado que hemos mamado y seguimos mamando en todas y cada una de las vivencias de nuestro día a día. Un sano hijo del patriarcado al que algo, no nos debe importar una mierda qué, le hizo cruzar líneas que el resto no hemos cruzado aún y convertirse en un monstruo. No hemos cruzado aún, no cantemos victoria. Cuántos monstruos necesitamos para darnos cuenta de que no son casos aislados ni son siempre “otros hombres” los que cruzan la línea visible entre el machismo socialmente aceptado y la tragedia inconcebible.
Necesitamos modelos para una nueva masculinidad. Hombres amorosos que sientan a quienes les rodean para poder querer de verdad. Un amor que vaya más allá de la frase manida y pase a los hechos. Un amor que impida otros tú o yo. Otros Julien Charlon.