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La vida y ya
Ganas de saber más

La foto apareció en un palomar. Al limpiarlo. Es como llaman a la parte de arriba de las casas en esa zona de Burgos. En Bañuelos de Bureba. Fue esa foto en la que aparecen ocho niñas y nueve niños la que desenterró las ganas de conocer la historia del único adulto que sale. El maestro Antoni Benaiges. Cuesta saber en qué época del año fue tomada. Una niña, por ejemplo, lleva un vestido de manga corta, claro, de verano, y la que está sentada justo a su lado tiene un abrigo puesto con los botones abrochados. Es como si cada cual se hubiera colocado la prenda más valiosa que tenía en casa para fotografiarse delante de la escuela. Los zapatos. Todos. Tienen manchas de barro. La foto la encontró Antonio García un día que decidió que había que reorganizar la parte de arriba de su casa.
Hace años, más de diez, un amigo que es librero me regaló un libro titulado Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar. “Tienes que conocer esta historia”, me dijo. Es difícil que, siendo profesora y habiendo tenido un abuelo que fue maestro durante la dictadura, no me apresara todo lo que cuentan en esas páginas, que están llenas también de fotos y documentos.
Muchos años después de haber leído el libro supe que la escuela en la que dio clase ese maestro (la escuela en la aprendieron muchas más cosas que a leer y escribir las niñas y niños que salen en la foto) se puede ir a visitar. Un grupo de profesoras pensamos que esta es una de esas historias que merecen ser conocidas, así que decidimos ir con nuestro alumnado de secundaria, como una manera de rescatar la memoria de parte de lo que ocurrió para que esa foto pudiera ser tomada. De por qué no siguieron haciéndose más fotos como esa.
Antes de llegar a Bañuelos de Bureba fuimos a un lugar cercano donde, en 2010, se consiguió hacer una exhumación impulsada por la Agrupación de Familiares de las Personas Asesinadas en los Montes de La Pedraja. El lugar, rodeado de pinos, les impresionó. A mí también. Impresiona la evidencia de los asesinatos cometidos durante el franquismo. Impresiona, también, la evidencia del empeño porque esos cuerpos queden bajo tierra. Escondidos. Silenciados. El libro también recoge mucha información sobre ese proceso de exhumación y fotos que lo documentan.
En el alto de La Pedraja, un grupo de alumnas mira el cartel donde está representado un esquema de cómo estaban colocados los huesos de las personas asesinadas. Una de ellas dice: “Son muchos”, y se queda callada con la mirada puesta en unas piedras. Después, cuando nos alejamos del lugar, se acerca al profesor de historia que acompaña en la salida. Tiene ganas de saber más.
Cuando llegamos a Bañuelos de Bureba el sol calienta por encima de lo agradable. La fuente que hay en el centro de la plaza se convierte en una fiesta hasta que las dos personas que nos van a explicar el proyecto, Choni y Javier, dividen al grupo y empiezan a hablar. No hace falta pedir silencio. Escuchan la historia del maestro. Aprenden cómo se usa la imprenta que servía para enseñar a leer y escribir y escuchan música del gramófono.
Nos enseñan los cuadernos que hicieron con el maestro las niñas y niños que salen en la foto y otras que fueron a esa escuela. Cada cuaderno tiene un título: “Sueños”, “Recreo”, “Gestos”, “El retratista”, “El mar”. Publicaron trece entre los años 1935 y 1936. Leen pedazos de los textos. Preguntan muchas cosas.
No hace falta que se lo cuenten, ya saben que el maestro no pudo cumplir su promesa de llevarles a ver el mar. Lo asesinaron antes. Su cuerpo todavía no ha sido encontrado. No estaba en la fosa de La Pedraja.
“¿Cómo sabían cómo era el mar si no lo habían visto nunca?”, pregunta una alumna.
“El maestro les enseñó a imaginar más allá de lo que podían ver”, le contesta Choni que, sin cansancio, responde todas sus preguntas.