Opinión
Estados Unidos: ni derecho internacional, ni orden basado en normas

No hay que engañarse. Hace tiempo que, en materia exterior, la conducta de EEUU es sencilla y llanamente inmoral.
Donald Trump USA
Donald Trump, presidente de los USA. Foto: Gage Skidmore. CC BY-NC
Periodista y analista de asuntos internacionales
17 oct 2025 05:00

La intervención del presidente estadounidense, Donald Trump, en el 80º periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas formaliza algo sabido: EEUU ya no se siente interpelada por el sistema multilateral consagrado en la Carta de la ONU, ni siquiera para mostrar una mínima apariencia de respeto por el derecho internacional. La Casa Blanca tampoco parece considerar vigente su propio orden internacional basado en normas. Conscientes de que el esquema de disuasión occidental ha colapsado en Ucrania, el enfoque internacional del país norteamericano ya no es el de proyectar su hegemonía desde alianzas plurilaterales, sino recurriendo al unilateralismo.

El rol de facilitador en el genocidio que perpetra Israel en Gaza, el recurso a la perfidia en la agresión militar contra Irán, mientras ambas partes se encontraban en un proceso de negociación diplomática, la ostentosa publicación de imágenes del bombardeo de barcazas y consiguiente ejecución sumaria de los tripulantes de estas en el Mar Caribe... así lo indican. No hay que engañarse. Hace tiempo que, en materia exterior, la conducta de EEUU es sencilla y llanamente inmoral.

Lo que llama la atención, sin embargo, es el hecho de que esta situación ya no suscita la fingida afectación de costumbre. A diferencia del establishment bipartito, proclive al empleo de métodos subrepticios, Trump y su equipo no son dados a juegos ambiguos. Para estos, según el caso, la única conducta plausible es la amenaza estructural y el único marco narrativo válido, la seguridad nacional. El alcance de este enfoque es hoy claramente observable en las regiones de Asia Occidental y en América Latina y el Caribe.

Venezuela, Irán, los pueblos árabes y musulmanes, objetivos habituales de la agenda neocolonial estadounidense, perciben el auge de las potencias emergentes como una oportunidad emancipadora

En el caso específico de Venezuela, por ejemplo, el marco narrativo de la seguridad nacional se ha mantenido invariable en el tiempo desde el primer mandato de George Bush hijo. Con Barak Obama se institucionalizó al promulgar este una orden ejecutiva en la que declaraba a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional” de EEUU. Dando seguimiento a esa grotesca tradición, la administración Trump no hace otra cosa que tratar de meter con calzador al país caribeño en el marco de la seguridad nacional para justificar una hipotética agresión militar. Primero, invocaron la Ley del Enemigo Extranjero (1798) contra los migrantes venezolanos, asociándolos con la organización criminal Tren de Aragua. Ahora, acusan al gobierno y al alto mando militar venezolano de pertenecer al supuesto Cartel de los Soles.

En ambos casos, se trata de un infundio. Pues, es absurdo y aberrante que la principal potencia hegemónica acuse a un Estado como el venezolano de recurrir a las formas más bajas y marginales del comercio ilícito internacional, sobre todo si tenemos en cuenta que el segundo es un reservorio de recursos naturales y el primero una estructura de dominio que siempre ha tratado de arrebatarles sus riquezas naturales. No cabe duda de que el reordenamiento geopolítico mundial en torno al triángulo asiático que conforman Rusia, China e India está precipitando a EEUU a retomar su doctrina Monroe y proimperialista en lo que considera su patio trasero. Al igual que ocurrió con la URSS durante la Guerra Fría, nada exacerba más los bajos reflejos estadounidense, en estos momentos, que la presencia de China en la región.

La renovada obsesión estadounidense hacia Venezuela parece orientada a disuadir a China y Rusia. No hay otra explicación racional para justificar el despliegue de un submarino nuclear en la zona. El objetivo político de todas las administraciones estadounidenses ha sido expulsar del poder a los gobiernos chavistas. Para un gobierno tan desafecto a la legalidad internacional como la administración Trump, la emergencia geopolítica actual es el pretexto que necesita para tratar de consumar el cambio de régimen en Caracas que desencadene, además, un eventual efecto dominó en La Habana y en Managua.

Venezuela, Irán, los pueblos árabes y musulmanes, objetivos habituales de la agenda neocolonial estadounidense, perciben el auge de las potencias emergentes como una oportunidad emancipadora. Es natural que la Iniciativa de Gobernanza Global de China haya concitado un interés general entre los países del Sur global, pues ayuda a asomar los pilares del nuevo orden multipolar. Está emergiendo una realidad geopolítica nueva, una realidad retadora que desafía el actual statu quo anglosajón. Las esperanzas occidentales de que la India lidere, en el seno de las potencias emergentes, una alternativa al modelo que ofrece China no se están viendo cumplidas.

Esto explica no solo la desquiciada deriva unilateralista de EEUU y desprecio por el derecho internacional, sino su recurso al jingoísmo en el Mediterráneo Oriental, en Asia Occidental y en el Caribe. Porque, si cambia la estructura del régimen de poder internacional, cambiaran necesariamente las reglas que lo han de sostener. No es casualidad el auge de las corrientes fascistas, neocolonialistas e imperialistas en el seno de las potencias occidentales.

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