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La vida y ya
Comenzar el día
En el libro Una trenza de hierba sagrada Robin Wall Kimmerer cuenta que les propuso a sus alumnas y alumnos que dijeran algo, aunque fuera una sola cosa, que pudiera hacer el ser humano por la naturaleza.
Dice que eran incapaces de imaginarlo. Que la inmensa mayoría pensaban que no se puede hacer nada. Que los humanos no tenemos capacidad de devolverle a la naturaleza nada de lo que nos da.
Yo también les he preguntado a mis alumnas y alumnos de secundaria. Los resultados han sido parecidos. “Lo mejor que podemos hacer es desaparecer”. “Aislarnos y alejarnos de la naturaleza”. “Morirnos”. “Meternos en un búnker”. Cabe rescatar a una alumna que dijo que podemos plantar árboles, otras dos que hablaron de limpiar los bosques de basura, una que propuso construir refugios para los animales de las ciudades y otra que comentó que lo mejor que podemos hacer por la naturaleza es darnos cuenta de que formamos parte de ella. Todas fueron intervenciones de chicas (aunque a la mayoría tampoco se les ocurrió nada). Creo que no es casualidad.
Si nuestra relación afectiva con la naturaleza se basa en pensar que sólo podemos destruirla es difícil estar a salvo
Es llamativo cómo nuestra cultura muestra una incapacidad manifiesta para concebirse a sí misma como capaz de tener un vínculo respetuoso con la naturaleza. Es llamativo (y un poco espeluznante a la vez) pensar en esto teniendo en cuenta que somos seres ecodependientes. En realidad durante la mayor parte de nuestra existencia esta relación no ha sido así, quizás porque al vivir más pegadas a la tierra y a las plantas era más fácil reconocerla como un regalo.
Podríamos decir que la causa es que los humanos somos egoístas e insolidarios por naturaleza, que hay una especie de carga genética que nos impulsa a destruir aquello de lo que depende nuestra vida, a concebir a la naturaleza como una mercancía, como una propiedad. Pero sería tramposo. El verdadero problema es un sistema depredador que necesita de la existencia de la desigualdad para sobrevivir.
Basta con mirar hacia otros lados lejos de nuestro ombligo. Una parte importante de las personas que habitan este planeta no actúan así. Sólo lo hacemos quienes empujamos, construimos y sostenemos con más fuerza a este sistema depredador de vida. Las personas de muchas comunidades indígenas han construido su identidad de una forma diferente. Según Robin Wall Kimmerer, esa concepción tiene que ver con mirar la naturaleza como el hogar de la familia no humana.
Es llamativo cómo nuestra cultura muestra una incapacidad manifiesta para concebirse a sí misma como capaz de tener un vínculo respetuoso con la naturaleza
Si nuestra relación afectiva con la naturaleza se basa en pensar que sólo podemos destruirla es difícil estar a salvo. Quizás, preguntarnos qué podemos hacer nosotras por la naturaleza e imaginar cómo practicar el agradecimiento es una forma de comenzar a establecer una responsabilidad mutua. Mis alumnas y alumnos lo hicieron. En la clase siguiente me contaron las ideas que habían pensado para poner en práctica esa reciprocidad.
Robin Wall Kimmerer dice que a ella le gusta comenzar el día inhalando de manera consciente el aire fresco de la mañana, un aire que está hecho por las plantas, y dando las gracias a todas las formas de vida que hacen la suya posible.
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¿Algún espíritu compasivo de este tablón de comentarios me podría hacer el favor de frotarme los ojos con salfumán?
El pie de foto indica vencejos cuando en realidad son aviones comunes, gracias por la intención, pero no verás plantado a un vencejo porque desde su primer vuelo y hasta el momento del apareamiento y cria, volará noche y día. Apasionante vida que os invito a descubrir en la revista El cárabo.
Confirmado: ni vencejos ni aviones: golondrinas jóvenes, tal vez alguna madre entre ellas.
Jesús, tienes razón, vencejos no son, pero, y a pesar de ser una fotografía lejana, ¿no crees que podrían ser golondrinas, en concreto un grupo de jóvenes con algunas hembras?