Opinión
Carros de la compra

Esas mujeres que parecen invisibles pero que, si desaparecieran, dejarían un vacío irreparable hablan de cómo habitan sus lugares cotidianos.
14 dic 2025 06:00

El documental se llama Ellas en la ciudad. Me lo recomendó una persona que sabía que acertaría. Las protagonistas son mujeres. Mujeres que fueron las primeras pobladoras de tres barrios que se construyeron en la periferia de Sevilla. Ellas. Mujeres que quedan guardadas en la esfera de lo invisible, de lo que nadie parece ver. Ellas. Mujeres. Que pueblan las calles y las ventanas desde las que se tiende la ropa y que arrastran los carros de la compra por aceras y calles pensadas por cabezas que no las van a transitar nunca.

Esas mujeres que parecen invisibles pero que, si desaparecieran, dejarían un vacío irreparable hablan de cómo habitan sus lugares cotidianos. De cómo cuidan. De cuánto hay que caminar hasta llegar a una parada de autobús que te transporte al centro de la ciudad. De cómo están construidos con un urbanismo que las aísla de todo lo demás. De ese urbanismo que rompe, que no está pensado para ellas, para las que caminan por esas calles. 

Hablan también de los lugares que crearon para poder encontrarse, de educación, de sus luchas vecinales, de sus victorias. Hay muchas imágenes en el documental en las que nadie habla, en las que solo se las ve habitando sus lugares comunes. En muchas de ellas salen tirando del carro de la compra.

Cuando cumplió los 18 se casó con un hombre que nunca le preguntó cuáles eran sus sueños y ella decidió buscarlos en una escuela para mujeres adultas que dos maestras montaron en el barrio

Ese elemento, el carro de la compra, que a veces parece una prolongación de ellas mismas, me recordó una historia que contó una mujer en un taller de escritura al que me invitaron. Ella era también una habitante de un barrio periférico de una gran ciudad. Una de esas mujeres que nacen sin que nadie parezca notarlo. Que colocan la ropa en los armarios doblada con esmero sin que nadie aprecie su dedicación. Que dejan de ir a la escuela sin que el profesor se percate de que hay una silla vacía.

Cuando cumplió los 18 se casó con un hombre que nunca le preguntó cuáles eran sus sueños y ella decidió buscarlos en una escuela para mujeres adultas que dos maestras montaron en el barrio. Habían pasado cuarenta y siete años desde que dijo “sí quiero” teniendo la convicción de que, en realidad, no quería.

A él no le pareció bien la idea de que fuese a la escuela, pero como ella tenía que salir a hacer todas las tareas que son necesarias para que la casa funcione por dentro, siguió yendo durante el tiempo que necesitó para aprender todo lo que quería saber. Le ponía excusas de cualquier tipo: “Han abierto una frutería que cae más lejos pero trae mejores cosas, por eso me entretengo más y tardo en volver”. “Llovía mucho y me tuve que quedar un rato adentro de un portal”. “Le he subido la compra a Ana que se puso mala”.

Sus cuadernos se fueron llenando de palabras escritas cada vez de manera más ágil. Las dos maestras y sus compañeras de clase le ayudaron a que aprendiera a imaginarse diferente y, cuando decidió marcharse de esa casa, los metió como un tesoro en su maleta. 

Él nunca supo que ella estaba estudiando. Encontró el escondite perfecto para sus cuadernos. Un lugar donde sabía que él nunca miraría. En el interior del carro de la compra.

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