Opinión
El antónimo de libertad
En el libro 'Sobre sus corazones, caminaron' hay muchos poemas y fotos. En uno de ellos, Jehad Jarbou escribe:
O tal vez regresen a casa con la olla vacía,
porque cuando llega tu turno, la comida se ha acabado.
Llevas tu tristeza y tu hambre en esa olla.
Se refiere a niños y niñas que hacen fila, una fila muy larga, para conseguir comida en campos de desplazados en Gaza. Habla también de los alimentos, escasos, poco variados, que se pueden encontrar, si hay suerte, dentro de esas ollas.
Sentí la belleza y el dolor extremos de sus poemas. Y me quedé pensando en las ollas, en esas ollas en las que, en muchos lugares, no hay nada dentro. Ollas que permanecen vacías, medio llenas en el mejor de los casos. Insuficientes.
Hace tiempo que ocurrió, pero recuerdo el momento en el que, en otro lugar muy lejano a Gaza, me enseñaron lo que significa una olla vacía. La casa estaba en un barrio periférico de la ciudad y yo iba con una compañera de la organización en la que participaba. Entramos y me ofrecieron que me sentara en la estancia que hacía de salón, cocina y dormitorio. Todo a la vez. Llegamos con los pies manchados de barro porque llovía y la calle era de tierra, de esa tierra que se convierte en un barro pegajoso que se adhiere como si tuviera pegamento a las suelas de las zapatillas. Mientras mi compañera cogía lo que habíamos ido a buscar y yo trataba de moverme lo mínimo para que el barro saliera de esa casa tal y como había entrado, pegado a mis pies, me fijé en que había un sonido que nadie más parecía percibir. Ploc. Ploc. Ploc.
En el poco rato que estuve allí lo que más me impresionó fue ese sonido del grifo sin que nadie, aparentemente, se diese cuenta de que goteaba sin parar. Ninguna de las personas que habitaban esa casa parecían notar unas gotas que, de monótonas, se habían vuelto inaudibles.
Al lado del grifo había una cocina con dos fuegos. Sobre el más grande, situado a la izquierda, había una olla. Estaba hirviendo. “Esa olla siempre está ahí encima”, me dijo mi compañera antes de salir, “a mi madre le da calma pensar que está cocinando algo, aunque muchas veces tiene solo agua”.
Volví a esa casa en más ocasiones. Conocí a la madre, a la mujer a la que le calmaba tener una olla puesta sobre el fogón. Una tarde, me dijo: “El futuro está en esta olla. Unos días hay cosas que echarle. Otros no hay nada. Así es nuestro futuro. Unos días está lleno. Otros vacío”.
Un día, en la escuelita del barrio donde estaba esa casa, jugaban a los antónimos. Rico. Pobre. Arriba. Abajo. Norte. Sur.
Y alguien preguntó ¿cuál es el antónimo de libertad?
Y una niña dijo: “El antónimo de libertad es no comer”.
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!