Opinión
Pruebas de ADN
Se han reunido en un centro social y, como la sala se llenó de gente, varias personas se sentaron en el suelo. Hablan distintas mujeres que trabajan con menores que viajan sin un referente adulto. No usan el término “mena”. Las siglas a menudo esconden las palabras.
Cuentan que trabajan con chicos que no tienen papeles que digan cuál es su edad y que, por eso, les hacen pruebas para determinar cuántos años tienen. Para las instituciones y los gobiernos es importante saber su edad porque cuando cumplen 18 ya no tienen responsabilidad sobre ellos. Aunque antes, cuando se supone que sí la tienen, se empeñan en buscar la manera de no hacerse cargo.
A los 18 ya no hay centros que les acojan. Se quedan fuera. Y lo que hay fuera es la calle. Sacar la comida de donde puedes. Lo que queda es dormir en la calle y, si duermes en la calle, ya no hay posibilidad de ir a la escuela ni al instituto ni a ningún centro de formación al día siguiente.
“No necesitas un papel para ir a pescar. Solo necesitas tener un barco”, dice un chico de poco más de 20 años que migró siendo adolescente. “Tener un papel no es necesario para la vida del lugar del que vengo yo. Por eso muchos no los tenemos cuando iniciamos el viaje”.
“La ley dice que como menores tienen que tener permiso de residencia”, comentan. Pero esto no se cumple. Cuentan que no tienen garantizados sus derechos. Aunque sean menores. Aunque sean niños. Ellas lo saben bien, cada día trabajan para que no se vulnere el derecho de estos niños y adolescentes a tener una vida digna.
Muchas veces los llevan desde los centros de acogida para que les hagan las pruebas para determinar su edad. Son pruebas que miden la osificación de los huesos de la muñeca y de la mandíbula. Pruebas que, para determinar si ya tienen 18 años, responden a unos rangos hechos con patrones de niños que no son del mismo origen que los niños a los que se le aplican. La ciencia no es exacta para dictaminar la edad a partir del estudio radiográfico del carpo o de la maduración de los terceros molares inferiores. Esas pruebas no son exactas. Pruebas que determinan cuándo estos niños y adolescentes comenzarán a hacerse preguntas como dónde dormiré esta noche, qué comeré o dónde voy si alguien me hace daño.
Cuentan que pueden negarse a que se les hagan las pruebas para determinar su edad pero que, a menudo, no conocen que tienen ese derecho.
Cuentan que ese empeño institucional por hacer pruebas para determinar la edad está ausente cuando lo que hay que hacer son pruebas de ADN para poder identificar a los cuerpos que llegan sin vida a la orilla. El mar tiene tendencia a tragarse los cuerpos ahogados. Pero, a veces, los devuelve al borde de la tierra firme. No se hacen pruebas aunque haya familiares que buscan a sus hijos desde el otro lado del mar. Sin pruebas no los pueden encontrar. Si no los encuentran se hace casi imposible cerrar el duelo de esa pérdida.
No se hacen pruebas a los cuerpos muertos. A los vivos sí. En ambos casos el objetivo parece ser borrar los nombres de personas que tratan de llegar a este país siendo niños. Niños que necesitan protección y ayuda. Niños que algunas veces consiguen llegar y, otras, no lo logran.
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